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Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo

JUAN CARLOS MARIN
�La conciliación de los victimarios: una larga historia a propósito del genocidio�

Aclaración: Nuestra Universidad Popular encomendó al sociólogo Juan Carlos Marín que desarrollara una reflexión sobre las llamadas “Políticas de reconciliación”, que impulsan las Fuerzas Armadas con el auspicio de la jerarquía de la Iglesia Católica argentina y beneplácito del gobierno de Fernando de la Rúa. Damos a conocer hoy la primera parte de este trabajo.
V. Z. L.

Siempre la Iglesia Católica y las FF.AA. argentinas han generado una enorme y franca admiración y se han ganado el más profundo agradecimiento y fervor hacia ellas de los sectores más sanguinarios, retrógrados y fascistas de nuestro país.

No hay duda de que la confianza que gran parte de las clases poseedoras y la totalidad de nuestra sociedad fascista siente por ellos es merecida. La Iglesia Católica y las FF.AA. constituyen dos de las identidades más consecuentes con relación a la defensa tenaz de la persistencia y sobrevivencia de los órdenes sociales más inhumanos pasados y actuales.

¿De dónde surge el poder de la Iglesia y de las FF.AA?

¿Se debe a una particular destreza y singularidad de los seres que las constituyen?

En parte sí.

El uso y la articulación monopolizada del terror y de la violencia material para contener la desesperación y la rebeldía de las masas tiene una historia muy antigua, de un muy complejo y variado proceso social de gestación de muy larga duración y de actualización constante: esa historia hace a los modos constitutivos de la dramática, prolongada y compleja historia de la formación de las clases sociales dominantes. Sus identidades e historia social abarcan variadas, distintas y diferentes formaciones sociales.

La Iglesia es una forma social instrumental, resultado del desenvolvimiento de un largo y complejo proceso correspondiente a la historia social y cultural de la formación de los cuadros orgánicos de las clases sociales dominantes. Mediante esa forma instrumental, Iglesia, esas clases sociales lograron enfrentar y resolver los problemas del control y el manejo disciplinario de los poblamientos correspondientes a sus territorios. Logrando monopolizar los modos sociales de creación y aplicación del conocimiento en sus formas reflexivas; y también, con esa forma, instrumentaron funcionalmente una meta social más amplia: el desencadenamiento, organización e institucionalización de un proceso que logró crear e instalar en los poblamientos la formación de una masa de creyentes. En ellos sembraron profundas convicciones acerca de la sacralización de las formas de acción que reproducían las condiciones sociales constitutivas de la reproducción del poder material y cultural de las clases sociales dominantes.

La gestación y dominio de la forma Iglesia cubrió más de una formación histórico social, de ahí su imagen de realidad milenaria; es verdad, es una construcción social constantemente actualizada, su realidad, siempre cambiante, es milenaria. El encubrimiento de gran parte de sus acciones encubrió también la fluidez de su identidad y las razones de su perdurabilidad. La búsqueda de su deificación la hizo alternativamente ostentosa, discreta y clandestina en su gestación y ejercicio, según las necesidades y circunstancias históricas de su reproducción.

La Iglesia Católica tiene una muy larga historia que por supuesto trasciende histórica y geográficamente nuestra territorialidad nacional en la cual ha construido una enorme red de instalaciones, finalmente fortalezas de un poder llamado espiritual que fue monopolizado y que le permitió generar y mantener incesantemente una infantilización de las poblaciones, particularmente sobre los sectores material y culturalmente más pauperizados de nuestro país.

Pobres o ricos, en nuestras primeras etapas en que construimos y descubrimos sin saber que así lo hacíamos, nuestras formas más iniciales y primarias del conocimiento del mundo que nos rodeaba, ese mundo se nos presentaba como algo preexistente, no sólo ya construido por alguien, sino también como algo que era previo a todo lo humano... lo cual nos llenaba de asombro y temor que se expresaba como un temor respetuoso acerca de lo preexistente.

Pensar es una forma compleja de hacer.

¡No nos es fácil “ver” y conocer cómo pensamos!

Lo hacemos... pero la mayoría de las veces no sabemos cómo; es por eso que el producto de nuestras reflexiones se nos presenta muchas veces como algo que “se nos está revelando”, que se nos está haciendo presente... ¡por algo o por alguien!

