Para iniciar esta
conversación y procurando un cierto esquema referencial, planteo
una percepción de la realidad argentina que pienso puede ser compartida,
por más que no todos tengamos una misma respuesta ante las necesidades
y desafíos. Una situación de naturaleza pública,
que calificaría de gran debacle, económica, ética
y jurídica, que ha llevado a que el país viva en la ilegitimidad
política, afectando nuestra subjetividad y los valores finales
que hacen deseable la sociedad.
Pienso que la crisis no engendró, todavía, fuerzas masivamente
organizadas tras un proyecto de transformación, común y
viable. Más aún, se percibe en un vasto sector social (que
incluye a los más dañados) una obstinada actitud de renegación
de la realidad. Negar en la práctica más que en el
discurso lo que está pasando, sus causas profundas, y luego
negar, con nuevos hechos discursivos y políticos la
misma negación. En cuanto a esto y dejando por el momento un análisis
de textualidad política, ¿no podríamos utilizar para
la comprensión del fenómeno ciertas categorías del
psicoanálisis, la psiquiatría y la psicología, que
en el plano de los sujetos dan cuenta de los comportamientos alterados,
incluso morbígenos para sí, y aplicarlos a una sociedad
que a ojos vista se muestra presa de sus conflictos no resueltos?
Yo no utilizaría sólo los términos provenientes
del psicoanálisis, de la psiquiatría ni de la psicología
para tratar de comprender a la realidad. Creo que Freud, ya que hablamos
de él para comenzar, me interesa a mí como pensador filosófico
que trató de penetrar en la comprensión de lo histórico
a partir del sujeto. El yo es ya una institución. Me interesa el
Freud que culmina necesariamente en los problemas referidos a la historia
y a la sociedad, que son problemas centrales, el Freud que afirma que
lo que comienza a explicarse desde el padre individual se extiende y culmina
con las masas sociales institucionalizadas. Su último libro es
El hombre Moisés y el monoteísmo: un individuo y una institución
religiosa. No creo correcto enfocar la realidad histórica sólo
desde el ángulo del psicoanálisis/psiquiatría/psicología,
porque sería parcializarla. Significa privilegiar un solo nivel
de la realidad del hombre: reducirlo a lo individual y excluir a la sociedad.
Nuestra corporeidad es histórica hasta en los más íntimos
aspectos de la subjetividad. La psicología y los psicoanalistas
que se desentienden de la realidad histórica como fundamento de
los desequilibrios personales trabajan sobre abstracciones. Y creo que
hacen mucho daño.
Respecto al otro aspecto de tu pregunta, te diría que en realidad
lo que siempre me interesó, y lo que esta época está
poniendo en duda, es la ilusión y la fantasía de que todos
los hombres podrían ser buenos, y que sólo haría
falta modificar las condiciones de la realidad para que de alguna manera
aparezca esa bondad cuasi natural de la cual hablaba Rousseau, si se quiere,
y considerar que la historia los hizo malos: los convirtió en asesinos.
Frente al origen del pensamiento marxista, donde en el joven Marx se desarrolla
el problema de la alienación y la esencia del ser humano
como ser genérico, lo que a mí más me ha frustrado,
lo que me ha llevado a una verificación dolorosa, fue comprobar
que una gran cantidad de seres humanos pueden llegar a ser asesinos y
gozar del crimen.Que no habría una sola esencia humana,
si con esta expresión queremos designar lo que todos los hombres
tienen al menos de común. Si siguiéramos ese planteo habría
entonces que concluir que hay dos esencias humanas fundamentales,
y no sólo una. Una, la de la gente que no vacila en dar la muerte
al otro, es decir, desembarazarse de su propia muerte expulsándola
fuera de sí, sobre el prójimo, y la otra, la de los que
sentimos me incluyo entre ellos completamente
incapaces de poder producir la muerte de otro ser humano. Son distinciones
netas y tajantes. Por lo tanto, la cosa sería entre asesinos y
no asesinos. Eso es lo que se juega en la historia.
Tengo dudas. O mejor,
sospechas, en el sentido de Nietzsche. ¿Habrá una esencia
humana singular o plural anterior a los actos, y por ende
que los provoca, aun por encima de la historia del sujeto? ¿No
es la vida de cada hombre y sus vínculos con las otras vidas
la manera del ser y la causa final que lo esencializa? ¿La
muerte que proyectamos en el otro es ajena a nuestra vida? Decís
que la historia se juega entre asesinos y no asesinos, ¿hablás
a nivel metafórico, o esa categoría de dar la muerte la
llevás a una práctica criminosa, tan impiadosa como literal?
Sí, sí. En eso hay que ser implacable. Yo la llevo
a una práctica literal. Aunque hay una gradación, grados
de ser asesinos entre los asesinos. Están los que hemos conocido
en nuestro país, que gozaban en dar la muerte, que gozaban con
el sufrimiento y la tortura, que arrojaban vivos a seres humanos desde
aviones, que despedazaban a las víctimas. Ese asesinato crea como
cómplices a todos quienes, espectadores, los avalaron hasta cuando
ya el propio riesgo real había desaparecido, y mantuvieron su indiferencia
sin pedir justicia. Avalar y soportar el crimen con la indiferencia es
el otro extremo en la serie del ser asesinos. Y esto también abarca
a la gente que, con fingida inocencia y muy contenta, puede ver cómo
la muerte de su prójimo se ha normalizado para ellos, como si la
banalidad del mal no se extendiera desde las instituciones
asesinas hasta alcanzar la muerte banal, normalizada, de la
gente que vemos y sabemos, con indiferencia, que están muriendo
ahora mismo de hambre. Esto yo lo pongo dentro de la degradación
moral y dentro de uno de los extremos es cierto, el más distante
de la muerte directa que realiza el asesino, pero siempre dentro
de una gradación del exterminio humano, que lleva de un extremo
al otro, matices que siempre expresan algo común de una cualidad
humana asesina. Como es asesina y genocida la economía que domina
nuestros días. Por más que acentuemos el determinismo
del sistema para explicar la inacción y el carácter necesario
del crimen, siempre queda ante el crimen del otro la libertad
de resistirnos a partir del propio afecto. Allí se afirma el fundamento
de nuestra humanidad.
¿Entonces admitirías que un vasto sector social de
nuestro país tiene una conducta proclive al asesinato?
