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Delicias

Por Antonio Dal Masetto

El tema de esta noche en el bar es el aspecto que va tomando la ciudad con la malaria económica y la creciente desocupación. Cada vez menos gente circulando, los medios de transporte semivacíos, los negocios despoblados, las salas de espectáculos sin concurrencia.
–El desierto avanza sobre la ciudad –nos lamentamos.
–Disculpen –dice un desconocido que está en la punta de la barra–, los estuve escuchando y me parece que siempre hay que ver los dos lados de las cosas. Esto que a ustedes parece preocuparles tanto, para mí es la situación ideal.
–¿Ideal para qué, si se puede saber? –preguntamos.
–Por ejemplo, salgo a la mañana un poco apurado para ir al banco y tengo una hilera de taxis esperándome. De la marca y modelo que quiera. Todos para mí. Llego al banco y hago mis transferencias rápido, sin colas. Paseo por las calles céntricas, mirando los detalles arquitectónicos de los edificios y las vidrieras de los negocios, sin tener que andar esquivando gente, sin ser molestado. Todo para mí solo. Si me interesa algo, una bandada de vendedores me recibe con los brazos abiertos, me piropean, y si salgo sin comprar, ya en el negocio de al lado me está esperando otra media docena de sonrisas seductoras, me rebajan los precios hasta lo imposible y siempre hay una hermosa señorita que me ofrece café o té. Es un placer la ciudad sin gente.
En este momento al Gallego se le escapa un chorro de mostaza que va a dar en la corbata del desconocido.
–Perdón, caballero –dice el Gallego–, estos pomos son una porquería. –A la hora de almorzar, me siento un rey –sigue el desconocido mientras se pasa una servilleta por la corbata–. No es que me disponga a darme un atracón, soy austero en mis costumbres, pero ahora puedo elegir aquellos restaurantes en los que antes no se podía entrar por el gentío. Vienen de a tres a recibirme. Un poco más y me colocan una alfombra. “¿Prefiere un sitio con buena luz? ¿Penumbra? ¿Vista a la calle? ¿Con música, sin música?” Y no le estoy hablando de un restorán de cinco tenedores. Digamos que uno discreto. El otro día estaba leyendo el diario y el mozo se ofreció a cortarme el bife y dármelo en la boca. Me preguntaba: “¿Trocitos chicos, grandes, con puré encimado?”. Una cosa muy placentera.
–Disculpe, caballero, mil perdones –lo interrumpe uno de los parroquianos–, se me acaba de volcar el vaso de tinto sobre la solapa de su saco. No se alarme porque se limpia fácil.
–Como les decía, termino de almorzar y el café me gusta tomarlo en otro lado. Café de filtro y de parado. Hasta hace un tiempo, a ciertas horas era una cosa imposible, meta codazos con los vecinos. Ahora es una delicia. Y puedo seguir sumando. Amo las películas de terror, no saben el goce de tener la pantalla y toda la sala sólo para uno.
–Qué torpeza, se me acaba de volcar el cenicero sobre su hombro, no sabe cuánto lo siento –dice otro parroquiano.
–A veces se me antoja volver a casa en colectivo, algo que no hacía desde mis tiempos de escolar. Colectivos vacíos, es como viajar en un remise gigante. El chofer le pregunta a uno donde quiere bajar y en qué punto de la cuadra. Otro gustazo que me di hace unos días fue viajar en subte. Para que se ubiquen, lo tomé a la hora que antes se conocía como hora pico. El convoy estaba por arrancar y el empleado de la boletería me dijo: “No se agite, ya mismo corro a avisarle al conductor que hay un pasajero, que deje las puertas abiertas y lo espere”. En fin, quiero decirles que yo la paso realmente bomba, se acabó el congestionamiento de tránsito, recuperamos el aire puro, el silencio, el orden y la limpieza. Y a medida que las calles se sigan despoblando, sea por la razón que fuere, la cosa se va a poner cada vez mejor. A esta altura, desde varios puntos salen disparados: un pebete de mortadela, un huevo duro, un chorro de soda, un ají en vinagre, un puñado de aceitunas, tres anchoas en aceite. Todo impacta en el desconocido. Inmediatamente se escucha un crujido arriba y un pedazo de yeso se desprende del cielorraso y le cae en la cabeza. El Gallego y los parroquianos nos deshacemos en disculpas por la sucesión de pequeños accidentes y le aseguramos que en la larga historia de este bar no se recuerda que alguna vez haya ocurrido algo semejante.

 

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