Puesto que
no hay plata, lo lógico sería que todos los partidos
estarían tratando de seducir a los votantes ofreciéndoles
distintas formas de hacer frente a la extrema escasez, con algunos
en favor de una transferencia masiva de recursos desde los relativamente
acomodados hacia los innegablemente paupérrimos y otros una
estrategia más desarrollista que supusiera dejar el asunto
en manos del mercado. Después de todo, aunque
la Argentina estuviera en vísperas de un milagro que incluso
el Vaticano encontraría increíble la torta seguirá
siendo magra en los próximos meses.
Sin embargo, no hay señal alguna de que los contrincantes
se permitirán impresionar por algo tan despreciable como
una bancarrota nacional. Por el contrario, todo hace prever que
la mayoría, fiel a sus tradiciones, se las arreglará
para pasar por alto este detalle molesto y tratar de vender sus
servicios dando a entender que el ajuste, además
de ser imperdonable, puede ser anulado ya por la resistencia callejera,
ya por la voluntad de los gobernadores provinciales de obligar a
Fernando de la Rúa a respetar promesas que fueron formuladas
en tiempos más felices que los actuales.
Es habitual atribuir el odio que tantos sienten por el posibilismo
a que los políticos para no hablar de quienes les suministran
ideas son personas que no sólo están dotadas
de una imaginación superior sino que también aman
a la gente con una pasión que otros no estarán en
condiciones de comprender, pero, por desgracia, la verdad es un
tanto distinta. La negativa a dejarse limitar por la realidad se
debe al temor a que el electorado opte por fusilar a los portadores
de malas noticias, a que es mucho más fácil hacer
propuestas para un país rico que para uno que está
en la vía y a que un candidato que reconociera que el dinero
se ha agotado y que se mostrara resuelto a actuar en consecuencia
sería tratado como un lunático peligroso y expulsado
del gremio, destino que ya ha sufrido un excéntrico notorio
llamado López Murphy. Es más que probable, pues, que
los debates electorales que nos esperan tengan que ver con un país
ficticio que sea agradablemente distinto de la Argentina cuyas tribulaciones
están agitando al resto del mundo, lo cual no sería
ninguna novedad porque siempre ha sido así. Lamentarlo sería
mezquino: tal y como están las cosas, las elecciones de octubre
serán las últimas que se celebren en Jauja porque
antes de que las próximas asomen en el horizonte la clase
dirigente habrá chocado contra la realidad con tanta violencia
que por injusto que le parezca tendrá que prestarle atención.
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