Sí. Proclive al asesinato, o por lo menos indiferente a la
muerte y al sufrimiento del otro. Y eso que estamos en un país
que pertenece al mundo cristiano, donde la noción de la piedad
y del amor al prójimo es un eslogan generalizado. Pero también
tan miserablemente utilizado que se lo usó para justificar y hasta
incitar al crimen y encubrir a los asesinos.
Yo no quiero obstinarme en Freud, pero precisamente considerando
a Freud en la última etapa de su vida, lo vemos caer en la desesperanza.
Para él, el hombre está más tomado por la maldad
que por el amor...
Más bien diría que Freud es pesimista cuando describe
lo dado en la historia de nuestra época. Pero no cuando al hacerlo
describe la dimensión histórica universal que lleva al progreso
de la conciencia y a la aceptación del crimen original del padre
primitivo. Es pesimista cuando esta lógica se interrumpe y adviene
el imperio cristiano de la muerte: el desarrollo de una lógica
siniestra que dirige la violencia contra nosotrosmismos. La última
etapa de su vida coincide con el predominio del nazismo y cuando observa
que la Iglesia Católica, en la que tenía esperanzas de que
resistiera, se ha plegado al nazismo, y debe entonces emigrar a Londres.
Aun lo que él llama instinto de muerte, que fundamenta
lo vivo, creo que es la parte más especulativa y metafísica
de su teoría. Y ni siquiera de allí se puede sacar la conclusión
de que la humanidad no pueda orientarlo. Mientras hay vida hay lucha contra
la muerte. Una cosa es que la muerte sea el destino final del hombre y
otra la que, adelantándose a ese destino, venga dada por la crueldad
del hombre sobre los otros hombres. Lo cual no quiere decir que sea pesimista:
que acepte que esa muerte que ejercen los asesinos haya ganado definitivamente.
Frente a este enfrentamiento entre los asesinos que se apoyan en el aniquilamiento
directo o lento del hombre, y los que defendemos la vida que
seríamos incapaces de darle la muerte o producirle sufrimiento
al otro (hablo de grandes sufrimientos mortales) apuesto a que ganemos
los que estamos por la vida contra los que están a favor de la
muerte.
A nivel jurídico y partiendo desde la filosofía
del Derecho, porque de alguna manera vos planteás también
el tema desde allí cuando alguien es atacado y siente que
el otro le trae la muerte, es legítima la defensa aun violenta
para impedir que la muerte se consume. Si aceptamos que vivimos en una
sociedad donde el poder y podríamos discutir luego qué
es el poder, tanto económico, político, jurídico,
cultural, en definitiva, nos causa la muerte, ¿ante esa violencia
no es pertinente que la vida se defienda aun con la violencia? Porque
si no quedaríamos los que amamos la vida (entendida como un bien
total, que nos compromete con la vida de los otros) indefensos de pelear
por ella, frente a quienes, históricamente, se adjudican el monopolio
de la fuerza y le dan categoría de natural y legal, asegurando
así la impunidad para sus conductas, aún las más
crueles y represivas.
Mi punto de partida, y que he expresado muchas veces, no quiere
decir que uno deba quedar indiferente. Yo hablé de lucha y dije
que espero que ganemos nosotros contra los que producen la muerte. Ahora,
si hay que acudir a la violencia y a la muerte para lograr el triunfo,
digo: yo nunca fui asesino y nunca podría pasar al otro extremo
del espejo... Pero también debo admitir que para defenderme del
que quiere darme la muerte... yo lo mataría, si puedo, en defensa
propia. Hasta en Derecho la defensa propia no constituye un asesinato.
Diríamos que el bien propio se privilegia frente
al mal ajeno. Por encima de nuestra voluntad profunda podemos
causar muerte, consumar un acto de extrema violencia...
Nuestra acción puede causar muerte precisamente de aquel
que ejecuta la muerte del otro, o quiere quitarle la vida, sin aceptar
un intercambio previo sobre el mal que los enfrenta: sin abrir un espacio
político y jurídico. En el enfrentamiento a muerte la contra-violencia
debería triunfar.
¿Vos entonces diferenciarías la acción dolosa
o perversa que mueve al sujeto (alguien que desde la ilegitimidad del
fin, o desde el mal moral causa la muerte del otro), de la
acción de aquel o de aquellos que en defensa de la vida matan?
Sí. Yo diría lo siguiente: están la violencia
y la contra-violencia. No se utilizan habitualmente estos conceptos y
no se los diferencia en toda su magnitud. Se habla comúnmente de
la violencia de los unos y de los otros. No. Creo que debe distinguirse
la violencia del agresor y la contra-violencia del agredido. La contra-violencia
tiene sentido defensivo, mientras que la violencia agresiva es indiferente
frente a la muerte con tal de lograr su objetivo: es ofensiva. El que
está en la contra-violencia, en el bando de la vida, se defiende
de los que dan la muerte. Ahora eso no quiere decir que hay que salir
a hacer lo mismo quehacen ellos: defenderse sólo matando a los
que dan la muerte, simplemente. Porque allí también produce
una consecuencia política en la producción de ciudadanos.
Pero, además, también tiene consecuencias para aquel que
aún para defenderse tuvo que dar la muerte a otro. Aun el que se
defiende, el que da muerte al otro en defensa propia, queda también
marcado por la muerte: quedará transido, afectado indefectiblemente
por el más horrendo de los actos.
¿Habría entonces una justificación ética
de la contra-violencia, medida por sus fines y aceptando, claro está,
la gravedad que encierra para nuestra conciencia y nuestro espíritu
dañar o en caso extremo privar de la vida a cualquier sujeto, incluso
al que nos oprime injustamente, destruyendo hasta el sentido de la vida?
La justificación ética de la contra-violencia sería
llegar a ese extremo límite donde el que está a favor de
la vida intente siempre no tener que dar la muerte, respete ese límite
extremo de querer evitar la muerte del otro. Hasta en la guerra. Eso tiene
consecuencias en lo político y en toda la sociedad, es decir, en
cada individuo. Y, por lo que se ha visto también en el socialismo
real, en lo que se ha llamado hasta ahora la revolución.
Hablemos de eso. No sería la primera vez que discutimos...
Pienso que en la época anterior al 76, en la época
del auge de la guerrilla en nuestro país y estoy diferenciando
la de aquí de otras que se dieron en otros contextos; algunos
grupos (no todos) utilizaron la muerte, el asesinato del otro, como símbolo
de su poder de castigar: dar, como lo hace el enemigo, la muerte. Entraron
así en la misma lógica de utilizar la muerte como forma
de expresar un límite isomorfo con los que producían la
muerte. Y la muerte nunca puede ser utilizada como un símbolo.
