Por
Hilda Cabrera
Este es un trabajo autónomo respecto del texto sobre el cual los
integrantes de La Banda de la
Risa dicen haberse inspirado: El señor Badanas, del español
Carlos Arniches. De modo que la trama se desarrolla entre chistes y exabruptos
autóctonos, y a la manera de los sketches del varieté (o
variedades). El Pelele se adecua así al espacio en el cual se muestra.
Este es el reconstruido Teatro El Picadero (incendiado en la madrugada
del 6 de agosto de 1981, una semana después del estreno de las
primeras obras del ciclo Teatro Abierto), que en esta nueva etapa no está
provisto de butacas sino de sillas y pequeñas mesas. La propuesta
estética (y ética) del grupo es divertir sin desentenderse
del entorno social. De ahí que se mencionen hechos y sinsabores
vinculados con la actualidad, y fenómenos como las protestas de
los piqueteros. Es evidente que, más allá de su innegable
aporte artístico, La Banda no quiere quedar rezagada e intenta
captar integralmente al público.
Incorporando elementos de la revista porteña, el sainete criollo
y el cine nacional de las décadas del 30 al 50, Claudio
Gallardou, actor, director y autor de El Pelele, da muestras de una particular
versatilidad en su personificación de Honorato Cordero Manso, intendente
de Buenaventura, una imaginaria localidad de la Argentina. Las peripecias
vividas por este pelele devenido funcionario constituyen el
eje de una obra que conjuga humor y crítica, y homenajea a los
cómicos nacionales. Figuras como las de Luis Sandrini y Juan Verdaguer
son recordadas a través de imitaciones compuestas por Gallardou.
La necesidad de proyectarse a la platea a través de gestos cómplices
es una constante en esta puesta de La Banda. Esto se aprecia ya en la
primera escena, cuando una fauna de estrambóticos personajes irrumpe
mirando directamente al público, lanzándole guiños
y vivando a los recién casados de la ficción. Estos son
Honorato y su mujer, quien parece no estar satisfecha con su elección.
Sucede que Honorato es ya un pelele a los ojos de la desposada.
El desfile de los sinvergüenzas que buscan acomodo y el de los que
padecen injusticias conforman sin duda un espectáculo vistoso,
donde cabe el desborde de la caricatura, la postura paródica del
payaso y el lacrimoso melodrama. Todo vale en esta burlona crónica
sobre las relaciones y los compromisos que se generan en el poder. De
ahí también la libertad de los intérpretes para exhibir
sus habilidades, siempre en tono de juerga. De modo que el escarnio nunca
es trágico, y las disputas y reconciliaciones acaban entre piruetas
y caídas payasescas. En las secuencias más serias, desembocan
en alguna moraleja o en la creaciónde personajes bizarros, como
el tano con pinta de anarquista, padre de una niña
que cree en la bondad y en el Paraíso.
Fundada en 1985, La Banda lleva estrenados importantes trabajos, entre
otros Los Faustos o Rajemos que viene Mefisto (1989), El Martín
Fierro (1991), La comedia es finita (1994), Arlequino (1996) y Puck, sueño
de una noche de verano (1999), algunos de éstos con intérpretes
invitados. En esta reaparición ha reunido a algunos de sus primeros
integrantes, artistas de destacada trayectoria dotados de un histrionismo
original, subrayado aquí por el vestuario tipo comic, diseñado
por Renata Schussheim. Un aporte que, aunque atractivo, satura, ya que
todos parecen muñequitos. Algo semejante ocurre respecto de los
parlamentos gritados y de algunas obviedades del texto. En cuanto a la
música, La Banda optó por el tango, la milonga, el cuplé
y la murga, el género que tal vez con mayor contundencia define
a la historia que se cuenta.
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