Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
NO

todo x 1,99

Clara de noche
Convivir con virusBoleteríaCerrado
Abierto

Ediciones anteriores

 

Jueves 18 de Mayo de 2000
tapa
tapa del No

Una forma (posible) de entender a El Otro Yo

Supernatural

Este fin de semana, el verdadero emergente valorable de lo que alguna vez fue la Nación Alternativa Argentina (tradúzcase como “Nuevo Rock Argentino”) grabará un disco en vivo que resume una buena parte de su obra. Celebrando el acontecimiento, el No te propone un viaje directo al sur del Gran Buenos Aires para descifrar el sonido y la furia del cuarteto de los Aldana Brothers.

Textos: PABLO PLOTKIN
Fotos:TAMARA PINCO

1. Hijos nuestros
Era el retrato sepia de tres nenitos vestidos de invierno, rodeados de equipaje, montado con dibujos de alas, cuernos, coronas y tridentes: dos ángeles y un demonio. ¿Quién era el demonio? No había muchas pistas para saber de qué se trataba todo eso. Era la ilustración de tapa de las cien copias en casete que Humberto Cristian Aldana cargaba en su mochila, repartía por cinco disquerías (algunas del centro, otras del sur del conurbano bonaerense) y que se vendían con asombrosa regularidad. El primer registro de El Otro Yo se titulaba Los Hijos de Alien, estaba grabado en dos canales y lo primero que se escuchaba era una melodía punk y un adolescente que cantaba: “No quiero una muñeca inflable, quiero una mujer”. La canción se llamaba “Sexo en el elevador” y contaba una historia sencilla: el chico estaba solo, conocía a una mujer en el ascensor y se enamoraba tanto que prometía presentársela a su mamá. Era 1992. Nirvana había editado Incesticide y Sonic Youth Dirty, pero a los hermanos Cristian (guitarra y voz) y María Fernanda Aldana (bajo y voz) les interesaba más lo que sucedía y había sucedido al otro lado del Atlántico. En efecto, Los Hijos de Alien era noise: ahí estaba el sonido de los Pixies, SY, los gritos y el olor a espíritu adolescente (el promedio de edad del trío –que completaba el baterista Omar Kischinovsky– era de 18 años), pero el camino que los condujo al indie norteamericano empezaba en Londres 1977. Todo el punk y lo que vino después: Joy Division, New Order, The Cure y también Cocteau Twins (basta escuchar “Caminando” para descubrir la “identificación” de María Fernanda por Liz Fraser, cantante de Cocteau).
El Otro Yo se había formado en 1989, en Temperley. Hacían música dark, tocaban en sótanos y frecuentaban una sala de ensayo/estudio de grabación que habían bautizado Besótico. “No sabíamos muy bien qué dirección tenía todo eso”, dice la bajista, como diría cualquiera sobre los comienzos de una banda de rock. Afortunadamente, esa ausencia de rumbo está retratada en Los Hijos de Alien, uno de los pocos manifiestos teenager del rock argentino de principios de los ‘90. “En este lugar de mierda hay tan pocas cosas para hacer/ yo me quiero divertir y no me dejan”, aullaba Cristian en “Hola papá”. A los chicos les faltaba ordenar algunas ideas, pero tenían talento y buenas intenciones.

2. Kurt y Courtney
El pequeño éxito underground de Los Hijos... hizo que Random, el sello que editaba a Los Brujos y a Daniel Melero, se interesara por El Otro Yo. Así fue que el primer CD del trío se grabó en el estudio Moebio con la producción de Guillermo Piccolini. Los Aldana eligieron a Piccolini (hoy en Venus) porque sabían de su trabajo en España con algunas bandas punk, y además porque les gustaba Pachuco Cadáver. “Nosotros aprendimos mucho en ese disco”, dice Cristian. “Eso de tratar de equilibrar lo que quiere el productor con lo que quiere el músico. Yo quería ruido, y todo el tiempo estábamos en un tira y afloje con el tema de los acoples, la distorsión, los gritos.” El disco se llamó Traka-Traka, y era mucho más equilibrado que la producción independiente. Lo que no es precisamente una bendición para una banda que persigue el desequilibrio. Pero de todas formas no habían perdido la frescura. Piccolini les despertó un sentido pop, hasta ese momento ¿dormido?, y los convenció de que la distorsión no era un juguete. De no haber existido aquello, El Otro Yo tal vez nunca habría grabado Abrecaminos. Mientras tanto, Cristian seguía en plena explosión hormonal. En “Duraznos” le reprochaba a los gritos a alguien: “No te alcanza con mi pene/ quieres otros hombres, también”.
Seguros de querer reflejar los asuntos generacionales, grabaron un tema titulado “Sida”. Compusieron un par muy buenos (“Corta el pasto”, “Vaselina”), regrabaron algunos (“La Tetona”, “Traka-Traka”, “Caminando”)e incluyeron un track-monólogo demasiado largo, a cargo de Tangalanga. A todo esto, empezaba 1994: Nirvana ya había venido a la Argentina y Cobain estaba a punto de pegarse un tiro. “Nosotros los habíamos conocido casualmente antes de que vinieran, porque nuestro baterista había viajado a Estados Unidos y había traído Nevermind en casete”, relata Cristian. “De entrada me pareció raro, porque era muy americana su manera de cantar, y yo escuchaba más música inglesa. Pero lo que más me gustó es que era un grupo punk con sonido heavy metal. Y además sacaron del primer puesto a Michael Jackson. No se aguantaba más...” Cuando el trío ya famoso vino a Buenos Aires, los Aldana se acercaron al hotel donde se alojaban (el Sheraton) y conversaron con Chris Novoselic y Dave Grohl. “Dijimos que éramos periodistas de un fanzine y nos dejaron entrar”, cuenta María. “Golpeamos la puerta de Kurt Cobain. Nos abrió Courtney Love, re-dormida, en camisón”. “Re-sacada”, corrige Cristian. “Salió con mala onda. Le preguntamos si estaba Kurt, y nos dijo que estaba durmiendo. Le dimos un casete y se re-copó.” Breve relato del encuentro entre dos músicos adolescentes en ascenso del sur del Gran Buenos Aires, y la (entonces futura) viuda de su máximo héroe generacional, actual estrella de Hollywood.