En todos los pueblos y en nuestras primeras experiencias, las reflexiones más primarias acerca del conocimiento de nuestras propias experiencias con relación al mundo que nos rodea y a sus diferentes modos de existencia se nos instalan como una realidad en la cual la acción humana, aun nuestra propia acción, no nos es inmediatamente percibida como formando parte de eso que nos sucede.
Nuestra acción, que dirige su “mirada”, que “toca y observa” y que simultáneamente, aun sin saberlo, “transforma” y “piensa” es acción que las mayorías de las veces desconocemos: lo hacemos, pero no sabemos cómo.

En parte es a eso que K. Marx se refería cuando afirmaba respecto a los pueblos con relación a su propia historia: “la hacen pero no saben cómo”.

Es importante tener presente que aún actualmente, la imagen acerca de que la realidad que nos rodea es en gran medida la resultante de una construcción humana no es una creencia dominante en el mundo. Basta pensar que la gran mayoría de la humanidad piensa que lo existente es una obra que no sólo los trasciende sino que es producto de una empresa divina... Las primeras formas del conocimiento de la realidad se expresan con un realismo mágico que no tiene claramente presente cuánto de esa realidad es el resultado del conjunto de la acción humana. Más tarde, en la medida que nuestras experiencias y condiciones de vida nos lo permiten, reconocemos en ese mundo que nos rodea mucho de lo que es el resultado de la empresa humana y aprendemos a distinguir, en el amplio campo de esa realidad, la distancia que nos humaniza y que nos diferencia. ¡Y de allí también a distinguir primariamente la diferencia entre lo humano y lo inhumano!
Con esas formas primarias iniciales del conocimiento, con ese realismo aún mágico, fue y es aún hoy suficiente como para distinguir lo humanamente deseable de lo indeseable: lo que hace sufrir es humanamente indeseable, es inhumano.

Pero este conocimiento primario, por primero y precario, acerca de lo inhumano del dolor del sufrimiento y de lo indeseable (la injusticia) de la vida que nos rodea y nos lo provoca, se nos presenta en un inicio como el resultado de acontecimientos de los que desconocemos el orden de la causalidad de los procesos que los produce.

Las formas primeras del conocimiento, que nos asombran, que nos sorprenden pues no han sido intencionales, no han sido buscadas, se nos presentan como una revelación. Sin conciencia de que es el resultado de nuestra propia experiencia. No es sentida ni vivida como un producto de nuestra incipiente y embrionaria actividad de reflexión sobre la experiencia de nuestra propia acción humana sino como algo que “desde afuera de nosotros” se nos instala como una verdad que algo o alguien “nos lo dice”. Atribuimos el resultado no buscado de nuestras propias acciones embrionariamente reflexivas a un orden de revelación...

El pensamiento acerca del mundo que nos rodea es inicialmente un realismo mágico y constituye una de las primeras etapas y formas del realismo, de las formas más simples y arcaicas de nuestras reflexiones acerca del conocimiento de la realidad; ¡así lo fue en el origen de nuestra historia como especie humana y también lo es –aún hoy– en la infancia de casi todos!

Pero, desde allí y a su vez, es posible avanzar y comenzar a desentrañar y conocer mucho de los modos en que se produce lo indeseable como el resultado de una empresa atribuible a los efectos de los modos de acciones que reconocemos humanas en su realización aunque inhumanas en sus efectos indeseables. ¡A partir de allí, las primeras formas del reconocimiento de la injusticia como resultante de la acción humana se hace posible!

Todo un orden de discriminación, valorización y jerarquización de la realidad se desencadena a partir de ese momento en forma de un reconocimiento incipiente de la realidad desde la perspectiva de lo deseable o indeseable. Lo indeseable es injusto se hace discriminable y reconocible como la resultante de la acción de otros y de allí la posibilidad de rechazarlo: la formación de los primeros movimientos sociales contra las formas de inhumanidad e injusticia expresa inicialmente los modos más primarios en que la experiencia íntimamente compartida construye las bases para el desarrollo de las formas más simples de la solidaridad entre quienes se reconocen iguales en el padecimiento y sufrimiento de la realidad... ¡de allí la determinación de que reflexionar y organizar el mundo más humanamente y de luchar por ello es posible!

A medida que las razones, las experiencias y las reflexiones justicieras crecen, crece también la articulación solidaria entre quienes sufren de igual manera las consecuencias de lo inhumano e indeseable. Los movimientos inicialmente concentrados en la experiencia y solidaridad de una reflexión individual pero trascendente acerca de una humanidad deseada y sin sufrimiento tienden a convertirse en un estado de permanente movilización, trascendiendo las formas más primarias de la conciencia de las masas más castigadas y desposeídas.

