MANU
CHAO COMO LATINO, UNA HISTORIA QUE RECIEN COMIENZA
Hombre
de ningún lugar, hombre nuevo
El
esperado desembarco en Buenos Aires, ocho años después de aquel mitificado
show de Mano Negra, despierta una serie de situaciones colaterales que
ponen a Manu Chao en el centro de la escena. ¿Nuevo mesías? ¿Vida artística
modelo? Una bola de nieve en formación, hermanos.
PRODUCCION
PABLO
PLOTKIN
ESTEBAN PINTOS
FOTOS GONZALO MARTINEZ
ILUSTRACIONES REP
Buscale
la hilacha que no se la vas a encontrar. Manu Chao encarna el modelo perfecto
de artista creíble y comprometido del nuevo siglo, con perdón
de la utilización de las palabras modelo, perfecto,
artista, creíble y comprometido.
Y nuevo siglo también. Pero es así. A él,
además, no le importa todo esto. Pensemos: un europeo de clase
media y cuna progre que ya suma una década de recorrida por Latinoamérica,
entrando donde ningún europeo con mentalidad europea entraría,
bebiéndose el aire de cada lugar, enrollándose con quien
sea siempre y cuando él crea que vale la pena, acumulando una memoria
de ritmos, frases y recuerdos que después se hacen canciones inolvidables.
Pequeñas y redondas, con una idea central que roza algunos grandes
cuestionamientos existenciales del ser humano o que simplemente reseñan
un sentimiento en particular, en un tiempo y un lugar. Debajo, una coctelera
rítmica que abreva en las fuentes del reggae como ritmo madre y
se dispara de ahí hacia el infinito. Cabe buscar y encontrar en
Clandestino, entonces, el primer antecedente histórico de un nuevo
tipo de reggae: el reggae latino, tan filoso y subyugante como debe ser
el reggae (no, el de Los Pericos no, por favor), pero dotado además
de una poética única, simple y profunda a la vez. El tipo
de viaje auditivo que propone Clandestino un cd que debe figurar
primero en un hipotético ranking de cd copiados y vuelto a copiar,
reproduciéndose por ahí a cada momento implica, además,
un nuevo concepto sonoro. El disco como desarrollo gradual de una temática
en particular el ser de ningún lugar y de todos a la vez,
parcelado en pequeñas obritas de tres minutos y medio, con intervalos
radialesambientales que reflejan un estado de las cosas en un continente
fascinante. Semejante resultado en no más de cincuenta minutos
de música. Nada de cinco discos a la vez e incontinencia de composición
declamada.
La conjunción entre la obra (que es, por ahora, apenas un disco
y un poco más si se le suman las canciones de Mano Negra) y el
artista, el hombre y sus circunstancias, provoca un particular sentimiento
de identificación con la gente. He aquí la vieja historia
del músico que es como vos y como yo... Pero de verdad.
No hay poses ni egos ni planes de marketing detrás. Sólo
el rumbo que él decida, siempre con una guitarra a mano para tocar
y cantar en el bar en donde lo encuentre la noche. De historias tipo como
ésta que en realidad resumen otras tantas, se nutre
una épica manuista que baja desde México hasta el sur de
Sudamérica, ahora con calientes actuaciones en vivo como para alimentar
el fuego de la naciente leyenda.
El hombre nuevo, el artista nuevo que ya es pasión de multitudes
en Argentina (se vienen tres funciones a pleno, en Obras) cae parado en
donde sea. Y cae bien. No le hace falta hablar siquiera, sonríe
y... listo. Se engancha para todo, lo que sea: Manu habla decentemente
español, portugués, italiano e inglés, además
de su idioma natal, y es como una gran audioteca ambulante de canciones
e inflexiones idiomáticas que va acumulando por el camino. Por
la carretera. Ese es su hábitat natural.
Después, habría que empezar a intentar desentrañar
por qué pasa lo que pasa con este hombre. Organizaciones sociales
de toda clase y color que, en Buenos Aires, se disputan su adhesión,
con el riesgo de transformarlo en una especie de Tupac Amaru after Bob
Marley. La situación puede ponerse difícil si todo se queda
en eso. Aclaremos: Manu Chao también está ocupando otra
vez las circunstancias de un hombre un lugar que permanece inexplicablemente
vacío. No hay rocker argentino (León Gieco es la excepción
que confirma esta regla) que ostente semejante grado de invulnerabilidad
del ojo ajeno. El ejemplo es válido en este sentido. A León
también lo tironean para que eleve su rango de artista al de un
símbolo social. Y ahí se mantiene indemne, con el paso del
tiempo y los triunfos, empates y derrotas que todo hombre acumula. Pensar
en Manu como el primer y único representante de un nuevo tipo de
artista latino-global (él no es latino, ahí la gran paradoja),
con rango y blasones de estrella, pero con la simpleza del músico
callejero, ayuda a reflexionar hacia dondepuede ir el rock como cultura
de movilización social, si es que cabe pensar en esa posibilidad.
