Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH LAS12

Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo

EDUARDO S. BARCESAT
�Etica y política�

1: El mundo en que vivimos:

Pregunta Alicia en el País de las Maravillas: “¿De aquí cómo se sale? Y el Gran Gato le contesta: “Depende a dónde quieras ir”.

Como carecemos de la sabiduría del Gran Gato, tendremos que formularnos tanto las preguntas como las respuestas.

Es éste, nuestro mundo, un ámbito fuertemente dicotómico. De un lado, países ricos y desarrollados y para cuyas clases dirigentes –fuertemente coaligadas–, la desigualdad y la explotación, tanto en el interior de sus naciones como –muy especialmente– respecto del resto de los países, es una condición de su propio bienestar. El otro lado, bien lo sabemos, es el del atraso y la dependencia. Somos proveedores de recursos humanos y de poblaciones para el consumo globalizado; de paso, apropian también nuestros recursos y riquezas naturales. Fabrican los poderosos sus mercancías allí donde es más barato producirlas, las venden en todo el mundo y obligan a los países pobres y dependientes a pagarles regalías, licencias, royalties, etc. por el privilegio de poder consumir sus mercancías, fabricadas con los recursos naturales y humanos de esos países dependientes. Doble ganancia y doble explotación: ganancia 1: hay que pagar por lo que producen con nuestros recursos humanos y riquezas naturales, porque ellos, los dominantes, ponen el know how; ganancia 2: la que obtienen vendiéndonos a nosotros mismos lo que han fabricado con nuestros recursos y riquezas.

Por supuesto, el negocio no sería posible si no se contara, para su imposición y aceptación, con una estrecha alianza entre los sectores dominantes de los países ricos, y los sectores dominantes, gerenciales de sus intereses, en los países pobres y atrasados.

Para que el modelo funcione es fundamental la producción y circulación masiva de la ideología de la dominación. Sólo cuando se producen quiebres o rupturas contrahegemónicas aparece el otro lado del poder, esto es, el “gran bastón”. Pero, en lo posible, el sometimiento se insufla a través de esa ideología de la dominación, cuyo objeto central es que esa dominación sea vivida como normalidad, como lo bueno y necesario.

La ideología de la dominación insufla la totalidad de las prácticas sociales. Su gran eje vertebrador es la comunicación social; fundamentalmente, los medios audiovisuales. Allí se establecen los modelos de conducta, los patrones por los que debemos regirnos; qué es bueno, tanto en materia de jabones y pastas dentífricas, hasta en materia estética, ética y política, para el sistema.
La pluralidad de las prácticas discursivas se subsumen dentro de un patrón único modelado por dicha finalidad esencial a la reproducción ampliada del sistema.

Las expresiones más elevadas de la cultura son sometidas a las pautas de la comunicación social. El medio comunicacional tiene la libertad formal de elegir entre una obra teatral cumbre, o un desfile de bellas modelos. Sólo que la aceptación –el dios “rating”– decidirá, sobredeterminará, la opción, quebrantando la libertad formal, suponiendo que la dirección del medio prefiera a Shakespeare o Pirandello sobre las afinadas siluetas que nos enseñan qué podría lucirse si cada uno fuera como no es realmente.

Esta sobredeterminación de la estética del modelo por sobre toda opción o alternativa de la cultura ha fagocitado, incluso, al discurso político.

La política está sujetada comunicacionalmente por los patrones que sirven para vender e imponer los consumos masivos.

La política es una góndola más dentro del gran supermercado de la comunicación social.

En efecto, sólo se consume lo que la góndola ofrece, y como la góndola sólo ofrece aquello que mayoritariamente se vende, los productos que no gozan de un amplio conocimiento y difusión quedan inicialmente descartados.

Así como la disputa es entre dos, o a lo sumo tres, grandes marcas de jabones, igualmente la política queda ceñida a dos o tres grandes opciones. Opciones de lo mismo, por supuesto.

Ya no existen programas políticos; hay “perfil de campaña”, “ideas fuerza”, o “consignas”.

Los tiempos no son los de la gran oratoria. Ningún hacer político puede sufragar esos tiempos en los medios de comunicación masiva. Dos o tres minutos, a lo sumo, tienen que bastar para plantear un problema y darle solución, así se trate de la más fuerte de las ficciones, como ser: “atender y resolver los problemas de la gente”.

