|
1976
La foto ausente POR MEMPO GIARDINELLI Seguramente para el vasto mundo, a la hora de los recuentos, el �76 ha de ser un año como cualquier otro. Con sus claroscuros, pero uno más. Cuatro dígitos para inaugurar el último cuarto de siglo del fin del milenio. De hecho, la iconografía �extranjera, por supuesto� mira y escracha la vida desde el centro, no desde los bordes, como hacemos los sudacas. Por eso Nadia Comaneci o Patti Smith, como pudieron ser Richard Nixon o Muhammad Alí, son las imágenes del año. Ni Videla ni Massera. Ni La Perla ni la ESMA. Ni siquiera el rictus de Isabel o la cara de búho de López Rega. La vida, en aquellos días, era fácil para los que hoy globalizan. Por eso a la hora de las fotos les salía �y les sigue saliendo� lo tilingo. Comaneci o Patti Smith como símbolos de un año atroz. Atroz para nosotros, se entiende. En 1976 nuestra angustia cotidiana consistía en sobrevivir al terror. Ése que se grabó en la Historia con fecha 24 de marzo, pero que tan claramente se veía venir desde antes. Entonces yo era muy joven y tenía mujer y dos hijitas, la última de sólo tres meses, y también tenía un montón de dolor y sueños y bronca y miedo. Trabajaba desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche, y hoy creo que sobrevivíamos �mi generación, digo� porque éramos jóvenes y nos sobraba polenta. Nos habían ido arrinconando, sí, pero no nos habían asesinado la ilusión. Todavía no. No todas, por lo menos. Uno se replegaba hacia adentro, hacia los amigos que quedaban de la militancia y las luchas de la vieja Asociación de Periodistas de Buenos Aires, y en la pequeña solidaridad que todavía era posible en medio de tanto secuestro, muerte y tortura. El país en aquellos días germinaba la palabra símbolo de la por entonces lejana democracia: �desaparecidos�. Por entonces yo escribía secretas narraciones mientras hacía cuentas para pagar alquiler, mamaderas y pañales; pero también llevaba la cuenta de todo lo que no iba a olvidar ni perdonar jamás. Aquel marzo del �76 que no figura en las imágenes del siglo de los fotógrafos del Primer Mundo, a nosotros se nos grababa en el alma, cincelada desde el mismísimo año y para siempre: el gobierno ineficiente y genuflexo de Isabel, el caos justicialista, la Triple A, el terror imperante y la violencia generalizada prenunciaban el golpe. Faltaban sólo siete meses para las elecciones, pero parecían siete siglos. Nadie escribió, y quizá nunca se escriban, las vanas hipótesis de aquel año de haberse celebrado esas elecciones: lo que hubiera sido este país de no haber sido lo que fue sonaría, hoy, a ejercicio inútil. La Argentina de aquel aciago 1976 era una rara mezcla de rebeldía, impotencia, resentimiento (ya entonces) y también alivio (para muchos que hoy, seguro, no lo admitirían). Los que apostaban al fin del isabelismo a cualquier costo se montaban sobre el hartazgo de la gente. Algunos apostaban al viejo disparate: �Cuanto peor, mejor�. Y la frase hecha: �Esto no se aguanta más�, ya era popular. Mirando �no sin melancolía� las fotografías del ahora siglo pasado, me asaltan dos únicas certezas: la primera es que no es cierto que Comaneci, Smith, Nixon ni los que tomaron estas fotos representen, verdaderamente, al siglo que feneció en estas horas. La memoria de los siglos no tiene sentido si no se la considera desde los ojos de la gente y en los lugares en que estuvo la gente. Nosotros estábamos aquí y aquí se escribía nuestra historia. La más triste y dolorosa, pero acaso, también, la más representativamente nuestra. Yo hubiese preferido otras imágenes paradigmáticas del año �76. Las que cada uno de nosotros tiene grabadas en sus retinas. Ésa es mi otra certeza. Continúa |