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Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo

ROLANDO ASTARITA

�Crisis y estrategia de acumulación en Argentina�

 

En momentos en que estamos terminando de escribir este artículo el riesgo país –esto es, la sobretasa que paga el Estado argentino por tomar prestado dinero– supera los 1300 puntos, la bolsa se derrumba y corren rumores sobre nuevos cambios en la conducción económica. Todo parece indicar que este “golpe de los mercados” tiene su origen en las tensiones existentes entre algunos sectores financieros –tal vez con importantes intereses atados al dólar– y la conducción económica.
Se trata de una situación que en un primer análisis apoyaría la tesis que manejan muchos sectores del progresismo argentino. Esta tesis sostiene que en el bloque dominante se ha producido una fractura entre la cúpula empresarial histórica, de fuerte posición productiva y exportadora (que vería con buenos ojos la modificación de la paridad cambiaria) y los dueños de la gran banca local y los organismos internacionales, que estarían por el mantenimiento férreo de la antigua paridad cambiaria. En este marco se interpreta el “deambular equívoco y contradictorio de Machinea” como producto de esta fractura en el bloque dominante; la suba de López Murphy como el intento de imposición de la gran banca de su política, y el ascenso de Cavallo como el avance de los sectores productivos exportadores. Una tesis que choca de hecho con la interpretación de la izquierda, que afirma que Cavallo representa la continuidad, en lo esencial, de las políticas instrumentadas a lo largo de los noventa.
Sin negar que existan tensiones, el objetivo de este artículo es argumentar no sólo que continúa habiendo una unidad de la clase dominante en torno a lo fundamental del curso económico de los noventa, sino también que esta política se asienta en las tendencias más amplias y consistentes que están operando en la economía mundial. Para ubicarnos en el análisis, partiremos de un breve examen de la crisis actual.

La profundidad de la actual crisis
Si fechamos el inicio de la actual crisis económica en abril de 1998 –momento en que se produce la inflexión del anterior ciclo– al finalizar marzo se cumplían 35 meses de recesión. El dato adquiere relevancia cuando comprobamos que las seis crisis anteriores (período 1970-1998) tuvieron una duración promedio de 14 meses (2). La caída del PBI fue del 3,2% en 1999 (un 4,6% el PBI per cápita) y la producción industrial cayó el 6,4%; en 2000, el PBI bajó 0,5% y la inversión el 8,3%. Sectores ligados al mercado interno como automóviles, tractores, línea blanca de productos eléctricos y no eléctricos, insumos de caucho y plásticos, acero y hierro, papel y neumático, construcción, agroindustria, calzado, textiles fueron duramente castigados. Como es inherente a una recesión tan prolongada, a lo largo de este tiempo aumentó la deuda empresaria en la manufactura, comercio y banca, con gravísimos problemas para la cadena de pagos y aumento de las quiebras. El sector empresario no agrícola llegaba al 2001 con una deuda externa calculada en 55.000 millones, y con compromisos de 7500 millones de dólares para el año. En tanto, en el agro hay 12 millones de hectáreas hipotecadas. Por el lado del Estado, la deuda pública supera los 128.000 millones –46.700 millones es deuda flotante– con un aumentoanual promedio de 10.000 millones en los últimos tres años. El gasto por intereses representa el 22% de los ingresos del gobierno nacional (o el 10% de los ingresos totales del Estado), y las necesidades de financiación anual rondan los 25.000 millones de dólares. En los últimos treinta días Argentina ha perdido depósitos por 3000 millones de pesos y reservas por 2500 millones, según la Asociación de Bancos de la Argentina, y las tasas que se pagan por tomar deuda (sea pública o privada) alcanzan niveles que, técnicamente, se pueden considerar de “default”.
Además, a diferencia de otras recesiones, la situación externa no mejoró. Mientras que en las anteriores en promedio el déficit de cuenta corriente bajó, en términos de PBI, 4,5 puntos, en esta recesión lo hizo sólo un 1,5; medido en términos de PBI, el déficit de cuenta corriente bajó sólo del 4,9% en 1998 al 3,4% en 2000 (a pesar de la recuperación de las exportaciones del 13% en 2000). Si bien este resultado refleja en parte una conjunción de factores externos desfavorables (3), expresa en lo esencial una debilidad estructural de la economía argentina, como veremos luego. En lo que respecta a la entrada de capitales, también bajó significativamente. En 2000 la inversión directa extranjera fue de 1300 millones de dólares, una cifra muy inferior a los promedios de la década del noventa. Los primeros meses de 2001 estuvieron marcados por la continuidad de la recesión, que ya apunta a una depresión de proporciones.

