Para pensar las
distintas funciones que tuvo en la historia el sistema carcelario comenzaremos
con la diferencia entre modernidad temprana y modernidad tardía.
En primer término indicamos la torsión del axioma fundamental
de la modernidad. Mientras que durante el período temprano Leibniz
lo formula con el principio nada es sin razón, en el
período tardío queda reformulado de este modo: nada
es sin valor agregado.
Nada es sin razón avanza sobre la evidencia de la intuición
sensible, buscando la consistencia de los elementos que constituyen el
universo de la razón, exorcizando de ese modo el genio maligno
que Descartes convocara para poner en duda los datos de los sentidos.
Pero la primera parte del enunciado tiene el efecto inverso de convertirse
en el conjuro de la inconsistencia del ser, a saber: nada es.
Este es el auténtico genio maligno de la modernidad, o para decirlo
de otra manera, la sombra que hizo posible su luz. Es el palo en la rueda
que traba la tarea de articular la base axiomática de diferentes
sistemas, para fundamentar los campos que hasta entonces eran tratados
intuitivamente.
En este marco, bajo la exigencia de abandonar los objetos sensibles, no
se puede sostener que los postulados matemáticos den cuenta de
la cantidad o el espacio. No es tan obvio, por ejemplo, abstraer el número
tres de los clásicos tres caramelos con los que se enseña
a contar a los niños. Mientras que en el campo de la geometría,
entre otras consecuencias, surgen nuevas geometrías que conciben
espacios diferentes al proveniente de los sentidos.
Siguiendo al filósofo francés A. Badiou, la presentación
de un múltiple cualquiera se debate entre dos tesis: una falsa
y otra verdadera. La falsa dice: la inconsistencia no es,
en tanto que la verdadera dice: la inconsistencia es nada.
La inconsistencia no es asegura la condición inmanente
de la cuenta por uno del múltiple, acechada por la verdad de su
ser múltiple, a saber: la inconsistencia es nada. Esta
cuenta corresponde a la de los elementos que pertenecen a un conjunto.
Una nueva cuenta, a la manera de Superman, se agrega a la primera para
salvarla del peligro de la inconsistencia del ser. Es la cuenta de las
partes (o subconjuntos) que incluye el conjunto. Pero al igual que el
hombre de acero, tiene su propia kriptonita verde: el conjunto de las
partes de un conjunto es más numeroso que dicho conjunto.
Badiou llama situación a toda multiplicidad presentada. Como dijimos,
ella posee la condición inmanente de una cuenta por uno, aunque
vulnerable a la inconsistencia de ser nada. Mientras que la segunda cuenta
representa a la primera en el conjunto de sus partes constituyendo el
estado de la situación.
Tomando una sutileza que nos permite el idioma español, la primera
cuenta corresponde al ser (inconsistente) presentado y la segunda cuenta
al estar incluido en la representación. La diferencia entre ser
y estar indica la siguiente disyunción: por un lado la condición
sustractiva del ser en la presentación de un múltiple cualquiera,
en tanto ninguna cuenta admite la inconsistencia, y por otro lado el exceso
en la representación de las partes que están incluidos en
el Estado de la situación. De talforma, descartada la intuición,
queda una impasse en el cálculo: lo que es se le sustrae y lo que
está le excede. Por eso cuando se le enseña aritmética
al niño, tomando el ejemplo anterior, se le sustrae la abstracción
del tres y le excede el predicado del caramelo. Piaget lo ubicaría
en el período de las operaciones concretas y concluiría
que necesita de la intuición para entender la noción de
número; sin embargo la sustracción del ser y el exceso del
Estado han desvelado a sesudos matemáticos mucho mayores que nuestro
muchachito.
La presentación sustractiva del ser deja un suplemento que no puede
decidirse si pertenece a la situación. Por la condición
sustractiva indicada afirmamos que no es, pero igualmente se agrega en
la cuenta como un término supernumerario. A este suplemento Badiou
lo llama acontecimiento.
En esta línea, más allá del autor citado, podemos
pensar a la propia modernidad como una situación. Por este sesgo
el enunciado nada es nomina su acontecimiento. De esta manera
la pasión moderna por el cálculo encuentra ahí su
obstáculo irresoluble, quedando en suspenso la empresa. A continuación
abordaremos cómo el utilitarismo se convierte en el Estado de la
situación moderna.
