En momentos
en que estamos terminando de escribir este artículo el riesgo país
esto es, la sobretasa que paga el Estado argentino por tomar prestado
dinero supera los 1300 puntos, la bolsa se derrumba y corren rumores
sobre nuevos cambios en la conducción económica. Todo parece
indicar que este golpe de los mercados tiene su origen en
las tensiones existentes entre algunos sectores financieros tal
vez con importantes intereses atados al dólar y la conducción
económica.
Se trata de una situación que en un primer análisis apoyaría
la tesis que manejan muchos sectores del progresismo argentino. Esta tesis
sostiene que en el bloque dominante se ha producido una fractura entre
la cúpula empresarial histórica, de fuerte posición
productiva y exportadora (que vería con buenos ojos la modificación
de la paridad cambiaria) y los dueños de la gran banca local y
los organismos internacionales, que estarían por el mantenimiento
férreo de la antigua paridad cambiaria. En este marco se interpreta
el deambular equívoco y contradictorio de Machinea
como producto de esta fractura en el bloque dominante; la suba de López
Murphy como el intento de imposición de la gran banca de su política,
y el ascenso de Cavallo como el avance de los sectores productivos exportadores.
Una tesis que choca de hecho con la interpretación de la izquierda,
que afirma que Cavallo representa la continuidad, en lo esencial, de las
políticas instrumentadas a lo largo de los noventa.
Sin negar que existan tensiones, el objetivo de este artículo es
argumentar no sólo que continúa habiendo una unidad de la
clase dominante en torno a lo fundamental del curso económico de
los noventa, sino también que esta política se asienta en
las tendencias más amplias y consistentes que están operando
en la economía mundial. Para ubicarnos en el análisis, partiremos
de un breve examen de la crisis actual.
La
profundidad de la actual crisis
Si fechamos el inicio de la actual crisis económica en abril
de 1998 momento en que se produce la inflexión del anterior
ciclo al finalizar marzo se cumplían 35 meses de recesión.
El dato adquiere relevancia cuando comprobamos que las seis crisis anteriores
(período 1970-1998) tuvieron una duración promedio de 14
meses (2). La caída del PBI fue del 3,2% en 1999 (un 4,6% el PBI
per cápita) y la producción industrial cayó el 6,4%;
en 2000, el PBI bajó 0,5% y la inversión el 8,3%. Sectores
ligados al mercado interno como automóviles, tractores, línea
blanca de productos eléctricos y no eléctricos, insumos
de caucho y plásticos, acero y hierro, papel y neumático,
construcción, agroindustria, calzado, textiles fueron duramente
castigados. Como es inherente a una recesión tan prolongada, a
lo largo de este tiempo aumentó la deuda empresaria en la manufactura,
comercio y banca, con gravísimos problemas para la cadena de pagos
y aumento de las quiebras. El sector empresario no agrícola llegaba
al 2001 con una deuda externa calculada en 55.000 millones, y con compromisos
de 7500 millones de dólares para el año. En tanto, en el
agro hay 12 millones de hectáreas hipotecadas. Por el lado del
Estado, la deuda pública supera los 128.000 millones 46.700
millones es deuda flotante con un aumentoanual promedio de 10.000
millones en los últimos tres años. El gasto por intereses
representa el 22% de los ingresos del gobierno nacional (o el 10% de los
ingresos totales del Estado), y las necesidades de financiación
anual rondan los 25.000 millones de dólares. En los últimos
treinta días Argentina ha perdido depósitos por 3000 millones
de pesos y reservas por 2500 millones, según la Asociación
de Bancos de la Argentina, y las tasas que se pagan por tomar deuda (sea
pública o privada) alcanzan niveles que, técnicamente, se
pueden considerar de default.