Me refiero a la concretada, por ejemplo, en la figura de Aramburu.
Un caso paradigmático. El general Aramburu carga históricamente
sobre su espalda la muerte de muchos inocentes...
Creo que haberle dado muerte fue un acto simbólico
no se destruía al enemigo en el que los que decían
que estaban del lado de la vida utilizaron la muerte de una manera gratuita,
de una manera vengativa, ineficaz, porque impedía que la gente
diferenciara una política de la otra. Desde el lado de la vida
no se podía utilizar la muerte como símbolo
del enfrentamiento con el otro: contenía el germen de la derrota:
adoptaba la lógica sanguinaria del enemigo.
Es decir que a tu criterio se contrapuso simplemente la muerte a
la muerte. Pasados tantos años, parecería que la manera
de su muerte borrase las muertes que él causó...
Así es. ¿Qué grupo o poder tenía/tiene
la capacidad de enjuiciar para condenar a muerte al otro, y ejecutarlo
fríamente? Allí se comenzaron a usar las categorías
del enemigo. Pero estratégicamente produjo graves consecuencias,
porque se estaba a la defensiva, en la contra-violencia. El hecho llevó
a que todo el espectro político-social resistente estuviera luego
marcado desde los que dan la muerte, no en defensa propia sino por espíritu
vengativo. Desde el punto de vista de la eficacia, el dar la muerte a
uno en este caso a Aramburu no significó para la estrategia
profunda, moral digo, el triunfo de los que estaban por la vida. Significó,
contrariamente, que se estaba utilizando a la muerte como un recurso deleznable
que no estaba al servicio de la vida. Y aun los que superficialmente la
aprobaron, ¿se puede discernir hasta dónde fueron penetrados
por la culpa o el miedo que los inhabilitó para participar coherentemente
en el campo de la política? Este acto, con ser sólo un triunfo
simbólico, imaginario por lo tanto, mera fantasía,
recurría al asesinato de un individuo como simple soporte de una
significación irreal, no un triunfo real sobre el enemigo: revirtió
sobre todo el campo de lasociedad que apoyaba la vida. Y debe haber tenido
sus efectos en el propio campo de los militantes.
Históricamente hay otra muerte simbólica, que aún
mantiene sus efectos y hasta divide aguas. La del coronel Ramón
Falcón, probado asesino de obreros. La repulsa que despierta este
hombre se ve hoy reflejada en que los jóvenes tapan su nombre en
el cartel de las calles con el de Radowitzky, aquel anarquista que lo
mató. ¿Cómo apreciás el caso?
Fue el acto individual de un anarquista. Tenía una determinada
concepción de la realidad que políticamente no comparto.
Para mí no fue una actitud defensiva sino vengativa. Al que había
dado muerte a múltiples compañeros, en él, se vengaba
a todos. Pero los responsables y el sistema que formaba parte del acto
asesino de Falcón quedaban intangibles. Yo creo que fue un acto
visceral, no político. Es decir, las ganas de dar muerte al otro
estaban presentes en el ejecutor creo que fue Radowitzky.
De esa dialéctica políticamente no participo. La lógica
que toma la parte por el todo, la de Adán que por su pecado nos
hizo a todos pecadores, o la de Cristo que con su sola muerte redime a
todos los culpables, es la lógica de la religión o de la
pasión, no la de la historia.
El coronel Falcón y el general Aramburu tienen de común
no sólo que eran militares, sino que expresaban el poder y que
más allá de sus conductas criminales nunca la Justicia cayó
sobre ellos. En cuanto a sus muertes, ¿vos las diferenciarías?
Diferencio una de otra porque están inscriptas en distintos
niveles y en distintos contextos. Pero lo confieso: yo no podría
ejercer contra ellos la muerte. Yo me defendería. La guerrilla
sería, también, si se quiere, explicable y hasta necesariamente
violenta depende del contexto histórico, pero en la
medida en que mantenga el respeto por la vida del otro (dijimos que su
violencia está en el campo de la contra-violencia) tratará
de evitar según el momento concreto un accionar productor
de muerte. El gozo vengativo de la muerte, aun la que podríamos
darle al asesino más cobarde, al ajusticiarlo nos iguala de algún
modo con el gozo oscuro que él sentía. El castigo de hacerles
sufrir el horror ejercido por ellos puede ser, aprisionados, mucho más
intensamente doloroso que el sufrimiento instantáneo de la muerte.
Por cierto que no creo que eso esté pasando con Videla y Massera,
por ejemplo.
¿Entonces estarías de acuerdo con la definición
del Che cuando habló del amor como naturaleza de la acción
y causa final de la revolución?
Estaría de acuerdo con él, pero no sólo considerando
al amor como causa final, sino agregando la presencia viva del amor aun
en los actos más crueles de la guerra ahorrar la muerte del
otro para alcanzar ese final del amor anhelado.
El pensamiento de Ernesto Guevara, sus acciones y pasiones nos remiten
a los dolorosos caminos de toda revolución. La vida y la muerte
cobran una dimensión trágica, que supera la cotidianidad,
tanto en el heroísmo como en todas sus contracaras.
Sí, bueno. Pero si el revolucionario busca el amor final
no puede ejercer la muerte simultáneamente como un medio que deje
de tener consecuencias también para él, aunque sólo
acuda a ella como un medio defensivo aun en la ofensiva: entramos en la
categoría de los enfrentamientos guerreros. ¿Ese fue el
caso en nuestro país? Sólo puede ejercerla desde el punto
de vista defensivo y desde ese punto destruir al que está ejerciendo
la violencia de la muerte (como en el caso de Batista en Cuba) para triunfar
sobre ellos, que la ejercieron primero como sistema. Pero cada situación
histórica es diferente.
Los planos a veces se mezclan...
Lo reconozco, hay que ser muy sutil y precavido. La complejidad
es muy grande y más difícil es discernirla. Yo sólo
intento plantear las consecuencias de lo que nos ha pasado y que merecen
ser discutidas. Esadiscusión quizá recién empieza.
Por eso uno está en el campo del pensamiento, de la reflexión,
que es también un acto político porque uno también
hace política cuando siente que tiene que meter el cuerpo para
poder pensar y enfrentar, avivando los recuerdos más dolorosos,
las consecuencias de las ideas que promueve.
