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1963


Un monje budista se autoinmola, en protesta por la política
antirreligiosa del gobierno de Saigón

El sacrificio

POR BEATRIZ SARLO

Vietnam fue una colonia francesa hasta 1954. Ese año, los franceses abandonaron Indochina obligados por la derrota de Dien Bien Phu, la peor humillación europea en una ex colonia. El país quedó dividido en dos: en el sur, un gobierno pro-occidental, apoyado por Estados Unidos; en el norte, un régimen comunista encabezado por el héroe nacional Ho Chi Minh. Decenas de miles de vietnamitas emigraron de sur a norte y de norte a sur. El gobierno pro-occidental y católico del sur desató una persecución contra los budistas. Éste es el escenario político de la foto, que fue tomada en 1963. En esos años, probablemente importaba más el conflicto político entre sur y norte que el conflicto entre católicos y budistas. Este monje ardiendo era el símbolo de lo que provocaba el colonialismo, más que del sacrificio religioso. Aunque las persecuciones religiosas fueron denunciadas por todo el mundo, lo que definía la foto era la idea de imperialismo. Hoy podemos mirarla con otros ojos. Aquellos hechos se han reordenado y encuentran ecos en el presente. En primer lugar: las migraciones de pueblos campesinos que quedan atrapados en un conflicto político, que deben abandonar sus aldeas o son expulsados de ellas; esos pueblos a los que nuevos gobiernos les prohíben sus instituciones tradicionales y los integran a la fuerza o los expulsan: Vietnam del sur como premonición de lo que sucede en la ex Yugoeslavia, en Chechenia, en Afganistán. En segundo lugar, las persecuciones religiosas eran, en la década del 60, fundamentalmente un tema de la derecha. El monje budista entregado a las llamas le servía a la izquierda para repudiar a Estados Unidos, que apoyaba a sus perseguidores, pero no fortalecía la idea de libertad de creencias. El cuerpo inmolado no era leído como testimonio de la fuerza espiritual de una religión. En la diferencia de interpretaciones (una diferencia que puedo recordar en mi propia lectura de 1963 y ésta de 1999), el arte ha intercalado una imagen. Tarkovski, en el final de Nostalgia, muestra a un hombre impulsado por una revelación, prendiendo fuego a su cuerpo, casi grotescamente, mientras recita un mensaje que sólo es escuchado por algún mendigo y algún loco. Ese cuerpo del film de Tarkovski me permite entender hoy, de modo más intenso y menos unilateral, el cuerpo del monje budista, sobre el que el fuego dibuja un tatuaje mientras las llamas carcomen el triángulo perfecto de la posición en que ha elegido morir. Continúa

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