Al menos para este músico del que todos parecen estar esperando
algo más, la posibilidad se ve, parece, se intuye, concreta. Vuelve
a repetirse: esto recién empieza. Sin hilacha.
El
subte es la mejor escuela de música. Allí nos tropezamos
unos con otros y fue en los túneles donde nació la Mano
Negra. La pasábamos bien y ganábamos algo de dinero para
comer. Luego empezamos a dar vueltas por los bares y la cosa se fue extendiendo.
Nuestra guerra está en el rock, aunque se haya convertido en una
señora muy seria, de tendencias conservadoras. El 90 por ciento
de aquellos que dicen ser rockeros no lo son, los empresarios de rock
son tan sucios como los agentes de Bolsa y mucha gente se oculta detrás
de una campera de cuero. En los bares, gente sencilla resulta más
punk que los chicos de la disco vestidos de cuero negro
Al suplemento Sí, julio de 1992.
Si
América del Sur es la realización de un viejo sueño,
Cuba es el viaje de nuestra vida. Tanto Tonio (su hermano) como yo hemos
sido educados con el mito cubano. Una foto enmarcada de Fidel Castro ha
reinado siempre en la cocina, sobre la heladera. Nuestra infancia fue
acunada con relatos sobre nuestro abuelo, que había emigrado a
Cuba, y se decía que había hecho hijos ilegítimos
a marquesas. Por todo esto, el desplazamiento a Cuba significaba para
nosotros un verdadero peregrinaje
Carta de Manu al No, julio de 1993.
En
la Mano se fuma y eso se declara sin problemas. Ahora, a nivel cocaína...
para nosotros es una trampa. Es una droga de mierda, es más bien
un truco político, demasiado sórdido. Era absolutamente
necesario que no hubiese droga en el tren (de hielo y fuego), pero no
puedo decir que esto haya sido 100% respetado. El trato era así:
si yo veía una sola línea de coca en el tren, me salía
de esta aventura. Si los compañeros que jalan piensan hacer la
revolución, son unos boludos
Al Sí, julio de 1994.
La
frase world music es una mierda, puro marketing para vender discos. El
único caso en el planeta que puede reivindicar las palabras world
music es Bob Marley. Es un pasaporte en cualquier parte del mundo: en
Africa, Argelia, donde sea, en cualquier barrio de América latina
donde te van a acuchillar, una chapita de Bob Marley te puede salvar la
vida
Al No, abril del 94.
Yo
considero al fútbol un arte igual de importante que la música:
un artista del balón es igual de importante que un artista con
su voz. Y Santa Maradona fue escrita por un fan del fútbol,
pero el 95 por ciento habla de la mierda de hoy. Habla de peleas en la
cancha, de racismo. Y yo soy fan de Maradona. Es un tipo con un destino
fabuloso. Un bad boy, un rockero con destino de rockero, lo bueno y lo
malo. Es Santa Maradona. Soy hincha de ese tío, de su vida, su
trayectoria
Al No, abril del 94.
No
me gusta la palabra nacionalismo. Quizás debería ser culturalismo,
o nacionalismo aplicado a la cultura. Yo soy racista contra una sola raza
en el mundo: la raza de los aduaneros. Más que nacionalismo, quiero
que cualquiera pueda expresar sus ideas y su cultura propia
Al No, abril del 94.
El
mundo entero se está mezclando, es una evolución evidente.
El retorno de los nacionalismos y el racismo es una respuesta a esta evolución,
es el miedo de los sectores más retrógrados a la mezcla
de razas y culturas que se está dando en todo el mundo. El nacionalismo
y el racismo que tiene lugar en Europa y Estados Unidos es algo antinatural,
es un retroceso a la Edad Media
A Página/12, julio de 1992.
Clandestino
era el cierre, no el principio de una carrera solista. Estamos siguiendo
porque este disco generó una cosa tan interesante que vale la pena
seguir. Si no hago lo que me apetece, paro. Tenemos esa política
de la huelga general. Si hay un problema con la compañía,
le decimos no hacemos nada. ¿Y el disco? No sale, y
qué me importa. Lo copio en casa y se lo paso a mis amigos y me
voy a la playa con mi novia
A Página/12, noviembre del 2000.
La
única manera de cambiar las cosas es desde adentro. A la gente
ya no se la controla con armas ni con bombas sino a través de la
televisión. La tele es el arma con que el show business está
controlando al mundo entero. El campo de batalla ahora está en
la televisión, y no en el monte con una bomba
A La Prensa, enero de 1995.
Se
está levantando por todos lados una fuerza entre la gente. Se levantan
porque ya no aguantan más, ya no hay consignas políticas
que valgan. Es como no se puede más. Estamos en una
situación límite, esto va a estallar. Los diques van a estallar
porque ya no se aguanta más. Y no es una cuestión política:
es esto o la muerte A Página/12, mayo del 2000.