Particularmente siento que la violencia del poder no deja de acompañarnos
como una pesadilla, pero también es una realidad cruel que marca
nuestros destinos y desafía nuestras respuestas. Se diría
que la naturaleza del poder es la violencia, que tiñe aun el amor,
que involucra a nuestra subjetividad. En estos días hubo en Córdoba
una represión de obreros, trabajadores de Luz y Fuerza, como desde
los tiempos de la dictadura no se veía. ¿Cuál es
el límite para esta violencia?
El límite para
enfrentar esta violencia es lo que podríamos encontrar en el fundamento
mismo del marxismo. El poder colectivo real del pueblo, el poder inclusivo
y simultáneo del despliegue de las fuerzas populares es capaz de
vencer a cualquier violencia y quizás a fuerzas militares, o modificar
las condiciones. Eso ya lo expuso Clausewitz y quedó demostrado.
En la época en que la gente salió a la Plaza de Mayo, durante
el gobierno de Alfonsín, los militares temían una pueblada.
¿Y qué es una pueblada para ellos? Que el pueblo los arrase
sin usar las mismas armas. Hay que imaginar, en este momento de continuos
cortes de ruta y otras resistencias, qué pasaría si simultáneamente
en todos los caminos del país la gente que está hambreada
saliera a luchar por la vida. ¿Se podría resistir todo eso?
Una Plaza de Mayo con más de quinientas mil personas como la llenaba
Perón, ¿puede movilizar a tanta gente sin tener consecuencias
políticas y sin que haya creado nuevos lazos sociales entre la
gente? Ahora el problema es cómo hacerlo posible, cómo suscitar
las voluntades. Si se piensa que se lo puede acelerar matando a diez represores,
te jodiste. Porque aun en eso, más allá de las categorías
teóricas o morales que se dejen de lado para hacerlo, ellos tienen
la fuerza real para aplastarte. Al poder de muerte real que tiene el poderoso
no podés oponerle el símbolo de su destrucción imaginaria,
ni renunciar a los valores que constituyen nuestra fuerza.
Hoy no existe el accionar de la guerrilla, no hay acciones insurreccionales,
grandes huelgas o movilizaciones masivas y con tal grado de conciencia
crítica que pongan en real peligro al poder, por más que
rescatemos el valor de los cortes de ruta, y el sacrificio de los piqueteros.
Sin embargo, el poder acrecienta la represión...
Claro. El poder aumenta la represión porque encuentra nuestras
fuerzas disgregadas y la acrecienta sobre grupos atomizados. Pero la violencia
fundamental de este sistema es que inficiona de muerte a toda la población,
aun en aquellos que no son castigados en extremo por la situación
económica. Porque la muerte penetró en todos a partir de
la dictadura militar. Yo creo que tenemos que tener en cuenta el Proceso
genocida como un hito fundamental de nuestra desesperanza actual. Y uno
de los objetivos políticos más importantes es vencer ese
terror que aún nos carcome desde adentro y disuelve nuestras energías.
Eso pasó hace veinticinco años. Vos has explicitado
más de una vez -incluso en nuestra Universidad Popular el
concepto del terror como paralizante de la conducta y hasta como inhibidor
de la conciencia. ¿Cuál es el límite histórico
de su vigencia? ¿Es un acto fundante que no tiene fin en sus efectos
sobre la sociedad?
Una cosa es pensar en lo inmediato. ¿Tiene que tener fin
porque ahora nos decidimos voluntariamente a darle término? El
terror subsiste, penetra y hay que tener en cuenta el tiempo histórico.
El tiempo de la historia no es el tiempo del individuo. Yo no puedo pensar
la historia en términos de una vida individual. Hay cosas que yo
no voy a ver, necesariamente. Y hayestrategias que requieren también
un tiempo mayor que el propio tiempo individual. Si quiero acabar con
el sistema que da la muerte en lo inmediato, puedo caer en la fantasía
de utilizar ciertos recursos que no son adecuados estratégicamente
para vencer el poder que estoy enfrentando. El único límite
que podemos pensar es allí donde todo un pueblo, toda una clase
social dominada, a través de la tarea política, la transformación
subjetiva y también personal, incluyendo al conglomerado colectivo
que produce, pueda estar preparado para enfrentar al poder. Yo creo que
la fantasía de ciertos grupos de izquierda en la Argentina, que
creyeron que las masas peronistas estaban preparadas para sostener la
revolución que ellos proponían los llevó a hacer
lo que hicieron. Yo no estoy hablando de la carencia de heroicidad ni
del sentido que tenía el querer cambiar radicalmente una sociedad
y una realidad injustas. No estoy atacando a aquellos que cayeron. Han
sido, muchos, amigos míos. Compañeros y compañeras.
No estoy hablando del fundamento que ellos sostenían para enfrentarse
al poder con la heroicidad con que lo hicieron. Hablo simplemente de la
estrategia, que creo que fue ineficaz porque llevó al fracaso y
a la represión generalizada, si se quiere. No vieron el poder del
enemigo y contaron con la fantasía de creer que, como la clase
obrera era peronista, iban a poder transformar la realidad en socialista.
No vieron la derrota subjetiva que Perón había inseminado
en cada obrero. Cuando hablo de vida/muerte no hablo sólo desde
el punto de vista afectivo o ético, estoy hablando de la estrategia
del enfrentamiento a partir de las voluntades corporizadas en las fuerzas
subjetivas colectivas.
Para esa estrategia de cambio profundo o revolucionario, a partir
de Marx el sujeto histórico ha sido visto con mayor énfasis
en la clase trabajadora. Hoy, teniendo en cuenta los cambios en la naturaleza
del trabajo y en los vínculos que hacen a las nuevas formas de
producción, que incluyen el auge de la tecnología y la modalidad
de los servicios, como también la aparición masiva del excluido
social, algunos pensadores cuestionan la propia existencia de la clase
trabajadora. ¿A tu criterio, sigue existiendo una clase trabajadora
tal como fue originariamente definida?
Yo creo que la noción de sujeto político se ha ampliado
y que hay que empezar a pensar las cosas de otra manera. No es que yo
diga que la clase obrera no existe. Porque todo lo que se produce en el
mundo pese a la tecnología, a la robótica y a la informática
continúa necesitando del trabajo humano. El fundamento del trabajo
sigue siendo clave si lo entendemos dentro de una concepción distinta
a la que puede ser pensada desde el punto de vista del capitalismo o de
cierto marxismo superficial. El desocupado que hoy sale a cortar una ruta,
los piqueteros, está haciendo un trabajo, están objetivando
una subjetividad: transformando algo externo y algo interno. Están
haciendo un trabajo que no es asalariado. Pero es un trabajo sobre el
mundo exterior donde están poniendo sus fuerzas personales y las
fuerzas colectivas que están presentes en ellos, y las están
poniendo afuera como un principio activo. Por lo tanto son un elemento
transformador de la realidad, y toda realidad se transforma trabajándola.
