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1982


Soldados argentinos prisioneros en Malvinas

Mis muertos punk

POR CLAUDIO ZEIGER

La foto, sacada sin ninguna conciencia épica de que eso era una guerra (apenas una postal de soldados argentinos sonriendo a cámara con cierta fatiga, amontonados o juntados como por casualidad, sin ninguna señal externa de que, como informa el epígrafe de la foto, sean prisioneros argentinos, apenas morochos uniformados contra un paisaje blanco-gris evidentemente sureño), devuelve la imagen precisa de esa lejanía. Una foto tomada como al descuido, de una guerra que muchos se empeñaron en rebajar a guerrita, a fantochada de militares desesperados comandados por un borracho. En su carácter menor, la foto no miente: la guerra de Malvinas ya no le importa a nadie salvo a los directamente implicados (fue reducida a la curiosa categoría de guerra íntima, razón por la cual es una marca de referencia muy fuerte para los nacidos en los años sesenta), nadie quiere acordarse de los chicos de la guerra, de los muertos y de los sobrevivientes. No �cierran� con el discurso progresista. Para colmo de males, sí cierran con el nacionalismo: doble razón para ningunearlos. Cuando se hacen apelaciones a la memoria, cuando se nos llama a no olvidarnos del pasado, no suelen estar incluidos los caídos en Malvinas. Son muertes incómodas para la democracia. Y ni hablar de los vivos. Desaparecidos en vida, dejados de lado por todos los gobiernos de 1983 a la fecha, abandonados a los fachos, como restos de un naufragio militar que nadie sabe dónde poner. Malvinas, me temo, fue nuestro punk. Nuestra muerte joven. Un flaco un poco tocado que sube a un colectivo o tren a vender calcomanías y juntar plata para gente que también quedó mal de la cabeza, y le habla a los pasajeros con un discurso entre agresivo y demandante. Malvinas es una novela argentina intermitente, como un fogonazo que de vez en cuando se enciende en el horizonte y después se apaga sin pena ni gloria. Malvinas es la incomodidad. Y está bien que así sea. Que nadie sepa muy bien qué hacer con esa guerra. Ser una marca y una herida quizá sea su único sentido verdadero. Continúa

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