Desde nuestro enfoque el utilitarismo es el que introduce el segundo axioma
de la modernidad, a saber: nada es sin relación. Bajo
esta determinación, cada parte incluida en el Estado debe estar
en relación con otra parte. De esta forma el Estado queda concebido
como una máquina, en la cual cada parte es un engranaje articulado
a otro engranaje. Su máximo teórico es el jurista inglés
J. Bentham, quien plasma este axioma en un modelo arquitectónico
al que denomina panóptico. El filósofo francés M.
Foucault lo describe de este modo: Es una máquina de disociar
la pareja ver ser visto: en el anillo periférico se
es totalmente visto, sin ver jamás, en la torre central se ve todo
sin ser jamás visto (...) Basta situar a un vigilante en la torre
y encarcelar en cada celda a un loco, un enfermo, un condenado, un escolar,
un obrero.
Esta discriminación de encierros supone la inclusión de
los excluidos sociales a través de las instituciones totales (como
las llama el sociólogo norteamericano I. Goffman). Así se
instala el absolutismo de la razón, dentro del cual aun los excluidos
deben quedar incluidos. Para cada uno de ellos se prescribe un tratamiento
conforme al ideal que tiene que alcanzar, entre otros: la cura para el
loco o la reinserción social para el reo. Un tratamiento que parte
de la premisa de un cuerpo maleable, siempre dispuesto a ofrecerle sus
efectos al estímulo que se le practica. O sea que nada es
sin efecto es la formulación panóptica del axioma
nada es sin relación.
A este cuerpo Foucault le adosa el adjetivo dócil. Así lo
describe: El cuerpo se convierte en fuerza útil cuando es
a la vez cuerpo productivo y cuerpo sometido. En esta dirección
la fuerza útil de un cuerpo se mide en relación con otra
variable: el tiempo. De esa manera, siguiendo a la teoría marxista,
el valor de las mercancías resulta del tiempo de trabajo social
necesario para su producción.
La pasión por el cálculo de la modernidad conduce a medir
en unidad de tiempo el rendimiento de los cuerpos dóciles. Time
is money es la frase que hace patente lo apuntado. Por eso la cárcel,
entre todos los encierros, supone una exhaustiva economía del tiempo
destinada a convertir coactivamente a un reo en trabajador. Esa es la
función que le dieron los juristas como J. Bentham cuando la idearon
hacia fines del siglo XVIII. Este cálculo se complica cuando se
trata de curar al loco en el hospicio. Sin embargo la enfermedad, en este
esquema, puede admitir el adjetivo de crónica, y aguardar, como
Penélope, el descubrimiento científico que la resuelva.
Es más, se convierte en el monumento a la esperanza de tal descubrimiento.
En ese sentido los psicóticos esperantejiendo y destejiendo, mientras
que la histéricas se rebelan al Dr. Ulises.
Hacia fines del siglo XIX se asiste a una auténtica rebelión
histérica. De ese modo podemos pensar al síntoma de conversión.
En la Comunicación Preliminar escrita por S. Freud
y J. Breuer, ellos incluyen en esta clasificación las siguientes
manifestaciones: neuralgias y anestesias de formas muy distintas,
que a veces venían persistiendo a través de años
anteriores, contracturas y parálisis; ataques histéricos
y convulsiones epileptoides, diagnosticadas de epilepsia por todos lo
observadores; petit mal y afecciones de la naturaleza de los tics;
vómitos persistentes y anorexia, llevada hasta la repulsa de todo
alimento, perturbaciones de la alimentación, perturbaciones de
la visión, alucinaciones visuales continuas, etc, etcétera.
Por su parte Freud, al referirse a las parálisis histéricas,
toma nota que el alcance de las zonas afectadas no respetan las conexiones
correspondientes del sistema nervioso. De este modo no se atienen a los
manuales de anatomía y sólo se rigen por el lenguaje común.
Lo mismo vale para las otras manifestaciones descriptas en la Comunicación
Preliminar. En este marco Freud dice lo siguiente sobre su paciente
Cecilia M.: Cierta serie de sucesos aparecía acompañada
en ella de la sensación de una herida al corazón (Aquello
me hirió el corazón). El clásico dolor de cabeza
de la histeria (dolor de clavo) había que interpretarse
en ella como procedente de un problema mental (No sé qué
tengo en la cabeza) y desaparecía cuando llegaba la solución.
Paralelamente a la sensación del aura histérica en la garganta,
se desarrollaba el pensamiento de Eso tengo que tragármelo
cuando tal sensación surgía al recibir la sujeto la ofensa.
En esta línea, rebelado contra los manuales de anatomía,
Freud se encuentra con un órgano que resiste el mandato de la utilidad.
Un órgano que tiene la delimitación que le da el discurso
cotidiano y que no se articula obedientemente en el cuerpo útil.