Además, a diferencia de otras recesiones, la situación externa
no mejoró. Mientras que en las anteriores en promedio el déficit
de cuenta corriente bajó, en términos de PBI, 4,5 puntos,
en esta recesión lo hizo sólo un 1,5; medido en términos
de PBI, el déficit de cuenta corriente bajó sólo
del 4,9% en 1998 al 3,4% en 2000 (a pesar de la recuperación de
las exportaciones del 13% en 2000). Si bien este resultado refleja en
parte una conjunción de factores externos desfavorables (3), expresa
en lo esencial una debilidad estructural de la economía argentina,
como veremos luego. En lo que respecta a la entrada de capitales, también
bajó significativamente. En 2000 la inversión directa extranjera
fue de 1300 millones de dólares, una cifra muy inferior a los promedios
de la década del noventa. Los primeros meses de 2001 estuvieron
marcados por la continuidad de la recesión, que ya apunta a una
depresión de proporciones.
Crisis
y modo de acumulación mundial
Es necesario ubicar ahora a dónde apunta esta situación,
porque históricamente es posible distinguir dos tipos de crisis.
Por un lado, están aquellas crisis que se producen dentro
del mismo modelo de acumulación y redundan en la profundización
del mismo. Y por otro lado tenemos las que sí afectan el modo de
acumulación, marcando cambios globales de las políticas
y estrategias de acumulación. Por ejemplo, las recesiones de 1952
o de 1958 no pusieron en entredicho el modelo de sustitución de
importaciones vigente por entonces en Argentina (aunque determinaron cambios
en sus formas). En cambio, la crisis de 1930 determinó el fin de
la acumulación sustentada en la exportación de productos
primarios y el comienzo del período de sustitución de importaciones.
La crisis de 1975, por su parte, marcó el fin del régimen
de sustitución de importaciones, dando paso a una fase larga de
estancamiento que se prolongaría hasta 1990. A la vista de esto,
la pregunta que debemos formularnos hoy es: ¿determina la actual
crisis un cambio de orientación económica al nivel de lo
sucedido en 1930 o en 1975? Más en concreto: ¿estamos en
vísperas de un giro hacia una estrategia de acumulación
sustentada en la redistribución keynesiana del ingreso, como prometía
el discurso de la Alianza? ¿Vamos a una situación en que
disminuirá el peso de los sectores financieros en la determinación
de la política económica?
Nuestra hipótesis es que la actual recesión debe catalogarse
en el tipo de crisis cuya resolución tiende
a la profundización del curso de acumulación en vigencia
(a igual que ha sucedido con las resoluciones de las crisis mexicana,
asiáticas o rusa). O, dicho de otra manera, hay que comprender
que la política económica en Argentina conecta con impulsos
que provienen de las transformaciones que inició el capitalismo
mundial a partir de los ochenta y que significan el surgimiento de un
nuevo modo de acumulación. Un nuevo modo de acumulación
que se caracteriza por la combinación del aumento de la plusvalía
absoluta (intensificación de los ritmos de trabajo y baja salarial)
con la plusvalía relativa (aumento de la productividad basada en
las tecnologías informáticas y la automatización);
en la proletarización de amplios estratos de las capas medias (esto
es,extensión de la relación asalariada); en la subsunción
de los asalariados a un régimen capitalista que por primera vez
deviene realmente planetario y en el que operan de manera descarnada las
leyes de la competencia ley del valor trabajo (4); en la exacerbación
de los mecanismos de mercado y el disciplinamiento del trabajo por medio
de la desocupación en detrimento del control sindical burocrático
o vía Estado de bienestar; en la profundización
de los impulsos a la concentración de los oligopolios internacionalizados,
y en la presión sistemática de los capitales líquidos,
que expresan de manera depurada los intereses del capital en general.
El ascenso de los gobiernos de la llamada tercera vía
no representaría, en la visión que estamos defendiendo,
un giro hacia otro modo de acumulación, sino el afianzamiento del
actual (5). En este marco, habiendo renunciado al control del mercado
interno vía Estado y a las medidas proteccionistas, las clases
dominantes de los países dependientes más importantes han
imbricado sus intereses con los del capital imperialista y buscan posicionarse
en la nueva división internacional del trabajo, asumiendo plenamente
las orientaciones político-económicas hegemónicas.
Las fracciones más importantes de las burguesías atrasadas
incluso han accedido a participar en la globalización desde posiciones
de acumulación propia (6).
