A la Negra
Viviana, que compartió estas búsquedas, y nos cuestionó
con su vida hasta su muerte.
La libertad, ese sueño
tantas veces soñado, por momentos parece alejarse de nuestro horizonte
inmediato. No hablo de la libertad que nos ofrecen como artículo
de venta en el mercado globalizado. No hablo de la libertad que tiene
como precio el olvido, la domesticación, la buena letra con los
poderosos, el nadar a favor de la corriente, la resignación, la
humillación cotidiana.
Hablo de la libertad que significa ser sujetos de nuestra propia historia,
protagonistas de nuestro tiempo. La libertad de reconocernos en nuestra
creación, de no ser expropiados una y otra vez por los dueños
del mundo.
Ellos pretenden quedarse con nuestra fuerza de trabajo, con nuestras energías,
nuestras emociones, nuestras fantasías, y con el derecho sobre
nuestros cuerpos. Desafiar el sentido común que naturaliza la injusticia,
nos obliga a navegar contra la corriente. Así lo hacemos.
Cruzamos en nuestras embarcaciones las fronteras del siglo y del milenio.
Traemos bodegas repletas de sueños. Anduvimos en tempestades y
en calmas exasperantes. Mantuvimos el rumbo que indica la rosa de los
vientos. No elegimos el norte. Marchamos de sur a sur. No ganamos. No
llegamos. No arriamos las banderas.
Muchos compañeros de travesía quedaron en el camino. Muchos
naufragaron. Muchos prefirieron la tierra firme. Seguimos navegando.
Paulo Freire en el cruce
de caminos
Atravesando el siglo que finalizó, una de las figuras que
ayudó a muchos exploradores a transitar caminos desconocidos, es
la de Paulo Freire. Pedagogo revolucionario, como gustaba de llamarse,
aportó enfoques que trascienden a la propia pedagogía, para
sugerir pistas a quienes hacen de la opción por los oprimidos,
una praxis, una forma de vida, una manera de pararse en el mundo. Repensar
a Paulo desde este tiempo y contexto, dialogar con su experiencia, sentir
su inspiración, contagiarse de su amorosa manera de estar en el
mundo, es una experiencia movilizadora para quienes trabajamos cotidianamente
en educación popular.
Conocí a Paulo Freire en los comienzos del año 93,
cuando le hice una entrevista en la que, con un entusiasmo recién
estrenado, me contó los contenidos esenciales de su libro recién
editado: Pedagogía de la Esperanza. Eran tiempos oscuros, en los
que asistíamos a variadas deserciones que reproducían las
profecías sobre el fin de los sueños. La desesperanza marchitaba
las pasiones. Se consideraba normal la fuga masiva de los ideales, y casi
un destino inevitable cortar camino por el sendero de los renunciamientos.
Se anunciaba el eterno presente y futuro del capitalismo neomaquillado
de liberalismo. El triunfo del capitalismo era, sobre todo, un hecho cultural.
Valores, ideas, sentido común, conciencia, se volcaban en favor
de la reproducción del sistema y de su dominación, fundada
en la despedazada voluntad de sus opositores y en la creencia de que se
encontraban frente a enemigos invencibles, a quienes sólo restaba
servir y adorar. La maldición de Malinche se repetía
una vez más en estas tierras, en las que se anunciaban sin pudor
las relaciones carnales con el imperio.
A pesar del difícil momento histórico, Paulo estaba
optimista. El suyo no era un optimismo ingenuo. Nacía de su arraigado
pensamiento dialéctico, que lo llevaba a desconfiar de las proclamas
sobre el fin del movimiento de la historia. Nacía de su opción
vital por los oprimidos, con quienes construyó su pedagogía
emancipadora. En el libro Pedagogía de la Esperanza había
revisado críticamente los contenidos de su libro principal, Pedagogía
del Oprimido, a la luz de los 25 años transcurridos.
Volví a verlo unos años después, en un encuentro
con un grupo de educadores populares latinoamericanos. Conversamos sobre
las nuevas experiencias que se estaban realizando en América latina.
Escuchaba con mucha atención. Se entusiasmaba y compartía
con nosotros sus últimas ideas. Era un gran conversador, pedagogo
del diálogo, del crecimiento mutuo en el encuentro vital que anima
a las experiencias militantes. Conversamos sobre el lugar del amor y de
la rabia en la vida y en la militancia. Disparaba una risa ancha hacia
aquellos que años atrás lo habían criticado por no
ser suficientemente marxista y que en estos años se
alejaban del marxismo como quien huye de la peste.
Paulo rescataba la esencia dialéctica del marxismo, su método
de análisis de la sociedad, en una línea que lo acercaba
al marxismo de Gramsci, con quien decía haber intimado
en la lectura de los Cuadernos de la Cárcel, al marxismo del Che,
en el que subrayaba el valor pedagógico del ejemplo y la estricta
coherencia entre teoría y práctica; y el pensamiento del
líder de la liberación africana Amílcar Cabral, de
quien admiraba su concepción de la lucha cultural como factor esencial
en la emancipación de los pueblos coloniales.