Los spots televisivos de la política son encargados a las mismas agencias que nos venden toda suerte de espejitos.

Pero la brevedad del espacio discursivo que brindan los medios audiovisuales se compensa, largamente, con la universalidad del medio comunicacional. Cualquier político sabe que dos o tres minutos de “consignas” propaladas por un canal de televisión, “colectan”, venden más, que un mitín político realizado a cielo abierto.

Los partidos políticos del sistema se verticalizan, obligadamente, porque carece de sentido una vida interna como agrupación política, toda vez que eso trasciende poco y mal. Las figuras que comunican, ésas son las hacedoras de la política.

Importa más la fisonomía del político –mujer u hombre– que su discurso. Nadie controla, ni le interesa, qué va a decir cuando se le planta un micrófono y una cámara enfrente, pero un ejército de secundones se ocupará que el peinado sea atildado, el gesto sublime, la ropa comorecién comprada o salida de la tintorería y –si es posible– que parezca “canchero”.

El ascetismo antes ponderado como virtud del político cede paso al espectáculo de la política.

El político será insertado en los espacios correspondientes a otros ejercicios audiovisuales. Aparecerá en programas cómicos, entre siluetas espectaculares, o tratando de superar a los propios bufones en su arte de divertir. No es la inserción de la política en lo cotidiano sino la subsunción de la política a lo que configure comunicación y difusión masiva.

La palabra, que no sólo es portadora de conocimiento y compromiso, sino también un instrumento, un cincel, de la belleza, es aplastada por la imagen, por la facilidad de la sonrisa, por la ampulosidad de los gestos, e –incluso– hasta ser torpe y aburrido puede constituir un buen guión de venta, porque la torpeza, en un actor o en un político, gusta y divierte a la gente. En definitiva, una forma más de ser bufón.

Nadie, en la política, está atado por cadenas visibles a vender y reproducir el modelo. Es mucho peor todavía: las cadenas son invisibles, lo que las hace más fuertes y difíciles de detectar y estallar.

Un ejemplo paradigmático de esta subsunción y sujeción lo aporta el discurso de un dirigente político, el Lic. CARLOS ALVAREZ, que se inició en posturas críticas respecto del modelo, para terminar sincerando que “hay que tocar lo que se puede modificar”; esto es, se puede pretender ser un paladín en la lucha contra la corrupción, pero no afectar al modelo que es esencialmente corrupto y corruptor. Se puede reclamar que los políticos que ocupan cargos públicos cobren razonablemente y no dietas desmedidas, o que no cobren por cada proyecto que aprueban. Pero no tocar la deuda externa o la dependencia tecnológica, porque entonces la fuerza política que pretende encarar los grandes temas se convierte en una fuerza testimonial, y no en un proyecto de poder.

Por tanto, el poder político es el que aporta el modelo. Las fuerzas políticas, o los políticos, si se nos admite que ya no tiene sentido hablar de partidos políticos en estas estructuras verticales, sólo aportan la clase gerenciadora del modelo. No interesa cuáles son sus ideales –si alguna vez los tuvieron–, lo que se les admite y demanda es que administren el modelo. No tienen que inventar. No tienen que observar principios. Sólo, en lo posible, ser eficaces y prolijos.

En esas posturas y afirmaciones, de uno de los mejores expositores y comunicadores del modelo, está sincerada su “ética” y la microfísica de las iniciativas posibles para el modelo. Dicho en términos de carpintería: se puede lijar, pero no serruchar, o esculpir. Ahora bien, nadie construye nada con sólo lijar.

Tenía razón el Principito: “... lo esencial es invisible a los ojos...”

Volvemos al interrogante inicial: “... ¿de aquí, cómo se sale?...”

2: Hacer visible lo invisible:
Si alguna función, honesta, podemos cumplir los intelectuales, ella arranca, seguramente, por hacer visibles los mecanismos, las cadenas de la dependencia, la desigualdad social y el sometimiento.

No estamos –conviene aclararlo– para sentirnos “la voz de los que no tienen voz”; o ser los ojos de los que “miran y no ven”.

Nada de eso; ninguna petulancia; antes bien, que tenemos una enorme deuda que saldar, con la sociedad a que pertenecemos y con nosotros mismos.

