MARTA
DILLON
Nos escapamos un rato a la costanera sur y enseguida sentí nostalgia.
Queda poco de ese lugar en el que era posible refugiarse a cualquier
hora, hacer citas para ver salir la luna detrás de la reserva
ecológica o perderse entre los matorrales que todavía
tenían alguna guarida mullida para ocultar un romance apurado.
¡Si habrás fifado entre los yuyos!, me dice
Carlitos con esa manera tan notable de tirar plumas que tiene cuando
habla de sexo. Puedo recordar alguna escena en el exacto lugar que él
señala, y también los malabares para ponerle el forro
y la erupción que me salió en las rodillas y los mosquitos...
Ahora prefiero las sábanas blancas, le digo para desilusionarlo,
pero él insiste: ¡Callate! No hay nada mejor que
los yuyos, se ve que tengo alma de perra. Pero yo no le creo del
todo, al menos me permito dudar. Hemos conversado poco, pero casi siempre
de amor. Creo que la cuarta frase que me dijo fue no sé
qué voy a hacer cuando flashee. Vaya palabra para decir
enamorarse, casi le tuve que pedir traducción. Sus dudas tienen
que ver con que en 1998 se enteró de que tiene vih y no es algo
que le diga a todo el mundo. No a quienes le acercan alguna promesa
de placer fugaz, por eso no sabe qué va a hacer cuando flashee.
Mientras tanto se enamora de hombres heterosexuales, de imposibles que
mantienen su deseo en llamas y su corazón roto. Esa es toda una
pareja, pienso, casi de manual. ¿Para qué preocuparse
por los propios sentimientos si hay tanto por hacer para convencer al
imposible? Siempre me sentí atraída por lo que el vulgo
llama histéricos, es decir esa clase de hombres y de mujeres
que te ofrecen el cielo y te lo quitan en cuanto decidiste a aceptarlo.
Un juego agotador y doloroso que me tienta, no puedo negarlo. Tanto
que me cuesta creer que hay otras posibilidades, que hay quien sabe
lo que quiere y no teme comprometerse o probar o jugar al amor o amar
lisa y llanamente, porque el riesgo es un precio menor cuando lo que
se quiere es atrapar un sueño. Carlos no está seguro,
prefiere la teoría del flash, lo que no se puede contener, lo
que sucede casi por arte de magia. Aunque sé que es imposible,
soy feliz cuando estoy cerca de él, me dice. Pero no me
convence, estoy segura de que semejante reina, que se ha levantado más
de una vez de sus propias cenizas, merece mucho más que la frustración
de quemarse solo en su particular hoguera. ¿Entonces vos
creés que el amor es una construcción? Sí,
es lo que creo. Creo en el arrebato, creo en el desborde y en el mareo,
creo también que hasta el agua de las cataratas más encrespadas
llega a donde es lago y descansa, le hace un lugar para que los niños
naden, para que habiten otros peces, otras fantasías, otros sueños.
Sueños que ven más allá de la furia, sueños
que saben deslizarse sobre la línea del horizonte como chicos
que hacen piruetas sobre una llanura de arena, sabiendo que no hay peligro
en esa mullida superficie.
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