El amor, si se quiere, también es un trabajo. En el sentido elemental,
porque alguien está objetivando lo que él es en el cuerpo
de un otro, y es ese otro el que se modifica a través de ese alguien
que lo ama. Si sacamos el concepto amor de las frivolidades
espirituales del cristianismo (donde el amor es el alma-alma en comunicación),
lo que se comunica y encuentra es cuerpo-cuerpo, realidad social a realidad
social, colectivo a colectivo. En ese sentido, cuando uno habla del amor
o del trabajo para el hambreado que está cortando una ruta para
pedir trabajo, eso es ya un trabajo, aunque no esté inserto en
el proceso de producción económico o en el mercado del trabajo
asalariado. Es un trabajo político. Si lo vemos así vamos
a tener una visión másamplia y una mayor confianza en la
posibilidad de transformación de la realidad, porque vamos a demostrar
a la gente que hay un poder de realización, de activación,
un poder colectivo que está implícito en la sociedad más
allá del proceso de producción capitalista. Y que eso también
es trabajo para transformar la realidad del trabajo asalariado.
Y ese trabajador, entonces, como emergente de una realidad perversa
que a la par reproduce, ¿sigue siendo el sujeto histórico
de la revolución a nivel consciente, deseante...?
Sigue siendo el sujeto histórico, necesariamente, aunque
haya que construirlo. Porque es la base de la colectividad humana que
sigue buscando integrarse en una organización social que permita
la vida, que la haga posible. Para millones de personas el único
valor sustancial en este momento y en las actuales circunstancias es el
de seguir vivos. Y esto implica la destrucción, el aniquilamiento
por parte del poder (los cincuenta chicos que mueren por día, los
hambreados en todos los niveles, los viejos, los que no son tan viejos,
etc.). Todo eso es la muerte y la violencia que nos trae el poder. Y puesto
que las condiciones han variado, es necesario partir de lo que está
dado. Tener en cuenta que el enfrentamiento actual de la sociedad tiene
dos extremos: por un lado el capitalismo (el capitalismo asesino neoliberal),
y por el otro el hecho de que este mismo capitalismo, contradictoriamente
(en Occidente) va acompañado por la necesidad, aunque formal, de
la
tema desde allí cuando
alguien es atacado y siente que el otro le trae la muerte, es legítima
la defensa aun violenta para impedir que la muerte se consume. Si aceptamos
que vivimos en una sociedad donde el poder y podríamos discutir
luego qué es el poder, tanto económico, político,
jurídico, cultural, en definitiva, nos causa la muerte, ¿ante
esa violencia no es pertinente que la vida se defienda aun con la violencia?
Porque si no quedaríamos los que amamos la vida (entendida como un
bien total, que nos compromete con la vida de los otros) indefensos de pelear
por ella, frente a quienes, históricamente, se adjudican el monopolio
de la fuerza y le dan categoría de natural y legal, asegurando así
la impunidad para sus conductas, aún las más crueles y represivas.
Mi punto de partida, y que he expresado muchas veces, no quiere decir
que uno deba quedar indiferente. Yo hablé de lucha y dije que espero
que ganemos nosotros contra los que producen la muerte. Ahora, si hay que
acudir a la violencia y a la muerte para lograr el triunfo, digo: yo nunca
fui asesino y nunca podría pasar al otro extremo del espejo... Pero
también debo admitir que para defenderme del que quiere darme la
muerte... yo lo mataría, si puedo, en defensa propia. Hasta en Derecho
la defensa propia no constituye un asesinato.
Diríamos que el bien propio se privilegia frente
al mal ajeno. Por encima de nuestra voluntad profunda podemos
causar muerte, consumar un acto de extrema violencia...
Nuestra acción puede causar muerte precisamente de aquel que
ejecuta la muerte del otro, o quiere quitarle la vida, sin aceptar un intercambio
previo sobre el mal que los enfrenta: sin abrir un espacio político
y jurídico. En el enfrentamiento a muerte la contra-violencia debería
triunfar.
¿Vos entonces diferenciarías la acción dolosa
o perversa que mueve al sujeto (alguien que desde la ilegitimidad del fin,
o desde el mal moral causa la muerte del otro), de la acción
de aquel o de aquellos que en defensa de la vida matan?
Sí. Yo diría lo siguiente: están la violencia
y la contra-violencia. No se utilizan habitualmente estos conceptos y no
se los diferencia en toda su magnitud. Se habla comúnmente de la
violencia de los unos y de los otros. No. Creo que debe distinguirse la
violencia del agresor y la contra-violencia del agredido. La contra-violencia
tiene sentido defensivo, mientras que la violencia agresiva es indiferente
frente a la muerte con tal de lograr su objetivo: es ofensiva. El que está
en la contra-violencia, en el bando de la vida, se defiende de los que dan
la muerte. Ahora eso no quiere decir que hay que salir a hacer lo mismo
quehacen ellos: defenderse sólo matando a los que dan la muerte,
simplemente. Porque allí también produce una consecuencia
política en la producción de ciudadanos. Pero, además,
también tiene consecuencias para aquel que aún para defenderse
tuvo que dar la muerte a otro. Aun el que se defiende, el que da muerte
al otro en defensa propia, queda también marcado por la muerte: quedará
transido, afectado indefectiblemente por el más horrendo de los actos.
¿Habría entonces una justificación ética
de la contra-violencia, medida por sus fines y aceptando, claro está,
la gravedad que encierra para nuestra conciencia y nuestro espíritu
dañar o en caso extremo privar de la vida a cualquier sujeto, incluso
al que nos oprime injustamente, destruyendo hasta el sentido de la vida?
La justificación ética de la contra-violencia sería
llegar a ese extremo límite donde el que está a favor de la
vida intente siempre no tener que dar la muerte, respete ese límite
extremo de querer evitar la muerte del otro. Hasta en la guerra. Eso tiene
consecuencias en lo político y en toda la sociedad, es decir, en
cada individuo. Y, por lo que se ha visto también en el socialismo
real, en lo que se ha llamado hasta ahora la revolución.
Hablemos de eso. No sería la primera vez que discutimos...
