LOS
DIAS PORTEÑOS DE MANU: DE LA BOCA A LA CASA DE H.I.J.O.S. Y DE AHI A...
Chao,
hasta pronto
No
sólo llenó Obras tres noches a todo calor, sino que también curtió la
ciudad como sólo él podía hacerlo. El nuevo héroe latino estuvo donde
lo invitaron y donde quiso ir, siempre con una sonrisa y su guitarra.
Ahora, a esperar el regreso.
TEXTOS
MARTA DILLON
FOTOS NORA LEZANO
Yo
no se lo dije a nadie, te juro, se decían unos a otros. Y tal vez
era verdad, considerando la excepción de dos o tres amigos íntimos,
que también, en serio, no se lo dijeron a nadie, salvo a la novia,
o al novio, o a los hermanos y los hermanos sabían que no había
que decirlo, pero bueno, también tienen sus propios amigos. La
idea no era cortar la calle, ni hacer chorizos en la vereda al mejor estilo
olla popular, ni siquiera que Manu Chao tocara con toda la banda. En realidad
las mil quinientas personas que siguiendo el rito de Radio Bemba (de boca
en boca) llegaron hasta Venezuela al 800 lo hicieron porque alguien les
había dicho, porque habían escuchado que, a lo mejor Manu
llevaba la guitarra a la inauguración de la casa de H.I.J.O.S.
y tocaba algún tema, y daba para hablar. Esa era la idea. ¿Pero
cómo explicárselo a la policía? ¿Cómo
hacerles entender que el fuego que se armó en el cordón
de la vereda no era el principio de un piquete varios días adelantado
al paro? No fue fácil. Tampoco fue fácil para los músicos
de Manu Chao salir corriendo entre la gente para buscar los instrumentos
que habían quedado en el hotel y tocar con un sonido que los hacía
arrugar la cara de tanto en tanto, como si escucharan una uña que
se quiebra sobre un pizarrón. Pero fue una fiesta. Una fiesta de
aquéllas, que tomó la calle y los balcones, que duró
hasta que salió entre los edificios un retazo de luna menguante
y el camión de Manliba abrió con su paso lento entre los
grupos que todavía tocaban los tambores y se meneaban cantando
a capella las canciones de Chao, ya perdido en el siglo.
En realidad los conciertos son una excusa para estar acá,
para tener días libres, para que nos pasen cosas; la cuestión
es intentar llegar al alma del país, eso es lo que nos importa.
Antes que su declaración de principios pueda herir el alma sensible
de quien hizo cola para sacar las entradas de los shows que ya son recuerdo,
Manu se adelanta: Los conciertos también son momentos fortísimos,
pero más me gusta el tiempo libre, el domingo a la mañana
jugamos un partidito con los chicos de La Boca, al costado de la vía,
éramos 30 contra 30, todo mezclado, muy emocionante... (ver recuadro).
Ya me estoy poniendo demasiado romántico. Dentro de la casa
de H.I.J.O.S. inaugurada el lunes con aquella fiesta, Manu camina de un
lado al otro, se asoma entre las banderas que lo separan de la multitud
y trata de disimular los nervios. No hay escenario, nada lo separa de
la gente que lo espera y que, si quisiera, podría tirársele
encima como lo intenta cada vez que él se sube al escenario. ¿Por
qué elegir ese lugar para tocar gratis? La conexión
con H.I.J.O.S. es algo natural, no hay un por qué o hay muchos,
es una conexión que surge de caminar la calle, de intentar conocer
la realidad y también las distintas tendencias que son un poco
penosas pero existen. ¿Penosas? El futuro de la lucha
es uniéndose, no es hora de andar cada uno por su lado. El
lo hace a su manera: está ahí, comparte la apertura de la
casa. Le gusta la palabra luchar y luchador, para él no ha perdido
sentido, está redonda y llena y suele rodar adelante de sus pasos
por la carretera. Cuando estoy en Chiapas y veo la gente se que
lucho muy poco, pero lo hago a mi manera, vi en Chile presos políticos
y también me dan una lección de vida, igual que las Madres
y los H.I.J.O.S... y los estudiantes en Uruguay y los Sin Tierra
en Brasil y la enumeración podría seguir igual que el camino
sin fin que sigue recorriendo. Le tengo envidia a quien encontró
su sitio, porque eso está bien, porque podría empezar a
tener hijos, pero no sé dónde está el final del camino.
En la calle se improvisa la seguridad (cordones de gente sentada, no más),
sobre la vereda hay unas sillas para las viejas Madres
de Plaza de Mayo y para otros organismos de derechos humanos Ex
detenidos desaparecidos, Familiares, Serpaj, etc; una suerte de
palco oficial para los oradores de la noche, uno a uno los representantes
saludaron y pidieron Juicio y Castigo para los genocidas. Verónica
Condomí Hija y sobrina de desaparecidos
abrió el show con un grito y su caja, un golpe como un latido que
más tarde se acompañó con palmas. Después
una banda deH.I.J.O.S. y la consigna repetida de no adelantarse, de no
pararse aunque la música pedía saltos. Una cuadra completa
de gente que para moverse necesitaba pedir permiso a tres o cuatro de
su entorno aprendió a bailar sentada, a mover los brazos como inventando
un nuevo pogo. Pero nadie se abalanzó, no hubo corridas ni empujones.