Con su resistencia se revela el exceso estatal de los dispositivos terapéuticos
implementados para su cura y la sustracción del goce que el paciente
obtiene del síntoma. Un goce que es un usufructo más allá
de la prescripción utilitaria. ¿Qué usufructúa?
Respondemos lo siguiente: la nada que queda fuera de la relación
y circula por el discurso sin el objetivo utilitario de la comunicación,
como lo demuestran el chiste y la poesía.
El utilitarismo tiene como modelo a la termodinámica. Sus dos principios
son la homeostasis, que da cuenta de la capacidad de acumular energía
que tiene un sistema, y la entropía, que establece la tendencia
decreciente de dicha capacidad de acumulación. Freud, en esta línea,
piensa al psiquismo utilizando la metáfora de un aparato. En una
de sus versiones plantea al yo como un homeostato que acumula energía
y a la pulsión como una exigencia de trabajo alejada
del axioma utilitario. Por esta dirección llama libido a la energía
sexual y principio de placer a la tendencia a su descarga. Mientras que
el principio de realidad regula esta descarga, para que alcance un determinado
umbral de acumulación adecuado para el funcionamiento del aparato.
De este modo el placer queda del lado de la pulsión, como una exigencia
de trabajo destinada a la descarga, o como Freud dice: la satisfacción.
Este trabajo produce nada, la maldita nada sin relación del utilitarismo.
Maldita nada, para los dispositivos panópticos, que no puede calcularse
como efecto de la intervención de un tratamiento. Maldita entropía
a la que Freud llama pulsión de muerte, oponiendo el cuerpo erógeno
al cuerpo dócil. Esta oposición la plasma con el dispositivo
clínico del psicoanálisis, en el que la regla fundamental
de la asociación libre invita al paciente a perder el tiempo proponiéndole
hablar de lo que se le ocurra. A la inversa del panóptico, lo que
se pierde de este tiempo es la fijeza de una mirada, precipitando a un
sujetotras sus rastros. Este tiempo inútil es el tiempo subjetivo
o trabajo del inconsciente.
La modernidad tardía, por su parte, reduce la razón a la
economía. Al deslizarse el axioma nada es sin razón
a nada es sin valor agregado, el ser nada queda radicalmente
desvinculado de un universo que ya no se descubre sino que se construye.
Junto a esta torsión, se produce el reemplazo de un modelo termodinámico
por otro biológico. De esta manera lo explica el teórico
de la globalización A. Toffler: Era como si un organismo
vivo que hubiera estado muerto o inerte empezara de repente a comprobar
su presión arterial, su pulso y ritmo respiratorio. Lo real se
estaba haciendo consciente de sí mismo. Como consecuencia de todo
lo anterior, los investigadores se están apresurando a hacer las
redes aún más autoconscientes de sí mismas. Sus metas
son las denominadas redes neurales.
Las redes neurales o comunicacionales sustituyen el saber por la información.
En tanto que el saber no quiere saber nada, a la información no
le interesa nada. Al desinteresarse de la nada, también se desinteresa
del tiempo. No tienen que luchar contra la nada que opaca el oro del Time
is money, pues el tiempo real de las telecomunicaciones supone una prisa
fuera de toda dimensión humana. Una prisa equivalente a la velocidad
de liberación, que corresponde a la velocidad de la luz.
Por esta vertiente la economía se construye para establecer la
medición de las cifras que circulan por el ciberespacio del mercado
financiero único. Su nombre actual es la econometría y su
función es desligar toda relación que ate a la economía
a cualquier elemento intuitivo que afecte su funcionamiento autónomo
(por ejemplo la producción de bienes). De esta manera el cuerpo
dócil es reemplazado por el cuerpo descartado del excluido radical.
A la modernidad tardía no le interesa formar fuerza de trabajo,
sólo le importa la estabilidad de este funcionamiento. De esta
manera el cuerpo dócil es reemplazado por el cuerpo descartado
del excluido radical. Del mismo modo son sustituidos los diversos encierros
con los que antes se incluía a los excluidos por el encierro único
de la nueva versión de la cárcel. Su función no es
reinsertar a nadie sino construir el ser de un preso con los despojos
de un cuerpo descartado. Así ya no se diferencia el cuerpo de la
reja, o sea que se pierde la sutil diferencia entre ser y estar. En el
punto siguiente nos ocuparemos de sus consecuencias políticas y
clínicas, englobadas burdamente bajo el nombre de violencia.
Violencia es un
término que parece dejar todo en claro. Nuestro espíritu
crítico, ante tamaña luminosidad, nos convoca a convertirlo
en una noción a interrogar.
