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Jueves 21 de Septiembre de 2000

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Loquero Jaime Sin Tierra, para combatir la mediocridad del rock argentino 2000

Dos recetas magistrales

Tan deliberadamente lejanos del showbizz de las estrellas Grammy como del rocanrol de las masas (y por suerte, también del concepto ensalada Mega) he aquí dos buenas bandas, con sonido, canciones y letras... Lo que no es poco: es bueno entonces, echar una mirada a partir de estos muy buenos discos.

TEXTOS PABLO PLOTKIN
FOTOS TAMARA PINCO

En una entrevista publicada en un fanzine de Trelew (María Puede Ver), el reportero le pregunta a Chary: “¿Qué planes tienen para el futuro?” La voz de Loquero responde: “Futuro... Al menos yo, conseguir un lugar para dormir hoy”. La respuesta no fue sarcástica. Basta con repasar los últimos años en la vida de Chary. A principios de los 90, en la fría Mar del Plata, los Pixies “le parten el alma” lo suficiente como para querer formar una banda de rock y parecerse todo lo posible a Frank Black. En 1992 nace Loquero y al cabo de una serie de shows empiezan a editar casetes con títulos del tipo El que no se consuela es porque no quiere o Todo lo que hay que saber para ser un éxito. En 1997, mientras Chary trabaja como enfermero en el área de infectología del Hospital Interzonal de Agudos de Mar del Plata, Loquero edita su primer álbum: Temor morboso a la exposición pública. “Fue una cosa muy enroscada: cargaba con muchos años de frustración, no sólo a nivel humano, sino también musicalmente”, relata. “Entonces trabajaba con pacientes infecto-contagiosos terminales. Estaba bien, pero el sistema de salud es muy jerárquico y para mi gusto había demasiado control sobre el personal. Los supervisores me tenían repodrido y yo soy medio alocado. Cuando trabajaba en Psiquiatría, agarraba mi ambo, se lo ponía a un paciente y yo me sentaba a comer. Imaginate cómo le caía a la supervisora ver a un chabón corriendo por los pasillos con mi uniforme. Después renuncié por la banda: me vine a vivir acá. Pero era bueno. La salud y la música se llevan bien: las dos curan”.

La agorafobia de comadreja expuesta en Temor morboso... le sirvió a la banda para exorcizar algunos complejos y entonces vino Club de Solos, un giro hacia un power pop con malformaciones genéticas. “En alguna crítica se dijo que era un producto punk, ‘como Flema pero afinado’ o algo por el estilo. No creo que sea así. Creo que es pop, pero siempre exponiéndonos de cuerpo entero”, describe. Chary ya se había mudado a Buenos Aires, donde siempre durmió y vivió como pudo. “Las necesidades te llevan a hacer cualquier cosa”, dice a primera hora de la tarde, con un vaso de licuado de banana en la mano (“éste es mi desayuno, almuerzo y cena”). “Desde afanarte cositas de los supermercados a ser taxi boy, ocasionalmente. Tuve que hacerlo por dinero y no me dolió mucho. Hice de todo y no me arrepiento de nada: vendí todo lo que había que vender y compré todo lo que había que comprar. Ahora vivo en una casa semitomada, con unos cuantos peruanos, paraguayos, taxi boys, travestis que hacen sus favores en las noches de soledad. Después de las doce salgo a la calle por Rivadavia, revuelvo la basura... La gente tira cosas interesantes: todos mis muebles están sacados de ahí. También encontré muchos vinilos de la década del 60, de zamba y demás. Pero yo no tengo ni grabador, así que se los regalé a una chica de Mar del Plata”. En síntesis: “Económicamente, la música para mí es un fracaso; espiritualmente soy millonario”.

Loquero ya tiene listas las canciones para un nuevo disco, Fantasy, que seguramente se convertirá en lo mejor del grupo de aquí hasta el final. Mientras tanto, saldrán de tour por Europa a mediados del 2001: recorrerán el circuito squatter nórdico y girarán durante un mes por España. Aquí está Chary dando una pista sobre los temas que le quitan el sueño (o sobre los que ya no se lo quitan): “Nuestras canciones tienden más al universo personal que al social. La policía ya no me da ni asco: no existen para mí. No podemos hacer más las canciones que hacíamos a los 20 años. Hablamos de lo mismo que hablan Shakira, Ricky Martin, Ricky Espinosa o Cristian (Aldana): amor, odio, broncas. ¿Qué más?”

En vivo: 21 de octubre en La Fuente de Hurlingham; 22 en Cemento.