Paulo proponía una pedagogía hecha con rabia, con indignación
y con esperanza, para seguir siendo, en el tiempo actual, pedagogía
del oprimido, pedagogía emancipadora, y no una propuesta educativa
de domesticación de los agredidos por el sistema.
Sistematizar las experiencias
Paulo no está. Fue bueno contar con su apoyo en esos años
de tempestad. Pero hay que seguir navegando. Para hacerlo, es verdaderamente
útil que los educadores populares demos pasos firmes en la sistematización
de la rica experiencia producida en las últimas décadas
en América latina. En nuestra travesía, la educación
popular sufrió avatares similares a los que conmovieron, en los
finales del siglo 20, a los pueblos de nuestro continente.
Una parte de estas experiencias, que cobraron su mayor impulso en los
años 60 y 70, aportando a procesos de concientización, de
formación de movimientos populares, de construcción de prácticas
masivas de alfabetización, fueron cooptadas a partir de los años
80 y 90 por las políticas del sistema. Muchos de sus cuadros fueron
integrados al igual que tantos ex izquierdistas en la renovación
del sistema educativo vigente, en la elaboración de sus programas
monitoreados por el Banco Mundial, en el asesoramiento de sus secretarías
de educación y ministerios, en la fundamentación de proyectos
que adecuan el modelo educativo a los requerimientos del capitalismo transnacional.
(Muchas veces en estos programas se menciona a Paulo Freire, se incluyen
sus textos, en una operación en la que escinden su concepción
liberadora de aspectos parciales del método, disociando objetivos,
metodología y técnicas.)
En los grupos que hemos seguido sosteniendo la concepción y práctica
de educación popular, con un contenido emancipatorio, se advierten
dificultades relacionadas con los altos niveles de fragmentación
existente en este campo, que condiciona y limita los esfuerzos, situación
que se agudiza por la ausencia de alternativas populares que los proyecten
con eficacia. Hay déficit en la elaboración teórica,
caídas basistas y programas ligados al asistencialismo, de acuerdo
con las propuestas que financian prioritariamente las ONG.
Se nos plantea entonces la necesidad de profundizar el debate y el encuentro
entre las diversas experiencias.
La educación popular en los inicios del siglo XXI está necesitada
de una refundamentación multidisciplinaria que permita nutrirse
del pensamiento social más avanzado, para alcanzar la posibilidad
de formar militantes que superen las tradicionales dicotomías que
se establecieron entre teoría y práctica, ideología
y política, investigación y educación, y una manera
difundida de educación ideológica que tiende
a reducir la política al adoctrinamiento.
La labor pedagógica de los oprimidos obliga a interpretar al mundo
tal cual es, en sus dimensiones macro y micro, objetivas y subjetivas,
en sus interrelaciones. Toda tentativa de simplificación, otorga
ventajas a quienes han hecho del conocimiento una de las armas poderosas
en las que sostienen y reproducen su poder.
La sistematización de experiencias es un requerimiento que atraviesa
al conjunto de los movimientos populares, y que puede volverse una fuente
fértil de análisis, autorreconocimiento, identidad, memoria,
y de creación colectiva de conocimientos.
Encuentro con el mundo
Resultan sorprendentes los variados caminos por los que el conocimiento
se va abriendo paso en la experiencia de los pueblos. Especialmente interesante
es analizar cómo en tiempos de pragmatismo a ultranza, en
los que la cultura capitalista hace del realismo el leit motiv
de su programa los movimientos populares emergentes, asumen posiciones
de rescate de los ideales, de los valores, de los objetivos finales transformadores,
en las prácticas cotidianas y como programa. Esto parte de la lectura
de una realidad, en la que se constata que es cada vez más difícil
conquistar y sostener reformas populares dentro del sistema o proponer
como alternativa desde los sectores populares la llamada Tercera Vía
de humanización del capitalismo.
Conociendo las tendencias fundamentales con que se desarrolla el capital
en las condiciones concretas de su transnacionalización y globalización,
sabemos que estas propuestas no tienen otra consecuencia que un efecto
propagandístico. La internacionalización del capital fragiliza
las posibilidades de conquistas locales, regionales o nacionales duraderas
de los trabajadores.
El sistema político que sostiene la dominación está
sustentado en la corrupción, que ha permeado los diferentes niveles
del aparato del Estado, volviendo a sus agentes en fundamentalistas del
statu quo y en rehenes de sus estafas. La corrupción y la impunidad
son dos caras de la misma moneda, y un factor que acentúa la crisis
de representatividad. El capitalismo transnacionalizado, requiere doblegar
los valores que humanizan a la humanidad. El modelo de hombre
y de mujer que forma el capitalismo, a partir de los medios de comunicación,
del sistema de educación, de la modelación del sentido común,
es la del ser consumista, egoísta, competitivo, individualista,
superficial.