Crisis y modo de acumulación mundial
Es necesario ubicar ahora a dónde apunta esta situación, porque históricamente es posible distinguir dos tipos de crisis. Por un lado, están aquellas crisis que se producen “dentro” del mismo modelo de acumulación y redundan en la profundización del mismo. Y por otro lado tenemos las que sí afectan el modo de acumulación, marcando cambios globales de las políticas y estrategias de acumulación. Por ejemplo, las recesiones de 1952 o de 1958 no pusieron en entredicho el modelo de sustitución de importaciones vigente por entonces en Argentina (aunque determinaron cambios en sus formas). En cambio, la crisis de 1930 determinó el fin de la acumulación sustentada en la exportación de productos primarios y el comienzo del período de sustitución de importaciones. La crisis de 1975, por su parte, marcó el fin del régimen de sustitución de importaciones, dando paso a una fase larga de estancamiento que se prolongaría hasta 1990. A la vista de esto, la pregunta que debemos formularnos hoy es: ¿determina la actual crisis un cambio de orientación económica al nivel de lo sucedido en 1930 o en 1975? Más en concreto: ¿estamos en vísperas de un giro hacia una estrategia de acumulación sustentada en la redistribución keynesiana del ingreso, como prometía el discurso de la Alianza? ¿Vamos a una situación en que disminuirá el peso de los sectores financieros en la determinación de la política económica?
Nuestra hipótesis es que la actual recesión debe catalogarse en el tipo de crisis cuya resolución tiende a la profundización del curso de acumulación en vigencia (a igual que ha sucedido con las resoluciones de las crisis mexicana, asiáticas o rusa). O, dicho de otra manera, hay que comprender que la política económica en Argentina conecta con impulsos que provienen de las transformaciones que inició el capitalismo mundial a partir de los ochenta y que significan el surgimiento de un nuevo modo de acumulación. Un nuevo modo de acumulación que se caracteriza por la combinación del aumento de la plusvalía absoluta (intensificación de los ritmos de trabajo y baja salarial) con la plusvalía relativa (aumento de la productividad basada en las tecnologías informáticas y la automatización); en la proletarización de amplios estratos de las capas medias (esto es,extensión de la relación asalariada); en la subsunción de los asalariados a un régimen capitalista que por primera vez deviene realmente planetario y en el que operan de manera descarnada las leyes de la competencia –ley del valor trabajo– (4); en la exacerbación de los mecanismos de mercado y el disciplinamiento del trabajo por medio de la desocupación –en detrimento del control sindical burocrático o vía Estado “de bienestar”–; en la profundización de los impulsos a la concentración de los oligopolios internacionalizados, y en la presión sistemática de los capitales líquidos, que expresan de manera depurada los intereses del capital “en general”.
El ascenso de los gobiernos de la llamada “tercera vía” no representaría, en la visión que estamos defendiendo, un giro hacia otro modo de acumulación, sino el afianzamiento del actual (5). En este marco, habiendo renunciado al control del mercado interno vía Estado y a las medidas proteccionistas, las clases dominantes de los países dependientes más importantes han imbricado sus intereses con los del capital imperialista y buscan posicionarse en la nueva división internacional del trabajo, asumiendo plenamente las orientaciones político-económicas hegemónicas. Las fracciones más importantes de las burguesías atrasadas incluso han accedido a participar en la globalización desde posiciones de acumulación propia (6).

