Por
Horacio Cecchi
y Raúl Kollmann
De un encierro de casi una semana en manos de sus secuestradores, el empresario
Abraham Awada, de 78 años, pasó al autoencierro en su propia
casa de Libertador al 4600, rodeado por una barrera de movileros, cámaras,
y fotógrafos, y envuelto en el más sellado de los silencios.
Los investigadores siguen la pista de los prófugos de la banda.
También de los 300 mil dólares pagados por la familia en
negociaciones paralelas, y aún no recuperados. Una alta fuente
policial aseguró a este diario que tres de los buscados están
identificados. No se tiene precisión sobre el resto ni mucho menos
sobre su número. Los prófugos identificados están
categorizados en la jerga como muy pesados, con muchos antecedentes
y que conformaron la banda en el penal de Sierra Chica. Algunas versiones
los vinculan con la Garza Sosa como ex asaltantes de blindados.
Hasta el momento, el silencio envuelve al caso: el juez Gurruchaga no
habla, el fiscal Sica no habla, la policía no habla, los tres detenidos
no hablan. Todos esperan que hable Awada. Y Awada, en su casa de Belgrano,
atacado por una feroz depresión postraumática, espera la
retirada de los movileros que lo mantienen sitiado esperando que hable.
Por el momento, los únicos datos concretos tienen cuerpo: dos mujeres
y un hombre detenidos en el barrio Santa Rita, durante los allanamientos
realizados tras la liberación del empresario. Roldán y Loza
son los apellidos de las mujeres, aseguran fuentes policiales. Contreras,
el del varón. Son tres perejiles en la banda, aseguró
a Página/12 un investigador íntimamente relacionado con
el caso. No tenemos clara todavía su función pero
todo nos lleva a pensar que estaban encargados de la custodia. Sabíamos
quiénes eran, pero no tenían antecedentes en la participación
de secuestros. Como no se sabía cómo iban a reaccionar,
preferimos esperar a que siguieran las negociaciones. Los detenidos
aún no declararon ante el juez federal 2 de San Martín,
Hugo Gurruchaga. Antes el magistrado espera contar con el testimonio de
Awada.
Del resto de la banda, algunas sombras se están corriendo: Creemos
que son 7 por lo menos. Tres están totalmente identificados. No
son pesados: son muy pesados confió una alta fuente policial.
Tienen antecedentes por robos a blindados, piratas de asfalto, y muchos
enfrentamientos con la policía. El núcleo de la banda,
según la misma fuente, se constituyó en Sierra Chica. Una
versión los asocia como ex colegas de la Garza Sosa, pesado de
pesados, integrante de la banda del Gordo Valor, condenado a 25 años
por asaltos, homicidios y otros rubros.
Datos de la banda en poder de la policía: además de las
identidades, usaban dos Fiat Uno, es muy probable que al menos uno lo
hayan usado en el secuestro. Dos celulares que fueron la clave para ubicar
los posibles paraderos de Awada. Y tres aguantaderos: uno en Claypole,
otro en la villa Carlos Gardel y el tercero en el barrio Santa Rita. En
este último fueron detenidos los tres sospechosos, en diferentes
viviendas de los monoblocks. Nadie descarta que la banda debió
contar con un número impreciso de colaboradores.
Uno de los investigadores que participó en los 15 operativos realizados
en las zonas Sur y Norte del Conurbano aseguró que no hubo una
sino dos entregas de dinero frustradas. La primera, cuando un remisero
levantó el maletín con el dinero. La segunda, ocurrió
en Morón y los secuestradores jamás fueron a retirarlo.
Hasta ese momento, las negociaciones fueron supervisadas por la Bonaerense.
Los investigadores aún no pueden determinar qué fue lo que
alertó a los delincuentes. Oficialmente lo desmienten, pero por
lo bajo no se descarta la participación de uno o varios uniformados
en la banda. La negociación que concluyó exitosamente con
la entrega del dinero fue llevada en forma paralela por la familia. Ayer,
desde el mismo juzgado confirmaron la realización del pago. En
el caso de Awada, una zona aún borrosa separa el momento de la
entrega del dinero de la liberación y los allanamientos. Algunas
fuentes sostienen que se aguardó el fin de las negociaciones para
no poner enpeligro la vida de la víctima. Otras, de alta jerarquía,
aseguran que los policías se enteraron de la liberación
cuando estaban en marcha los operativos.
Por el momento, el caso mantiene una tensa expectativa a la espera de
las declaraciones de Awada. Lo que él diga podrá confirmar
la sospecha de que fue rotado de aguantadero en aguantadero durante su
cautiverio, y otros detalles relevantes para la investigación.
Ayer, Gurruchaga había contemplado tomarle testimonio, pero el
estado de salud de Awada obligó a postergar la audiencia. El empresario
se encuentra pasando por un momento particular: a la vez que sufre una
fuerte depresión shock postraumático lo designan los
especialistas, atraviesa el síndrome ya argentino de Estocolmo,
caracterizado por la identificación de la víctima con el
victimario como mecanismo de supervivencia. Siente cierta gratitud
con sus captores, habla muy bien de ellos y cuenta las cosas buenas que
compartió, como jugar a las cartas, que lo alimentaron bien y que
no lo maltrataron, aseguran los investigadores.
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