Frente a esta acción, se vuelve imprescindible asumir la creación
de un nuevo hombre, de una nueva mujer, opuestos en valores, concepciones
y prácticas al hombre consumidor, a la mujer alienada, a los seres
humanos explotados, agredidos, excluidos por el capitalismo y por la opresión
que impone la sociedad patriarcal. Esta tarea es paralela a la lucha por
la creación de una nueva sociedad y un nuevo paradigma civilizatorio,
cuya construcción convoque no sólo a aquellos agredidos
por el sistema, sino también a quienes se sienten ofendidos ética
e intelectualmente por la degradación humana que supone aceptar
la cultura capitalista. Frente a una cultura que legitima guerras de exterminio,
que engendra neofascismos, que degrada los valores que nos vuelven humanos
y obliga a quienes la aceptan a rendir honores al altar monoteísta
del mercado; necesitamos recrear una cultura de la rebeldía, de
la resistencia, de la memoria, de la solidaridad, de la diversidad, de
la crítica, de la libertad.
En este contexto, los programas populares se hacen más internacionalistas
y comienzan a insinuarse nuevas redes de articulación de las demandas,
como lo expresó el reciente Foro Social Mundial reunido en Porto
Alegre, que dio continuidad a las protestas de Seattle, Washington y Praga.
En aquel multitudinario evento en el que convergieron trabajadores, campesinos
sin tierra, desocupados, militantes de derechos humanos, feministas, indígenas,
gays, lesbianas, travestis, religiosos, ecologistas, estudiantes, discapacitados,
intelectuales, artistas, políticos, parlamentarios, se constató
la diversidad de corrientes y grupos capaces de confluir en la resistencia
al pensamiento único y al pretendido nuevo orden mundial.
Experiencias latinoamericanas
Junto a la recreación de un paradigma internacionalista, los
movimientos emergentes han debido recurrir a la batalla por crear un hoy
vivible cotidianamente para quienes se constituyen como sujetos
de la acción impugnadora. La movilización de los agredidos
por el neoliberalismo, no puede reducirse a programas políticos
que prometen la buenaventura para un hipotético futuro. Debe producir
transformaciones en la vida cotidiana, que permitan rescatar las dimensiones
que nos constituyen como seres humanos y en consecuencia como sujetos
históricos con posibilidades de asumir nuestros propios destinos.
En la experiencia zapatista, resuenan en las resistencias de los oprimidos
conceptos que reinventan en el rescate de su identidad y de su memoria
histórica una pedagogía emancipadora. Cuando entrevisté
a los dirigentes zapatistas en febrero de 1995 en la Selva Lacandona,
el mayor Moisés me decía, al referir los caminos con que
los indígenas chiapanecos se habían hecho revolucionarios:
Yo participaba en una organización independiente, una organización
desde donde exigir y tramitar principalmente el problema de la tierra.
Ya después empezaron a organizarse las comunidades, en una organización
para desde ahí exigir sus demandas. Vinieron asesores que nos querían
orientar, enseñarnos cómo debíamos exigir nuestras
demandas. Ibamos a las huelgas, a las marchas, y los asesores jugaban
en dos caras, se puede decir. Porque ya estaban negociados con el gobierno
cuando a nosotros nos venían a platicar las cosas. Y normalmente,
cuando nosotros íbamos a protestar, ellos desaparecían y
nos dejaban ahí nomás, dando nosotros la cara. Hasta que
un día se hizo una protesta, y la respuesta que dio el gobierno
fue la represión. Nos echaron encima a los judiciales, la seguridad
pública, los policías. Nos vimos obligados a correr, pues
venían con las armas esos cabrones. Ahí yo me di cuenta
de que no se puede luchar sin llevar nada en la mano, sin fuerzas con
qué defenderse. Porque los que vienen uniformados, con las armas,
también es sangre, hueso y carne; como nosotros también.
Por mi parte vi eso, y me di cuenta de que si al gobierno no le entran
las razones de nuestras demandas, y no escucha nuestras voces, y no ve
nuestras necesidades, entonces nos obliga a cambiar nuestra forma de lucha...
Pero para organizar eso: ¿quién? ¿cómo? La
idea surgió de la misma represión que hizo el gobierno.
En ese tiempo el EZLN ya estaba visitando comunidades. Me empezaron a
proponer la forma en que se lucha ahora. Que se necesita tener su preparación
para defenderse. Yo no me extrañaba, ni pensaba que era difícil;
sino que era nada más ver quién, cómo, cuándo.
Entonces yo inmediatamente les dije que sí. Si hay dónde,
cómo y cuándo, yo estaba dispuesto (1).
El surgimiento del zapatismo da cuenta de un sostenido proceso de constitución
de un conjunto de pueblos excluidos como sujeto histórico. Es un
movimiento en el que la dimensión pedagógica ha sido una
herramienta de resistencia cultural, tanto para el reconocimiento de estos
pueblos en su identidad, en su memoria, como para elaborar un proyecto
capaz de convocar no sólo al grupo original, sino a un conjunto
de fuerzas agredidas por el poder. En la experiencia zapatista se vuelve
fundamental la modificación de la histórica relación
educador-educando, que se traduce en la posibilidad de que el movimiento
aprehenda la experiencia contenida en la cultura de resistencia maya,
e integre tanto las lecciones nacidas de la praxis revolucionaria del
último siglo, como los nuevos paradigmas en debate en las ciencias
sociales.
Los textos del Subcomandante Marcos, han logrado interpelar al pensamiento
social del final del siglo XX, con conceptos que cuestionan aparentes
verdades reveladas, y al mismo tiempo ha podido dialogar con los intelectuales
y con los movimientos sociales, en una pedagogía de aprender enseñando
y de crecer en el esfuerzo mismo de creación de esta interlocución.