Pienso que en la época anterior al 76, en la época
del auge de la guerrilla en nuestro país y estoy diferenciando
la de aquí de otras que se dieron en otros contextos; algunos
grupos (no todos) utilizaron la muerte, el asesinato del otro, como símbolo
de su poder de castigar: dar, como lo hace el enemigo, la muerte. Entraron
así en la misma lógica de utilizar la muerte como forma de
expresar un límite isomorfo con los que producían la muerte.
Y la muerte nunca puede ser utilizada como un símbolo. Me refiero
a la concretada, por ejemplo, en la figura de Aramburu.
Un caso paradigmático. El general Aramburu carga históricamente
sobre su espalda la muerte de muchos inocentes...
Creo que haberle dado muerte fue un acto simbólico
no se destruía al enemigo en el que los que decían
que estaban del lado de la vida utilizaron la muerte de una manera gratuita,
de una manera vengativa, ineficaz, porque impedía que la gente diferenciara
una política de la otra. Desde el lado de la vida no se podía
utilizar la muerte como símbolo del enfrentamiento con
el otro: contenía el germen de la derrota: adoptaba la lógica
sanguinaria del enemigo.
Es decir que a tu criterio se contrapuso simplemente la muerte a la
muerte. Pasados tantos años, parecería que la manera de su
muerte borrase las muertes que él causó...
Así es. ¿Qué grupo o poder tenía/tiene
la capacidad de enjuiciar para condenar a muerte al otro, y ejecutarlo fríamente?
Allí se comenzaron a usar las categorías del enemigo. Pero
estratégicamente produjo graves consecuencias, porque se estaba a
la defensiva, en la contra-violencia. El hecho llevó a que todo el
espectro político-social resistente estuviera luego marcado desde
los que dan la muerte, no en defensa propia sino por espíritu vengativo.
Desde el punto de vista de la eficacia, el dar la muerte a uno en
este caso a Aramburu no significó para la estrategia profunda,
moral digo, el triunfo de los que estaban por la vida. Significó,
contrariamente, que se estaba utilizando a la muerte como un recurso deleznable
que no estaba al servicio de la vida. Y aun los que superficialmente la
aprobaron, ¿se puede discernir hasta dónde fueron penetrados
por la culpa o el miedo que los inhabilitó para participar coherentemente
en el campo de la política? Este acto, con ser sólo un triunfo
simbólico, imaginario por lo tanto, mera fantasía,
recurría al asesinato de un individuo como simple soporte de una
significación irreal, no un triunfo real sobre el enemigo: revirtió
sobre todo el campo de lasociedad que apoyaba la vida. Y debe haber tenido
sus efectos en el propio campo de los militantes.
Históricamente hay otra muerte simbólica, que aún
mantiene sus efectos y hasta divide aguas. La del coronel Ramón Falcón,
probado asesino de obreros. La repulsa que despierta este hombre se ve hoy
reflejada en que los jóvenes tapan su nombre en el cartel de las
calles con el de Radowitzky, aquel anarquista que lo mató. ¿Cómo
apreciás el caso?
Fue el acto individual de un anarquista. Tenía una determinada
concepción de la realidad que políticamente no comparto. Para
mí no fue una actitud defensiva sino vengativa. Al que había
dado muerte a múltiples compañeros, en él, se vengaba
a todos. Pero los responsables y el sistema que formaba parte del acto asesino
de Falcón quedaban intangibles. Yo creo que fue un acto visceral,
no político. Es decir, las ganas de dar muerte al otro estaban presentes
en el ejecutor creo que fue Radowitzky. De esa dialéctica
políticamente no participo. La lógica que toma la parte por
el todo, la de Adán que por su pecado nos hizo a todos pecadores,
o la de Cristo que con su sola muerte redime a todos los culpables, es la
lógica de la religión o de la pasión, no la de la historia.
El coronel Falcón y el general Aramburu tienen de común
no sólo que eran militares, sino que expresaban el poder y que más
allá de sus conductas criminales nunca la Justicia cayó sobre
ellos. En cuanto a sus muertes, ¿vos las diferenciarías?
Diferencio una de otra porque están inscriptas en distintos
niveles y en distintos contextos. Pero lo confieso: yo no podría
ejercer contra ellos la muerte. Yo me defendería. La guerrilla sería,
también, si se quiere, explicable y hasta necesariamente violenta
depende del contexto histórico, pero en la medida en
que mantenga el respeto por la vida del otro (dijimos que su violencia está
en el campo de la contra-violencia) tratará de evitar según
el momento concreto un accionar productor de muerte. El gozo vengativo
de la muerte, aun la que podríamos darle al asesino más cobarde,
al ajusticiarlo nos iguala de algún modo con el gozo oscuro que él
sentía. El castigo de hacerles sufrir el horror ejercido por ellos
puede ser, aprisionados, mucho más intensamente doloroso que el sufrimiento
instantáneo de la muerte. Por cierto que no creo que eso esté
pasando con Videla y Massera, por ejemplo.
¿Entonces estarías de acuerdo con la definición
del Che cuando habló del amor como naturaleza de la acción
y causa final de la revolución?
Estaría de acuerdo con él, pero no sólo considerando
al amor como causa final, sino agregando la presencia viva del amor aun
en los actos más crueles de la guerra ahorrar la muerte del
otro para alcanzar ese final del amor anhelado.
El pensamiento de Ernesto Guevara, sus acciones y pasiones nos remiten
a los dolorosos caminos de toda revolución. La vida y la muerte cobran
una dimensión trágica, que supera la cotidianidad, tanto en
el heroísmo como en todas sus contracaras.
Sí, bueno. Pero si el revolucionario busca el amor final no
puede ejercer la muerte simultáneamente como un medio que deje de
tener consecuencias también para él, aunque sólo acuda
a ella como un medio defensivo aun en la ofensiva: entramos en la categoría
de los enfrentamientos guerreros. ¿Ese fue el caso en nuestro país?
Sólo puede ejercerla desde el punto de vista defensivo y desde ese
punto destruir al que está ejerciendo la violencia de la muerte (como
en el caso de Batista en Cuba) para triunfar sobre ellos, que la ejercieron
primero como sistema. Pero cada situación histórica es diferente.
Los planos a veces se mezclan...
Lo reconozco, hay que ser muy sutil y precavido. La complejidad es
muy grande y más difícil es discernirla. Yo sólo intento
plantear las consecuencias de lo que nos ha pasado y que merecen ser discutidas.
