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1910


Peregrinos de toda Rusia y Europa pugnan por ver el cuerpo sin vida
de Tolstoi,en Yasnaia Poliana

El invierno del patriarca

POR SYLVIA IPARRAGUIRRE

Esos árboles son Yasnaia Poliana (que significa �luminoso claro del bosque�), lugar en el campo, en Tula, en el que Tolstoi nació y vivió y escribió, donde nacieron sus hijos y al que sólo abandonó para morir. Se cuenta que, en algún regreso de Moscú o de San Petersburgo, a cualquier hora que fuese, Tolstoi se refugiaba en el bosque o en el establo, deambulando entre los árboles o mirando durante horas los animales con sus crías, hasta recuperar aquel �sentido básico de la vida� que el viaje había momentáneamente enturbiado. En la foto sólo vemos las espaldas de hombres y mujeres. Se adivina cierto aire de recogimiento atónito, seguramente incrédulo ante esa muerte desmesurada. Están de rodillas; porque a Tolstoi, más que leerlo, se lo veneraba. Ese hombre, maestro de Gandhi y reverencialmente temido por el Zar, era, sin embargo, demasiado humano para ser un santo. Sus últimos años fueron tormentosos y sus últimos días particularmente infelices. Medio siglo de convivencia y quizá de amor no había atemperado su conflictiva relación con Sofía Andreievna, hasta que Tolstoi, incapaz de darle otro fin, abandona Yasnaia Poliana. Le deja a Sofía una carta en la que dice: �Mi situación en casa se ha vuelto intolerable, no puedo vivir en las condiciones de lujo de siempre... Te doy gracias por los cuarenta y ocho años de honrada vida que has pasado conmigo y te ruego que me perdones en lo que he podido ser culpable ante ti, como yo te perdono con toda mi alma en lo que hayas podido ser culpable�. Le prohíbe que lo busque. Sale de su casa casi huyendo a refugiarse en un monasterio. Una noche de nieve y de tormenta, con su hija preferida, Sacha, y con su médico, desaparece también de allí. Su destino secreto es el Cáucaso: a mil kilómetros de su bosque. En el viaje enferma y se refugia en una insignificante estación de trenes rusa que hoy es conocida en el mundo entero sólo porque Tolstoi se acostó en ella a morir: Astopovo. En esos días de Tolstoi agonizante, Astopovo se convierte en un campamento de periodistas, gendarmes, acólitos, admiradores y camarógrafos de cine llegados de todas las capitales del mundo. Desde China hasta América, los diarios titulan: Tolstoi está muriendo. En medio de este vértigo, una mujer casi anciana, como en una escena de película muda, se empina en sus zapatos e intenta alcanzar el vidrio de una ventana. Es la condesa Sofía Andreievna, que quiere ver, por última vez, la cara del hombre con el que vivió desde los diecisiete años. No pudo verlo. Nadie pudo verlo. Por propia voluntad, el escritor más conocido del mundo murió solo. Ni siquiera permitió la entrada del representante del Santo Sínodo. Las biografías suelen darnos la momentánea ilusión de que hemos conocido a un hombre o a una mujer. En el caso de Tolstoi, sus biografías, incluso las que toman como base sus diarios y los de Sofía Andreievna, crean la misteriosa paradoja inversa: cuanto más sabemos (y se sabe casi todo) sobre su vida privada y pública, menos lo conocemos. ¿Quién fue en realidad Lev Nicolaievich Tolstoi, ese escritor que pudo dar cuenta de la existencia humana hasta límites que quedan fuera de explicación? Su muerte no puede contestar esa pregunta. En otro sentido, en el de la literatura contemporánea, esta escena invernal clausura el siglo XIX. Continúa

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