Vale la pena mencionar, como parte de estos esfuerzos, los programas de
promoción de una nueva escuela y de nuevos maestros realizados
por el EZLN en las zonas bajo su influencia. Las cartas y posdatas de
Marcos, son parte de una acción político-pedagógica,
que construye puentes y sostiene diálogos con interlocutores concretos
y con todos aquellos que se identifican con ellos, abordando de manera
original los más variados problemas que enfrentan los pueblos en
su lucha milenaria por la felicidad.
Otra experiencia latinoamericana que ha acentuado la dimensión
pedagógica de la resistencia, es la del Movimiento Sin Tierra de
Brasil, que agrega, a su lema y guía de acción: Ocupar,
Resistir, Producir, el Educar, tarea que abarca a sus
miles de militantes y a las familias que habitan en sus asentamientos,
desarrollando un audaz proyecto de escuelas del campo, al mismo tiempo
que escuelas de formación de militantes abiertas a campesinos de
todo el continente. En relación con los enfoques ideológicos
con que asumen su formación, uno de sus principales dirigentes,
Joao Pedro Stedile en el libro Brava Gente, refería:
Hay dos factores que influyeron sobre la trayectoria ideológica
del Movimiento. Uno es consecuencia del hecho de estar siempre muy pegados
a la realidad, al día a día, lo que nos obliga, en cierta
forma, a desarrollar una especie de pragmatismo. No pragmatismo en las
ideas, sino en las necesidades. Uno tiene que utilizar lo que funciona,
no puede defender una idea por la idea en sí. El segundo factor
que nos influenció vino de la Teología de la Liberación.
La mayoría de los militantes más preparados del Movimiento,
tuvo una formación progresista en seminarios de la Iglesia. Esa
base cristiana no devino en una predilección por el catolicismo
o por el clero. La contribución de la Teología de la Liberación
fue la de mantener una apertura a ideas varias. Si tú haces un
análisis crítico de la Teología de la Liberación,
verás que es una especiede simbiosis de varias corrientes de doctrina.
Mezcla el cristianismo con el marxismo y con el latinoamericanismo. No
es por azar que nació en América latina. En resumen, de
ella incorporamos la disposición a estar abiertos a todas las verdades
y no solamente a una, porque esa única puede no ser verdadera.
Todos los que bebían de la Teología de la Liberación
la gente de la Comisión Pastoral de la Tierra, los católicos,
los luteranos nos enseñaron la práctica de abrirnos
a todas las doctrinas a favor del pueblo. Esa visión del mundo
fue la que nos dio la apertura suficiente para darnos cuenta de quién
nos podía ayudar. A partir de esa concepción, fuimos a buscar
en los pensadores clásicos de varias matrices lo que pudiera contribuir
a nuestra lucha. Leímos a Lenin, a Marx, a Engels, a Mao Tse Tung,
a Rosa Luxemburgo. De una u otra forma, captamos algo de todos ellos.
Hemos mantenido una lucha ideológica y pedagógica en el
Movimiento en el sentido de combatir los rótulos. Si Lenin descubrió
una cosa que puede universalizarse en la lucha de clases, aprovechémosla,
si Mao Tse Tung en aquella experiencia de organizar una revolución
campesina descubrió cosas que pueden universalizarse o aprovecharse,
asimilémoslas. Eso no quiere decir que vamos a copiar todo lo que
se hizo en China porque sería absurdo, sería una ignorancia.
(2)
Algunos de los movimientos revolucionarios que ingresaron con este carácter
en el siglo XXI, han construido su experiencia pedagógica superando
falsos debates que limitaron las posibilidades de las izquierdas. Una
cuota de pragmatismo, que no es eclecticismo, los lleva a caminar, reflexionando
al mismo tiempo que se da cada uno de estos pasos, y creando colectivamente
nueva teoría, uno de los paradigmas del pensamiento freiriano.
Quisiera rescatar, en ambas experiencias, el valor pedagógico de
las acciones que apuntan a subvertir, desde la praxis histórica,
el sentido común burgués. Este sentido común, conservador
y legitimador de la dominación, se sostiene y reproduce sobre la
base de algunos núcleos fundamentales como son: la propiedad privada,
la familia, el Estado.
Cuando los campesinos sin tierra rompen la valla de un latifundio, cuando
se apropian de la tierra, al mismo tiempo que hacen justicia y conquistan
un derecho, están cuestionando el sentido común que hace
de la propiedad privada un factor natural del orden establecido.
Cuando los indígenas zapatistas plantean: para todos todo, mandar
obedeciendo, o legitiman la máscara para ser vistos y oídos,
están cuestionando la legitimidad misma en que se afirma el poder
del Estado, sus leyes, su Parlamento, su Justicia, y sus instrumentos
de control social.