La primera imagen que Jaime Sin Tierra le mostró al mundo fueron dos pies recortados sobre un cielo de estrellas, una ilustración que parecía coloreada a lápiz por un escolar sensible y aplicado. Era la tapa de El avión ya se estrelló y yo sigo volando, el primer relato de un náufrago de una dramática sucesión que hasta hoy arrastró tres discos y unos cuantos corazones rotos. De aquel debut –un puñado algo caótico de buenas canciones marcadas por una instrucción progresiva y una adolescencia grunge– hasta el reciente Autochocador pasaron dos años y medio, y algunas cosas más. Entretanto, dieron a conocer Caja Negra, “canciones, remixes y demos encontrados en la caja negra de un avión estrellado”. “ATENCION: ESTO NO ES UN DISCO”, advertían, adelantándose al concepto de la Bruja Blair y (de un modo inconsciente, quizás) aclarando que no se les habían acabado las ideas.

La confirmación de la sospecha (léase: Jaime Sin Tierra es un muy buen grupo de rock) llegó entonces con Autochocador, el primer álbum fuera de Ultrapop (que editaba a la banda cuando el sello todavía era El Club). En un principio, la recurrencia catastrófica parecía inoportuna, pero después de escuchar el disco cualquiera entiende que eso de los accidentes no responde a una oxidada obsesión sado tipo Crash (la novela de Ballard llevada al cine por Cronenberg): son pequeñas, sencillas alegorías para contar grandes tragedias de amor. Y aunque Nicolás Kramer, cantante, guitarrista y letrista del cuarteto, no sea un poeta deslumbrante, tiene talento para producir vibraciones con pocas palabras. “Pensaré en ella cuando me falte el aire y esté lejos del suelo. Las mariposas que vuelan dentro del agua se quedarán en silencio”, canta en “Tifón”, una de las doce veces que Kramer muere espantosamente de amor en un solo disco. “Lo que hago es comparar las emociones con cosas muy cotidianas”, cuenta quien abandonó su empleo de publicista para dedicarse a la grabación, y cuyo discurso, afortunadamente, es mucho menos interesante que sus canciones (el rock argentino, por lo general, depara casos a la inversa). “Son canciones muy personales: no hablan más que de uno. El hecho de compararlas con los accidentes es simplemente una manera de sacarlas para afuera, que no suene todo tan fatal como parece.”

A diferencia de El avión ya se estrelló..., donde las guitarras distorsionadas y los cambios de clima repentinos lo dominaban todo, los explosiones (implosiones) de Autochocador son tan delicadas que a un oído incondicionalmente rocker le sonarán anoréxicas. “Hemos bajado los decibeles mucho, aunque no sé a qué se debe”, observa Nicolás. “Las cosas fueron sucediendo sin pensarlas demasiado. Tal vez estemos encontrando un sonido personal. En el primer disco volcamos todas las cosas que habíamos tocado durante los primeros dos años. Esta vez dejamos de tocar para dedicarnos exclusivamente a terminar de componer y grabar. Así que creo que el cambio pasa por eso de ponernos a experimentar y a tomarnos con calma la composición: fuimos componiendo todo en función del disco.”

El alcance que tuvo el primer álbum en la nebulosa indie porteña superó las expectativas de los autores. Pero Nicolás asegura no estar a la espera del juicio popular. “No esperamos demasiado”, resume. “Somos cuatro amigos que disfrutan de esto. Nos alcanza con que el disco esté afuera; todo lo que venga después, será bienvenido, pero no nos vamos a sentir defraudados si no aparece una respuesta del público. Ya tenemos un buen motivo para estar contentos: el disco está en la calle.”

En vivo: mañana a las 22 en El Dorado; jueves 28 en La Cigale.

Temor morboso a la exposición pública (1997). Punk rock enfermizo. Un disco difícil, que parece haber sido concebido con los dientes apretadosdesde el fondo de una madriguera. Recomendados: “El Soldado”, “Cucaracha” y “Sin apuro” (personas impresionables, abstenerse).
Club de Solos (1999). Producido por Nekro. Aquí Loquero se pone melódicamente más amable y transforma esa revulsión malsana en energía power pop. Recomendados: “Ghost in the F.O.R.A.”, “Esculturas”, “Generación”, “Event Time” y “Mariposas”.
Golpe Bajo (2000).
Un Ep que rescata los desechos de su predecesor. Desprolijo por definición. Recomendado: la excelente versión acústica de “Golpe bajo”. Desconcertante (o no tanto) la cita gráfica al campeón marplatense Uby Sacco (sacado).

 

El avión ya se estrelló y yo sigo volando (1997). Grabado en ocho canales. Una colección distorsionada de relatos claustrofóbicos y de sumisión romántica. Recomendados: “Anocheciendo”, “Perrito” y “Cero de amor”.
Caja Negra (1999).
Una consecuencia experimental del primogénito, con remixes a cargo de Spleen, el Satánico Dr. W (de Simio), algunos inéditos y versiones en vivo. Recomendados: “(22)” y “Ella es más bonita que mi novia”.
Autochocador (2000).
Un delicado manual para condenados del corazón, representado en una serie de desgracias automovilísticas, aéreas y acuáticas. Recomendados: “Auto”, “24 centavos”, “Tifón”, “Azafata”, “Rinoceronte”.