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1970


Salvador Allende en conferencia de prensa poco
antes de ganar las elecciones

Allende presidente

POR CARLOS POLIMENI

Estela tenía cinco años y un vestido blanco. Era, por lejos, la más chica de aquel impresionante acto con que la Unidad Popular mostraba en Valparaíso, una ciudad obrera, su capacidad de movilización. En el verano de 1970, Chile ardía. Un tipo de estilo campechano miró aquella niña desenvuelta, parada contra un marco de banderas rojas, y le dijo, con un dejo de simpatía: �Y tú, cabrita, ¿con quién estás, con los comunistas o con los socialistas?�. Estela lo miró a los ojos, pensó la respuesta, y contestó, como si hablase de caramelos: �De ninguno de los dos, señor, yo soy peronista�. Las carcajadas del entorno hicieron circular la anécdota hacia adelante, bien hacia adelante, hasta que llegó al escenario que compartían, entre otros, Quilapayún, Tiempo Nuevo, Inti Illimani, el Payo Grondona y Angel e Isabel Parra. Un rato después, por los altoparlantes, un locutor agradecía, en nombre de la Unidad Popular, �la presencia de los compañeros peronistas argentinos�. Al final de la noche, Salvador Allende subió al escenario y habló a la multitud de un mañana mejor, con palabras sencillas y cultas, con palabras de médico de pueblo. Nunca vi tanta gente humilde conmocionada por la oratoria de un político, nunca vi tantos ojos con lágrimas brillando en la oscuridad. En septiembre, Allende se convirtió en el primer presidente marxista de la historia elegido por voto popular y Chile quedó ubicado, de inmediato, en el centro del interés del mundo. Hasta que asumió, en noviembre, la derecha chilena urdió mil maniobras para impedirlo. No cristalizó ninguna. Allende, que había ganado con el 36,4 por ciento de los votos, comenzó a gobernar con el Parlamento y buena parte de los medios en contra. Sin embargo, lucía imperturbable: se había preparado toda la vida para llegar a presidente (había sido tres veces candidato y, antes de eso, ministro de Salud), y tenía claro que su accionar afectaría intereses poderosos. De hecho, de entrada nacionalizó la explotación del cobre, inició una reforma agraria y recibió como un prócer a Fidel Castro. La oposición se puso rabiosa a medida que aquel gobierno revolucionario elegido por la mayoría de los votantes avanzaba. Allende, que creía ciegamente en la democracia, recordaba cada vez que podía que jamás en la historia chilena las Fuerzas Armadas habían intervenido en política. Tres años después de haber sido electo se dio cuenta, tarde, de que se había equivocado. Murió, el mundo lo sabe, defendiendo la sede del gobierno, con un arma en la mano, dispuesto a ser digno del honor de ser presidente hasta el último segundo de su vida. Miren su cara y recuerden la cara de Pinochet: en ellas está todo dicho. Estela es mi hermana menor, y nunca fue peronista. Tiene un hijo costarricense y otro estadounidense, pero vive en Chile desde que se fue Pinochet. Un día me mostró en Santiago los impactos en la Casa de la Moneda de los morteros que el Ejército disparó contra Allende, que los militares dejaron para que la gente no olvidase, y que la democracia conservó por los mismos motivos. Jamás podré olvidar su vestidito blanco, recortado contra un fondo de banderas, aquella noche en que Allende hacía llorar a los humildes prometiendo que algún día cada niño chileno tendría el vaso de leche que merecía.Continúa

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