De igual manera, cuando las Madres de Plaza de Mayo afirman la socialización
de la maternidad, están cuestionando el sentido común burgués
que considera a la familia en el dominio de lo privado, y el acto de la
maternidad como un suceso estrictamente individual. Es necesario mencionar
también, en el campo de los aportes pedagógicos de los movimientos
sociales y populares, la experiencia de la Asociación Madres de
Plaza de Mayo. Ellas aprendieron como insisten reiteradamente,
del legado de sus hijos, y ahora proyectan este aprendizaje en un nuevo
esfuerzo pedagógico: la creación de la Universidad Popular
Madres de Plaza de Mayo. Crecieron con la ausencia-presencia de sus educadores,
que les enseñaron valores como la dignidad, la solidaridad, y la
ética de la entrega. Nacieron como sujeto histórico, negando
la negación producida por el poder de sus hijos, como sujetos constituyentes
de un movimiento revolucionario. Educadas en esta ausencia, se volvieron
sujetos presentes de un nuevo proyecto de resistencia cultural que asume,
como premisa, y como consecuencia de esta misma dolorosa experiencia,
la necesidad de aportar a la formación sistemática de los
militantes populares.
La educación popular
como creación contrahegemónica
En las diferentes experiencias mencionadas se alude a un concepto
esencial de toda praxis revolucionaria que es su dimensión pedagógica.
La formación política de los militantes ha sido asumida
en muchas oportunidades desde una propuesta similar a la que
reproduce la dominación. Se han establecido desde algunos proyectos
que se consideran a sí mismos como revolucionarios, enfoques de
carácter iluminista, que aspiran a enseñar
a los pueblos el camino de su liberación, desconociendo sus propios
saberes, la experiencia popular acumulada, y depositando el conjunto del
conocimiento en la organización autoproclamada como
vanguardia. La otra manera, antagónica, es la que propone Paulo
Freire en su Pedagogía del Oprimido, cuando expresa:
La educación liberadora, problematizadora, ya no puede ser
el acto de depositar, de narrar, de transferir o de transmitir conocimientos
y valores a los educandos, meros pacientes, como lo hace la educación
bancaria, sino ser un acto cognoscente. Como situación gnoseológica,
en la cual el objeto cognoscible, en vez de ser el término del
acto cognoscente de un sujeto, es el mediatizador de sujetos cognoscentes,
educador, por un lado; educando por otro. La educación problematizadora
antepone, desde luego, la exigencia de la superación de la contradicción
educadoreducando. Sin ésta no es posible la relación dialógica,
indispensable a la cognoscibilidad de los sujetos cognoscentes, en torno
del mismo objeto cognoscible. (3)
Esta posición alude a uno de los enfoques básicos de Marx
en su polémica con el materialismo vulgar de Feuerbach. En la Tercera
Tesis sobre Feuerbach, Marx afirmaba: La teoría materialista
de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación,
y de que por lo tanto los hombres modificados son producto de circunstancias
distintas y de una educación distinta, olvida que las circunstancias
se hacen cambiar precisamente por los hombres y que el propio educador
necesita ser educado. Enfatizaba en esta tesis dos conceptos: el
rol de la subjetividad en la creación histórica, y la dialéctica
educador-educando en el proceso pedagógico.
Queda cada vez más claro, en este tiempo, el papel preponderante
de la batalla cultural en los esfuerzos de creación de una contrahegemonía
del movimiento popular. Por ello resulta fundamental la reelaboración
del pensamiento gramsciano, sus aportes en el terreno específico
pedagógico, y sus enfoques sobre las relaciones entre cultura y
política, y el papel de los intelectuales en la creación
de la hegemonía.
Precisamente en esta línea de análisis señalaba Antonio
Gramsci:
El rasgo esencial de la más moderna filosofía de la
praxis lo constituye precisamente el concepto histórico-político
de hegemonía.... Este problema del logro de una unidad cultural-social
sobre la base de una común y general concepción del mundo
puede y debe aproximarse al planteamiento moderno de la doctrina y de
la práctica pedagógica, según la cual el rapport
entre maestro y alumno es un rapport activo, de relaciones recíprocas,
por lo que todo maestro sigue siendo alumno y todo alumno es maestro.
Toda relación de hegemonía, es necesariamente un rapport
pedagógico y se verifica no sólo en el interior de una nación,
entre las diferentes fuerzas que la componen, sino en todo el campo internacional
y mundial, entre conjuntos de civilizaciones nacionales y continentales.
(4).
El concepto de hegemonía de Gramsci fue insuficientemente elaborado
por aquellas concepciones de lucha social que enfatizan el momento de
la confrontación entre los bloques de clases ya conformados como
tales por sobre la labor de su misma constitución histórica.
Paradójicamente, ha sido asumido por proyectos políticos
que pretendieron, a partir de esteconcepto, subestimar en la lucha política
el momento de ruptura y de revolución social. Esto generó,
por un lado, políticas sectarias, con poco impacto y posibilidad
de transformación de la realidad, y por otro políticas reformistas,
que suponen acumulaciones graduales, y un proceso evolucionista de desarrollo
histórico que niega el momento revolucionario. En los esfuerzos
de educación popular es imprescindible reelaborar el concepto de
hegemonía, así como asumir un sistemático análisis
de las relaciones de fuerzas que nos permita elaborar estrategias aptas
para la creación de los nuevos bloques históricos capaces
de llevar adelante un proyecto contrahegemónico de poder popular.
