En pocos días se estrena Dulce y melancólico, opus número 30 de Woody Allen, un documental apócrifo sobre un guitarrista de jazz (a cargo de Sean Penn) que funciona como brillante apología del artista cretino y como otra prueba más de que Woody Allen sigue contándonos su vida a través de sus películas. Tal como lo demuestra la flamante The Unruly Life of Woody Allen, una biografía no autorizada sobre el cineasta que devela cómo hace Allen Stewart Konigsberg para que no se sepa que Woody Allen se somete a implantes capilares, coimea a los críticos, sufre crisis de impotencia, planea infinitos suicidios, plagia cuentos y hasta le jura a su mujer que tiene sida con tal de no tocarle un pelo en la cama. Por RODRIGO FRESAN Woody
Allen duerme con la luz encendida porque le da miedo la oscuridad y
con cierta periodicidad y sin saber muy bien por o para qué
se hace implantes capilares. Las dos infidencias aparecen a las pocas
páginas de abrir The Unruly Life of Woody Allen, la reciente
biografía no-autorizada del director de cine, cuyo título
podría traducirse como La ingobernable vida de Woody Allen. Y
eso es apenas el principio y lo menos importante y revelador
de un libro bien escrito y bien investigado por Marion Meade, biógrafa
especialista en vidas complejas y complicadas ¿disfuncionales?
como las de Buster Keaton, Madame Blavatsky y Dorothy Parker, en las
cuales nunca se sabe del todo dónde termina la realidad y comienza
lo irreal: estas personas y personalidades son especialistas en el fino
y difícil arte de la reinvención y la máscara.
Pero lo interesante del muy documentado y objetivo libro de Meade es
que se trata del primer estudio serio sobre Allen no escrito desde el
amarillismo biliar que caracterizó los días más
duros del escándalo Farrow/Soon-Yi, ni desde la más descarada
admiración que regía antes de aquel episodio (la biografía
oficial de Woody Allen realizada por Eric Lax contó
con la plena colaboración del sujeto investigado;
el Woody Allen on Woody Allen eran diálogos del artista con su
fan Stig Björkman; la más centrada pero un tanto insulsa
Woody Allen de John Baxter no agregaba nada nuevo en ninguna dirección). 1
Woody Allen es uno de esos iconos del siglo XX cuya sola figura pensar
en Freud, en Marilyn, en el Che Guevara dice mucho más
que varias toneladas de palabras. Un arquetipo. Para muchos un Shakespeare
moderno a la hora de retratar su época, de pintar su aldea, Woody
Allen es uno de los iconos de nuestros tiempos: el triunfo del alfeñique
de 44 kilates sobre el músculo de Charles Atlas, el inteligente
gracioso, el tipo feo y bajito con bellas y altas mujeres a su lado,
el antihéroe de éxito, el cineasta que no transa con el
sistema, el hermoso perdedor y, finalmente, el degenerado que le saca
polaroids porno a la hija adoptiva de su mujer y manosea a su otra hijita,
y traiciona a sus amigos y novias, y siempre se sale con la suya a la
hora de redimirse y consagrarse como perfecto publicista de sí
mismo. Pocas veces hubo alguien que respondiera más y mejor a
la etiqueta de self-made man. Esa dirección sigue el libro de
Meade: Woody Allen es un gran artista (lo que todos sabíamos)
y una muy mala persona (lo que no nos atrevíamos a pensar muy
en serio). 2
La hora señalada de Woody Allen su Día D, el principio
de su fin tuvo lugar el 13 de enero de 1993 cuando Mia Farrow
descubrió un montoncito de fotografías tomadas por su
hasta entonces pareja a la hora de predicar las inobjetables virtudes
de vivir juntos en el arte pero separados en la vida, cada uno en su
penthouse con el abismo verde del Central Park entre ambos. Más
allá del hecho incontestable de que la ex señora Sinatra
y adoptadora serial Mia Farrow nunca había sido ni será
un modelo de estabilidad emocional, el hecho en cuestión supuso
una grieta en la hasta entonces invulnerable fachada de Woody Allen.
