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Vino en 1980 para hacer un espectáculo y se quedó a vivir. Creó el grupo Caviar, con el que lleva veinte años haciendo shows que brillan por el lujo del vestuario, la perfección de la fonomímica, la creatividad de su transformismo y una sofisticación que nadie ha podido igualar. En Hot Vudú, su flamante espectáculo en la sala Pigalle, el cabaret berlinés y el tropicalismo se dan la mano en más de veinte cuadros nunca vistos. Jean-François Casanovas explica por qué es falso el mito que dice que trabaja para una elite y confiesa por qué nunca entró al under porteño y odia el jet-set.
Deli
cio
sas
criaturas perfumadas

POR CLAUDIO ZEIGER

La escena básica es un cabaret algo brumoso, de entreguerras, con una pátina de humo, brillos transpirados y la firme convicción de mantener bien altas las banderas del refinamiento aun en las peores condiciones. La ropa es impecable: si hay miseria, que no se note, y mientras haya swing, habrá show. Suenan las canciones �alemanas, norteamericanas, francesas, un tango de los años 40� y entonces se produce un vertiginoso cambio de cuadro, con fonomímica y escenas de un transformismo urgente, como metido adentro de una licuadora. El resultado, lejos de ser caótico, es de una sincronización impecable, lograda a fuerza de disciplina y ensayos. El espectáculo se llama Hot Vudú (un cabaret donde el tropicalismo, por cierto, tiene su lugar) pero podría ser casi cualquiera de los que representó Jean-François Casanovas durante veinte años de actuación en Argentina. En el comienzo, como un modo de connotar la mezcla de estilos de eso que suele denominarse varieté, el grupo se iba a llamar Coctel. Un episodio algo azaroso y ya lejano de la censura de la dictadura militar, en el año 1980 llevó a rebautizarlo con el más sugestivo Caviar. Resulta que, a tres semanas de haber estrenado Coctel show (el primer espectáculo de Jean-François Casanovas en Argentina), unos funcionarios clausuraron la sala por �inmoralidad�. No hace falta explayarse mucho sobre el episodio: esos mismos funcionarios que lo prohibieron en Buenos Aires lo vieron unos meses después en Punta del Este (adonde había ido a refugiarse la flamante compañía francesa), y tanto les gustó que decidieron que podían rehabilitarlo. Pero como no podían levantar la prohibición a �Coctel� (al fin y al cabo eran hombres de palabra), el espectáculo tuvo que llamarse de otro modo. Los actores eligieron Caviar, ese nombre que identificaría al grupo desde entonces y hasta nuestros días. EL CAVIAR ES MAS SUTIL Hoy, que los tiempos han cambiado tanto que hablar de esos primeros años 80 suena casi inverosímil, Casanovas da a entender que no hay mal que por bien no venga. �Lujo, caro, exquisito, delicioso y que no le guste a todo el mundo. El caviar es más sutil y caro que el cóctel. Por eso no me molestó mucho el cambio, por más que el episodio fue todo un disparate�, recuerda. Y enseguida agrega una aclaración: �Claro que toda esa historia de que el grupo Caviar es para exquisitos también es una farsa. Resultó así porque en los 80 trabajamos en salas que cobraban una entrada excesiva; entonces nos echaban la culpa de ser caros a nosotros... ¡Pero el grueso de la plata se la llevaba la sala! Yo siempre traté de masificar el producto, pero no lo logré demasiado. Caviar sigue teniendo una etiqueta elitista. Me molesta un poco, porque nosotros apuntamos a que la gente tenga sensaciones, que se caliente, que se ría, que se ponga triste, pero no buscamos llegar a una elite intelectual o sólo a gente que gusta de determinadas canciones. Además, me gustaría ganar más plata alguna vez�. Una marca refinada de Caviar es sin duda esa voluntad de ponerse de espaldas a la