La
participación de la burguesía argentina
La clase dominante argentina es partícipe activa de este proceso.
Su relación y colaboración con el capital oligopólico
internacionalizado es profunda y extensa, y en ella participan todas las
fracciones. Señalemos tres elementos al respecto. En primer lugar,
las inversiones de argentinos en el exterior pasaron según
datos del Ministerio de Economía de 50.000 millones de dólares
en 1991 a casi 95.800 en 1999 (7). Esto es, hay un interés directo,
y una hermandad, en la explotación mundializada del capital. Segundo,
la participación de importantes fracciones del capital nativo en
las privatizaciones junto a los oligopolios internacionales -casos teléfonos
o agua corriente. Tercero, la tenencia de los títulos de
deuda externa por parte de argentinos, que se calcula rondaría
el 30% del total de la deuda. Se trata de una imbricación con el
capital internacionalizado que abarca al conjunto del capital local, no
sólo a la burguesía financiera parasitaria,
como acostumbra pensar buena parte de la izquierda argentina. Fracciones
del capital argentino industrial, comercial, del transporte, tienen activos
financieros colocados en el país o en el exterior,
en tanto que los capitales financieros poseen títulos cuya valoración
depende de la marcha de la acumulación (esto es, del éxito
en la extracción y realización de la plusvalía).
Esto explica que la burguesía argentina tenga intereses coincidentes
con los del capital globalizado y busque facilitar las condiciones para
que continúen los flujos de inversión hacia y desde el país.
A la vista de lo anterior, hay que comprender que el mantenimiento por
parte de la Alianza de la política menemista no es producto de
un desvío, de una claudicación a las presiones
o de una traición al pueblo, sino la refracción
mediada por las instancias y por la lógica de la política-
de un curso estructural con el que está identificado la clase dominante.
Incluso el examen de los datos más inmediatos parece desmentir
el análisis acerca del fraccionamiento de la clase dominante al
que hacíamos referencia al comienzo de la nota. Las tensiones que
se están produciendo por estos días no parecen indicar una
división sistemática a lo largo de las líneas gran
banca vs. gran capital productivo exportador. Al respecto es notorio
que a Cavallo lo salieran a defender importantes representantes del sector
financiero, nacional e internacional, como elbanco Río, la banca
de inversión Morgan y financieros europeos, como la Société
Générale. Sin por ello resignar en la presión a favor
de bajar el gasto y continuar el ajuste.
Por supuesto, dada la gravedad de la crisis económica, las tensiones
en la clase dominante existen e incluso se registran en varios planos.
Por caso, existen fuertes contradicciones entre las conducciones políticas
del Estado y las provincias y las exigencias de los capitales de bajar
el gasto público. Como también las hay en el seno mismo
de los industriales, o del sector financiero. Pero la política
de Cavallo insistimos en esta idea no rompe con los parámetros
básicos de una estrategia de acumulación hacia la que terminan
convergiendo las distintas fracciones de la clase dominante. Así,
su intención de modificar estatutos laborales y de racionalizar
el trabajo de los empleados estatales (extendiendo el régimen de
los privados a todos los trabajadores del Estado) apunta a bajar costos
generales, en la misma línea que había planteado FIEL y
que exige la mayoría del empresariado. La diferencia estriba en
que Cavallo quiere hacerlo sin ruido, y avanzando de a poco. Por otro
lado, en tanto apura las medidas del ajuste, busca mejorar
los precios relativos de los productos transables vía aranceles,
algo que FIEL rechaza. Pero es una salida de la ortodoxia
que es asimilable en el curso fundamental. No es casual que Broda, un
ortodoxo del neoliberalismo, la haya considerado necesaria
para salir del apuro. Tampoco se introduce una diferencia
de fondo con la canasta dólar/euro como respaldo del peso. Es una
medida que genera tensiones, pero en sí misma no significa un giro
hacia la redistribución del ingreso o hacia una acumulación
nacional centrada.