Suele ocurrir: si subes alto, tarde o temprano vas a caer. Prerrogativas
de la fama y la ley de gravedad. Lo que hace particularmente interesante
la caída (en cámara lenta) de Woody Allen es que nadie
se la esperaba, y mucho menos él. Décadas de vivir a cubierto
y bien encubierto lo habían convertido en alguien demasiado seguro
de sí mismo, basándose en el hecho de que a través
de su obra se había convertido en su mejor y más
astuto biógrafo, su vocero oficial y sumo sacerdote de su propio
culto. En ese sentido, The Unruly Life of Woody Allen funciona como
uno de esos trabajos de restauración sobre un cuadro clásico
que ¡sorpresa! descubre paisajes insospechados, bocetos
frágiles, apuntes oscuros y hasta entonces escondidos por la
luminosidad de una pintura clásica e indiscutible. 3
La cuestión es decidir si todo esto está mal. La respuesta,
creo yo, es no. Pocos artistas no se han valido de su experiencia personal
y la de su entorno para construir una cosmogonía que el tiempo
y la perspectiva acabó solidificando como suya y nada más
que suya. Hoy, el Londres victoriano e industrial de Dickens nos parece
mucho más cierto que el que nos cuenta cualquier fotografía
o periódico de entonces. Aspirar a lo universal implica reclamar
el universo como algo propio. Lo que causa cierta incomodidad en el
caso Allen es: 1) la patológica manipulación de los implicados
quienes son primero queridos, enseguida utilizados y tarde o temprano
descartados por el artista. y 2) la adicción casi desesperada
a ser Woody Allen. Uno de esos pactos fáusticos que siempre acaban
resultando mefistofélicos: como un Doctor Jekyll sitiado por
un Míster Hyde, como un ventrílocuo de carne y hueso gobernado
por su muñeco de madera, Allen Stewart Konigsberg ya no puede
dominar a Woody Allen. Desde esta perspectiva, la vida de Woody Allen
se convierte en algo muchísimo más interesante aunque,
también, en algo muchísimo menos admirable. 4 Dulce
y melancólico opus 30 de Woody Allen, y la película
más costosa de toda su carrera, aunque su aspecto sea el de otro
pequeño gran cuento como Zelig o Broadway Danny Rose es
uno de los picos más altos en toda su obra y, al mismo tiempo,
aparece dotada de una rara humildad. Otra vez, como en sus últimas
películas, hay un mensaje subliminal sobre el estado de las cosas.
La tesis, esta vez, sostiene que un gran artista puede ser un enorme
cretino pero, ah, miren cómo se transfigura cuando agarra su
guitarra. En Dulce y melancólico (título que remite a
cierto modo de tocar jazz), Woody Allen vuelve a valerse del formato
falso-documental como en Robó, huyó y lo pescaron,
Zelig y, parcialmente, en Maridos y esposas para contar una historia.
Pero ahora no es el turno de un ladrón fracasado, de un camaleón
humano, ni de dos parejas en picada. Se trata de ensayar una suerte
de jam-session alrededor de la figura de un tal Emmet Ray, guitarrista
de jazz ensamblado con trozos de varios célebres y no tan célebres
jazz-men de los años 20. Un apócrifo músico
(actuación magistral de Sean Penn, quien afortunadamente se niega
a hacer un Woody) que Allen hace verosímil porque
ése es el único modo de conseguir una brillante reflexión
sobre la naturaleza del arte y la posibilidad más de una vez
probada de que un gran artista puede ser también un inmenso hijo
de puta. Emmet Ray es una basura de tipo: ególatra, malvado,
borracho, cafishio,fascinado por su propia miseria, feliz de hacer infelices
a los que lo rodean. Pero Emmet Ray también es un ángel:
cuando se cuelga la guitarra y se pierde y se encuentra en los rasgueos
de Limehouse Blues o Sweet Georgia Brown. 5
Blues del hombre salvaje, aquel documental dirigido por Barbara Kopple
sobre el Woody Allen músico, apenas esconde según
Meade la necesidad de otra maniobra publicitaria y distractiva:
mostrar que el otro Woody es el mismo Woody, porque todo y todos desde
sus padres a Soon-Yi responden obedientemente a lo que él
venía diciendo y mostrando sobre su persona en las películas
que dirigía. El experimento salió mal, o demasiado bien.
