Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira



Volver

1941


Orson Welles, apoyando la exhibición de su película a pesar
del boicot orquestado por Randolph Hearst

Sed de sí

POR JUAN SASTURAIN

El estreno de El ciudadano de Orson Welles en 1941 fue un acontecimiento para la historia del cine �arte específico del siglo veinte� por todas sus novedades formales y de concepto que, simplemente, modificaron el lenguaje narrativo puesto en pantalla: Welles creó una obra vigorosa, absolutamente original, contó la historia, puso la luz y la cámara y la música a su propia y provocativa manera; fue nuevo, sólido y eficaz. Produjo una obra de arte. Después de El ciudadano, el cine norteamericano, el cine a secas en realidad, fue otra cosa, diferente de lo que era. Algo se movió. Pero, además, el fenómeno El ciudadano es clave en otro sentido: puso como nunca antes en evidencia los códigos y recovecos, las leyes manifiestas o encubiertas del cine en tanto industria, los límites y las posibilidades de una película entregada como producto sometido a las leyes de la oferta y la demanda. El autor (nunca más justa la denominación) tomó alevosamente la figura del magnate de la prensa Randolph Hearst y, a partir de allí, escamoteándola, haciéndola paradójicamente más reconocible y ejemplar, armó con trazos gruesos y sutiles un inmenso rompecabezas, una biografía-testigo, caso clínico de la sociedad norteamericana contemporánea. Y el gesto no fue ni inocente ni gratuito: Welles fabricó un producto provocador. La provocación tuvo respuestas proporcionadas con los intereses (que se sintieron o fueron) afectados. Los estudios �dueños del producto hecho por su empleado� vieron entorpecidos los mecanismos de recuperación comercial de la inversión, absorbieron y asumieron las presiones, sacaron cuentas y sacaron conclusiones. En pocas palabras, esos estudios ocasionales �la RKO� y Hollywood en general lo sacaron a Welles del medio, en todos los sentidos. Los avatares de El ciudadano �obra maestra digamos �conflictiva�� son por eso ejemplares del conflicto contemporáneo de zonas de influencia entre el autor y la producción industrial, que se necesitan y se repelen. Por último �o por primero�, el estreno de El ciudadano es uno de los momentos culminantes en la construcción compulsiva del mito Welles, un artista que entre sus obras más personales incluiría �tácitamente� su propia vida. �Un genio demasiado frecuente�, lo definió Cabrera Infante (otro excesivo, en este caso, del ingenio verbal). Welles hizo del genio un espectáculo de tormenta, entrevisto de a relámpagos. La llegada de los imprevistos y extraños marcianos radiales del �38 era al mismo tiempo su propio desembarco a la fama; la historia desmesurada de este Kane estaba de algún modo hecha a la medida de su omnipotencia: Welles es también los marcianos y es también Kane. A partir de esas irrupciones enfáticas, fundantes, el raro y cada vez más marginal Welles se diluyó en litigios, se extravió en anécdotas, en gruñidos y desplantes; amagó más de lo que hizo, trabajó sobre todo de sí mismo. Ese talento excesivo fue durante décadas una amenaza siempre latente más que una obra acabada. Filmó poco y dirigió menos �joyas: La dama de Shanghai, Sed de mal�, mientras el personaje alimentado por apariciones actorales excepcionales cada vez más breves e inolvidables lo sobrevivía. El muchacho flaco de cara gordita que se baja del taxi en la vereda de la gloria con las marquesinas en la nuca y el mundo a sus pies tiene los ojos irónicos, moño y boquilla de disfrazado. Parece que llegara justo o despreocupadamente tarde a inaugurar su propio monumento en vida. Pero algo acaba de empezar a terminar en la vereda de enfrente. Continúa

arriba