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1943


Una mascarita de Stalin, en un baile de disfraces en Nueva York,
registrado por la cámara del gran Weegee

La izquierda perpleja

POR MARTIN GRANOVSKY

Se llamaba Maresiev, Alexei Maresiev, y su historia como aviador soviético en la Segunda Guerra era sobrehumana. Una descarga de metralla le pulverizó las piernas, pero Alexei se reentrenó, volvió a volar con prótesis y venció en un legendario combate aéreo. El relato, escrito por el periodista Boris Polevoi, se llamaba, claro, Un hombre de verdad, y cientos de miles de jóvenes de izquierda lo leyeron en todo el mundo. Sentían por Maresiev el mismo deslumbramiento que una generación anterior había experimentado por Stalin, a tal punto que en 1943 era normal (ver la foto) que un buen liberal norteamericano se pusiera la máscara del jefe comunista soviético para un baile de disfraces en Nueva York. Stalin era, en 1943, el heroísmo de los obreros y campesinos, la entrega de la vida incluso por Occidente. Stalingrado, el último freno posible al nazismo. La victoria. Y, a la vez, Stalin no era aún, en la mente de quienes se disfrazaban en 1943, muchas otras cosas que luego sería para la historia: los campos de concentración, la biología con espíritu de partido, el nacionalismo pan-ruso, el antisemitismo. De la Revolución de Octubre en adelante, el socialismo fue uno de los grandes sueños del siglo. Y, durante la Segunda Guerra, Stalin pareció representar el casamiento entre el socialismo y la supervivencia del género humano bajo una representación opuesta a la de Adolf Hitler. En realidad, muy pronto quedó claro que esa representación sería desconocida por todos. Tras la victoria de 1945, los amigos del capitalismo consideraron a Stalin, otra vez, jefe del enemigo. Y los amigos del socialismo fueron reconociendo, poco a poco, que esa versión religiosa del marxismo pulverizaba el laicismo político de Marx. Stalin quedó como la caricatura del dogma, dentro y fuera de la Unión Soviética, y un modo stalinista de hacer política �política por pura voluntad, política sin individuos concretos, jacobinismo exacerbado, política sin medición popular de representatividad� se extendió a todo el mundo, América latina incluida. Ni los chinos, últimos stalinistas explícitos del mundo, reivindican ya la figura de Stalin, pero tenues formas de stalinismo surgen cuando la nostalgia sufre por la falta de máscaras para el baile. Y a veces, por puro romanticismo, alguien termina colocándose los bigotazos del georgiano, cuando sólo quisiera ponerse por un momento el disfraz del piloto Maresiev. El comunismo ha pasado y murió con el siglo, pero la perplejidad de izquierda seguirá con los años. Acaso sea una de sus señas de identidad. Continúa

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