Porque sin la complicidad de los intelectuales sometidos y que se benefician con el modelo, ni la dependencia, ni la desigualdad social, ni el sometimiento serían tan fáciles de imponer.

Comencemos, entonces, por buscar de saldar esa deuda.

Mostremos que este mundo dicotómico no es ni necesario ni beneficioso para los pueblos, para las grandes mayorías sometidas que habitan el planeta Tierra.

Digamos, de entrada, que el mundo no marcha, racionalmente, conforme un proyecto de libertad, igualdad y fraternidad crecientes.

Muy por el contrario –e invito a quien quiera desafiar esta afirmación a examinar los documentos preparatorios de las cumbres mundiales sobre desarrollo humano y social–, el mundo es cada vez más desigual. Es creciente la brecha, desde 1950 hasta el presente –por tomar arbitrariamente una fecha base–, entre el producto bruto de los países ricos y desarrollados respecto del de los países pobres y atrasados. A su vez, en el interior de las naciones, son cada vez menos los que apropian más del producido social y la curva de la desigualdad en la distribución del ingreso es más brusca en los países pobres que en los países ricos. Esto es, que los pobres son más pobres en los países pobres, y que los ricos son más ricos... en los países pobres.

Desde 1948, año de aprobación de la Declaración Universal de Derechos Humanos, se han formulado y adoptado cientos de tratados y convenciones internacionales de derechos humanos que pregonan, efectivamente, un mundo más libre, igualitario y fraterno. Pero el derrotero ha sido otro.

Aquí se abre un dilema: o el discurso de los derechos humanos es el nuevo “opio de los pueblos”, un manipuleo del psiquismo humano para “tener” los derechos en el mundo ideal de la norma jurídica –mientras en la realidad se carece de todos esos derechos–; o lo que falta es una política de derechos humanos y un bloque social portador de ella, que consciente y batallador tome esos derechos como instrumento de libertad para los individuos y los pueblos, llevándolos de la “hoja de papel” de los textos sacrales en que se encuentran escritos, para realizarlos en la vida material y cotidiana, que es donde se padecen las necesidades que subyacen a cada derecho.

Entendemos que la segunda es la opción correcta; que esos derechos son un instrumento de lucha social que debe ser tomado por los sometidos, los pobres y los dominados, como herramienta de la gran obra de ingeniería social pendiente tras los enunciados, valores-ideas-normas, de libertad, igualdad y fraternidad.
Hemos mostrado, hasta aquí, que el proyecto dominante, el del modelo, es esencialmente un proyecto de desigualdad, de marginación forzada y exclusión social. Que el bienestar de las clases y sectores dominantes se basa en incrementar la doble desigualdad, la nacional y la social. Y que este modelo, desgraciadamente, comporta la participación, tan necesaria como criminal, de las clases y sectores dominantes de los países pobres y atrasados, que hacen el papel de gerenciadores locales del modelo. Traidores, por tanto, al nivel de la nación, y traidores respecto de sus compatriotas despojados y empobrecidos. Y lo que es más grave, que se presenten y crean como “salvadores de la patria”, sea a través de la convertibilidad menemista, tanto como del blindaje aliancista.

Afirmemos, una vez más, el sabio enfoque de CARLOS MARX: “...los individuos no son como creen ser, o como se representan a sí mismos; tal y como se manifiestan en la realidad material de sus actos cotidianos, así son...”

Lo sepan o no, son el soporte sustancial de la dominación y la exclusión social.

El modelo, como tal, sólo es necesario para quienes se benefician de él. Hay que sacarles, a sus portadores, la careta de sacrificados gobernantes y mostrarlos tal y como son: la gerencia servil de la miseria y marginación social crecientes.

3: ¿Cuáles son los lineamientos de un modelo de independencia e igualdad, como nación y como pueblo?:

Tres iniciativas políticas son indispensables para un modelo que quebrante la dependencia y la desigualdad, a saber:

3.1: La necesaria revisión –anulación– de la denominada deuda externa.

3.2: Concluir con la dependencia tecnológica.

3.3: Generar una política fiscal que grave la riqueza, no el consumo.

Estas iniciativas políticas deben, necesariamente, acompañarse de:

3.4: Recrear y reponer las estructuras y deberes del Estado/Nación.

3.5: Políticas de redistribución del ingreso y pleno empleo, comenzando por un plan de obras públicas y del restablecimiento de servicios públicos para todos, con gestión y control de gestión públicos.