La participación de la burguesía argentina
La clase dominante argentina es partícipe activa de este proceso. Su relación y colaboración con el capital oligopólico internacionalizado es profunda y extensa, y en ella participan todas las fracciones. Señalemos tres elementos al respecto. En primer lugar, las inversiones de argentinos en el exterior pasaron –según datos del Ministerio de Economía– de 50.000 millones de dólares en 1991 a casi 95.800 en 1999 (7). Esto es, hay un interés directo, y una hermandad, en la explotación mundializada del capital. Segundo, la participación de importantes fracciones del capital nativo en las privatizaciones junto a los oligopolios internacionales -casos teléfonos o agua corriente–. Tercero, la tenencia de los títulos de deuda externa por parte de argentinos, que se calcula rondaría el 30% del total de la deuda. Se trata de una imbricación con el capital internacionalizado que abarca al conjunto del capital local, no sólo a la “burguesía financiera parasitaria”, como acostumbra pensar buena parte de la izquierda argentina. Fracciones del capital argentino industrial, comercial, del transporte, tienen activos financieros –colocados en el país o en el exterior–, en tanto que los capitales financieros poseen títulos cuya valoración depende de la marcha de la acumulación (esto es, del éxito en la extracción y realización de la plusvalía). Esto explica que la burguesía argentina tenga intereses coincidentes con los del capital globalizado y busque facilitar las condiciones para que continúen los flujos de inversión hacia y desde el país.
A la vista de lo anterior, hay que comprender que el mantenimiento por parte de la Alianza de la política menemista no es producto de un desvío, de una “claudicación a las presiones” o de una “traición al pueblo”, sino la refracción –mediada por las instancias y por la lógica de la política- de un curso estructural con el que está identificado la clase dominante. Incluso el examen de los datos más inmediatos parece desmentir el análisis acerca del fraccionamiento de la clase dominante al que hacíamos referencia al comienzo de la nota. Las tensiones que se están produciendo por estos días no parecen indicar una división sistemática a lo largo de las líneas “gran banca vs. gran capital productivo exportador”. Al respecto es notorio que a Cavallo lo salieran a defender importantes representantes del sector financiero, nacional e internacional, como elbanco Río, la banca de inversión Morgan y financieros europeos, como la Société Générale. Sin por ello resignar en la presión a favor de bajar el gasto y continuar el ajuste.
Por supuesto, dada la gravedad de la crisis económica, las tensiones en la clase dominante existen e incluso se registran en varios planos. Por caso, existen fuertes contradicciones entre las conducciones políticas del Estado y las provincias y las exigencias de los capitales de bajar el gasto público. Como también las hay en el seno mismo de los industriales, o del sector financiero. Pero la política de Cavallo –insistimos en esta idea– no rompe con los parámetros básicos de una estrategia de acumulación hacia la que terminan convergiendo las distintas fracciones de la clase dominante. Así, su intención de modificar estatutos laborales y de “racionalizar” el trabajo de los empleados estatales (extendiendo el régimen de los privados a todos los trabajadores del Estado) apunta a bajar costos generales, en la misma línea que había planteado FIEL y que exige la mayoría del empresariado. La diferencia estriba en que Cavallo quiere hacerlo sin ruido, y avanzando de a poco. Por otro lado, en tanto apura las medidas del “ajuste”, busca mejorar los precios relativos de los productos transables vía aranceles, algo que FIEL rechaza. Pero es una “salida de la ortodoxia” que es asimilable en el curso fundamental. No es casual que Broda, un “ortodoxo” del neoliberalismo, la haya considerado necesaria para “salir del apuro”. Tampoco se introduce una diferencia de fondo con la canasta dólar/euro como respaldo del peso. Es una medida que genera tensiones, pero en sí misma no significa un giro hacia la redistribución del ingreso o hacia una acumulación “nacional centrada”.