Acumulación
dependiente
La adhesión de la burguesía argentina al modo de acumulación
se refuerza a la vista de las cifras del crecimiento de la economía
en la década del noventa, en comparación con los períodos
anteriores. Es que aun teniendo en cuenta el estancamiento de los tres
últimos años, en la década que acaba de terminar
el PBI argentino creció a una tasa promedio del 4,5% anual (y entre
1991 y 1997 al 6,1%), mientras que en el largo período recesivo
de 1976-90 lo hizo a una tasa del 0,07. La cifra de los noventa es superior
incluso a la tasa media de crecimiento durante el período de sustitución
de importaciones, que fue del 3,9%.
En este punto es necesaria una pequeña digresión. Se refiere
a la crítica a dos puntas que hemos planteado desde
los primeros años de la Convertibilidad (8). Por un lado, a los
apologistas del neoliberalismo, que se apresuraron a proclamar que Argentina
entraba en el primer mundo, y por el otro, a quienes ya aseguraban
en 1991 o 1992 que en cuestión de meses estalla
la Convertibilidad y que todavía a mediados de la década
sostenían que todo es manipulación estadística.
Decir que hubo una cierta recuperación de la acumulación,
y que esto da aires al intento de profundizar la política económica
del menemismo no implica alabar al menemismo. Simplemente se trata de
comprender la realidad en su complejidad, en sus tendencias contradictorias.
Es, además, el primer paso para articular una respuesta eficaz
frente a lo que padecemos.
Un análisis de la inversión nos permite presentar la cuestión
con las matizaciones necesarias. Entre 1990 y 1999 según
la Secretaría de Industria la inversión directa privada
en Argentina fue de 185.000 millones de dólares, de los cuales
un poco más del 68% correspondió a empresas extranjeras,
y un 30,6% a la burguesía local. Si bien de ese total un 43% correspondió
a la compras de empresas y privatizaciones (o sea, no aumentó la
capacidad productiva o comercial), el 57% restante se destinó a
ampliación de instalaciones o construcción de nuevas plantas.
Lo que representa unos 106.000 millones de dólares. Este aumento
de las inversiones se reflejó en el aumento de la productividad.
Entre 1990 y 1998 la productividad de la mano de obra de la industria
manufacturera creció a una tasa media trimestral del 1,7%, lo que
da un crecimiento acumulado del 71,5%. Algunos han argumentado que este
aumento se explica simplemente por la utilización de capacidad
ociosa y la explotación intensiva de reservas nacionales. Pero
si bien estos factores dan cuenta de los altos niveles de crecimiento
de la productividad durante los dos primeros años del período
más del 3% trimestral, no pueden explicar una velocidad
crucero de alrededor del 1,4% de aumento trimestral a partir de
1995. La crítica no puede pasar entonces por negar los hechos,
sino por poner en evidencia su carácter contradictorio: tanto por
su naturaleza capitalista esto es, por la explotación creciente
del trabajo y por la desocupación que trajo aparejada como
por el hecho de que tampoco se ha modificado la naturaleza dependiente
y atrasada del capitalismo argentino. Como sostenía un trabajo
del Centro de Estudios para la Producción, de la Secretaría
de Industria, en una escala de frontera tecnológica de cero a cien,
la industria argentina estaba en 30 a principios de los noventa, y llegaba
a 50 a fines de 1997. Con respecto a las PyMIs, un estudio del Instituto
de Desarrollo Industrial de la UIA, de 1997, señalaba, que mientras
el 90% de las que habían sobrevivido a la crisis habían
efectuado inversiones productivas entre 1991 y 1996, más del 60%
consideraba que todavía tenía equipos menos avanzados tecnológicamente
que sus competidores internacionales. Sólo en industrias particulares,
o en algunos grupos muy concentrados complejo aceitero, lácteo,
producción de caños sin costura, las nuevas instalaciones
para producción de fertilizantes, fabricación de golosinas
los niveles de productividad habilitan para sostener la competencia mundial.
En el resto, se está muy lejos.