actualidad: a la música, el cine, los estilos y modas de estos tiempos. Si bien es cierto que, con los años y los espectáculos, fueron agregando referentes �modernos� (como el rock), un humor más directo y alguna parodia de cantantes de moda, su universo predilecto de referencias estéticas abreva en las décadas del 30 y del 40. Casanovas asegura que cierta recurrencia al imaginario disparado por las grandes divas del cine �Marlene Dietrich, Rita Hayworth, Lana Turner� nada tiene que ver con la intención de provocar nostalgia. �Es como las cartas: la reina de corazones tiene un significado. Si ponés una mina vestida como Rita Hayworth, eso tiene un significado, independientemente de lo que haga el personaje. En Caviar las épocas aparecen representadas por la ropa, y entonces hay situaciones que no pueden mostrarse como demasiado actuales, porque hay que formar cuadros reconocibles para el espectador. La mujer de los años 40 tiene una manera de comportarse físicamente que una mujer de ahora no tiene: hay una especie de recato que ya no existe. Los años 30 me gustan por la línea de la ropa y esa especie de languidez acocainada; los 40 por los peinados altos que dan majestuosidad al cuerpo. Y los años 50 son Marilyn: el busto sale para afuera y el talle se achica (eso da pie para hacer cuadros exuberantes, pechuga para afuera). Los 60 los detesto porque me parecen totalmente bastardos. Hubo, años atrás, un culto espantoso a los 60 que no comparto. Dos pasitos y el twist: ¡andá a mantener un espectáculo de una hora con eso!�. TODO UN ESTILO Con el nuevo espectáculo recién estrenado (y vale aclarar que, en Hot Vudú, los Caviar presentan más de veinte cuadros que hasta ahora no habían hecho en anteriores shows) Casanovas cree que el 2000 es un buen momento para renovarse. Pero siempre manteniendo la marca en el orillo. �Quería hacer una recreación de Marlene Dietrich, y siempre me gustó la Marlene que se ve hasta 1935, en las películas de Von Sternberg. En La Venus rubia, ella está metida dentro de la piel de un gorila, se la saca y empieza a cantar la canción Hot Vudú. Ése es nada más que ejemplo de la combinación que pretendemos ofrecer en este espectáculo: trópico amazónico, erotismo, sensualidad, algo tribal, y cabaret alemán�. En el escenario de la sugerente sala Pigalle (Pte. Ortiz 1835, en Recoleta) quien sale de adentro de la piel del gorila no es Marlene pero sí una de sus reencarnaciones: Jean-François Casanovas. O, mejor dicho, una de las reencarnaciones de Casanovas. Porque hay muchas más. Justamente eso es uno de los típicos �efectos Caviar�: si actualmente en el elenco son siete (Casanovas, Marcelo Iglesias, Carlos Da Silva, Pamela Lago, Silvia Pandullo, Augusto Balizano y Eduardo Solá) en escena parecerán muchísimos más. �En los 80, Caviar tenía una aureola de transgresión: hombres que se vestían de mujer, mujeres que se vestían de hombre, pero con los años eso pasó a ser casi un lugar común. Lo que quedó como marca propia es un estilo, y ese estilo tiene sus pautas�, dice Casanovas y enumera: �Cambio de ropa a toda velocidad; un vestuario cuidado en los detalles, y no con telas del Once sino con telas caras, que pueden apreciarse desde la platea. En una hora, cada uno de nosotros se cambia veinte veces de ropa. Nuestro uso del transformismo es único: porque es un transformismo de un minuto. ¡Y tampoco hay tantos sexos como para ensayar tantas variantes! El resultado es que la suma de personajes multiplica casi diez veces lo que es el elenco real. Así que, por un lado agrandamos el elenco; y, de paso, le agregamos magia al espectador�. Cuando se le pregunta si todo ese vertiginoso movimiento lo organiza él (en calidad de encargado de la dirección del grupo), Casanovas mira a sus bailarines, diseminados por la sala en el momento de la entrevista, y afirma: �Sí. Yo les grito�. TODO POR HACER ¿Tan malhumorado es Jean-François Casanovas? �Soy un francés con un carácter podrido�, dice, pero lo dice riéndose, desmintiendo un poco la especie. �Soy malhumorado porque me gusta que las cosas funcionen. Si voy a una tintorería que dice una hora lavado en seco, pero después resulta que vas a buscarlo y tarda dos horas más... ¿Qué mierda es eso? ¿Por qué no dicen las cosas como son?