Acumulación dependiente
La adhesión de la burguesía argentina al modo de acumulación se refuerza a la vista de las cifras del crecimiento de la economía en la década del noventa, en comparación con los períodos anteriores. Es que aun teniendo en cuenta el estancamiento de los tres últimos años, en la década que acaba de terminar el PBI argentino creció a una tasa promedio del 4,5% anual (y entre 1991 y 1997 al 6,1%), mientras que en el largo período recesivo de 1976-90 lo hizo a una tasa del 0,07. La cifra de los noventa es superior incluso a la tasa media de crecimiento durante el período de sustitución de importaciones, que fue del 3,9%.
En este punto es necesaria una pequeña digresión. Se refiere a la crítica “a dos puntas” que hemos planteado desde los primeros años de la Convertibilidad (8). Por un lado, a los apologistas del neoliberalismo, que se apresuraron a proclamar que Argentina entraba en el “primer mundo”, y por el otro, a quienes ya aseguraban –en 1991 o 1992– que “en cuestión de meses estalla la Convertibilidad” y que todavía a mediados de la década sostenían que “todo es manipulación estadística”. Decir que hubo una cierta recuperación de la acumulación, y que esto da aires al intento de profundizar la política económica del menemismo no implica alabar al menemismo. Simplemente se trata de comprender la realidad en su complejidad, en sus tendencias contradictorias. Es, además, el primer paso para articular una respuesta eficaz frente a lo que padecemos.
Un análisis de la inversión nos permite presentar la cuestión con las matizaciones necesarias. Entre 1990 y 1999 –según la Secretaría de Industria– la inversión directa privada en Argentina fue de 185.000 millones de dólares, de los cuales un poco más del 68% correspondió a empresas extranjeras, y un 30,6% a la burguesía local. Si bien de ese total un 43% correspondió a la compras de empresas y privatizaciones (o sea, no aumentó la capacidad productiva o comercial), el 57% restante se destinó a ampliación de instalaciones o construcción de nuevas plantas. Lo que representa unos 106.000 millones de dólares. Este aumento de las inversiones se reflejó en el aumento de la productividad. Entre 1990 y 1998 la productividad de la mano de obra de la industria manufacturera creció a una tasa media trimestral del 1,7%, lo que da un crecimiento acumulado del 71,5%. Algunos han argumentado que este aumento se explica simplemente por la utilización de capacidad ociosa y la explotación intensiva de reservas nacionales. Pero si bien estos factores dan cuenta de los altos niveles de crecimiento de la productividad durante los dos primeros años del período –más del 3% trimestral–, no pueden explicar una “velocidad crucero” de alrededor del 1,4% de aumento trimestral a partir de 1995. La crítica no puede pasar entonces por negar los hechos, sino por poner en evidencia su carácter contradictorio: tanto por su naturaleza capitalista –esto es, por la explotación creciente del trabajo y por la desocupación que trajo aparejada– como por el hecho de que tampoco se ha modificado la naturaleza dependiente y atrasada del capitalismo argentino. Como sostenía un trabajo del Centro de Estudios para la Producción, de la Secretaría de Industria, en una escala de frontera tecnológica de cero a cien, la industria argentina estaba en 30 a principios de los noventa, y llegaba a 50 a fines de 1997. Con respecto a las PyMIs, un estudio del Instituto de Desarrollo Industrial de la UIA, de 1997, señalaba, que mientras el 90% de las que habían sobrevivido a la crisis habían efectuado inversiones productivas entre 1991 y 1996, más del 60% consideraba que todavía tenía equipos menos avanzados tecnológicamente que sus competidores internacionales. Sólo en industrias particulares, o en algunos grupos muy concentrados –complejo aceitero, lácteo, producción de caños sin costura, las nuevas instalaciones para producción de fertilizantes, fabricación de golosinas– los niveles de productividad habilitan para sostener la competencia mundial. En el resto, se está muy lejos.
En términos más generales, hay que notar que en Argentina el asalariado del sector privado trabaja unas 2250 horas al año (un promedio de 49 horas semanales), un 30% más de lo que trabajan los asalariados de los países adelantados. Sin embargo, en los países industrializados, con un tercio menos de tiempo, se genera un valor agregado más del 100% superior (9). Esto es, la hora de trabajo en Argentina está muy por debajo del tiempo de trabajo socialmente necesario que prevalece en el mercado mundial.