¿Son equiparables los hechos de violencia cometidos por el odontólogo
José Barreda y el general San Martín? El general Pinochet
y el Subcomandante Marcos portan grados militares, ¿comparten,
acaso, la misma legión? ¿Es la misma piedra la que arrojara
el barrabrava Batata a los opositores del ex presidente Menem,
que aquella con la que David derribó al gigante Goliat? ¿Son
todos demonios, no hay ningún ángel?
¿Cuál es el rasgo que define a la violencia como una serie?
¿Su impulsividad o su premeditación? ¿Su carácter
individual u organizado? Cualquiera de ellos puede estar presente en los
hechos caracterizados como violentos, por lo tanto la definición
de la serie de la violencia sigue esperando.
Para pensar la violencia por la ruta que van despejando estos interrogantes
tomaremos dos dimensiones: la clínica y la política.
Dentro del dominio de la clínica existen dos conceptos que se prestan
para oficiarnos de compañeros de ruta. Ellos son: el pasaje al
acto y el acting out. Sus orígenes son distintos: el primero proviene
de lapsiquiatría y el segundo, del psicoanálisis inglés.
Con el objetivo de anudarlos recurriremos a los lineamientos que, en tal
sentido, deja J. Lacan.
El pasaje al acto es una fuga de escena. Esta definición parte
de la base que la escena del mundo, tan natural en su apariencia, se constituye
de un modo fantasmático. Su constitución tiene como condición
la preexistencia de una mirada al sujeto que se asomará por su
marco. Dicha mirada es la presencia del Otro (como escribe Lacan a la
dimensión de alteridad), que se establece como el revés
del campo de la visión, en cuyo vértice el sujeto colocará
sus ojos. O como decía Saint-Exupéry, lo esencial es invisible
a los ojos. El desfasaje temporal entre la anticipación de la mirada
y el sujeto que asoma sus ojos a la ventana de una realidad fantasmática
deja un residuo caído. Es la mirada perdida como causa de un sujeto
que irrumpe en pos de sus rastros (como Acteón detrás de
Artemisa).
Detrás de su causa perdida, buscando después lo que perdió
antes, nace el sujeto del deseo. En el pasaje de mirado a vidente, de
deseado a deseante, asoma sus narices a la escena del mundo.
Cuando la sugestión desdibuja el límite de su marco y el
sujeto queda sometido a la omnipotencia de un gesto, al que una mirada
sostiene como su tigre de papel (conviene tener presente la función
de los gestos en las artes marciales), la vacilación de ese gesto
provoca la caída del sujeto. Es el movimiento de desplomarse que
se observa cuando un hipnotizado despierta de su trance. Como dice Lacan:
el sujeto cae desde donde está, desde donde es mirado. En su caída
se lleva por delante lo que tiene a su alcance: otro cuerpo, el asfalto,
etc. De esa manera se produce el pasaje al acto.
La artesanía de la sugestión que encarna, por ejemplo, la
figura del hipnotizador, se convierte en tecnología de dominación
con el dispositivo panóptico.
Al vacilar un gesto, dando cuenta que la mirada de la torre central ha
quedado suspendida, tiene lugar una suerte de pasaje al acto en cadena
al que comúnmente se lo llama motín. Dice S. Schoklender
al respecto: Cuando el pabellón amotinado se cansaba de gritar
y comprobaba que en la celaduría no había quedado nadie,
comenzaba a romper.
El acting out, por su parte, es una puesta en escena. Muestra la caída
de una mirada, como un conjuro para volver a convocarla. Schoklender cuenta
su experiencia con este método de la siguiente forma: un
día de requisa, en un descuido de los guardias, me había
pasado la herramienta necesaria: Para el día en que te decidas.
Y me decidí, finalmente, a ponerlo en práctica un día
que me llevaron a declarar en Tribunales. Entré con la custodia
especial de siempre y llegué ante el secretario del Juzgado. Sáquele
las esposas dijo. En cuanto tuve las manos libres, tomé de mi bolsillo
una de las hojitas de una máquina de afeitar de doble filo el
arma que provenía del viejo, me la llevé a la boca
y la sostuve entre los dientes y grité: ¡Sí no llaman
al instante al juez, me la trago! ¡Apúrense y que no se acerque
nadie! Ordenó.