En términos más generales, hay que notar que en Argentina
el asalariado del sector privado trabaja unas 2250 horas al año
(un promedio de 49 horas semanales), un 30% más de lo que trabajan
los asalariados de los países adelantados. Sin embargo, en los
países industrializados, con un tercio menos de tiempo, se genera
un valor agregado más del 100% superior (9). Esto es, la hora de
trabajo en Argentina está muy por debajo del tiempo de trabajo
socialmente necesario que prevalece en el mercado mundial.
Fracaso
en la inserción internacional y profundización del curso
Lo anterior explica también el fracaso al menos hasta
el presente de la inserción argentina en el mercado mundial.
Los 26.000 millones de dólares de exportación de la actualidad
están muy lejos del sueño menemista y de Cavallo de llegar
a 50.000 millones en el 2000. Mientras en términos globales el
PBI del país comporta un 1% del PBI mundial, la participación
de las exportaciones argentinas en el total de las exportaciones mundiales
apenas alcanza el 0.4%. Además, las exportaciones siguen compuestas
en buena medida de bienes primarios, o con poco valor agregado. Las colocaciones
en el exterior de manufacturas industriales, si se exceptúan las
de la industria automotriz con destino a Brasil, y algún otro caso
particular como caños sin costura son insignificantes.
El sector que más se desarrolló, petróleo y energía
18% de las ventas al exterior no cambia el patrón de
poca especialización de las exportaciones. A lo largo de los noventa
aumentó la exportación de algodón, pero hubo persistente
déficit en la balanza de textiles; aumentó la exportación
de cueros curtidos, pero hubo déficit en calzados; mejoró
la balanza en hierro y acero, pero se deterioró en máquinas
y equipos; se exporta trigo, pero no harina. Dejando de lado algún
caso de proteccionismo exterior (en aceites) o el daño provocado
por las subvenciones agrícolas europeas, lo central es que los
déficit del sector externo son la expresión de la debilidad
estructural de la economía argentina. Esto se evidencia también
en que mientras las exportaciones se multiplicaron por dos a lo largo
de los noventa, las importaciones lo hicieron por siete, dada la necesidad
de importar equipos y tecnología. Incluso la reciente mejora de
las exportaciones debe ser fuertemente relativizada. En primer lugar,
porque sólo logró recuperar los niveles de 1998, y en segundo
término porque de los 13 puntos porcentuales de mejora, 10 se explican
por el aumento de los precios del petróleo y de los granos, y sólo
los 3 restantes se deben a aumentos de volúmenes. Dicho en términos
de la ley del valor trabajo, los productos argentinos siguen insumiendo
más cantidad de horas de trabajo que el promedio mundial (lo cual
incluye también despilfarro de tiempo laboral por trabajo improductivo).
Dada la falta de inversión en alta tecnología y en
investigación y desarrollo, condición necesaria para su
extensión y aplicación la inserción exitosa
en nichos del mercado mundial intenta realizarse entonces
avanzando en la flexibilización laboral y la precarización
del trabajo.
A la política de flexibilización se suman las renovadas
concesiones a los oligopolios, instrumentadas por el gobierno nacional
y las gobernaciones más importantes. Son los casos de la entrega
de Loma de la Lata a Repsol; la apertura del area de telecomunicaciones
a los oligopolios norteamericanos; los acuerdos con las concesionarias
viales, Aguas Argentinas o las empresas ferroviarias; la apertura del
negocio de software con orientación preferente hacia las
empresas de Estados Unidos; la tentativa de abrir un campo de inversión
a las grandes compañías de turismo internacionales que
iría acompañada de la política de cielos abiertos
que reclaman algunas potencias. Las concesiones fiscales y de otro
tipo a Motorola en Córdoba. Paralelamente se siguen apoyando inversiones
de grupos en petroquímica (proyecto Mega, Petroquímica Bahía
Blanca y Polisur; Indupa; Petroken; Profertil); en minería, forestación.
En cada uno de estos hechos existen múltiples presiones cruzadas
que por otra parte redundan en que aún no esté definido
claramente qué sectores serían los más favorecidos
en un eventual relanzamiento del ciclo económico.