�. También reconoce que, cuando llegó a la Argentina en 1980, lo deslumbró esa diferencia básica con Europa: aquí todo funcionaba mal y era imprevisible, pero también estaba todo por hacerse. �Yo llegué a la Argentina como si hubiera ido a veranear a Puerto Rico o a Brasil. Era todo novedad. Recuerdo la primera vez que tuve que hacer una cola en un negocio: fui a comprar un lápiz y me dijeron que sacara un número y esperara mi turno. Me pareció tan raro, tan distinto. De ahí no pasé. No me enteré de lo que pasaba políticamente hasta dos años después. A los extranjeros no se les decía nada de lo que estaba pasando. Te mostraban el brillo, el bife de chorizo y la pizza de muzzarella. En contraste, aquí podía hacer lo que me daba la gana, mientras que en París está todo hecho, con una cadena de relaciones que funciona y a la que sólo accedés con infinita paciencia y frivolidad.Aquí encontré que venía con un producto nuevo y que me abrían las puertas sin cuestionarme demasiado. Por eso me quedé a vivir�. LOS NUEVE INDIECITOS Nueve eran los franceses que llegaron. Después de la censura sufrida y el desbaratamiento de los planes iniciales, quedaron cinco (unos años después Casanovas apuntalaría la compañía con bailarines locales), comenzando ese ciclo de peregrinaje por los lugares exclusivos que fueron dando cuerpo al mito del elitismo. �Nunca logré meterme en el underground, porque Caviar es demasiado lujoso para ser marginal y demasiado frívolo para ser intelectual. Tampoco encajábamos por el vestuario. Con Batato Barea fuimos muy amigos, pero no compartimos escenario porque éramos estilos muy diferentes. Podíamos conectarnos de actor a actor, pero no de producto a producto�. De los 80 también le quedó un desprecio por el jet-set local para el cual, un tipo refinado (y �excéntrico� según parámetros cholulos) era un bocado apetecible. �En los 70, en París, era muy cholulero, porque tenía muchas amigas que eran modelos, y modelos caras. Hasta que me pudrí y pasé la hoja, empecé a detestar el mundo de la moda. No digo que no sea talentoso, pero es hueco. Por eso odio el jet-set: no hay ninguna verdad allí, ni en Punta del Este ni en la gente que te cuenta lo que trajo del free-shop. Aquí hubo un tiempo en que íbamos culo y calzón con Renata Schussheim para todas partes, hasta que en un momento bajamos la cortina. Es perder el tiempo al pedo, y además el hígado no me da: porque si en ese mundo no chupás, no existís�. ¿VOS SOS DIANA ROSS? La década del 90 traería inevitables cambios y también indudables posibilidades de apertura para los caviares, como gusta llamar Casanovas a su elenco. ¿Cómo no iba a ser así, si aquel francés pionero en traer un espectáculo basado en el transformismo artístico iba a ver cómo el género accedía a la televisión y cómo, también, aparecía con fuerza lo �trans� en el escenario social? Casanovas mantiene un punto de vista tajante sobre el tema: no mezclar los tantos. �El transformismo es una parte del trabajo teatral y punto�, dice. �Si a partir de allí quieren deducir que hay una connotación sexual aparte de la actuación, me saca un poco de quicio. A partir de los 90 aparecen los transexuales que coparon la atención pública, y creo que eso opacó un poco al transformismo. Yo siempre consideré que el ponerse una ropa de mujer es porque el personaje lo necesita. Si en el grupo somos cinco varones y dos mujeres, cuando necesito cuatro minas en escena, ¿qué mierda hago?