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1986
El ser nacional POR DANIEL LAGARES John Lennon dijo que Los Beatles eran más famosos que Cristo. Tenía razón, pero no pudo evitar el escándalo. Diego Maradona también fue más famoso que el delegado del Cielo en la Tierra, pero no tuvo necesidad de decirlo. Era evidente. Fue él quien parecía tener línea directa con el Paraíso y con el Infierno al mismo tiempo. En este siglo no hubo otro argentino que hiciera más felices a los argentinos que Maradona y tampoco quien representara mejor ese �ser nacional� forjado desde que los abuelos inmigrantes bajaron de los barcos. Se ha ganado el altar pagano en taxis y colectivos que llevan su fotografía �quizá como la de esta página� haciéndole compañía a Gardel y componiendo el dúo impostergable de la devoción popular. Maradona fue, apenas, un jugador de fútbol. Fue también mucho más que eso. E invalida el absurdo cotejo de las categorías: ¿un futbolista puede tener más valor que un científico, un escritor de nota, un plástico o un músico? A cada cual su corral y su feligresía. La diferencia está en la clase del personaje. Maradona es, un poco, todos los argentinos. ¿Quién no ha escuchado la frase �acá se necesita un Franco o un Castro� cómo máxima cita de las contradicciones nacionales? Maradona es invitado de lujo del Comandante, pero también se abrazó con Menem y salió al balcón de la Rosada en los tiempos pueriles del Juvenil 79, cuando dictaba Videla; en el �86, cuando Alfonsín pedaleaba sobre la inestabilidad económica y social; y en el �90, cuando Menem soñaba su imperio eterno. Fue Maradona el único que pudo romper las leyes islámicas y obligar al rey Fahd a que permitiera el ingreso al estadio de doña Tota y la Claudia cuando jugó un partido en Arabia Saudita. ¿Qué cosas no haría un argentino por la vieja? Probó todo, bebió los mejores vinos, se sentó a las mesas más pantagruélicas, tuvo las mujeres que quiso, pero siempre fue fiel a ese mandato de permanecer �en casa y con la familia�. En él convivieron el licencioso más abyecto y el padre más abnegado, el yin y el yang porteño, la biblia y el calefón guardadas en el armario de cualquier vestuario junto a los botines y la camiseta. Maradona es perfectamente imperfecto y atemporal. Si su esplendor hubiera sido en otra época del siglo, habría estado en la cena de gala junto a la Infanta en los fastos del Centenario, o habría coqueteado con Regina Pacini sin que don Marcelo lo advirtiera. O se habría ido de parranda al Tabarís y al Tibidabo con Moreno, Labruna y Tucho Méndez. Pichuco le habría dedicado un tango y habría sido copiloto de Fangio o Gálvez. Habría estado al lado de Evita a la hora del renunciamiento y a las 20.25 del día señalado. Hoy, Maradona ya no juega y envejece lentamente, como todos. Alguien ha sugerido una muerte súbita y trágica para que pase definitivamente a la eternidad. No es necesario. Maradona resume las miserias de este pueblo y también los costados de humanidad por donde entrarle a ese casi indescifrable ser nacional. Si alguna vez, en el desfile hacia el Cielo o el Paraíso �lo mismo da�, la delegación argentina necesita quien lleve la bandera celeste y blanca, ya se puede advertir que es Diego Maradona quien camina delante de la multitud. Continúa |