Decía también Gramsci: El problema fundamental de
toda concepción del mundo, de toda filosofía que se haya
convertido en movimiento cultural, en una religión,
una fe, es decir, que haya producido una actividad práctica
y una voluntad y esté contenida en ellas como premisa
teórica implícita (una ideología podría
decirse si al término ideología se le da precisamente el
significado más alto de una concepción del mundo que se
manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho, en la actividad
económica, en todas las manifestaciones de vida individuales y
colectivas), es conservar la unidad ideológica en todo el bloque
social, cimentado y unificado precisamente por esa determinada ideología.
(5)
Este análisis nos conduce a replantear el rol de los intelectuales
en la constitución de un nuevo bloque político social. Para
ello necesitamos cuestionar la preeminencia en la labor intelectual de
prácticas que se alejaron de la vida cotidiana de los movimientos
populares, refugiándose en las academias, en las ONG, en los centros
que ofrecen financiamiento, estableciendo los contenidos de su trabajo
de acuerdo con las agendas de debate trazadas desde los centros
mundiales de reproducción de la ideología. Es también
el requerimiento de plantear el carácter del intelectual orgánico
de un movimiento popular, en condiciones en que éstos se encuentran
atravesados por una crisis de inorganicidad. La educación popular
apunta a integrar la reflexión intelectual, con el saber popular
acumulado en la praxis social. En un tiempo en el que la fragmentación
atraviesa a los sujetos históricos de la transformación
del mundo, la posibilidad de aproximar síntesis que favorezcan
una mayor comprensión de esta realidad y de su capacidad de transformarla
debe asumir el esfuerzo de creación colectiva de conocimientos,
que es fundante en los enfoques de la educación popular.
Señala Gramsci: El error del intelectual consiste en creer
que se puede saber sin comprender y especialmente sin sentir y ser apasionado
(no sólo del saber en sí mismo, sino por el objeto de saber),
esto es que el intelectual pueda ser tal (y no un puro pedante) siendo
a la vez distinto y distanciado del pueblo-nación, es decir, sin
sentir las pasiones elementales del pueblo, comprendiéndolas y
luego explicándolas y justificándolas en la situación
histórica en cuestión, y relacionándolas dialécticamente
con las leyes de la historia, con una superior concepción del mundo,
científicamente y coherentemente elaborada, con el saber.
No se hace política historia sin esta pasión, es decir,
sin esta conexión sentimental entre intelectuales y pueblo-nación.
En ausencia de tal nexo, las relaciones del intelectual con el pueblo-nación
son o se reducen a relación de orden puramente burocrático,
formal; los intelectuales se convierten en una casta o un sacerdocio (denominado
centralismo orgánico)... Si la relación entre intelectuales
y pueblo-nación, entre dirigentes y dirigidos entre gobernantes
y gobernados está dada por una adhesión orgánica
en la que el sentimiento-pasión deviene comprensión y por
tanto saber (no de un modo mecánico, sino viviente), sólo
entonces se da una relación de representación, y se produce
el intercambio de elementos individuales entre gobernantes y gobernados,
entre dirigentes ydirigidos, esto es, se realiza la vida de conjunto que
es, exclusivamente, la fuerza social; se crea el bloque histórico
(6).
El concepto de pasión ha sido sistemáticamente deslegitimado
por prácticas intelectuales que basadas en un fuerte racionalismo,
conducen en la política concreta, al posibilismo. En
muchos casos, la pasión es tildada de voluntarismo.
En esta perspectiva, resulta difícil la comprensión de las
motivaciones inherentes a la subjetividad popular, atravesada como está
por la crisis de identidad, la desesperación de la sobrevivencia,
la pérdida de referencias históricas, una capacidad acumulada
de resistencia, la indignación frente al desafío cotidiano
que provoca la corrupción y la impunidad de las elites. Las incomprensiones,
ahondan las distancias entre las conductas de estos movimientos, y aquellos
intelectuales que los analizan desapasionadamente, sin una
profunda identificación con sus dolores y urgencias.
La educación popular propone la reflexión desde los
movimientos populares, desde su praxis, su memoria histórica,
sus necesidades, y los procesos en los que se va constituyendo un nuevo
bloque histórico social que altera los lugares conocidos de los
grupos sociales que los integran. Busca un diálogo entre ese pensar
desde los movimientos populares y el saber que se construye en otros
ámbitos de investigación y elaboración ideológica
como aporte al auto-reconocimiento de los movimientos populares, a su
auto-organización, y a la recreación de su identidad, basada
en la reflexión sobre su práctica y en la confrontación
de ésta
con la teoría acumulada en la experiencia histórica, intentando
identificar la introyección de la dominación en el seno
mismo de las conciencias y los sentires de los oprimidos.
En sintesis
¿Qué elementos incorpora la educación popular
en los esfuerzos de creación de una contrahegemonía? Quiero
subrayar unos enfoques:
1) El lugar que le da a la subjetividad en la lucha liberadora.