La
Convertibilidad
El mantenimiento de la Convertibilidad por parte de la clase dominante,
a pesar de las devaluaciones competitivas instrumentadas por muchos países,
exige un tratamiento especial. Una vez más hay que partir de constatar
que la política de moneda dura no es un fenómeno exclusivo
de Argentina sino mundial. Se expresó en el ascenso ideológico
del monetarismo, en la independencia de los bancos centrales y en la instrumentación
de políticas antiinflacionarias como eje de la acción de
los gobiernos, por sobre el combate al desempleo. En definitiva, se trató
de reafirmar el poder de la moneda, y por lo tanto de la ley del valor,
en el sentido que el mercado debe sancionar a los capitales
improductivos favoreciendo así la concentración económica
y disciplinar a la fuerza laboral mediante la desocupación. En
Argentina, dada la dinámica hiperinflacionaria en que desembocó
la larga fase depresiva de los ochenta, la política de moneda dura
se concretó en la Convertibilidad. Esta actuó entonces como
un mecanismo de coerción y disciplinamiento que tuvo particular
eficacia para la reversión de las tendencias inflacionarias. De
allí la adhesión generalizada de la burguesía a este
mecanismo, legitimizado políticamente por el temor que despierta
en la sociedad el recuerdo de la hiperinflación, y reforzado por
el alto endeudamiento en dólares de parte de la población.
Insistimos en una idea: los sectores del capital productivo exportador
por ahora no tienen ningún interés especial enmodificar
la Convertibilidad. Por un lado, porque ellos mismos tienen profundos
intereses en el mercado financiero tanto local como internacional
y buena parte de sus activos en dólares; en segundo término,
porque la valorización del peso les ha permitido también
participar con éxito en inversiones en el extranjero, en especial
en América latina.
Por supuesto, también existe un gran interés en mantener
la estabilidad de la moneda por parte de los grandes grupos nacionales
y extranjeros que intervinieron en las privatizaciones, por parte de quienes
participan en el mecado financiero como tenedores de títulos. Por
último, parece haber un especial interés en aquellas fracciones
de la clase dominante que se insertaron en la globalización a través
del lavado de dinero y circuitos afines de reciclado de capital
(10); estos últimos además estarían presionando para
que no se les afecte el manejo de la política financiera desde
el Banco Central. De conjunto, nada indica que ceda la presión
directa de los capitales líquidos forma de existencia temporaria
pero esencial también del capital productivo sobre la política
económica en los próximos meses.
Hay que notar que el camino alternativo al de la Convertibilidad, consistente
en bajar el salario por medio de una devaluación (11), hoy sólo
lo proponen algunos economistas al margen del establishment
y fracciones de la pequeña o mediana burguesía muy afectadas
por la crisis.
Es claro, por otra parte, que al margen de la voluntad de la clase dominante,
en los próximos meses la suerte de la Convertibilidad estará
sujeta a las condiciones objetivas en que opera, esto es, a la evolución
del sector externo y del ciclo económico. La prolongación
de la recesión afectaría gravemente la confianza en la capacidad
de repago de las deudas tanto públicas como privadas. Por otro
lado, la deuda externa pone cada vez más interrogantes; si se suma
la deuda pública y privada nominada en dólares, la relación
deuda/PBI se ubica por encima del 50% (contra el 37% en 1994) y la relación
deuda/exportaciones en el 450% (para el conjunto de los países
en desarrollo es del 137%). En lo coyuntural, los precios de los cereales
experimentaron una mejora (no la soja), pero ahora parecen revertirse;
el problema de la aftosa y el cierre de mercados afecta a un sector que
representa la tercera parte del producto bruto agroindustrial. Nada indica
que las exportaciones industriales vayan a tener un crecimiento espectacular.
Y la baja de Wall Street y la recesión en Estados Unidos pueden
tener repercusiones negativas sobre la economía argentina.
Todo esto determina que en el sector externo de manera creciente se pague
deuda tomando deuda. Además, a los pagos por la deuda externa hay
que sumar la remesa de utilidades y dividendos, que fue de 1900 millones
en 1999 y de 2040 millones en 2000. De seguir esta espiral el financiamiento
externo va a colapsar, por lo que un escenario de crisis a lo Indonesia
1997-99 debería considerarse como probable en un futuro mediato.
