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1924


Un mágico momento de tranquilidad en un taller de sastrería alemán,
captado por August Sander

Trabajadores del mundo

Por Juan Forn

El epígrafe de la foto dice escuetamente: �Un mágico momento de tranquilidad en un taller de sastrería captado por August Sander en 1924�. Hay una poderosa serenidad en la imagen, que lleva a pensar en dos de los signos silenciosos del siglo que termina: la evolución del trabajo calificado y, por debajo, la falta de trabajo (en la Alemania de Sander, al borde del crac, en la aldea global de hoy). De las fábricas a las oficinas, los distintos escenarios laborales del siglo tuvieron una característica en común: no sólo la combinación creciente de artesanía y tecnología, sino la combinación de tareas en equipo. Trabajar con otros, convivir durante horas con extraños, desarrollando una extraña intimidad, al punto de compartir, muchas veces, más tiempo cotidiano con ellos que con los �seres queridos�. La ironía es ésta: lo que muchas veces nos pareció concupiscencia o promiscuidad laboral ha terminado siendo, en este final de siglo, casi la única manifestación concreta de la idea de fraternidad, de solidaridad. Todo indica que, en el nuevo siglo, cada uno trabajará más insularmente: esa concupiscencia o promiscuidad laboral será con máquinas, más que con otras personas. ¿Qué resultará de esa nueva relación? Al menos una cosa evidente: que la idea de solidaridad, de fraternidad, deberá redefinirse necesariamente. Inquieta ver languidecer un concepto tan poderoso, tan aparentemente necesario, un concepto que fue motor de la Historia por sí solo apenas un siglo antes. Mirando panorámicamente hacia atrás y hacia adelante en esta encrucijada entre dos eras, es la idea que tenemos de los demás lo que pide a gritos una rectificación. Nos ha tocado la eventualidad de vivir, de estar presentes durante un cambio histórico; sería de lo más necio darle la espalda mientras ocurre. Esto es: no considerar esa rectificación de la idea que tenemos de los demás como algo que debe ser realizado meramente por la época, sino como una asignatura personal, para que cada uno de nosotros sea algo más que un observador pasivo del tiempo que le tocó vivir. Continúa

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