Nos estamos planteando formar la mujer nueva, el hombre nuevo, en las
sociedades posmodernas, invadidas por la propaganda alienante, la cultura
del consumo por el consumo, de la corrupción grande y la pequeña,
casi invisible, de la impunidad, del egoísmo. En esta etapa, la
apuesta a la militancia transgrede el sentido común del fin de
siglo. Por lo tanto, la construcción del hombre nuevo, de la mujer
nueva, es una batalla cultural de dimensiones gigantescas. Estamos pensando
en una política de formación de militantes, que vincule
activamente las ideas del cambio con los sentimientos y las convicciones.
Esto requiere ser más conscientes de la dimensión histórica
de la subjetividad en la lucha liberadora, que abarca no sólo la
creación de lazos solidarios imprescindibles para la constitución
de un bloque histórico, sino también la forja de una identidad
de resistencia que favorezca el reconocimiento de quienes sufren la opresión
en diversas formas, no sólo las que se originan en la explotación
económica, sino también las diversas maneras con que se
ejerce la dominación. Es imprescindible que la batalla por la creación
de una conciencia nueva sea acompañada por una apertura a nuevos
sentimientos, a nuevas sensibilidades, que posibiliten superar las rigideces
que la cultura de la dominación introyectó en el saber popular
e incluso en las organizaciones revolucionarias. Esto requiere un esfuerzo
sistemático para desterrar de nuestras relaciones personales, y
en la vida de nuestras organizaciones, los enquistamientos autoritarios,
burocráticos, las prácticas machistas, todas las formas
de discriminación de la diversidad ideológica, étnica,
sexual, religiosa.
2) El rescate de la concepción dialéctica. La propuesta
de educación popular que asumimos se basa en la concepción
metodológica dialéctica. La capacidad de analizar el movimiento
de la sociedad, de las ideas, en su contradicción, en su inacabamiento,
en su dinámica, permite actuar sobre las tendencias nacientes,
y favorecer todo lo que en ellas exista de favorable a los intereses y
a las necesidades populares. Al mismo tiempo, el desarrollo de un pensamiento
dialéctico es inherente a la posibilidad de revolucionar las prácticas
transformadoras, que pretenden ser inmovilizadas por quienes pretenden
poner punto final a la historia.
3) Sistematización de la relación práctica-teoría-práctica.
En la experiencia de educación popular que estamos desarrollando,
partimos de la práctica social de los grupos sociales en su devenir
histórico, para desde allí interpelar la teoría,
y enriquecerla con los aportes que provienen de esta praxis. El objetivo
de los procesos educativos en nuestra experiencia, y la medida de su realización
es, precisamente, la transformación de la práctica. Y en
esta relación vamos aportando a la creación colectiva de
conocimientos imprescindible para los desarrollos de la teoría.
Consideramos la práctica social como punto de partida del proceso
educativo, pero no nos remitimos con este concepto a la práctica
inmediata de los grupos, sino que comparamos a ésta con la praxis,
es decir, con la experiencia histórica de la humanidad y la reflexión
producida sobre ella en los diversos esfuerzos teóricos. Polemizamos,
en este sentido, con aquellas corrientes de la educación popular
que restringen el concepto de práctica a la experiencia exclusiva
del grupo que protagoniza el proceso educativo. Estos enfoques han promovido
caídas en el basismo, y una sobrevaloración del acumulado
del movimiento popular, que se conecta, políticamente con enfoques
populistas y reformistas. Polemizamos simultáneamente con las corrientes
de izquierda que han considerado a la ideología como punto de partida
del proceso de formación de sus militantes, conduciendo en muchos
casos a un teoricismo alejado de la práctica, que refuerza el dogmatismo
y el sectarismo en política.
4) Una concepción democrática sobre la creación colectiva
de conocimientos.
Esta concepción rompe el esquema que establece que en un lugar
está el saber y en otro la ignorancia. En la práctica educativa
intentamos no sólo reproducir conocimientos sino crear nuevos saberes.
El cambio de este enfoque tan arraigado en la educación tradicional
es una práctica desalienante, en relación con aquellos criterios
de educación autoritaria, que refuerzan consciente o inconscientemente
los mecanismos de dominación. La creación colectiva de conocimientos,
en un mundo marcado por la fragmentación, es el camino más
apto para revertir el atraso producido en el pensamiento revolucionario,
por el impacto del dogmatismo, del academicismo, o por el desprecio de
la teoría. Es necesario, para una mejor comprensión de la
realidad que queremos cambiar, la posibilidad de generar procesos de sistematización
de las experiencias de los movimientos populares, que puedan dialogar
con las ciencias sociales, en búsqueda de una contraofensiva ideológica
del movimiento revolucionario en este siglo que se inicia.
5) El lugar de la vida cotidiana en la transformación de la subjetividad
del movimiento revolucionario, del movimiento popular.
Esta esfera, la de la vida cotidiana, que es aquella en la que se forman
los valores y las ideas motrices de los seres humanos, fue despreciada
por las organizaciones políticas, o asumida de manera muy compleja.
Todos los factores del poder actúan sobre la vida cotidiana. Es
imprescindible que en las experiencias de educación popular, como
parte de los proyectos organizativos de los movimientos populares, podamos
abordar el conjunto de las dimensiones que hacen no sólo a la sobrevivencia,
sino a la creación de una forma de vida nueva, capaz de ser escuela
cotidiana de construcción de nuevas relaciones sociales en las
familias, en los grupos, en los movimientos, proveyendo contención
y capacidad de afirmación individual y grupal.
