Introducción a la materia por Juan Ignacio Boido � Fotos Wee Gee Sangre sabia
El policial El detective Los asesinos 1 1:2 ¿Cuánto enseñan los policiales? ¿Qué se puede aprender de Conan Doyle o de Agatha Christie? ¿Acaso no matan a los caballos? Enrique Sdrech, dedicado al periodismo policial durante más de cincuenta años, después de una infancia alimentada a fuerza de novelitas policiales, repasa y superpone los casos de novela y los del diario: �Cuando yo era chico, como no tenía televisión, leía a los clásicos policiales. De ahí se aprende mucho. No todo, pero se aprende. Elmore Lockard, el padre de la criminalística moderna, que fue jefe de policía en Lyons, tiene una frase que me impactó siempre: El tiempo que pasa es la verdad que huye. Así como suena, eso ya es un axioma. No hay que comprobarlo. Si un caso no se resuelve en las primeras 72 horas, chau. Cuando se pierde la prueba de inmediatez, el caso fue. La teología del crimen la da el lugar del hecho, no la autopsia. La escena del crimen es un templo. Una idea que, por supuesto, no tuvieron durante el caso Cabezas o Cattáneo. Por eso mirar es fundamental. ¿Y quién era el mejor? Conan Doyle. Te pongo un ejemplo: hace cuatro años, en la localidad de Guernica, una chica de 24 años murió atropellada por un tren. El sumario policial se caratuló Accidente. Pero uno de los detectives de La Plata, un sabueso al mejor estilo Conan Doyle, que hasta llevaba una lupa en el bolsillo, notó que en el lugar del accidente la cantidad de sangre no llegaba al medio litro. Entonces empezó a mirar y encontró un reguero de sangre cada vez más caudaloso que nacía en un charco detrás de una casilla a una cuadra y media de la vía. Así se descubrió que la chica primero había sido acuchillada y que el recorrido se debía a que estaba intentando llegar a la casa de un familiar que vivía al otro lado de la vía. A partir de eso se encontró a los culpables. Todo por el detective que se tomó el trabajo de mirar con lupa. Y eso es Conan Doyle para mí: saber mirar: la lupa. Y acá cada vez se mira menos�. 1:3 Si queda un lugar donde se mira, se escucha y se resuelve algo es en Crónica: identikits, casos con carátulas provisionales como �La virgencita de los trenes� o �El crimen del perrito�, confesiones espontáneas en el medio de la redacción, pruebas incontestables obviadas en los juzgados. En medio de todo eso, Marta Ferro �quizá la cara más reconocible y célebre del planeta amarillo� prepara un racconto personal de cómo fue todo: denunciar al verdulero, quebrarse con el caso Giubileo, pasar por Nueva York y hacerse amiga de Allen Ginsberg e irrumpir en la casa de Kerouac. Y, de paso, explicar cómo se fue complicando lo que alguna vez fue el simple arte de matar: �El tema policial me empezó a interesar porque cuando yo era pendeja la quiniela era clandestina y mi vieja levantaba quiniela. Ese alerta permanente que había en la casa �tener la puerta bien cerrada, mirar antes de abrir� ya a los cinco años me hizo pensar en esa cosa terrible que es la policía: tipos que, porque mi vieja levantaba quiniela y sacaba dos mangos, la podían mandar en cana. Así que ese juego de gato y ratón me gustaba. Escribí mi primera crónica policial contra el almacenero del barrio. El tipo siempre te afanaba unos gramos de cualquier cosa que compraras, así que escribí una denuncia, hice unas copias y las repartí por el barrio. Esa fue mi primera empresa periodística. Por supuesto, mi vieja me cagó a palos, porque el tipo le fiaba. Entonces aprendí lo que después vi que pasaba en las empresas: el almacenero era el publicista de la olla de mi casa�. Con los años, la cosa sólo se agudizó: �Las hipótesis que aventuraba mi vieja sobre los crímenes que leía en Crítica y las radionovelas policiales me fueron dando el lenguaje y me ayudaron a descubrir que me interesa el policial popular. Creo que la sociedad es delictiva y que esto sólo lo puede barrer una revolución que no deje nada en pie. Por eso no me interesan las investigaciones o hipótesis sobre grandes robos o atentados como el de la AMIA: sigo los casos para sumar información, pero ya sabemos que todos esos crímenes parten del Estado, una manga de políticos irrecuperables. ¿Qué investigación van a emprender, si son ellos los culpables? Me interesan las historias cotidianas. Por ejemplo: voy a un barrio donde un tipo le sacó a una madre cinco fotos color con todos sus hijos. Le dice que son diez pesos, cinco por adelantado, para el revelado y el marco. Los cobra y no vuelve más. Si los políticos no se calientan por estas cosas, el descontento va a seguir siendo cada vez mayor, y en algún momento van a saltar el Riachuelo, van a atravesar La Matanza y se van a cargar a los charlatanes. Mientras, yo me encargo de los casos en los que se matan con un cuchillo de cocina. Lo que llamo el policial tramontina�. 2
