Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira



Volver

1978


Jóvenes nicaragüenses posan para la cámara de Susan Meiselas

Gringa vieja

POR MIGUEL BONASSO

La foto es del último cuarto de siglo (1978), pero pertenece a la prehistoria colectiva y personal. A un mundo joven, irremisiblemente perdido, libre del discurso único de los contadores globalizados. Un mundo donde el futuro aún existía y podía esperarnos a la vuelta de una esquina en la volcánica Nicaragua que Cortázar quiso violentamente dulce, con literatura escrita en las calles por la dignidad de un pueblo joven. De un pueblo que se aprestaba a entronizar la segunda efebocracia de América latina (la otra había ingresado triunfal en La Habana veinte años antes). La foto fue tomada por la gringa Susan Meiselas que, a pesar de ser gringa (o justamente por eso), tomó las mejores imágenes de la Revolución Sandinista y las reunió en un libro que fue regalo obligado entre los que habíamos perdido en el Sur, pero sentíamos que íbamos ganando en Monimbó, Masaya y el gran baldío sísmico de Managua: en alguna parte de la Tierra hacíamos correr a los Videlas y a los Somozas. La gringa Meiselas registró, una a una, las escenas más expresivas de la insurrección sandinista, su expansión �desde los combatientes ya uniformados y posicionados del Frente Sur hasta los nuevos milicianos que se iban sumando en las zonas urbanas� en ese fenómeno que algunos despistados solían llamar �el espontaneísmo de las masas�. Milicianos como éstos de la foto perfeccionaban las viejas barricadas callejeras, ascendiéndolas con bolsas de arena a la categoría superior de trincheras. Frenos insuperables para una Guardia Nacional crecientemente hostigada, que en junio y julio de 1979 perdió la ferocidad que la caracterizaba y entró en pánico frente a la marea popular. Ahí están esos �chavalos� de 15, 16 o 17 años, todavía enmascarados por temor a las represalias de los torturadores de Tachito Somoza, que han juntado todo lo que (heterogéneamente) sirve para tirar: un revólver 22 o un 32, alguna vieja carabina y, en el mejor de los casos, un Galil �recuperado a los esbirros�. A sus espaldas, en un muro, la sigla GPP, incomprensible para las nuevas generaciones. Significa �Guerra Popular Prolongada� y marca la preferencia �todavía sectaria� de los muchachos por una de las tres fracciones en que se dividió el sandinismo hasta poco antes de la victoria: la GPP del por entonces preso Tomás Borge. Las otras eran la �proletaria� de Jaime Wheelock y la ascendente (y pronto hegemónica) �tercerista� de los hermanos Daniel y Humberto Ortega. Cuando se disolvieron las tres en los anchos cauces del Frente Sandinista, muchos pensamos que la tara fraccionalista de la izquierda había sufrido un rudo golpe a manos del �sentido común revolucionario� y que esa fusión, decisiva para alcanzar la victoria, marcaría nuevos rumbos en otras latitudes. Pero era una de las tantas ilusiones después desmentidas por una realidad amarga, que prohijó aquel momento juvenil de nuestro hemisferio. Amenazado ya por los planes contrarrevolucionarios de los Documentos de Santa Fe, el irresistible ascenso de Reagan, el papa Wojtyla y la señora Thatcher, emergiendo como figuras shakespeareanas, del crimen y la conspiración. Un Papa fugaz (Juan Pablo I) muriendo después de un té demasiado cargado; una Dama de Hierro condenando a morir de hambre a Bobby Sands y un Reagan �a salvo de atentados fallidos, como el pontífice polaco� que camina sobre rastrojos de difuntos (como Omar Torrijos y Jaime Roldós). Pero nada de eso está en la foto. Ni la Pax Romana de Centroamérica, ni las relaciones carnales. Ni, mucho menos, la traición y la concupiscencia de algunos comandantes. Salve. Honremos el coraje cristalizado por la señora Meiselas. Continúa

arriba