Dentro del campo del acting
out se ubica la tendencia antisocial formulada por Winnicott. Dicho autor
aclara que no es un diagnóstico y que se la puede encontrar en
un individuo normal o en una persona neurótica o psicótica
en cualquier edad. La presenta como una fenomenología, cuya etiología
radica en la deprivación, consistente en la suspensión de
experiencias hogareñas satisfactorias. La tendencia antisocial
ocurre cuando el niño ha perdido algo bueno que ejerció
un efecto positivo sobre su experiencia. Las dos orientaciones de la tendencia
antisocial son el robo y la destructividad. Con el primero, el niño
busca algo en alguna parte con la esperanza de hallarlo. Con lasegunda,
busca un grado de estabilidad, de suministro ambiental perdido, el poder
confiar y alcanzar así la libertad para moverse, actuar y entusiasmarse.
La deprivación alude a la falta de esperanza y es sobre este fondo
de desesperanza, que la tendencia antisocial asoma como un momento de
esperanza.
Anticipando el tema de la universidad en las cárceles, que será
desarrollado en la última parte de esta presentación, indicamos
como modelo de experiencias hogareñas suplementarias el trabajo
con menores llevado adelante en el Centro de Estudios de la U16 de Caseros.
Este centro participa del programa UBA XXII de la universidad en las cárceles.
El origen de este programa (surgido del convenio suscripto entre la Universidad
de Buenos Aires UBA y el Servicio Penitenciario Federal -SPF,
como oportunamente se ampliará, tiene lugar en la U2 de Devoto
durante el año 1985, cuando un grupo de presos decididos a estudiar
impone con su movilización la creación del Centro Universitario
Devoto (CUD). Cuando un grupo de presos-estudiantes algunos de ellos
fundadores del CUD tiene que ser trasladado a la U16, pone en marcha
un nuevo centro de estudios con dos objetivos fundamentales: los menores
detenidos en ese penal y la informática.
En ese sentido, bajo la supervisión de la Facultad de Ciencias
Exactas, organizan cursos de informática para capacitar a los menores.
Simultáneamente con esta formación, instalan un taller de
imprenta y otro de encuadernación para que obtengan una preparación
laboral a más corto plazo. Más allá del éxito,
o quizás por esa razón, el SPF suspende estas actividades
en nombre del principio que dice que los presos mayores no pueden entrar
en contacto con los presos menores.
Años después, los presos mayores de este centro de estudios
nos convocan, junto a otros profesionales, para organizar actividades
que resuelvan, o disminuyan, la escalada de violencia que envuelve a los
menores entre sí. En el año 1998 enviamos nuestra propuesta
a las autoridades del penal, que aún descansa al abrigo de otros
papeles en el lecho de un cajón.
Las protestas contra el SPF corresponden a la fenomenología clínica
de la tendencia antisocial, por lo tanto, poseen el valor positivo del
momento de esperanza. En tanto que la vuelta de la violencia sobre los
propios jóvenes corresponde a la caída de escena que define
al pasaje al acto.
Otro caso factible de ser analizado con las mismas categorías es
el de la vuelta olímpica en el Colegio Nacional Buenos Aires. Es
de público conocimiento que esta tradición, como la llaman
con buen criterio los alumnos del establecimiento, fue drásticamente
sancionada por el rector en el año 1999. Los alumnos de sexto año,
que para celebrar su graduación efectúan una suerte de Carnaval
con ciertos perjuicios para las instalaciones del colegio, en esta oportunidad
fueron sancionados perdiendo su condición de alumnos regulares.
No sería de extrañar, como dice Winnicott, que a esta esperanza
desoída le siga la desesperación. O sea que en el pico culminante
de la desesperanza, como ocurrió con los jóvenes de la U16,
se precipite el pasaje al acto.
Continuando el camino de la interrogación a la violencia, en su
empalme con la dimensión de la política, resulta insoslayable
recordar al estratega alemán Clausewitz. Es por demás conocido
el apotegma que lo inmortaliza: la guerra es la continuación de
la política por otros medios.
Pero la política puede no existir. Para que exista tiene que haber
un elemento heterogéneo como suplemento de una serie de elementos
homogéneos. En este sesgo, siguiendo los lineamientos de Badiou,
la política adviene cuando una disfunción en la cuenta de
un múltiple alerta sobre la presencia de un múltiple acontecimental.
Tomemos como ejemplo el Estadoliberal; su cuenta sólo reconoce
a los ciudadanos. Cuando irrumpe en el siglo XIX el movimiento obrero
revolucionario, arruina la cuenta del Estado.
Con estos recursos podemos reconstruir la historia de la modernidad. La
podemos reconstruir con recursos modernos, al modo agónico del
canto del cisne. Encontramos su semilla en el diálogo platónico
Parménides, que abre el debate respecto de la tensión de
lo uno y lo múltiple.