2:2 ¿Qué se aprende después de Conan Doyle, después de aprender a estar del lado de la pipa? �Agatha Christie. Los diez indiecitos es el exponente más grande de un misterio que parece insondable: diez invitados en una isla que van muriendo hasta que queda uno solo, que no es el asesino. Agatha Christie es saber esperar: ese caso no se puede resolver ni un muerto antes ni de la manera más lógica. Se espera y se junta información. Eso lo aprendí sobre todo de un detective que ya casi nadie recuerda: Philo Vance. El tipo en sus libros hacía un planito: dónde estaba el cuerpo, a cuántos pasos de la puerta, si había o no ventana; todo como para que el lector sacara sus conclusiones. Y eso te enseña a pensar.� 2:3 Marta Ferro separa las aguas y las redacciones: �A Sdrech le gusta Agatha Christie y a mí me gusta Roberto Arlt. Me gustan algunos del policial norteamericano, pero sobre todo Roberto Arlt. Los yanquis tienen asesinos seriales porque son casos que se dan en sociedades superindustrializadas. Son tipos para los que matar se convierte en una forma de fordismo: en vez de montar piezas en serie, matan, matan, matan. Me interesa ver cómo se transforman en máquinas de matar. Pero acá la serie es distinta. Se da en los militares y los policías: zurdo, cabecita, paragua, yoruga. Por eso Arlt me parece el mejor cronista de la sociedad policial en la que vivimos. Yo soy titiritera, y siempre me gustó hacer obras de ladrones donde se descubre quién es el chorro�. 3 3:2 �Me voy a ir un poco atrás, pero queda Poe, del que se aprende que hasta lo más inverosímil puede pasar.� Y, como ya es casi un acto reflejo en Sdrech, el ejemplo: �La calle Melo al 2300 de Florida, el 16 de abril de 1988. El caso: dos primas que aparecen muertas en la bañera. Las descubren cuando los vecinos se quejaron del olor. El juez ordena entrar y las encuentran dentro de la bañera, en un grado de descomposición tal que los forenses dictaminan que la muerte databa de por lo menos un mes atrás. Pero una vecina declara que la noche anterior una de las primas le había pedido prestado el teléfono para llamar a un médico porque la otra volaba de fiebre. Ubican al ambulanciero, un tal Bresiani, que dice haber estado con las chicas y recetado Multin comprimidos cada ocho horas, pero también dice que como hacía mucho frío las chicas decidieron comprarlo al día siguiente. Acá aparece el primer problema: la policía encuentra una caja de Multin en la que faltaban dos pastillas, cuando las chicas, según la autopsia, no habían tomado ningún comprimido. Eso era un desafío. Un comisario decía que un cable había electrificado el agua. Se consultó a Canadá y a Estados Unidos. Rastrillaron a los mejores forenses. Hasta que apareció algo que calzaba: el veneno de la víbora mamba sudafricana produce esa descomposición en el cuerpo de manera casi inmediata. Empezaron a investigar por ese lado y encontraron una veterinaria cerca, donde había una pequeña mamba. Uno de los empleados había tenido una relación amorosa con una de las primas. Se lo citó a declarar dos veces. La primera fue. Desde la segunda que está prófugo. Los corazones de las chicas estaban guardados en formol, en La Plata, pero se los robaron. Pero volviendo al principio, si en un caso así mandan a un cronista que no leyó mucho o que le da lo mismo hacer policiales que deportes, va a comprar enseguida la teoría de la electrocución. Y, casos así, Poe�. 3:3 Terminados el secundario y los asuntos pendientes con el almacenero, Marta Ferro partió rumbo a la tierra de los asesinos seriales en busca del santo grial generacional: �Me fui a Nueva York, buscando a Allen Ginsberg. Me hice hippie y estuve cuatro años buscándolo: yo vivía en la 11 entre la B y la C. Tres años después, cuando ya casi me había resignado, me lo encontré en el correo. Resultó que él vivía en la 10 entre la C y la D, a tres cuadras de mi casa. Fue en el �69. Durante siete años viví vendiendo los pescaditos de espinaca que hacía mi vieja acá en un restaurante de comida macrobiótica. Pero conocí a Ginsberg y ese mismo año casi conocí a Kerouac. Un día estábamos on the road con Héctor Libertella, cuando vimos un cartel con el nombre del pueblo donde vivía Kerouac. Nos mandamos. Caímos cinco latinos en la casa donde había vivido el tipo. Nos recibió el cuñado. Era a principios de noviembre y Kerouac había muerto el 21 de octubre. Le mentimos: le dijimos que llegábamos especialmente desde la Argentina. Nos hizo pasar. Nos consideró adorables. Charlamos un rato. Yo me quería afanar uno de los dibujos de Kerouac, pero la moral de Héctor Libertella y otros no me lo permitieron�.SIGUIENTE
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