Los modos simples del conocer el orden de lo real y de valorizar positivamente su cambio y el deseo de una humanización creciente se constituyó en una creencia trascendente, solidaria y militante; fue convirtiéndose en una fe y combatividad profundamente valorizada, sacralizada y mesiánica, religiosa.

Pero apenas esa lucha se inició históricamente comenzó a confrontarse y experimentar una realidad no prevista: mucho de lo indeseable e inhumano para ellos formaba parte de las condiciones y del modo de existencia de “otros”.

Cuando quienes se unen solidarizándose con su íntima reflexión acerca de lo injusto intentan enfrentarse a esas formas de inhumanidad desobedeciendo y reclamando contra las órdenes inhumanas que se les imponen, reciben como respuesta directa e inmediata una represión feroz... pues ésa es la manera en que los inhumanos construyen y defienden, con el uso de violencia, la reproducción de las condiciones de existencia de su propia vida. Pero las víctimas no descubren de manera directa e inmediatamente con claridad, cuáles son los modos en que se realizan esos procesos; cómo es que ésa es, también, la contrapartida de una lucha por la vida. Pero, la de otras vidas: la de aquellos que construyen las condiciones de existencia de su vida a partir de la explotación y expropiación de las condiciones de vida de las grandes mayorías indefensas.

Un largo y muy complejo proceso de enfrentamientos se desenvolvió entre los diferentes poblamientos en la lucha y en la defensa de sus condiciones de existencia. Pero esos enfrentamientos en su desenvolvimiento no lograron alterar las razones que lo desencadenaban sino que por el contrario aumentaron la persistencia de los hechos que constituían lo humanamente indeseable, la represión a los indefensos sólo lograba sumar nuevas reflexiones y razones a la necesidad de una lucha justiciera por la vida de las mayorías.

Desde ese momento, de los modos más altos de esa combatividad comenzó también, en los más poderosos y poseedores de los bienes materiales, una nueva reflexión respecto a su relación con las creencias profundas y sacralizadas de los combatientes, que ellos reprimían. A partir del reconocimiento de la existencia de esas formas de conocimiento y reflexiones más primarias y mágicas del realismo, nació también la posibilidad en los poseedores del poder material de defender y ampliar las formas más injustas de sus órdenes inhumanos. Ya no sólo con el uso de la violencia más formidable del monopolio de la fuerza material. Comenzó en manos de los más poderosos un proceso de expropiación y monopolización de las experiencias acerca de la toma de conciencia de las razones del sufrimiento y la injusticia humana. La construcción de la forma Iglesia constituiría las bases de una justificación y sacralización de los órdenes sociales preexistentes en nombre de una transitoria etapa terrenal de prueba y de un futuro trascendente y espléndido para aquellos más consecuentes y obedientes de los órdenes terrenales: ¡Habría un juicio final! Y quizás también una salvación.
Es en el uso monopolizado del control y limitación de las formas primarias de la reflexión –del realismo mágico y religioso– que se construyó finalmente un sólido pilar en la defensa moral de los órdenes sociales injustos. Construir y mantener la ignorancia, detener la tendencia creciente al desarrollo de la capacidad reflexiva de las masas, inhibir el uso que ellas pudieran hacer cada vez más complejo de su reflexión y de sus formas de conocimiento, para, de esa manera, lograr infantilizarlas y detenerlas en las etapas más precarias de su desenvolvimiento intelectual. Todo esto se convirtió en un objetivo trascendente y valioso, útil y necesario para los que detentaban la mayor concentración de la expropiación y apropiación de las condiciones materiales de vida de los pueblos.

Ayudada por quienes expresaban y monopolizaban la capacidad de ejercer la violencia, mediante el uso de la fuerza material, la Iglesia dejaría de ser una asamblea de los desposeídos, se iría convirtiendo en una administración que monopolizaría las formas de conocer, de comprender el mundo y enfrentar sus temores... utilizando y desarrollando una capacidad para amenazar, atemorizar y aterrorizar a quienes cuestionaran el orden preexistente e intentaran vulnerar las condiciones de esa realidad terrenal.

