Por Julio Nudler
Domingo Cavallo tiene cada vez más cosas prohibidas. No puede anunciar nuevas decisiones porque, según le advierten propios y extraños, ya metió demasiado ruido (con medidas que sí aplicó, como el factor de empalme, y con otras que ni siquiera se mencionan ya, como el pago de las deudas de Impositiva con las empresas, propósito tan clave para la reactivación como frustrado). Además, aunque hurgue en su galera, muchos conejos no le quedan: después saltarían del sombrero otros animalitos menos simpáticos.
El mediterráneo tampoco puede lopezmurphyzarse, lanzando públicamente un monstruoso recorte del gasto estilo FIEL, porque no es hora de tirarle más pálidas a la gente, sobre todo si, al mismo tiempo, necesita que los argentinos en condiciones de hacerlo gasten y se endeuden.
Su situación, cuando se acerca a cumplir cuatro meses de retornado a Hipólito Yrigoyen 250, se parece más de lo que hubiese preferido a la de José Luis Machinea, el antecesor que sucumbió atrapado entre el ajuste insuficiente y el crecimiento esquivo. Aquel se le escurre a Cavallo de las manos porque la economía sigue en recesión, pese a sus vaticinios optimistas, y no genera suficientes recursos tributarios, por lo que la reducción de gastos vuelve como un retintín. Y el crecimiento (o la mera reactivación) no aparece porque no entran capitales ni la economía tiene motores propios. Ante esas mordazas y estos dilemas, Cavallo prefirió ayer cancelar la rueda de prensa que había convocado para las 19, y fue el discurso de Fernando de la Rúa en Tucumán
(ver aparte) el testimonio de la encrucijada: con los mercados de crédito cerrados, no hay espacio para el déficit fiscal. A vivir con lo nuestro, como decía Aldo Ferrer.
Pocos meses atrás, un estudio de la propia Fundación Mediterránea sostenía que �el alto y sostenido desempleo, la elevada cantidad de personas en condiciones de pobreza y la poca inercia creadora de puestos de trabajo no anticipan cambios cualitativos en los niveles de consumo... El poder adquisitivo de la población se ha deteriorado enormemente en los últimos años, y el punto de partida no es nada bueno a la hora de pensar en masivas decisiones de consumo... Es poco probable que el consumo privado asuma el rol de locomotora del crecimiento. En qué momento se alcanzará nuevamente el nivel de consumo del segundo trimestre de 1998, el máximo de la historia argentina (¡con Roque Fernández, del CEMA y sus �traidores a la patria�, en Economía!), es todavía una incógnita.�
En una depresión sin final a la vista y con administradores de fondos y tenedores de títulos de deuda persistentemente perseguidos por el pavor a una cesación de pagos argentina, la lógica cruenta de la situación torna a los sucesivos ministros de Economía cada vez más parecidos entre sí. Pero cuando la vigilia no aporta ninguna solución, soñar puede dispensar cierto alivio. Es así como Adolfo Sturzenegger, presidente de la cavallista Fundación Novum Millenium, propone ahora cortar significativamente el gasto público y destinar la mayor parte de esa anhelada poda a reducir impuestos. Lo primero �dice� aumentaría la confianza fiscal, mientras que lo segundo ayudaría a la reactivación. Ideal. Sólo omite precisar cómo hacerlo. La realidad es que hoy prevalece una tasa de desocupación suficientemente alta y un activismo social y empresario tan virulento que nadie desde el poder oficial puede hacer lo que quiere o le parece, sino apenas lo que no desate una rebelión.
Ayer por la mañana el equipo económico rindió examen ante la banca, exponiéndole su hoja de ruta para intentar no morirse hoy en la licitación de Letras del Tesoro. Más que el Grupo Productivo, o siquiera los inversores directos del exterior, los interlocutores obligados de Economía se visten de banqueros y plantean su obvia prioridad: la solvencia del sector público como deudor, aunque no queda nunca claro si el camino hacia esa solvencia pasa por el ajuste o por el crecimiento.
La presión del establishment sobre Cavallo le sirve a éste, en todo caso, para retransmitírsela al resto del Gobierno, conquistando algúnpoder adicional y volcando decisiones hacia fórmulas más afines. Frente a lo irremediable, algunos aliancistas se consuelan pensando que es mejor darle de una vez al cordobés todo el poder que reclama para que así se quede sin excusas para su fracaso y se cueza en su propia salsa. Al oír esas justificaciones es inevitable pensar que ellos están en la misma olla, aunque sin poder decidir qué es peor para radicales y frepasistas, si un Cavallo victorioso o fracasado.
Mientras tanto, por los circuitos empresarios ruedan los peores presagios. Algunos contemplan al riesgo país como una especie de ángel exterminador. Pero por ahora no es sencillo distinguir entre el vaticinio sinceramente preocupado y la presión psicológica sobre el Gobierno.
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