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1952


El cadáver de Evita se reúne con el de su esposo luego de un
absurdo peregrinaje por el mundo

La bella durmiente

POR MARIA MORENO

�Evita vive�, decía el slogan. Pero hoy ¿en qué sentido? En 1952 el doctor Pedro Ara hizo de ella un cadáver momificado, como testimonia la foto, cuyo destino sería ser exhibido para siempre tal cual era, en un gran monumento que la performance política radicalizó hasta tal punto que una embalsamada se dedicó a viajar por el mundo en féretro cerrado, superando los exabruptos corporales de Orlan. En su libro testimonial Ara lo consignará todo: sus quejas porque algún comedido había instalado un aireador en el féretro para evitar el empañado de los cristales, sus largas vigilias del �55 �como el ladrón de trenzas ama al peluquero con que comercia, él amará a sus guardias, a quienes adjudica dotes de madrecitas�, las cachaduras con que le devolvieron su obra luego del deambular injurioso y el entierro a merced de las tormentas y el aire fatal. Es desde la ciencia que habla Ara. Y jamás sospecha, ni siquiera en su angustia nocturna bajo el zumbido de los aviones de la Libertadora, que hay en él algo de esteticismo maldito a lo Edgar Allan Poe o Madame Tussaud. El cuerpo que aparece en la fotografía, monacalmente cubierto por última vez con una túnica, es también signo de una transmisión deseada: Evita no usó las joyas y las condecoraciones como privilegio sino como representación. Como diciendo que, si ella llegó, abre camino a cualquiera, porque ella, una cualquiera, era reina entre los reyes, aun los de la Iglesia. Evita aseguraba que, cuando muriera, esas joyas servirían como garantía al pueblo para la adquisición de bienes. Así completaba la operación mítica: lo que tenía no lo tenía en lugar de ellos; era algo que ella tenía de ellos, que habían sido usurpados, y que les sería devuelto luego del pasaje purificador por su cuerpo de �plenipotenciaria�, de �ministro de los humildes�. Si la muerte ha trabajado a Evita por despojamiento, espiritualizándola, la acción de la taxidermia la construyó pequeña y perfecta como una miniatura o un macrosouvenir. La obra del embalsamador sostiene la superstición de suspender la vida en su último instante. Su imagen es la de un objeto hiperrealista, pero su prueba es precisamente lo que no se ve: los órganos intactos. Sin embargo, la vida biológica es flujo, reflujo y transmutaciones: algo que sobrevive a la muerte. Si, en el caso de Eva muchos alucinaron que se trataba de una estatua y no de una momia, es porque su cuerpo impedido de seguir los trabajos de la naturaleza es ya un artificio puro, sin ningún referente natural. Su embalsamamiento puede traducirse en vida eterna, claro que literalmente: porque no se embalsama para sepultar. Y, sin embargo, en la Recoleta, como una nueva burla a la oligarquía, mientras el cadáver de un general manco se ha podrido hasta el hueso, el de una ilegítima no envejece. Quizá sea necesario que la ciencia �la misma que traza mapas con la sangre a fin de restituir la verdad en las identidades usurpadas� libere a Eva de su encantamiento para devolverla a la corrupción de la carne, si no a través de un beso como a la Bella Durmiente, al menos pinchando esa ficción conservada en formol para inscribirla en la historia. Continúa

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