Delicias
Por Antonio Dal Masetto
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El
tema de esta noche en el bar es el aspecto que va tomando la ciudad con
la malaria económica y la creciente desocupación. Cada vez
menos gente circulando, los medios de transporte semivacíos, los
negocios despoblados, las salas de espectáculos sin concurrencia.
El desierto avanza sobre la ciudad nos lamentamos.
Disculpen dice un desconocido que está en la punta
de la barra, los estuve escuchando y me parece que siempre hay que
ver los dos lados de las cosas. Esto que a ustedes parece preocuparles
tanto, para mí es la situación ideal.
¿Ideal para qué, si se puede saber? preguntamos.
Por ejemplo, salgo a la mañana un poco apurado para ir al
banco y tengo una hilera de taxis esperándome. De la marca y modelo
que quiera. Todos para mí. Llego al banco y hago mis transferencias
rápido, sin colas. Paseo por las calles céntricas, mirando
los detalles arquitectónicos de los edificios y las vidrieras de
los negocios, sin tener que andar esquivando gente, sin ser molestado.
Todo para mí solo. Si me interesa algo, una bandada de vendedores
me recibe con los brazos abiertos, me piropean, y si salgo sin comprar,
ya en el negocio de al lado me está esperando otra media docena
de sonrisas seductoras, me rebajan los precios hasta lo imposible y siempre
hay una hermosa señorita que me ofrece café o té.
Es un placer la ciudad sin gente.
En este momento al Gallego se le escapa un chorro de mostaza que va a
dar en la corbata del desconocido.
Perdón, caballero dice el Gallego, estos pomos
son una porquería. A la hora de almorzar, me siento un rey
sigue el desconocido mientras se pasa una servilleta por la corbata.
No es que me disponga a darme un atracón, soy austero en mis costumbres,
pero ahora puedo elegir aquellos restaurantes en los que antes no se podía
entrar por el gentío. Vienen de a tres a recibirme. Un poco más
y me colocan una alfombra. ¿Prefiere un sitio con buena luz?
¿Penumbra? ¿Vista a la calle? ¿Con música,
sin música? Y no le estoy hablando de un restorán
de cinco tenedores. Digamos que uno discreto. El otro día estaba
leyendo el diario y el mozo se ofreció a cortarme el bife y dármelo
en la boca. Me preguntaba: ¿Trocitos chicos, grandes, con
puré encimado?. Una cosa muy placentera.
Disculpe, caballero, mil perdones lo interrumpe uno de los
parroquianos, se me acaba de volcar el vaso de tinto sobre la solapa
de su saco. No se alarme porque se limpia fácil.
Como les decía, termino de almorzar y el café me gusta
tomarlo en otro lado. Café de filtro y de parado. Hasta hace un
tiempo, a ciertas horas era una cosa imposible, meta codazos con los vecinos.
Ahora es una delicia. Y puedo seguir sumando. Amo las películas
de terror, no saben el goce de tener la pantalla y toda la sala sólo
para uno.
Qué torpeza, se me acaba de volcar el cenicero sobre su hombro,
no sabe cuánto lo siento dice otro parroquiano.
A veces se me antoja volver a casa en colectivo, algo que no hacía
desde mis tiempos de escolar. Colectivos vacíos, es como viajar
en un remise gigante. El chofer le pregunta a uno donde quiere bajar y
en qué punto de la cuadra. Otro gustazo que me di hace unos días
fue viajar en subte. Para que se ubiquen, lo tomé a la hora que
antes se conocía como hora pico. El convoy estaba por arrancar
y el empleado de la boletería me dijo: No se agite, ya mismo
corro a avisarle al conductor que hay un pasajero, que deje las puertas
abiertas y lo espere. En fin, quiero decirles que yo la paso realmente
bomba, se acabó el congestionamiento de tránsito, recuperamos
el aire puro, el silencio, el orden y la limpieza. Y a medida que las
calles se sigan despoblando, sea por la razón que fuere, la cosa
se va a poner cada vez mejor. A esta altura, desde varios puntos salen
disparados: un pebete de mortadela, un huevo duro, un chorro de soda,
un ají en vinagre, un puñado de aceitunas, tres anchoas
en aceite. Todo impacta en el desconocido. Inmediatamente se escucha un
crujido arriba y un pedazo de yeso se desprende del cielorraso y le cae
en la cabeza. El Gallego y los parroquianos nos deshacemos en disculpas
por la sucesión de pequeños accidentes y le aseguramos que
en la larga historia de este bar no se recuerda que alguna vez haya ocurrido
algo semejante.
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