3. Dibujitos animados
y pegamento
El Otro Yo ya tenía su primer disco-disco en la calle y también un contrato con un sello en vías de extinción (el contrato y el sello). Estaban listos los temas del álbum sucesor, pero no había manera de editarlo. “Las canciones del grupo siempre tuvieron mucha honestidad”, apunta Cristian. “Es el reflejo de las cosas que nos pasan y sentimos. Y cuando hicimos Mundo teníamos mucha bronca, porque sentíamos que teníamos muchos problemas para grabar un disco. Habíamos firmado un contrato que era una mierda, sentíamos que nos ponían un montón de trabas, que éramos jóvenes y queríamos hacer las cosas ya. Y teníamos ganas de romper todo, y eso se nota. Pero también nos divertimos mucho. Por eso en el disco hay bronca, pero también alegría, porque a pesar de grabar con una portaestudio, estábamos haciendo lo que nos gustaba. Y eso, ahora, viéndolo para atrás, está bueno.” Una fecha “mágica” en Cemento les sirvió para olvidarse del contrato con Random, refundar Besótico y empezar de nuevo. Raimundo Fajardo, integrante de varias bandas punk y trash de la zona sur, se había convertido en el nuevo baterista del grupo. Cristian fue a visitarlo a su departamento del barrio de monoblocks Luz y Fuerza para conversar sobre el asunto. Ahí estaba Ray y unos amigos, viendo Tommy (una película con los Who) en una habitación llena de humo, a oscuras y a las tres de la tarde. “Era re-aburrido”, recuerda Cristian. “Yo había ido con intenciones de hablar sobre la banda, no a ver Tommy. Pero sabía que él era la persona que necesitábamos.”
Finalmente, Mundo fue grabado en 1995 en la cabina de un Dodge Polara que se oxidaba en la cuadra de la sala de ensayo (“necesitábamos un lugar donde armar la consola”, explican). Co-producido por Diego Vainer, es el álbum más salvaje de El Otro Yo. Tiene lo mejor y lo peor del grupo. Tiene “Alegría” (tal vez su canción más lograda hasta Abrecaminos), “Olvidar” (“me siento vacío y muy miserable”), pero también ciertas insípidas y tardías actitudes infantiles (frases como “soy un dibujito animado, yo quiero regalarte un mundo de colores”). Mucha distorsión, declaraciones de ignorancia (entre desesperadas y orgullosas) como la de “A.D. 90” (Analfabeto de los 90) y alguna que otra página de no future porteño como “Moquiento” (“necesito pegamento en mi nariz para olvidarme de la mierda que hay alrededor”). A la distancia, Cristian analiza esos días. “Creo que ésa fue la época en que se rompieron todas las tribus. Eso de yo soy heavy, vos sos punk, él es alternativo. Había una generación de jóvenes -que es la que hay ahora– que escuchaba de todo. En Mundo está reflejadoese momento: hay temas muy fuertes, canciones simples. Yo sabía que podía escuchar Mano Negra, Sepultura y The Cure... y que estaba todo bien.”

Los cachorros Aldana a principios de los 90,
en plena explosión hormonal...
Eramos tan grunge.