Esto es, una profunda devaluación, una cadena de quiebras violenta,
acompañada de una profunda concentración de los capitales.
En ese eventualidad -estallido de la Convertibilidad la clase dominante
ensayaría avanzar sobre los salarios ya no por medio de la deflación,
sino por vía de la devaluación-inflación, como se
hizo en otros países que sufrieron procesos similares.
Polarización
social y la explotación
La acumulación de riqueza en manos de la clase dominante corrió
pareja al empobrecimiento en términos absolutos y relativos de
la clase trabajadora y de los sectores populares. A lo largo de estos
años y sobre la base de una profunda derrota del movimiento
obrero se ha producido unagigantesca transferencia de valor del
trabajo al capital. Mientras la productividad crecía, en términos
redondos, un 75% a lo largo de la década, el salario real se estancaba.
A pesar de que el PBI creció durante la década un 50% en
términos redondos, el 30% de la población, o sea, más
de once millones de personas, es pobre. De ellos, más de dos millones
están en la indigencia; esto significa que ni siquiera pueden adquirir
una canasta de alimentos que contenga las 2700 calorías diarias
mínimas necesarias para la supervivencia de un adulto; entre ellos,
720.000 son menores de 14 años. Además, casi un millón
de jóvenes, de 15 a 24 años, no estudia ni trabaja. En términos
de ingreso, la polarización social resalta con claridad aterradora:
mientras el 10% más pobre de la población recibe el 1,3%
del ingreso nacional, el 10% más rico se lleva el 36,9% (datos
de 1998). El 50% más pobre recibe el 13% del ingreso, mientras
el 20% más rico el 53% del ingreso.
Ahora bien, la pregunta que se plantea es cómo puede existir acumulación
con semejante concentración de la riqueza. ¿Quién
genera el mercado interno, si los niveles de consumo de los sectores populares
están tan deprimidos? Es claro que en un enfoque keynesiano tradicional
la cuestión no tiene salida. Sin embargo, el actual modelo se asienta,
en lo que respecta a la demanda por consumo interno, en los sectores de
altos ingresos casas de lujo, countries, automóviles costosos,
gastos dispensiosos, demanda posibilitada por la enorme tasa de
explotación. Téngase en cuenta que un 10% de la población
embolsa anualmente más de 100.000 millones de dólares en
términos redondos; esto representa un alto poder adquisitivo para
casi cuatro millones de personas; a los que le sigue otra capa, similar
en lo cuantitativo, de ingresos relativamente altos. Esto significa que
hay una clase social no un puñadito que
acumuló y se benefició con este modelo, que
adhiere conscientemente a los programas neoliberales y a los personajes
que los encarnan políticamente. A estos sectores se dirigía
Machinea cuando pedía que compraran casas y autos. En el fondo
no hay contradicción lógica entre esta solicitud y la precarización
y baja salarial que alentaba el ex ministro para el conjunto de los trabajadores.
A su clase le pedía que tuviera confianza en la economía
y que consumiera alegremente la plusvalía comprando casas y automóviles.
Y a los empresarios internacionales les aseguraba que estaba empeñado
en seguir bajando salarios de los que producen esa plusvalía.
Una
perspectiva política
El actual curso sólo se pudo sostener sobre la base de una
derrota profunda de la clase obrera argentina. Una derrota que se inscribe
en un retroceso más general de las fuerzas del trabajo y del socialismo
a nivel mundial, a partir del cual tomó fuerza el discurso de no
hay alternativa y el socialismo ha fracasado (la identificación
de los regímenes burocráticos o de capitalismo estatal con
el socialismo jugó en esto un rol no despreciable). En Argentina,
a la represión de la dictadura, y a la crisis y sus efectos profundos
sobre la estructura social de la fuerza del trabajo, se sumó la
crisis política del movimiento obrero y popular, ya que éste
buscó responder a la ofensiva del capital con una estrategia reivindicativa
que no iba a las raíces del problema. Desde el trabajo se trató
de contestar a la estrategia internacionalizada del capital con una política
que seguía girando en la defensa de lo nacional. Se
intentó responder al Estado que alentaba la eliminación
de todas las conquistas históricas del trabajo con una estrategia
que hacía de la defensa delEstado la piedra de toque de toda movilización
y reivindicación. De esta manera la respuesta giró en el
vacío, sin sustento en las tendencias reales que estaban operando.