3.6: Gestión y control de gestión de estas políticas a través de organismos regionales y sectoriales, integrados con representación difusa de todos los sectores comprometidos en dicha gestión y control de gestión.

3.7: Una labor cultural que posibilite tomar plena conciencia de las desigualdades, tanto en el plano nacional como social, y que recupere nuestra conciencia como pueblo independiente.

3.8: Una integración latinoamericana comprometida con estos objetivos.

4: TRABAJO Y POLITICA (las dos con mayúsculas):

Muchas veces hemos sostenido que el trabajo debe ser la expresión mayor de la capacidad creadora del ser humano; su expresión suprema.

Hoy agregaríamos: no hay libertad sin trabajo, aunque no todo trabajo comporte libertad.

Con todo acierto ROBERT CASTELL, sociólogo y epígono del pensamiento institucionalista, advierte que la pérdida del trabajo es el inicio de una serie de rupturas que se prosigue con el quiebre de los vínculos de familia; más luego los vínculos relacionales y sociales, que llevan al individuo a una situación de marginación forzada “... ese cuarto mundo poblado de extraños extranjeros... que son nuestros compatriotas...”

Por tanto que la afirmación del trabajo para todos debe constituirse en un apotegma del hacer social, de la política. Es la condición misma de la humanidad que requiere toda persona y que debe ser satisfecha desde y con recurso a la política.

Ese reconocimiento del trabajo comporta una correlativa jerarquización de la política.

No son malas palabras “política” y “políticos”.

Lo que es malo, perverso y corruptor es el modelo en que gira actualmente la política.

Y no sólo es malo, perverso y corruptor el modelo, lo que sobredetermina como malos, perversos y corruptos a sus portadores, porque son criaturas del modelo, lo sepan o no, sino que es aún más dañosa la prédica de que “nada puede hacerse” respecto de la heteronomía del modelo; apenas mejorarlo, en sus límites; “humanizar al capitalismo”, como predican algunos.

Se trata, realmente, en términos brechtianos, de un “círculo de tiza”; nadie saca los pies fuera de él porque se cree que se trata de un cerco insalvable, o que trasponiéndolo se ingresa a un abismo espantoso: un espacio sólo ocupado por monstruos mitológicos.

Nuevamente que lo invisible a los ojos se torna más fuerte, más férreo que si se tratare de un cerco visible, con dimensiones cognoscibles.

El mito sigue vigente en nuestros días. Nadie sabe a ciencia cierta si puede haber otro modelo social, si se puede salir de éste, romper el encantamiento. El carácter necesario del modelo vigente se acredita como un mito más fuerte, y más pueril, de lo que fueran, en la Antigüedad, en Grecia, los mitos clásicos impuestos desde el poder, como los de Tántalo y Prometeo.

No se puede desafiar a los dioses, predican los mitos griegos. El que los desafíe, el que pretenda apropiar la antorcha del saber será condenado a tormentos y suplicios eternos; Prometeo, encadenado a una roca, un ave negra que le arranca y devora las entrañas, que vuelven a crecerle todos los días para hacer inacabable su tormento; Tántalo, atado a un árbol, condenado a no poder saciar su sed ni su hambre, en un suplicio que igualmente se renueva día tras día.

¿Su crimen? Haber desafiado a los dioses; es decir, al poder. Pretender apropiarse, como humanos, de la antorcha del saber. Hoy podemos sonreír, descreídos, de aquellos mitos. Pero, vale el interrogante, ¿somos tan lúcidos como para advertir el carácter mitológico de la necesariedad del presente modelo?

¿Estamos realmente mejor que Tántalo o Prometeo?

¿Dónde está escrito que este modelo comporta el fin de la historia?

¿No será que los poderosos lo son, en buena medida, porque les reconocemos ese poder?

¿Por qué no tomamos, apropiamos, la antorcha del saber?

No es para quemar a nadie, ni quemarnos nosotros.

* Profesor Titular en el Departamento de Teoría General y Filosofía del Derecho y de Derechos Humanos y Garantías Constitucionales, Facultad de Derecho; UBA. Docente invitado en la Universidad Popular de Madres de Plaza de Mayo.

 

Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo
Rectora: Hebe de Bonafini
Director Académico: Vicente Zito Lema

KIOSCO12

PRINCIPAL