Esadiscusión quizá recién empieza. Por eso uno está
en el campo del pensamiento, de la reflexión, que es también
un acto político porque uno también hace política cuando
siente que tiene que meter el cuerpo para poder pensar y enfrentar, avivando
los recuerdos más dolorosos, las consecuencias de las ideas que promueve.
Particularmente siento que la violencia del poder no deja de acompañarnos
como una pesadilla, pero también es una realidad cruel que marca
nuestros destinos y desafía nuestras respuestas. Se diría
que la naturaleza del poder es la violencia, que tiñe aun el amor,
que involucra a nuestra subjetividad. En estos días hubo en Córdoba
una represión de obreros, trabajadores de Luz y Fuerza, como desde
los tiempos de la dictadura no se veía. ¿Cuál es el
límite para esta violencia?
El límite para
enfrentar esta violencia es lo que podríamos encontrar en el fundamento
mismo del marxismo. El poder colectivo real del pueblo, el poder inclusivo
y simultáneo del despliegue de las fuerzas populares es capaz de
vencer a cualquier violencia y quizás a fuerzas militares, o modificar
las condiciones. Eso ya lo expuso Clausewitz y quedó demostrado.
En la época en que la gente salió a la Plaza de Mayo, durante
el gobierno de Alfonsín, los militares temían una pueblada.
¿Y qué es una pueblada para ellos? Que el pueblo los arrase
sin usar las mismas armas. Hay que imaginar, en este momento de continuos
cortes de ruta y otras resistencias, qué pasaría si simultáneamente
en todos los caminos del país la gente que está hambreada
saliera a luchar por la vida. ¿Se podría resistir todo eso?
Una Plaza de Mayo con más de quinientas mil personas como la llenaba
Perón, ¿puede movilizar a tanta gente sin tener consecuencias
políticas y sin que haya creado nuevos lazos sociales entre la
gente? Ahora el problema es cómo hacerlo posible, cómo suscitar
las voluntades. Si se piensa que se lo puede acelerar matando a diez represores,
te jodiste. Porque aun en eso, más allá de las categorías
teóricas o morales que se dejen de lado para hacerlo, ellos tienen
la fuerza real para aplastarte. Al poder de muerte real que tiene el poderoso
no podés oponerle el símbolo de su destrucción imaginaria,
ni renunciar a los valores que constituyen nuestra fuerza.
Hoy no existe el accionar de la guerrilla, no hay acciones insurreccionales,
grandes huelgas o movilizaciones masivas y con tal grado de conciencia
crítica que pongan en real peligro al poder, por más que
rescatemos el valor de los cortes de ruta, y el sacrificio de los piqueteros.
Sin embargo, el poder acrecienta la represión...
Claro. El poder aumenta la represión porque encuentra nuestras
fuerzas disgregadas y la acrecienta sobre grupos atomizados. Pero la violencia
fundamental de este sistema es que inficiona de muerte a toda la población,
aun en aquellos que no son castigados en extremo por la situación
económica. Porque la muerte penetró en todos a partir de
la dictadura militar. Yo creo que tenemos que tener en cuenta el Proceso
genocida como un hito fundamental de nuestra desesperanza actual. Y uno
de los objetivos políticos más importantes es vencer ese
terror que aún nos carcome desde adentro y disuelve nuestras energías.
Eso pasó hace veinticinco años. Vos has explicitado
más de una vez -incluso en nuestra Universidad Popular el
concepto del terror como paralizante de la conducta y hasta como inhibidor
de la conciencia. ¿Cuál es el límite histórico
de su vigencia? ¿Es un acto fundante que no tiene fin en sus efectos
sobre la sociedad?
Una cosa es pensar en lo inmediato. ¿Tiene que tener fin
porque ahora nos decidimos voluntariamente a darle término? El
terror subsiste, penetra y hay que tener en cuenta el tiempo histórico.
El tiempo de la historia no es el tiempo del individuo. Yo no puedo pensar
la historia en términos de una vida individual. Hay cosas que yo
no voy a ver, necesariamente. Y hayestrategias que requieren también
un tiempo mayor que el propio tiempo individual. Si quiero acabar con
el sistema que da la muerte en lo inmediato, puedo caer en la fantasía
de utilizar ciertos recursos que no son adecuados estratégicamente
para vencer el poder que estoy enfrentando. El único límite
que podemos pensar es allí donde todo un pueblo, toda una clase
social dominada, a través de la tarea política, la transformación
subjetiva y también personal, incluyendo al conglomerado colectivo
que produce, pueda estar preparado para enfrentar al poder. Yo creo que
la fantasía de ciertos grupos de izquierda en la Argentina, que
creyeron que las masas peronistas estaban preparadas para sostener la
revolución que ellos proponían los llevó a hacer
lo que hicieron. Yo no estoy hablando de la carencia de heroicidad ni
del sentido que tenía el querer cambiar radicalmente una sociedad
y una realidad injustas. No estoy atacando a aquellos que cayeron. Han
sido, muchos, amigos míos. Compañeros y compañeras.
No estoy hablando del fundamento que ellos sostenían para enfrentarse
al poder con la heroicidad con que lo hicieron. Hablo simplemente de la
estrategia, que creo que fue ineficaz porque llevó al fracaso y
a la represión generalizada, si se quiere. No vieron el poder del
enemigo y contaron con la fantasía de creer que, como la clase
obrera era peronista, iban a poder transformar la realidad en socialista.
No vieron la derrota subjetiva que Perón había inseminado
en cada obrero. Cuando hablo de vida/muerte no hablo sólo desde
el punto de vista afectivo o ético, estoy hablando de la estrategia
del enfrentamiento a partir de las voluntades corporizadas en las fuerzas
subjetivas colectivas.
Para esa estrategia de cambio profundo o revolucionario, a partir
de Marx el sujeto histórico ha sido visto con mayor énfasis
en la clase trabajadora. Hoy, teniendo en cuenta los cambios en la naturaleza
del trabajo y en los vínculos que hacen a las nuevas formas de
producción, que incluyen el auge de la tecnología y la modalidad
de los servicios, como también la aparición masiva del excluido
social, algunos pensadores cuestionan la propia existencia de la clase
trabajadora. ¿A tu criterio, sigue existiendo una clase trabajadora
tal como fue originariamente definida?