Está todo pero parece ruidoso, irritante: Woody Allen apenas
dirigiéndoles la palabra a sus músicos; Woody Allen soportando
los maltratos y agudezas de una Soon-Yi despreocupada de que se note
que, a diferencia de lo que se dijo, su coeficiente intelectual es más
bien bajo; Woody sufriendo los gritos de su madre; Woody Allen dando
vueltas por Europa más agrio y deprimido que dulce y melancólico
con cara de qué he hecho yo para merecer esto. 6
En Recuerdos, Sandy Bates el director de cine cómico interpretado
por Woody Allen decía: No puedes controlar tu vida.
Sólo el arte y la masturbación pueden ser controlados.
Dos áreas en las que soy un experto absoluto. Luego de
trabajar varias veces a sus órdenes, Sydney Pollack declaró:
Contrariamente a lo que todo el mundo piensa, Woody Allen no dirige
a sus actores, apenas les habla. Las maravillosas interpretaciones que
consigue no se deben a su habilidad como director, sino al hecho de
escribir el material perfecto para un determinado actor, o de adaptarlo
al actor que escoge. Teniendo en cuenta que el 90% de su trabajo está
en el guión y en el casting, queda muy poco que hacer a la hora
de filmar. Por eso, si no le gusta lo que haces, directamente te despide
y contrata a otro. Judy Davis, por su parte, declaró a
la prensa, en medio del escándalo con la Farrow: ¿Si
he hablado con él? ¿Por qué tendría que
hacerlo? No lo conozco mucho; no somos amigos. Creo que es un gran hombre
con el que tengo una gran relación de trabajo. Lo que hace fuera
del set no es asunto mío. ¿Para qué iba a llamar
al pobre hombre? Ya lo han molestado suficiente. Elliot Mills,
amigo de la infancia, coincide a su manera: Cuando la gente me
pregunta qué pienso de cada nueva pareja de Woody Allen, invariablemente
respondo: Ahí tienen el resultado exitoso de décadas de
psicoanálisis. Si te has estado psicoanalizando el tiempo suficiente,
llegas al punto en que puedes justificar cualquier cosa. David
Letterman comentó en su programa televisivo: Pocos placeres
más grandes en la vida que tener a tu ex novia de suegra.
Un actor que pidió no ser identificado reflejó lo que
pocos dicen con nombre y apellido sobre Allen en el mundo del cine:
Los más grandes quieren actuar en sus películas.
El tipo tiene una obra de calidad pero, como persona, no es más
que un chico malcriado por los críticos. El poder absoluto corrompe
absolutamente. En un ensayo titulado The Woody Allen Mess
(incluido en su libro póstumo Sea Battles on Dry Land), Harold
Brodkey escribió: Allen presenta a su personaje siempre
dentro de los límites del fatalismo agresivo. A menudo sugiere
que su voz no puede soportar tanta locura. La naturaleza autocongratulante
y su sentido de la humillación se van alterando como una especie
de absolutista e incoherente sube y baja en sus películas: la
presentación de la pesadilla como chiste y confesión al
mismo tiempo nunca alcanza la grandeza en el pesar de los personajes
de Kafka. Allen sufre para vencer. Siempre. Y, después del escándalo,
más que nunca. En uno de los perfiles que escribió
para el diario El País durante 1987 y posteriormente reunió
en el librito Señoras y señores, Juan Marsé miró
a los ojos y diagnosticó a Woody Allen con piadosa dureza: Una
insospechada actividad anímica se articula frenéticamente
desde su mente poderosa hasta su cara irrelevante. Una vertiginosa actividad
soterradamente subversiva, que provoca el desajuste del tipo con la
realidad, la famosa cadena de frustraciones y pequeñas catástrofes
cotidianas que nos hacen entrañable y próximo al personaje.
De algún modo, este señor no para de hablar por temor
a que se le entienda todo.
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