Fracaso en la inserción internacional y profundización del curso
Lo anterior explica también el fracaso –al menos hasta el presente– de la inserción argentina en el mercado mundial. Los 26.000 millones de dólares de exportación de la actualidad están muy lejos del sueño menemista y de Cavallo de llegar a 50.000 millones en el 2000. Mientras en términos globales el PBI del país comporta un 1% del PBI mundial, la participación de las exportaciones argentinas en el total de las exportaciones mundiales apenas alcanza el 0.4%. Además, las exportaciones siguen compuestas en buena medida de bienes primarios, o con poco valor agregado. Las colocaciones en el exterior de manufacturas industriales, si se exceptúan las de la industria automotriz con destino a Brasil, y algún otro caso particular –como caños sin costura– son insignificantes. El sector que más se desarrolló, petróleo y energía –18% de las ventas al exterior– no cambia el patrón de poca especialización de las exportaciones. A lo largo de los noventa aumentó la exportación de algodón, pero hubo persistente déficit en la balanza de textiles; aumentó la exportación de cueros curtidos, pero hubo déficit en calzados; mejoró la balanza en hierro y acero, pero se deterioró en máquinas y equipos; se exporta trigo, pero no harina. Dejando de lado algún caso de proteccionismo exterior (en aceites) o el daño provocado por las subvenciones agrícolas europeas, lo central es que los déficit del sector externo son la expresión de la debilidad estructural de la economía argentina. Esto se evidencia también en que mientras las exportaciones se multiplicaron por dos a lo largo de los noventa, las importaciones lo hicieron por siete, dada la necesidad de importar equipos y tecnología. Incluso la reciente mejora de las exportaciones debe ser fuertemente relativizada. En primer lugar, porque sólo logró recuperar los niveles de 1998, y en segundo término porque de los 13 puntos porcentuales de mejora, 10 se explican por el aumento de los precios del petróleo y de los granos, y sólo los 3 restantes se deben a aumentos de volúmenes. Dicho en términos de la ley del valor trabajo, los productos argentinos siguen insumiendo más cantidad de horas de trabajo que el promedio mundial (lo cual incluye también despilfarro de tiempo laboral por trabajo improductivo). Dada la falta de inversión en alta tecnología –y en investigación y desarrollo, condición necesaria para su extensión y aplicación– la inserción exitosa en “nichos” del mercado mundial intenta realizarse entonces avanzando en la flexibilización laboral y la precarización del trabajo.
A la política de flexibilización se suman las renovadas concesiones a los oligopolios, instrumentadas por el gobierno nacional y las gobernaciones más importantes. Son los casos de la entrega de Loma de la Lata a Repsol; la apertura del area de telecomunicaciones a los oligopolios norteamericanos; los acuerdos con las concesionarias viales, Aguas Argentinas o las empresas ferroviarias; la apertura del negocio de software –con orientación preferente hacia las empresas de Estados Unidos–; la tentativa de abrir un campo de inversión a las grandes compañías de turismo internacionales –que iría acompañada de la política de cielos abiertos que reclaman algunas potencias–. Las concesiones fiscales y de otro tipo a Motorola en Córdoba. Paralelamente se siguen apoyando inversiones de grupos en petroquímica (proyecto Mega, Petroquímica Bahía Blanca y Polisur; Indupa; Petroken; Profertil); en minería, forestación. En cada uno de estos hechos existen múltiples presiones cruzadas que por otra parte redundan en que aún no esté definido claramente qué sectores serían los más favorecidos en un eventual relanzamiento del ciclo económico.