4. Fantoche
Cualquiera tenía derecho a creer que el álbum triple era el principio del fin. Mundo era un buen disco, así que: ¿cuál era el propósito de editar por separado las tres visiones del planeta de los integrantes del grupo? Comercialmente era un suicidio, y artísticamente podía entenderse como la extinción del talento del trío para escribir y tocar buenas canciones. De hecho, si no hubiera existido después Abrecaminos, Esencia habría tenido mucho menos sentido. Pero resultó ser la manera en que El Otro Yo se presentaba como un grupo “experimental”, sin límites estéticos y mucho más allá del punk rock. Cristian asegura que “fue algo súper natural”. Todo empezó con la idea de María Fernanda de editar algo por su cuenta. El hermano mayor le dijo que sería mucho mejor si cada uno de los tres grababa un disco solista y los editaban juntos bajo la firma de El Otro Yo del Otro Yo. Todos de acuerdo. La chica grabó un álbum de abstracción, susurros, silencios y canciones de cuna pasadas por ácido subtitulado Triángulo María. Ray demostró exceder el plano técnico del “baterista”: su buen disco remite tanto a la psicodelia del rock nacional de los ‘70 como a la canción más sinvergüenza de los Ramones. El de Cristian es el capítulo más El Otro Yo del triple. La primera canción se llama “Yo soy anarquista, Duhalde me mandó a dormir” y es una madeja de distorsión que musicaliza el documento de un joven bonaerense de los ‘90. El del Aldana mayor es un disco bien punk, como a él le gusta, con algunas baladas y ciertos guiños al viejo y querido rock pesado: así hay una foto suya leyendo el sobre del vinilo de Dinasty, de Kiss, y una canción bautizada “Ozzy Osbourne”. Así que Cristian era el diablito de la portada de Los Hijos de Alien, ¿no? “Ese disco nos enriqueció mucho a nivel compositivo”, explica Ray. “Cada uno tuvo que meterse con instrumentos que habitualmente no maneja.” El asunto es que esa excursión experimental en busca de nuevos caminos terminó dándole nombre al siguiente (y mejor) disco de El Otro Yo.

5. Abrete Sésamo
Ahora eran cuatro, sin contar al productor Diego “Fantasías Animadas” Vainer (a esta altura, algo así como el quinto otro yo). Ezequiel Araujo se había hecho amigo de Miss Aldana mientras tocaba en Avant Press (compartían al sonidista Pablo Márquez), así que cuando la promesa de Leo García se evaporó, el tecladista fue incorporándose naturalmente a la banda y a las sesiones de grabación de Abrecaminos. “Necesitábamos a alguien que estuviera al tanto de las nuevas tecnologías”, cuenta Ray. “Y Ezequiel tenía todas las cualidades que necesitábamos para incorporar a un cuarto integrante. Aparte, en el primer show rompió todos los teclados, salió vestido de pollera y con una careta de Papá Noel. Era el tecladista que necesitábamos.” Entonces ellos se vestían con mamelucos naranjas, gustaban de usar antiparras de soldador y cantaban cosas como: “Cuando no haya aire para respirar/ te estaré asfixiando/ encadenada con mi foto/ condenada a pensar en mí”. Abrecaminos es su disco más completo. Musicalmente, adaptaron la distorsión, la “música rebelde” de la que habla Cristian y los sonidos de última generación a canciones de cuatro minutos “que podés cantar con una guitarra acústica”. Puede traducirse en una sílaba: pop. Y, líricamente, mezclaron con astucia, indiferencia y fe, nihilismo y energía positiva. Puras y saludables contradicciones.
Cristian ya no habla de tetonas en baños de espuma: ahora canta sobre auras rosas, criaturas multicolores y un millón de duraznos. Pero también grita “no me importa morir” y “la música que escuchan todos yo no la escucho”, dos estribillos-insignia que cualquier fan de El Otro Yo puedeampliar, enmarcar y colgar en la pared de su habitación, al lado del póster de Kurt Cobain.

No me importan los pochoclos

Desde la mini-explosión de Abrecaminos, El Otro Yo está en la cima de convocatoria de la escena independiente porteña (comparte ese lugar con Fun People), condición que le permite hacer una doble fecha en Cemento. Mañana y el sábado, como parte de la gira barrial que llevan adelante desde hace más de un año, concretarán la grabación de su primer disco en vivo. Mañana tocarán canciones de Los Hijos de Alien, Traka-Traka y Abrecaminos; el sábado serán las de Mundo, Esencia y otra vez Abrecaminos. Para los shows prometen “sorpresas”, y seguramente harán algún cover cuya identidad prefieren no develar (debe tratarse de alguna banda muy, muy importante de los ‘90). “Siempre se hablaba de que en nuestros discos no podíamos reflejar la fuerza del grupo en vivo”, comenta Cristian Aldana. “Tal vez porque siempre tuvimos que recurrir a la forma de grabación más económica. Ahora vamos a intentar reflejar esa fuerza, y sobre todo el clima que crea la gente... es como una caldera. Es difícil grabar una caldera, pero vamos a intentarlo.”
La grabación del disco en vivo coincide con la vuelta del viaje de Cristian a Los Angeles, donde se reunió con Gustavo Santaolalla (admirador declarado de El Otro Yo) para acordar la edición de Abrecaminos en Estados Unidos y México (en agosto) a través de Surco, el sello de Mr. Poder Latino. ¿Será Santaolalla el productor del próximo disco de los de Temperley? A ellos les gusta ir de a poco. “Para nosotros ya es muy importante el hecho de que Abrecaminos se edite en Norteamérica”, dice Cristian. “Además, está decidido que en septiembre vamos a tocar allá. Mientras tanto seguiremos componiendo, experimentando diversas formas de trabajo, entendiendo a las máquinas como parte del rock. Estamos tratando de volver a lograr esa honestidad que siempre tuvimos. Reflejar algo verdadero, no algo pochoclero.”