Por supuesto la Iglesia, a cambio, intervino atendiendo las formas terrenales del sufrimiento creciente de la población y mediante ello .-en el terreno favorable del miedo y el terror que produce el sufrimiento o su amenaza–, detenía el avance hacia una toma de conciencia de las causas que provocaban ese sufrimiento; creando a su vez .-con “otros”– una articulación solidaria e íntima entre quienes usufructuaban y monopolizaban las diferentes formas del poder material y moral de la acción y la existencia humana: los poseedores.

Poseedores y desposeídos constituirían un rebaño. Serían iguales ante Dios.

Aquellos que viven en condiciones de pobreza esencial, de soledad y aislamiento, que se plantean y reconocen autocuestionándose su identidad y las condiciones de su sufrimiento sin llegar a tener respuestas que los liberen del ejercicio permanente que sobre ellos ejercen los modos infinitos de represión y explotación inhumana... ¡viven en la desesperación!

Es en la sensibilidad y en el reconocimiento de las causas y los efectos resultantes que producen esa desesperanza que se instala la Iglesia. Su tarea ha sido desarmar e infantilizar poblaciones, en particular a las mayorías expropiadas y empobrecidas, a partir de sembrar y prolongar sistemáticamente miedos y terrores en la amenaza creciente de un futuro impredecible y quizás aún más incierto pero... que sería producto de una voluntad trascendente cuya lógica debe ser desentrañada y respetada. Enfrentando así, la Iglesia, el torrente de preguntas e interrogantes que los sectores más desposeídos, los expropiados y reprimidos se plantean y cuestionan permanentemente, al tiempo que crece su desesperación y enardecimiento. La Iglesia se presentó y se instaló ante las poblaciones como el instrumento capaz de conocer y explicar no sólo lo que estaba sucediendo sino también lo que le estaba sucediendo a cada uno de ellos y las posibilidades de obtener su salvación, de un destino aún más terrible.

La Iglesia ante la desesperación de las poblaciones sembró responsabilidades y culpas... como expresión estratégica de un poder monopolizador en el uso del conocimiento y de la reflexión; luego y siempre se prestaría también a crear las condiciones de sus indulgencias, de sus curas de almas: es decir, desencadenaría el proceso de enfermar de culpa, para poder curar; curar mediante castigos e indulgencias para finalmente poder, de esa manera, expropiar el poder de reflexión y autonomía de los cuerpos. ¡De este procesamiento nació y se reproduce el poder material de la forma Iglesia para construir, a partir de allí, su poder espiritual sobre las poblaciones y que aún hoy mantiene!

Es en el modo en que se desenvuelven y se desarrollan progresivamente las diferentes etapas constitutivas de la subjetividad de la identidad humana, en donde se instalaron las tácticas que implementaron estratégicamente el personal de la forma Iglesia. En esas primeras etapas, el ser humano realiza un proceso de articulación de sus propias experiencias directas y sólo a través de su relación con otros puede lograr descentrarse de sí mismo. El pasaje de la acción a la operación supone, entonces, a nivel del individuo, una descentralización fundamental, que constituye una condición del agrupamiento operatorio y que consiste en ajustar las acciones unas a otras hasta poder componerlas en sistemas generales que se puedan aplicar a todas las transformaciones: estos sistemas, precisamente, son los que permiten conectar las operaciones de un individuo con las de los otros.

Pero es conveniente también aclarar que no debemos confundirnos y subestimar las experiencias iniciales y las creencias correspondientes a las etapas primeras del desarrollo de la humanidad y de la subjetividad de los individuos. “Por un lado (tanto en la evolución mental del individuo como en la sucesión histórica de las mentalidades) existen niveles sucesivos de estructuración lógica, es decir, de inteligencia práctica, intuitiva u operatoria. Por otra parte, cada uno de estos niveles (muchos de los que pueden coexistir en una sola sociedad) se caracteriza por un cierto modo de cooperación o de interacción social, cuya sucesión representa el progreso de la socialización técnica o intelectual. La lógica consiste en operaciones que proceden de la acción y si estas operaciones constituyen por su propia naturaleza sistemas de conjuntos o totalidades cuyos elementos son necesariamente solidarios unos de otros, estos ‘agrupamientos’ operatorios expresarán, entonces, tanto los ajustes recíprocos e interindividuales de operaciones como las operaciones interiores del pensamiento de cada individuo.” (J. Piaget)

