MARTA
DILLON
¿Miedo? Sí, distintos miedos, toda una colección
de temores. A la noche me asustan los ruidos de mi casa cuando está
vacía, las voces que llegan desde la vereda presagiando invasiones
extrañas, hombres que escapan de algún lado, imagino persecuciones
que siempre terminan en mi puerta, disparos sin destino, balas perdidas,
hordas de delincuentes al estilo Mad Max que matan por que sí
y que tal vez me hayan elegido como blanco. Miedos tontos que apenas
sobreviven cuando prendo la luz y me levanto de la cama, todavía
sintiendo la descarga eléctrica del pánico. De día
los miedos son otros, distintos, variados, mutantes según la
estación del año, las actividades de mi hija, las noticias
del diario. Temo levantarme un día y que se me hayan acabado
las acrobacias posibles para resistir la falta de guita. Le temo al
teléfono cuando suena de madrugada, le temo a las alturas, a
las inundaciones, a los accidentes de tránsito. Tengo un miedo
que se puede tocar y es frío como un iceberg cada vez que mi
díscolo aparato digestivo me juega una mala pasada y me obliga
a doblarme frente al inodoro, como si estuviera pidiendo perdón
por algún pecado que seguramente cometí, como tomar de
más o comer de menos. Le temo a los delirios de la fiebre, a
que la suerte alguna vez me abandone y la temperatura me inmovilice
en el mismo momento en que tengo que llenar páginas del diario,
tengo miedo de que un día se den cuenta, que se me acaben las
palabras, que los compañeros ya no me tengan paciencia y se cansen
de mis gritos, que mis animales se agoten de estar solos y decidan abandonarme.
Tengo miedo todo el tiempo y a distintas cosas, pero nunca dejé
de atender el teléfono a la madrugada, ni me quedé en
casa para no sentir el eco de otros pasos en alguna noche cerrada, los
ruidos de la casa me arrancan de la cama, nunca elegí taparme
con la frazada. Nunca le prohibí a mi hija que se subiera a un
árbol por temor a la caída, ni deseché un brindis,
ni cerré los ojos a lo que pasaba a mi alrededor para evitar
el pánico del dolor ajeno y del propio. Siempre me da miedo el
amor y cada vez me enamoro como la primera. Le tengo miedo al rechazo,
pero eso sólo demora un poco más al deseo. El miedo es
una alarma y un desafío, pero nunca una razón para la
parálisis. Le temo a la incertidumbre y a la falta de trabajo
y a no saber qué hacer para retenerlo, pero más le temo
al silencio, más todavía a la inmovilidad. Le temo a la
muerte, es cierto, aunque cotidianamente crea que no, le temo al deterioro
de mi cuerpo, al dolor, a la agonía, a dejar a mi hija sola en
este mundo de mierda. Pero más, mucho más le temo a que
la vida me pase por al lado mientras estoy muy ocupada protegiéndome
del miedo. Tengo miedo de que mi vida no sea digna, pero tengo pánico
de no tener la dignidad suficiente como para intentar cambiarla.
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