La Convertibilidad
El mantenimiento de la Convertibilidad por parte de la clase dominante, a pesar de las devaluaciones competitivas instrumentadas por muchos países, exige un tratamiento especial. Una vez más hay que partir de constatar que la política de moneda dura no es un fenómeno exclusivo de Argentina sino mundial. Se expresó en el ascenso ideológico del monetarismo, en la independencia de los bancos centrales y en la instrumentación de políticas antiinflacionarias como eje de la acción de los gobiernos, por sobre el combate al desempleo. En definitiva, se trató de reafirmar el poder de la moneda, y por lo tanto de la ley del valor, en el sentido que el mercado debe “sancionar” a los capitales improductivos –favoreciendo así la concentración económica– y disciplinar a la fuerza laboral mediante la desocupación. En Argentina, dada la dinámica hiperinflacionaria en que desembocó la larga fase depresiva de los ochenta, la política de moneda dura se concretó en la Convertibilidad. Esta actuó entonces como un mecanismo de coerción y disciplinamiento que tuvo particular eficacia para la reversión de las tendencias inflacionarias. De allí la adhesión generalizada de la burguesía a este mecanismo, legitimizado políticamente por el temor que despierta en la sociedad el recuerdo de la hiperinflación, y reforzado por el alto endeudamiento en dólares de parte de la población. Insistimos en una idea: los sectores del capital “productivo exportador” por ahora no tienen ningún interés especial enmodificar la Convertibilidad. Por un lado, porque ellos mismos tienen profundos intereses en el mercado financiero –tanto local como internacional– y buena parte de sus activos en dólares; en segundo término, porque la valorización del peso les ha permitido también participar con éxito en inversiones en el extranjero, en especial en América latina.
Por supuesto, también existe un gran interés en mantener la estabilidad de la moneda por parte de los grandes grupos nacionales y extranjeros que intervinieron en las privatizaciones, por parte de quienes participan en el mecado financiero como tenedores de títulos. Por último, parece haber un especial interés en aquellas fracciones de la clase dominante que se insertaron en la globalización a través del lavado de dinero y circuitos “afines” de reciclado de capital (10); estos últimos además estarían presionando para que no se les afecte el manejo de la política financiera desde el Banco Central. De conjunto, nada indica que ceda la presión directa de los capitales líquidos –forma de existencia temporaria pero esencial también del capital productivo– sobre la política económica en los próximos meses.
Hay que notar que el camino alternativo al de la Convertibilidad, consistente en bajar el salario por medio de una devaluación (11), hoy sólo lo proponen algunos economistas al margen del “establishment” y fracciones de la pequeña o mediana burguesía muy afectadas por la crisis.
Es claro, por otra parte, que al margen de la voluntad de la clase dominante, en los próximos meses la suerte de la Convertibilidad estará sujeta a las condiciones objetivas en que opera, esto es, a la evolución del sector externo y del ciclo económico. La prolongación de la recesión afectaría gravemente la confianza en la capacidad de repago de las deudas tanto públicas como privadas. Por otro lado, la deuda externa pone cada vez más interrogantes; si se suma la deuda pública y privada nominada en dólares, la relación deuda/PBI se ubica por encima del 50% (contra el 37% en 1994) y la relación deuda/exportaciones en el 450% (para el conjunto de los países en desarrollo es del 137%). En lo coyuntural, los precios de los cereales experimentaron una mejora (no la soja), pero ahora parecen revertirse; el problema de la aftosa y el cierre de mercados afecta a un sector que representa la tercera parte del producto bruto agroindustrial. Nada indica que las exportaciones industriales vayan a tener un crecimiento espectacular. Y la baja de Wall Street y la recesión en Estados Unidos pueden tener repercusiones negativas sobre la economía argentina.
Todo esto determina que en el sector externo de manera creciente se pague deuda tomando deuda. Además, a los pagos por la deuda externa hay que sumar la remesa de utilidades y dividendos, que fue de 1900 millones en 1999 y de 2040 millones en 2000. De seguir esta espiral el financiamiento externo va a colapsar, por lo que un escenario de crisis “a lo Indonesia 1997-99” debería considerarse como probable en un futuro mediato. Esto es, una profunda devaluación, una cadena de quiebras violenta, acompañada de una profunda concentración de los capitales. En ese eventualidad -estallido de la Convertibilidad– la clase dominante ensayaría avanzar sobre los salarios ya no por medio de la deflación, sino por vía de la devaluación-inflación, como se hizo en otros países que sufrieron procesos similares.