Y fue ahí que los músicos decidieron ir a buscar los vientos
y el acordeón, que Gambit pidió prestado un bajo y que Manu
decidió que no había nada de que preocuparse, que la noche
recién empezaba y que él iba a hacer, por solidaridad, lo
que mejor le sale: música. Que esta casa sea la casa de todos,
que se encuentren, que haya suerte y vida en esta casa, gritó
entre tema y tema frente a una multitud alucinada (¿es él?
¿es verdad?) que se contuvo para seguir escuchando, para que esté
todo bien. ¿El sonido? Importaba poco, demasiadas emociones juntas
para los que tocaron. Tanto que durante todo el show se golpearon el pecho
con el puño cerrado para decir que algo les estaba pasando en las
tripas, que las fotos que ellos mismos sacaron desde el escenario muchas
eran para quedarse con algo tangible de ese encuentro.
El humo de los chorizos, el anuncio del próximo escrache el
9 de diciembre en Lugano, las fotos que se proyectaron sobre las
paredes de los edificios, la gente bailando como se podía desconcertaron
a los vecinos de una calle Venezuela en la que casi nunca
pasa nada. Algunos se alegraron tanto que saludaron con un ramo de flores
la apertura de la sede de H.I.J.O.S.; alguien se ofreció como plomero
para lo que se necesite y alguien más protestó sin demasiado
eco. Las canciones fueron pasando a pesar de lo malo del sonido y de los
micrófonos que se desarmaban empujados por los saltos de los músicos,
pasaron de boca en boca, si al final de la cuadra no se escuchaba la voz
de Manu, la gente la replicaba, la coreaba y la devolvía adelante
como a una pelota de fútbol en un picadito de barrio.
¿Qué tiene en común la gente a la que Manu Chao le
amplifica la voz en cada show? Trato de darle espacio a los que
estamos perdidos en el siglo, los que tenemos ganas de buscar el optimismo,
de hacer cosas. Sí, lo conmueve el optimismo, hay que
ser muy optimista para intentar cambiar el mundo con este estado de cosas.
La lucidez es pesimista, pero hay que buscar datos dentro para pensar
que es posible, que hay satisfacciones pequeñas; no sé cómo
se hace, pero lo hago todos los días. ¿Nunca un bajón,
nunca una falta de deseo? Se ríe, a él sólo lo guía
el hambre. Aunque más no sea por curiosidad vale la pena
vivir. También estoy curioso por morirme un día, pero lo
guardo para el final, no hay prisa. Al final, después del
único bis de dos temas, los músicos se fueron sin alarde,
sin fans que les tiraran de la remera. En la calle quedó la gente
bailando, tocando tambores, tomando alguna cosa, pellizcándose
algunos que todavía no lo podían creer. Cuando el camión
de Manliba hizo su recorrido por esa cuadra, los que quedaban cumplieron
su sueño de embocar las bolsas en la boca del compactador de basura.
Fue el final, la casa de H.I.J.O.S. había quedado inaugurada y
el padrino, por supuesto, fue Manu Chao.
En
la Boca, local.
MARIANO BLEJMAN
La
casa de los mendocinos Karamelo Santo es grande y está a
tres cuadras de la Bombonera. Hay bastante humo en el ambiente,
varios músicos conocidos y un grupo grande de los desconocidos
de siempre que se han enterado de la posible presencia de Manu.
También están los músicos de Las manos de Filipi
y media docena de integrantes de la 12. Es sábado
bien tarde y el show de Manu en Obras acaba de terminar, pero ya
se corrió la voz de su próxima estación: ya
había estado ahí, en el verano de 1998. Las paredes
están gastadas y tienen ambientes amplios llenos de carteles
sucios, con nombres de bandas latinas. Manu llega tarde y cuando
todos esperan que comience la fiesta, él elige
las escaleras que conducen al último piso. Ahí no
hay nadie. Los músicos de Radio Bemba tocan hasta cansarse
en el living de la casa, pero el tipo sigue en el techo sin querer
bajar, mirando el barrio de la Boca desde arriba y disfrutando del
fresco. Se queda mirando el cielo, junto a un grupo de amigos íntimos
que lo acompañan en una especie de ritual. Pero sucede lo
inevitable. Todos los que estaban abajo, van subiendo. Pero no se
acercan, simplemente se acomodan ahí cerca. Entonces Goy,
el cantante de Karamelo Santo y dueño de casa, comienza a
presentarle algunos personajes del mundo azul y oro. Los Karamelo
cambiaron la Boca, dice prepotente el pibe de la 12. Y Manu
sonríe.
De ahí en más, todo continuó en el techo de
la casa y los músicos siguieron tocando. A eso de las 6 de
la mañana, Goy propuso ir a ver el amanecer al Riachuelo.
Vamos a ver el Río más podrido del mundo,
dijo. Y unas 20 personas encararon por Martín Rodríguez.
A las 7, pintó de la nada una pelota de fútbol y el
partido se armó en un playón, a metros de Caminito.
Chao la ve pasar. Casi no toca el balón, pero corre en la
cancha con entusiasmo. Con un entusiasmo de las 7 de la mañana,
claro.
|
supuesto,
fue Manu Chao.
|