6) Una pedagogía diferente en contenido y forma.
Es una pedagogía del diálogo y no del discurso monolítico;
de la pregunta y no de las respuestas preestablecidas. Es una pedagogía
de lo grupal y de lo solidario, frente a las que reproducen el individualismo
y la competencia. Es una pedagogía de la libertad frente a las
que refuerzan la alienación; de la democracia y no del autoritarismo;
de la esperanza, frente a las que afirman el fatalismo histórico.
Es una pedagogía que basándose en los fundamentos filosóficos
del marxismo, y en su núcleo central, la dialéctica revolucionaria,
acepta el diálogo con los saberes provenientes de las diversas
ciencias sociales y de las distintas ideologías que promueven la
liberación, como la Teología de la Liberación, los
feminismos, la ecología, y el pensamiento proveniente de la resistencia
indígena, negra y popular. Es una pedagogía del placer,
frente a las que escinden el deseo de la razón. Es una pedagogía
de la sensibilidad, de la ternura, frente a las que enseñan la
agresividad y la ley del más fuerte, como camino para la integración
en el capitalismo salvaje. Es una pedagogía que incorpora los sentimientos,
las intuiciones, las vivencias, involucrando en el proceso de conocimiento
al conjunto del cuerpo. Apela por ello, como parte del proceso de aprendizaje,
al arte, al juego, al psicodrama, y al contacto directo con experiencias
prácticas producidas en la vida social.
7) El rescate de lo grupal en la práctica pedagógica.
Estos han sido tiempos especialmente complejos para la formación
y constitución de grupos. El impacto disgregador de la cultura
del capitalismo afectó los lazos de solidaridad, confianza, y la
posibilidad de afirmación de esfuerzos colectivos. Es por ello
que se hace necesario avanzar en la integración de los enfoques
de Enrique Pichon Rivière en la experiencia de educación
popular, a fin de consolidar los aspectos que hacen a la dinámica
de los grupos, a los roles, y a su lugar en los procesos de aprendizaje,
así como a una mejor comprensión de los seres humanos y
del lugar de la vida cotidiana en la creación de su subjetividad.
Es notable constatar los múltiples puntos de encuentro producidos
entre el pensamiento de Paulo Freire y el de Pichon Rivière, así
como la confluencia de las reflexiones que surgen de la experiencia de
la educación popular y de la psicología social. La ubicación
del sujeto como núcleo del proceso de aprendizaje, la valoración
de la praxis histórica como fundamento del mismo, el análisis
dialéctico del movimiento histórico, la atención
a las relaciones de hegemonía que se establecen en la sociedad
y actúan en la constitución de la subjetividad, el análisis
de la vida cotidiana, son factores que utilizados con diferentes herramientas
y sentidos desde estos campos, producen sin embargo un encuentro teórico
y práctico que puede ser sumamente fértil para la lucha
organizada de los movimientos populares.
Estamos en un nuevo momento
del viaje. Ya los movimientos populares constataron en su propia práctica,
cuál es el desorden que le promete el nuevo orden mundial. Ya experimentaron
las consecuencias del capitalismo del siglo XXI. Ya puede mirar qué
horizonte les prometen: la exclusión de las mayorías, la
creciente deshumanización. Hay un nuevo espacio para la acción
pedagógica popular. Esto nos obliga a multiplicar nuestra iniciativa,
en el aporte, junto a otros esfuerzos, a la invención colectiva
de una cultura antagónica a la que sostiene la dominación,
al cuestionamiento del conjunto de valores que reproducen al capitalismo,
ala creación de un nuevo tipo de vínculos entre los militantes
que hoy son parte de la resistencia, a la creación de una cultura
de solidaridad, de rebeldía, de resistencia.
En esta perspectiva aspiramos a contribuir en la gestación de organizaciones
que reflejen, en su construcción actual, el tipo de sociedad por
la cual luchamos. Seguimos navegando en pequeñas embarcaciones,
contra la corriente. Pero estamos andando con más confianza. Hay
una cultura popular de resistencia, que puede nutrir las nuevas rebeldías.
En esta dirección, andando una vez más de sur a sur, aspiramos
no a llegar, no a alcanzar un puerto seguro, sino a seguir andando con
los sueños desplegados. Para ello la educación popular debe
ser, cada vez más, acción cultural para la libertad.
* Claudia Korol es docente
de Educación Popular en la Universidad Popular de Madres de Plaza
de Mayo.
Notas
(1) Publicado en el artículo Chiapas, asalto a la imaginación,
en la revista América Libre Nº 7.
(2) Brava Gente, entrevista a Joao Pedro Stedile, realizada por Bernardo
Mançano Fernández, editado por América Libre y Madres
de Plaza de Mayo.
(3) Pedagogía del Oprimido, Paulo Freire, ed. Siglo 21.
(4) La alternativa pedagógica, Antonio Gramsci, ed. Fontamara.
(5) Id., nota 4.
(6) Id., nota 4.
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