�. Si bien las salas chicas fueron su ámbito privilegiado, Caviar probó otros ámbitos (durante dos años, 1996 y 1997, estuvieron en Ave Porco, la disco que cerró a fines del año pasado) y se encontraron con nuevas opciones y problemas. También trabajaron en el circuito de pubs gays, pero los costos del espectáculo rebalsan las posibilidades del circuito, algo que curiosamente también les sucedió en la televisión. �Cuando empezó Tinelli, la televisión dio un vuelco en cuanto a la participación de gente de afuera del circuito televisivo. Nosotros habíamos hecho programas con Badía, e inclusive llegamos a actuar con Tinelli, pero luego empezaron a tener sus propios elencos y eso nos dejó afuera. Solamente podemos acceder a la televisión para una nota, cuando tenemos un estreno, pero no hay continuidad�. Ahora bien, si alguien cree que Caviar está condenado al elitismo, puede encontrarse con sorpresas, como le sucedió al bailarín Marcelo Iglesias, quien, presente en la entrevista, cuenta que una vez, en un remoto colectivo de la zona oeste, un hombre se dio vuelta en el asiento y le dijo repentinamente: ¿Vos sos Diana Ross �¿Cómo?�, dijo Iglesias. Y le preguntó: �¿De qué me estás hablando?� Yo te vi en Caviar, dijo el otro pasajero. Y esta anécdota, agrega Marcelo, �no pasó en Recoleta�. UN EPISODIO REMOTO Casanovas confiesa que ya casi no retiene en su memoria un tópico de su infancia que suele recordársele en las entrevistas (también en ésta): cuando era chico estuvo postrado en cama desde los ocho a los dieciséis años por una descalcificación ósea. Obviamente, haberse convertido en actor-bailarín fue una buena manera de borrar aquel mal trago, pero ahora, de ese episodio �remoto y superado�, sólo está dispuesto a rescatar cuánto pudo haber influido en la estética de Caviar y en su desarrollo como artista. �Ayudó a mi información intelectual, sin dudas, porque miraba televisión todo el tiempo, en un momento en que la televisión francesa ofrecía muchos ciclos de cine y muy poca propaganda. Creo que es algo que luego pude volcar en Caviar: mi cabeza funcionaba en circuito cerrado, me bajé toda la biblioteca que había en casa, y muchos libros los leí hasta cuatro veces. Lo que el viento se llevó lo llegué a leer cinco veces. Era un buen alumno, así que cuando volví al colegio pude retomar rápidamente los estudios, porque en realidad quería cumplir con mis viejos y terminar rápido con el asunto. Cuando salí a la calle lo único que conseguí fue trabajar en un banco, y me aburrió mucho. Pero aprendí lo que era la vida real. Después de un corte de tres meses sin hacer nada, decidí que quería subirme a un escenario, fuera como fuese. Me subí de caradura, pero me contrataron. Hacía de todo. También bailaba de caradura, pero parece que algo debía tener, porque acá estamos�. ¿VOLVER? Veinte años no serán nada, pero igual queda el interrogante de si Casanovas no querría volver a vivir en París alguna vez en el futuro. �Yo creo que Argentina me dio muchas cosas, y tengo que retribuirlo de alguna forma�, dice. �Aquí trabajé, tuve mi primer departamento propio. Aquí se vive muy lindo, hay buen clima y comés bien. ¿Qué voy a hacer en Europa? ¿Voy a volver a París, donde la mitad de mi gente está muerta? Aquí yo siento que la gente me reconoce y me habla en la calle. En París nadie te reconoce ni te habla, salvo que seas Catherine Deneuve o Gerard Depardieu. Este cariño que yo siento acá es también un poco de dulce en el corazón�.

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