Estos primeros estadios son momentos constituyentes del proceso de formación de las operaciones lógicas del pensamiento y de la construcción de los criterios del juicio moral. El detenimiento de estos procesos, la limitación y el control de su modo de desenvolvimiento es producto y a su vez expresión de una larga y compleja articulación histórica de los ordenamientos sociales construidos por los cuadros orgánicos de los victimarios. Ordenes sociales con los cuales lograron una restricción perversa de las individualidades: limitación y subordinación a una obediencia debida, heterónoma, despótica e inhumana.
Es en el detenimiento del proceso inicial de humanización de cada individuo, en la expropiación de la sociabilidad, mediante su control y posterior desarrollo subordinado de ese proceso, donde se instala el personal de la forma Iglesia; usurpando el espacio de la sociabilidad deseada, libre, posible y solidaria. La forma Iglesia usó a su masa de creyentes en las tareas de cerco y aislamiento de los sectores más pauperizados e indefensos, para lograr restringir y controlar los procesos interindividuales de construcción y desarrollo social autónomo de cada individuo.
Los cuadros de la Iglesia lo hacen, mediante la intervención y utilización perversa e instrumental del proceso evolutivo de las dimensiones constitutivas de la subjetividad de lo humanamente valioso: las etapas sucesivas del desarrollo de la capacidad de conocer y tomar conciencia de la realidad social.

La forma Iglesia realiza sus tareas juntos y articulados con quienes han sido formados también como victimarios: castas, cuadros orgánicos profesionalizados en el uso inhumano de la violencia material que realizan su tarea en nombre de los que monopolizan y dominan instrumental y perversamente esas experiencias, las fuerzas armadas de las clases poseedoras.

Matar es una empresa muy compleja. No es fácil.

Pero enseñar a matar es una empresa más difícil aún.

Hasta hace poco nos era muy común comer animales que comprábamos vivos en el mercado y luego, en nuestras casas, los matábamos y los cocinábamos para comerlos con la certidumbre de que eran frescos. En realidad la empresa no era muy difícil, no eran animales feroces sino domésticos, habían sido derrotados y domesticados muchos milenios antes.

Estábamos acostumbrados a matar o ver morir animales domésticos y comerlos frescos, recién hechos.

Ahora es más difícil. El espectáculo de la muerte está ausente en nuestras comidas en un presupuesto carente de una experiencia inmediata que nos la haga presente. La imaginamos pero no la conocemos.

Los victimarios son una construcción muy compleja. No nacen por generación espontánea como así lo creen la gran mayoría de ellos. Han sido seleccionados y lentamente procesados para ejercer la determinación de matar. Es una selección que se produce luego que un amplio terreno social ha sido culturalmente preparado y sembrado para tales fines. Una siembra que se cultiva con esmero y de la cual se extraerán como cosecha exitosa las mejores semillas para poder hacer con ellas verdaderos y excelentes victimarios.

Matar –al contrario de lo que muchos creen– no es una empresa sólo para seres valientes.

Para matar a seres indefensos se necesita una importante dosis de miedo y cobardía.

Seleccionar cobardes y a su vez sembrar de manera permanente en ellos el miedo y la obediencia es una tarea permanente de los modos en que las clases sociales dominantes construyen a sus cuadros victimarios.

La construcción de los victimarios es de una inhumanidad atroz.

Los procesos constructivos de victimarios tienen como presupuesto instalar en el campo de su subjetividad una escisión perversa: un abismo por la imposibilidad y en la convicción de no reconocerse en los otros seres. El costo de ese abismo es la incapacidad de adquirir su propia humanización: se constituyen en seres deshumanizados. Hasta que logran una animalidad que les posibilita su existencia y supervivencia a partir de realizar matanzas esporádicas y cacerías sistemáticas. Eso es lo que se desea de ellos, una animalidad eficiente como guardianes defensores del mantenimiento y reproducción de un orden social, como verdaderos leones... delante de las rejas.

Ambos victimarios –la Iglesia y las FF.AA.– constituyeron y expresaron la personificación social del poder de las clases dominantes en el uso de la fuerza de la razón y de la razón de la fuerza. Se presentaron con la cruz y la espada como dos imágenes que simbolizan y sintetizan la identidad de sus espacios y de su sociedad, como una identidad total amenazante. Se instalaron en el proceso social de manera tal que lograron bloquear el desarrollo de la individualidad, cercando y aislándola del proceso social; desplazando e impidiendo toda otra sociabilidad que desencadene el desarrollo autónomo de una individualidad solidaria y libertaria.

 

Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo
Rectora: Hebe de Bonafini
Director Académico: Vicente Zito Lema

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