Espontaneidad
Por Fidel Nadal
A Manu lo conocí en el año 92, cuando vino acá
con Cargo 92, que se presentaba en un barco anclado en el
puerto. Algunos habían llegado en ese mismo barco, otros
habían venido en avión. Adentro había un escenario
y hacían diversos espectáculos. Yo no conocía
a Mano Negra, pero Sergio Rotman me prestó un casete y me
gustó. Me sorprendió que mezclaran rock, hip hop y
reggae, y que sonara bien. Así que cuando vinieron los fui
a ver y les llevé un cd de Todos Tus Muertos. Ellos recién
llegaban y el tecladista había roto un monitor en un programa
de televisión (La TV Ataca). Ahí nos fuimos con Pablito
(Molina) al centro, al hotel donde paraban detrás de Plaza
San Martín. Estaban el tecladista y un plomo que también
cantaba. Al rato fueron apareciendo todos y nos hicimos amigos;
fuimos al barco, donde además de ellos tocaban Los Brujos
y otras bandas de acá. Unos días después el
manager se acercó y nos ofreció tocar en Obras con
ellos. Al tiempo, me llamó Manu y me invitó a cantar
en el disco Casa Babylon, así que me fui a grabar a París.
Al poco tiempo, él y Fermín (Muguruza) vinieron a
grabar para Dale Aborigen, y luego con Pablito nos fuimos de gira
con Mano Negra por Europa. Canté con ellos en el primer concierto
de Radio Bemba, en Bilbao. Mano Negra influyó mucho en los
Muertos. En esa época también empezábamos a
escuchar más rap, raggamuffin, corrido mexicano. Se juntó
todo eso y salió Dale Aborigen. Clandestino, en cambio, no
lo escuché. Siempre que estuve con Manu Chao en Colombia,
por ejemplo, él estaba todo el tiempo con la guitarra
y vivía con una gran espontaneidad, tocando de acá
para allá, juntándose con la gente que le enseñaba
el dialecto de cada lugar. Con esas frases él hacía
canciones. Gracias a él, también, la gente me reconocía
en Francia o España, porque recordaba el video de Si
la vida me da palos. Ahora sé que estuvo tocando en
vivo Sé que no. Me parece bien, aunque hace muchos
años que ya no hablo con él.
¡Fuego,
fuego!
EDUARDO
FABREGAT
Fue
algo sencillamente increíble. No sólo por las calidades
musicales sino también por lo inesperado: ninguna de las
mil personas que se acercaron a Obras tenía mayor idea de
qué hacían esos franceses locos, que venían
alterando las oficialidades del oficialísimo proyecto Cargo
92. Fue un golpe a traición: alguien tendría
que haber hecho correr más la voz, hacer que ese Obras estuviera
lleno de popular a popular. Pero las populares estaban vacías,
y en Obras créase o no hacía un frío
que congelaba las rodillas. Las patadas al piso ya eran un deporte
general cuando apareció ese gnomo al cual la guitarra le
quedaba grande, rodeado por una caterva de impresentables que incluían,
sí, al desaforado tecladista que, al grito de ¡Esto
es una mierda!, había destrozado un monitor de Mario
Pergolini en vivo y en directo. El petisito se acercó al
micrófono y dijo una frase que ya entonces era marca registrada:
¿Qué pasa por la calle, moreno?. Pero
no esperó la improbable respuesta. El otro guitarrista sólo
después se sabría que se llamaba Roger Cageot, y que
era el corazón de la banda tanto como Manu Chao castigó
sus cuerdas y desató el infierno.
El infierno fue dos horas y fracción de Mano Negra, en un
show descabezador, sin pausas, sin baches y sin discursos: todo
se unía sin mayor esfuerzo, y una docena de tipos iban de
acá para allá como un solo bloque, del clásico
del skiffle Rock Island Line (de Lonnie Donegan, el
primer ídolo de John Lennon) a la trompeta combativa de Indios
de Barcelona, del reggae enfermizo de Bring the fire
a la falsa calma de Dont want you no more, y de
ahí al incendio final de I fought the law. Mucho
antes de que sonara la única canción conocida en Argentina
(King Kong Five), cada una de las mil personas estaba
entregada al delirio. Y cuando el tema de The Clash terminó
con todo el grupo lanzándose en picada a la platea, entre
gritos de ¡¡A la cabeza!!, nadie escondió
un abrazo agradecido.
La aparición de una joven Mano Negra (en 1992 tenía
sólo cuatro años y medio de vida) en Buenos Aires
debe entenderse como una rara coincidencia cósmica, que este
fin de semana encontrará su esperada continuación
con su reencarnación llamada Radio Bemba. Ya no importa si
en la calle abundan los asistentes a ese mítico show de La
Mano, hasta superar largamente la cifra original. El punto es que
nadie se atreva a perderse la revancha.
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