Esta situación llegó a su ápice cuando la hiperinflación.
Como ha sucedido a lo largo de la historia ante procesos hiperinflacionarios,
la sociedad exigió salidas, hacia la derecha o hacia
la izquierda. Dado el bloqueo político de la izquierda, se abrieron
las puertas para el disciplinamiento del mercado (y la desocupación)
y las privatizaciones. De lo dicho se desprende entonces la necesidad
de elaborar análisis y estrategias a partir de reconocer que lo
que enfrentamos no es pasajero y que exige emplearse a fondo contra un
sistema que lleva al acrecentamiento de la explotación y la miseria
para los trabajadores y el pueblo oprimido.
(1) Director de
la revista Debate Marxista. Dirección de e-mail [email protected]
(2) La más extensa fue la de 1989-90, de 23 meses de duración.
(3) En 1999 los mercados de exportación se vieron afectados por
la caída del petróleo y cereales. Además, se apreció
el dólar frente al euro, el yen y el real, empeorando el tipo de
cambio real de Argentina.
(4) Obsérvese que esta característica y la anterior son
muy distintas a las que se derivaban de las tesis sobre el mercado mundial
de Amin, Mandel y otros en los setenta acerca de las
economías de la periferia bloqueadas en su desarrollo capitalista,
que serían funcionales a un modo de acumulación mundial
sustentado en la articulación de diferentes modos de producción.
(5) Esta tesis no es compartida por muchos sectores del pensamiento progresista.
Por ejemplo, en Coyuntura y Desarrollo (FIDE) de mayo de 1997 se leía:
El mundo está volviendo de la dura experiencia neoliberal;
nuevas y vigorosas ideas lo recorren. Suponen una concepción progresista
del futuro a partir del cual se redefinen los roles del Estado al fin
del milenio.
(6) De conjunto existen más de 200 corporaciones en los países
en desarrollo (como México, Brasil, Taiwan, Corea del Sur, Malasia,
Grecia, Sudáfrica, Tailandia, India, Turquía, Filipinas,
Chile, Argentina) cuyos valores de mercado van desde los 1700 millones
de dólares a 20.000 millones o más. Otras importantes fracciones
participan del capital dinerario mundializado (como sucede con muchos
capitales argentinos, ver infra).
(7) De ese monto, aproximadamente 17.500 millones serían inversiones
directas (inmuebles y empresas), casi 30.000 millones estarían
en inversiones de cartera, y unos 23.000 en depósitos en el exterior.
(8) Ver nuestro trabajo Plan Cavallo y ciclo de acumulación
en Cuadernos del Sur N 16, 1993, y el trabajo emprendido colectivamente
Crisis y acumulación en la Argentina, en Debate Marxista
N 10, 1998.
(9) En términos globales la generación de valor agregado
en 1995 por persona en actividad era un 140% superior en Estados Unidos
con respecto a Argentina. Hacemos el cálculo comparando los PBI
de Argentina y Estados Unidos de 1995, a precios constantes de 1990, corregidos
por la Paridad del Poder de Compra (datos CEPII), y las estadísticas
oficiales de mano de obra empleada.
(10) Hemos tratado esta forma de acumulación ligada a los circuitos
internacionales del capital dinerario en negro en la revista
Reunión de setiembre 2000.
(11) Una devaluación tiene efectos distributivos en perjuicio de
la clase trabajadora si ésta no puede elevar los salarios al compás
de la caída del valor de la moneda y de la suba de precios. Por
eso el economistanorteamericano Paul Krugman sostuvo que la devaluación
era el método más accesible para hacer competitivos los
salarios de Argentina.
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Universidad
Popular Madres de Plaza de Mayo
Rectora: Hebe de Bonafini
Director Académico: Vicente Zito Lema |
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