Polarización social y la explotación
La acumulación de riqueza en manos de la clase dominante corrió pareja al empobrecimiento en términos absolutos y relativos de la clase trabajadora y de los sectores populares. A lo largo de estos años –y sobre la base de una profunda derrota del movimiento obrero– se ha producido unagigantesca transferencia de valor del trabajo al capital. Mientras la productividad crecía, en términos redondos, un 75% a lo largo de la década, el salario real se estancaba. A pesar de que el PBI creció durante la década un 50% en términos redondos, el 30% de la población, o sea, más de once millones de personas, es pobre. De ellos, más de dos millones están en la indigencia; esto significa que ni siquiera pueden adquirir una canasta de alimentos que contenga las 2700 calorías diarias mínimas necesarias para la supervivencia de un adulto; entre ellos, 720.000 son menores de 14 años. Además, casi un millón de jóvenes, de 15 a 24 años, no estudia ni trabaja. En términos de ingreso, la polarización social resalta con claridad aterradora: mientras el 10% más pobre de la población recibe el 1,3% del ingreso nacional, el 10% más rico se lleva el 36,9% (datos de 1998). El 50% más pobre recibe el 13% del ingreso, mientras el 20% más rico el 53% del ingreso.
Ahora bien, la pregunta que se plantea es cómo puede existir acumulación con semejante concentración de la riqueza. ¿Quién genera el mercado interno, si los niveles de consumo de los sectores populares están tan deprimidos? Es claro que en un enfoque keynesiano tradicional la cuestión no tiene salida. Sin embargo, el actual modelo se asienta, en lo que respecta a la demanda por consumo interno, en los sectores de altos ingresos –casas de lujo, countries, automóviles costosos, gastos dispensiosos–, demanda posibilitada por la enorme tasa de explotación. Téngase en cuenta que un 10% de la población embolsa anualmente más de 100.000 millones de dólares en términos redondos; esto representa un alto poder adquisitivo para casi cuatro millones de personas; a los que le sigue otra capa, similar en lo cuantitativo, de ingresos relativamente altos. Esto significa que hay una clase social –no un “puñadito”– que acumuló y se benefició con este “modelo”, que adhiere conscientemente a los programas neoliberales y a los personajes que los encarnan políticamente. A estos sectores se dirigía Machinea cuando pedía que compraran casas y autos. En el fondo no hay contradicción lógica entre esta solicitud y la precarización y baja salarial que alentaba el ex ministro para el conjunto de los trabajadores. A “su” clase le pedía que tuviera confianza en la economía y que consumiera alegremente la plusvalía comprando casas y automóviles. Y a los empresarios internacionales les aseguraba que estaba empeñado en seguir bajando salarios de los que producen esa plusvalía.