Desde otro vértice, la modernidad tardía que habitamos parte
de la premisa del cierre de la modernidad y el inicio de la posmodernidad.
Su reinado se instituye sobre la sepultura de toda novedad; es decir,
la existencia de un universo sin sombras (que delata el universalismo
terminal de la modernidad tardía al modo de una estrella nova)
o una cuenta plenamente discernible. Este universo es construido sobre
la base que deja Gödel en el campo de la lógica.matemática,
planteando que todo múltiple es constructible a partir de axiomas
relativizados. Ese es el modo de zafar al impasse que abre su corroboración:
no es posible probar la consistencia absoluta de la aritmética,
ni de cualquier otro cálculo de la extensión necesaria para
contenerla.
En los términos de un universo del mercado se ha construido el
Estado actual, denominado aldea global. Siguiendo esta vertiente hubiera
sido impensable para Platón el diálogo El posmoderno,
en el que el poder terminara con Sócrates aplicándole un
tributo que no pueda pagar.
Por este camino el Estado legisla sobre la existencia de un múltiple.
Así es como opera la aldea global. En él sólo existen
las leyes de la economía y el único lazo social vigente
es el pacto impuesto por Shylock (aquel de la libra de carne). Todo lo
demás es desecho inclasificable para su cuenta. De esta forma,
sin la posibilidad de una política pensable para la modernidad
tardía, estamos dentro de una guerra económica a escala
global.
El acontecimiento, como disfunción inmanente de la cuenta practicada
por el Estado, es el modo moderno con el que Badiou piensa al síntoma.
Este es la singularidad radical que le pone el, pero no eso,
al todo. Si la cuenta absoluta del Estado global puebla sus márgenes
de desechos impensables para los recursos del pensamiento de la modernidad,
planteamos que el síntoma zurza una nueva consistencia. De esta
forma retomamos los desarrollos sobre la cadena de nudos borromeos que
Lacan deja en la última secuencia de su seminario.
En esta dirección no proponemos pensar al síntoma, sino
pensar desde el síntoma. Tomando el ejemplo de los campos de batalla
de la guerra económica, en la que los desechos humanos que deja
la aldea global resisten a la muerte por inanición, encontramos
situaciones como ésta: la población entera de una localidad
argentina, de la que se retiró su única fuente de trabajo,
destruye todos los edificios públicos luego de que su movilización
contra la falta de empleo es rudamente reprimida por una fuerza de seguridad.
La situación se resuelve cuando alguna asistencia gubernamental,
como el Plan Trabajar, los emplea como mano de obra para reparar los daños
causados.
Esta situación se haría política si se movilizaran
para no pagar la deuda externa. De ese modo el universo del mercado tendría
que combatir ante un enemigo organizado en contra de su propia existencia.
Pondría en primer plano la siguiente condición indiscernible
de los conjuntos constructibles: es demostrable tanto su construcción
como su no construcción. Su suerte siempre está planteada
a cara o cruz. En ese sentido, no pagar la deuda externa sería
el elemento heterogéneo que subvierte la homogeneidad económica
de la aldea global; pero también el zurcido que enlazaría
un nuevo lazo social, más allá de un universalismo que devino
en un excluyente universo del mercado. La aldea global amplía el
modelo panóptico a escala planetaria. Es así que fascinados
por una pantalla se nos escapa que somos mirados por ella.
Desde una torre central virtual se nos asigna una celda denominada segmento
del mercado. Cuando vacila el gesto que nos tiene prendado a esa celda,
el pasaje al acto es la consecuencia correspondiente. Es así que
habitamos una sociedad que, al igual que la cárcel, está
atravesada por la violencia. Actualmente la cárcel es la pareja
especular de la aldea global; su función es concentrar los desechos
dejados por el universo del mercado.
Concluimos esta parte de la presentación, recordando la estrofa
completa de la vieja canción panóptica: Detrás
de las paredes que ayer se han levantado te ruego que respires todavía
Hablando de violencia
La violencia en las cárceles
La violencia es hoy un término que nombra una serie de situaciones
de índole de funcionamiento institucional y en la vida cotidiana.
Se ha instalado en la sociedad como un síntoma que tiene como causa
socialmente aceptada la problemática de la exclusión social.
Aquellos que han quedado fuera del sistema y los que luchan para no salir
perpetúan un movimiento reactivo de tácticas compulsivas
que no se sostienen en estrategias planificadas.
La urgencia de la inmediatez restringe al ser en una precipitación
de las acciones regida por la prisa. La prisa alude a que no hay tiempo.