Una perspectiva política
El actual curso sólo se pudo sostener sobre la base de una derrota profunda de la clase obrera argentina. Una derrota que se inscribe en un retroceso más general de las fuerzas del trabajo y del socialismo a nivel mundial, a partir del cual tomó fuerza el discurso de “no hay alternativa” y “el socialismo ha fracasado” (la identificación de los regímenes burocráticos o de capitalismo estatal con el socialismo jugó en esto un rol no despreciable). En Argentina, a la represión de la dictadura, y a la crisis y sus efectos profundos sobre la estructura social de la fuerza del trabajo, se sumó la crisis política del movimiento obrero y popular, ya que éste buscó responder a la ofensiva del capital con una estrategia reivindicativa que no iba a las raíces del problema. Desde el trabajo se trató de contestar a la estrategia internacionalizada del capital con una política que seguía girando en la defensa de “lo nacional”. Se intentó responder al Estado –que alentaba la eliminación de todas las conquistas históricas del trabajo– con una estrategia que hacía de la defensa delEstado la piedra de toque de toda movilización y reivindicación. De esta manera la respuesta giró en el vacío, sin sustento en las tendencias reales que estaban operando. Esta situación llegó a su ápice cuando la hiperinflación. Como ha sucedido a lo largo de la historia ante procesos hiperinflacionarios, la sociedad “exigió” salidas, hacia la derecha o hacia la izquierda. Dado el bloqueo político de la izquierda, se abrieron las puertas para el disciplinamiento del mercado (y la desocupación) y las privatizaciones. De lo dicho se desprende entonces la necesidad de elaborar análisis y estrategias a partir de reconocer que lo que enfrentamos no es pasajero y que exige emplearse a fondo contra un sistema que lleva al acrecentamiento de la explotación y la miseria para los trabajadores y el pueblo oprimido.

(1) Director de la revista Debate Marxista. Dirección de e-mail [email protected]
(2) La más extensa fue la de 1989-90, de 23 meses de duración.
(3) En 1999 los mercados de exportación se vieron afectados por la caída del petróleo y cereales. Además, se apreció el dólar frente al euro, el yen y el real, empeorando el tipo de cambio real de Argentina.
(4) Obsérvese que esta característica y la anterior son muy distintas a las que se derivaban de las tesis sobre el mercado mundial –de Amin, Mandel y otros en los setenta– acerca de “las economías de la periferia bloqueadas en su desarrollo capitalista”, que serían funcionales a un modo de acumulación mundial sustentado en la articulación de diferentes modos de producción.
(5) Esta tesis no es compartida por muchos sectores del pensamiento progresista. Por ejemplo, en Coyuntura y Desarrollo (FIDE) de mayo de 1997 se leía: “El mundo está volviendo de la dura experiencia neoliberal; nuevas y vigorosas ideas lo recorren. Suponen una concepción progresista del futuro a partir del cual se redefinen los roles del Estado al fin del milenio”.
(6) De conjunto existen más de 200 corporaciones en los países en desarrollo (como México, Brasil, Taiwan, Corea del Sur, Malasia, Grecia, Sudáfrica, Tailandia, India, Turquía, Filipinas, Chile, Argentina) cuyos valores de mercado van desde los 1700 millones de dólares a 20.000 millones o más. Otras importantes fracciones participan del capital dinerario mundializado (como sucede con muchos capitales argentinos, ver infra).
(7) De ese monto, aproximadamente 17.500 millones serían inversiones directas (inmuebles y empresas), casi 30.000 millones estarían en inversiones de cartera, y unos 23.000 en depósitos en el exterior.
(8) Ver nuestro trabajo “Plan Cavallo y ciclo de acumulación” en Cuadernos del Sur N 16, 1993, y el trabajo emprendido colectivamente “Crisis y acumulación en la Argentina”, en Debate Marxista N 10, 1998.
(9) En términos globales la generación de valor agregado en 1995 por persona en actividad era un 140% superior en Estados Unidos con respecto a Argentina. Hacemos el cálculo comparando los PBI de Argentina y Estados Unidos de 1995, a precios constantes de 1990, corregidos por la Paridad del Poder de Compra (datos CEPII), y las estadísticas oficiales de mano de obra empleada.
(10) Hemos tratado esta forma de acumulación ligada a los circuitos internacionales del capital dinerario “en negro” en la revista Reunión de setiembre 2000.
(11) Una devaluación tiene efectos distributivos en perjuicio de la clase trabajadora si ésta no puede elevar los salarios al compás de la caída del valor de la moneda y de la suba de precios. Por eso el economistanorteamericano Paul Krugman sostuvo que la devaluación era el método más accesible para hacer competitivos los salarios de Argentina.

Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo
Rectora: Hebe de Bonafini
Director Académico: Vicente Zito Lema

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