Efectivamente no hay tiempo que perder en la urgencia. Reflexionando sobre
esta frase, ocurre actualmente que no hay tiempo que perder para un sujeto,
puesto que sometido a la presión de no quedar afuera del mundo
globalizado, el tiempo subjetivo no puede experimentarse. Ese tiempo que
le permite al ser pensarse detenerse y concluir. Que le permite ser tiempo
perdido. Perder el tiempo implica que tiene en el sistema
un valor de cambio y por lo tanto de utilidad. Lo que peyorativamente
se dice perder el tiempo hace posible no perder al tiempo.
Por otro lado, podemos hablar de la violencia en otras formas de presentación.
En el sistema jurídico que priva de la libertad a quien se le supone
(no nos olvidemos del principio constitucional de inocencia hasta que
se pruebe lo contrario) su participación en un hecho delictivo
y por ello pasa en condición de procesado una penalización
que, en un importante porcentaje de casos, es mayor que la pena máxima
aplicable si se lo hallara culpable. También es violencia la que
se ejerce en los procesados ante la vulneración de poder ejercer
su derecho a una defensa digna por falta de dinero.
También podemos tomar la violencia dentro de la cárcel como
institución total. Allí encontramos todo tipo de exceso
que se ejerce en contra de los detenidos: ya sea en las requisas, ya sea
en los castigos, ya sea en la obstaculización de una atención
médica, o ya sea por la deficiente alimentación que reciben,
y los etc. etc. que hacen una lista extensa.
A continuación vamos a acotar el término violencia. No nos
inclinaremos a la acepción que remite al forzamiento de la voluntad
a realizar una acción, como una acción contra el natural
modo de proceder o aquella que define al violento como
el que está fuera de su estado natural. No tomamos
esa acepción por no coincidir con que hay acciones humanas naturales,
por el contrario, toda acción es humana en tanto el sujeto es efecto
de un proceso inmerso en la cultura. Siguiendo la concepción freudiana
de pulsiones de vida y pulsiones de muerte, colocamos a cuenta de la segunda
todas las acciones que llevan a la des-unión, a la fragmentación
y que ubican al sujeto en una posición activa. Laagresividad es
un modo inevitable de la constitución subjetiva. La agresividad
como fuerza impulsora debe distinguirse de la agresión. Es decir,
que desde esta posición subrayamos, por un lado, que no hay conductas
naturales y, por el otro, una propuesta con valor de premisa para el desarrollo
que sigue a continuación:
La violencia es una acción que obra con ímpetu o fuerza.
A la acción violenta no le corresponde necesariamente la posición
de víctima.
Para ello vamos a ubicar con
un ejemplo la propuesta planteada. Se trata de la experiencia de la Universidad
en las Cárceles.
Tenemos que presentar cómo surge este proyecto que es inédito
en los sistemas carcelarios actuales.
El relato tiene estructura de mito, no sólo porque es de transmisión
oral, sino también porque tiene sus diferentes versiones. Pero
en lo que hace a las unidades de análisis o mitemas, éstas
se conservan en sus distintas formas.
Cierta vez, entre el desorden del motín, se encuentran dos grupos
de internos de distintos pabellones. Entre los conductores surge la expresión
de que así las cosas no pueden seguir, porque sólo
vamos a conseguir la muerte, por otro lado hacía tiempo que
un interno decía que quería estudiar la carrera de Derecho.
Ellos dicen que de algún modo estas ideas se juntan y producen
la puesta en marcha del estudio como un modo de resistencia no violenta.
Comienza así una experiencia que es inédita.
Esta experiencia vale, sin habérselo propuesto, en la reducción
del índice de reincidencia. Sin habérselo propuesto ha mostrado
durante sus quince años de funcionamiento que la amplia mayoría
de los estudiantes que pasaron por los Centros de Estudio no ha vuelto
a delinquir. No se han reinsertado en la sociedad, sino que por el contrario,
por vez primera se han insertado en ella.
Reflexionemos sobre esta experiencia aportando lo siguiente. No se trata
que el estudio sea en sí lo que produjo la inserción. Hay
un paso anterior en cada uno de los que decidieron estudiar. Se trata
que, ya sea porque charlaron con un compañero, o por sí
solos, pudieron concluir que podían hacer otra historia con su
vida.
Las consecuencias de ese uso fueron múltiples. Este tipo de estudiantes.presos
encontraron en su contacto con las distintas ciencias el modo de hacer
activos los discursos que transitan la universidad. Comenzaron a poder
pensar su situación carcelaria desde el derecho, la psicología
y la sociología. Entonces produjeron textos de difusión
pública para hacer conocer desde la experiencia singular y grupal
que es efectivamente vivir en una cárcel, qué cosas se pueden
cambiar y cómo, y fundamentalmente se dieron cuenta de que con
esa producción, ya habían comenzado a cambiar las cosas.
Cuando allá por el 92 salieron en un solo día del Centro
de Asesoramiento Legal del CUD (Centro Universitario Devoto) 1200 hábeas
corpus, los Tribunales porteños saltaron como la banca cuando un
apostador afortunado le gana. Se conmovió su estructura de ineficiencia
jurídica y uno puede decir con certeza que ya nada fue igual en
la administración de la justicia. La incidencia de estos aportes
en la práctica es aún pequeña en términos
estadísticos, pero antes era inexistente.
Lo interesante de destacar desde el campo del psicoanálisis es
que sólo cuando hay un cambio en la posición subjetiva se
puede hacer un corte en el continuo del hacer en una vida. Y con esa interrupción,
en el caso de la violencia institucional, modificar el abuso del poder
estatal.
Los presos hicieron y hacen, sin saberlo, aquello que Badiou propone:
intervenir en situación. La situación no hay que crearla
y luego proceder. No. La situación está fuera de cálculo.
Por ello no es posible crearla. Pensemos en el ejemplo del origen de la
universidad en las cárceles. Algunos presos se dieron cuenta de
que no querían morir así, y algún otro quería
estudiar.
Cierta vez un estudiante.preso dijo en una clase, hablando del deseo freudiano,
que lo ubicaba como una fuerza indomeñable, indestructible: Nosotros
no somos sujetos aquí, somos objetos porque somos presos.
La profundidad de esta reflexión se sostiene en que, efectivamente,
a alguien privado de la libertad se le dice es un preso y no que está
preso. No es una reflexión semántica, sino la diferencia
entre una consideración ontológica a una óntica de
la existencia.
Antes del proyecto UBA XXII, algunos presos sólo eran presos. La
nominación presos.estudiantes, aprovechando la indicación
freudiana de la escritura Percepción.Conciencia, indica en el guión
que separa ambos nombres, que ese hiato es la presencia del deseo. La
presencia del sujeto (del inconsciente) en su imposibilidad de ser. Tomamos
en esta oportunidad el siguiente sentido para la imposibilidad de
ser: una sola palabra no puede decir(lo) todo de una existencia.
En esta línea son las siguientes anécdotas. En el año
1989, a instancias de algunos profesores del CUD, se decidió celebrar
en el Teatro Ricardo Rojas un homenaje a M. Foucault con motivo del quinto
aniversario de su muerte. Con los trámites correspondientes, se
logró que el Servicio Penitenciario Federal trasladara a algunos
internos.estudiantes al teatro, porque eran ellos los que iban a hacer
el homenaje. Finalizada la actividad, un numeroso grupo de personas se
acercó al escenario para hablar con ellos. Rápidamente los
penitenciarios a cargo del traslado los retiraron del lugar a la voz de:
No se olviden de que ustedes son presos. En otra oportunidad,
esta vez en una requisa, acompañaron los golpes con la misma expresión:
¡No se olviden de que son presos, son presos!.
El objetivo de contar acerca de esta experiencia tiene, además
del valor de inserción social de sus protagonistas, otro que es
el que hemos intentado transmitir. Dijimos en el comienzo que tomaríamos
como premisas:
La violencia es una acción que obra con ímpetu o fuerza.
A la acción violenta no le corresponde necesariamente la posición
de víctima.
Ahora agregamos:
A la violencia se le puede oponer la resistencia.
Y la resistencia en una licencia del lenguaje nos permite ubicarla en
un juego de palabras, a partir de su raíz latina. Y entonces podemos
ubicar el re como una vuelta, y el sistere como existencia, y combinarlas
produciendo el siguiente sentido: la resistencia como una vuelta en la
existencia de un sujeto. Una vuelta que no es sin el pasaje doloroso por
los caminos de un lenguaje que lo nombra y lo adormece, a
otro sistema de nominaciones, del cual no podrá argumentar que
no estaba advertido.
Queremos concluir este trabajo con una frase que dos alumnos escribieron
como epígrafe de su trabajo monográfico: Se puede
esperar desesperado, se puede esperar esperanzado. Cárcel
de Villa Devoto, 1995.
* Psicólogos, psicoanalistas.
Docentes en la Facultad de Psicología (UBA), la Universidad Popular
Madres de Plaza de Mayo y directores del Centro Asistencial FUBA XXII.
|
Universidad
Popular Madres de Plaza de Mayo
Rectora: Hebe de Bonafini
Director Académico: Vicente Zito Lema |
|