Yo creo que la noción de sujeto político se ha ampliado
y que hay que empezar a pensar las cosas de otra manera. No es que yo
diga que la clase obrera no existe. Porque todo lo que se produce en el
mundo pese a la tecnología, a la robótica y a la informática
continúa necesitando del trabajo humano. El fundamento del trabajo
sigue siendo clave si lo entendemos dentro de una concepción distinta
a la que puede ser pensada desde el punto de vista del capitalismo o de
cierto marxismo superficial. El desocupado que hoy sale a cortar una ruta,
los piqueteros, está haciendo un trabajo, están objetivando
una subjetividad: transformando algo externo y algo interno. Están
haciendo un trabajo que no es asalariado. Pero es un trabajo sobre el
mundo exterior donde están poniendo sus fuerzas personales y las
fuerzas colectivas que están presentes en ellos, y las están
poniendo afuera como un principio activo. Por lo tanto son un elemento
transformador de la realidad, y toda realidad se transforma trabajándola.
El amor, si se quiere, también es un trabajo. En el sentido elemental,
porque alguien está objetivando lo que él es en el cuerpo
de un otro, y es ese otro el que se modifica a través de ese alguien
que lo ama. Si sacamos el concepto amor de las frivolidades
espirituales del cristianismo (donde el amor es el alma-alma en comunicación),
lo que se comunica y encuentra es cuerpo-cuerpo, realidad social a realidad
social, colectivo a colectivo. En ese sentido, cuando uno habla del amor
o del trabajo para el hambreado que está cortando una ruta para
pedir trabajo, eso es ya un trabajo, aunque no esté inserto en
el proceso de producción económico o en el mercado del trabajo
asalariado. Es un trabajo político. Si lo vemos así vamos
a tener una visión másamplia y una mayor confianza en la
posibilidad de transformación de la realidad, porque vamos a demostrar
a la gente que hay un poder de realización, de activación,
un poder colectivo que está implícito en la sociedad más
allá del proceso de producción capitalista. Y que eso también
es trabajo para transformar la realidad del trabajo asalariado.
Y ese trabajador, entonces, como emergente de una realidad perversa
que a la par reproduce, ¿sigue siendo el sujeto histórico
de la revolución a nivel consciente, deseante...?
Sigue siendo el sujeto histórico, necesariamente, aunque
haya que construirlo. Porque es la base de la colectividad humana que
sigue buscando integrarse en una organización social que permita
la vida, que la haga posible. Para millones de personas el único
valor sustancial en este momento y en las actuales circunstancias es el
de seguir vivos. Y esto implica la destrucción, el aniquilamiento
por parte del poder (los cincuenta chicos que mueren por día, los
hambreados en todos los niveles, los viejos, los que no son tan viejos,
etc.). Todo eso es la muerte y la violencia que nos trae el poder. Y puesto
que las condiciones han variado, es necesario partir de lo que está
dado. Tener en cuenta que el enfrentamiento actual de la sociedad tiene
dos extremos: por un lado el capitalismo (el capitalismo asesino neoliberal),
y por el otro el hecho de que este mismo capitalismo, contradictoriamente
(en Occidente) va acompañado por la necesidad, aunque formal, de
la democracia. La democracia formal es el campo orégano
del capitalismo. Esos extremos debemos tomarlos como ciertos porque hay
entre ellos un enfrentamiento que el poder no puede resolver. La resuelven
en la medida en que organizan una democracia desde el poder
económico, desde los media, desde la activación del terror
por los medios represivos y jurídicos, y desde todo un mecanismo
perverso que produce sujetos sometidos. Aun cuando se sienten incluidos
en una apariencia democrática, que se demuestra que no es cierta,
el sentido de la verdadera democracia se va formando como posible. Y sabiendo,
sin inocencia, que el límite de la democracia tolerada se acaba
cuando su desarrollo lleve a transformarse en verdadera democracia. Yo
creo que desarrollar la verdadera democracia hasta convertirla realmente
en poder, en poder real (y esto creo que es compartido por todos, marxistas
o no, dentro del campo popular) es el desafío político actual.
Marx en ese sentido también fue democrático, a pesar de
que proclamaba la necesidad de la revolución. Pero partía
de otros supuestos políticos, no sólo económicos.
Pero si el capitalismo no permite la democracia, la única
posibilidad de generarla ¿no es destruyendo al capitalismo? ¿Cómo
afirmarnos en la vida si no es suprimiendo la muerte que los mismos hombres
han construido?
...Ahí están las estrategias. Yo diría entonces
que la estrategia en nuestro país, de los que pensaban que la clase
obrera peronista había adquirido conciencia (y cuerpo, sobre todo
cuerpo) para poder transformar la realidad social, fue lo que llevó
justamente al fracaso. Ahora todos deberían sacar las conclusiones:
tanto los peronistas como la izquierda. Porque tenemos que aceptar que
fue una derrota de la que participaron muchos, aunque todos sufrimos sus
consecuencias. No percibieron la distancia entre lo formal del peronismo
y lo real del desarme que promovió entre ellos el modelo de su
líder y las organizaciones burocráticas que éste
les había dado. Destruir al capitalismo, si cabe esa expresión,
no va a ser tan fácil como fue la destrucción del socialismo
real en la Unión Soviética.
Ese grado de conciencia a alcanzar para reemplazar la contradicción
capitalismo-democracia por otro sistema de vida, otro sistema económico,
una política donde el poder no sea el enemigo más temido
y una cultura donde el precio de la existencia no se pague con las usuras
de la alienación, ¿lo ves hoy presente en la sociedad? No.
No la veo presente. Quizá mucho se deba a la dispersión
de la izquierda. Eso es lo más penoso. Los grupos de izquierda,
sin atreverse a disolverse en una unidad nueva, pretenden repetir la misma
estrategia política con la excusa de mantener vivo el pasado heroico
de los compañeros. Esa misma estrategia y discurso del pasado dentro
de una realidad histórica que ha cambiado hoy puede ser letal,
o quizá más bien estéril.
¿Y cuál sería la estrategia para vos?
Yo no soy estratega. Sólo quiero plantear la discusión
sobre las condiciones posibles que debe satisfacer una estrategia política
en la Argentina.
Con los límites del caso, ¿hacia dónde creés
que apuntaría el proyecto a construir, superando los obstáculos,
falencias y errores que señalás?
Creo que apuntaría a abrir todo el espectro del campo popular,
y no sólo de él, hacia una reunión de fuerzas ahora
dispersas, que permita reunirlas a todas para poder ejercerlas en el plano
político a partir de ciertos acuerdos básicos pese
a las diferencias que nos han separado. Como punto de partida puede
ser vago y teórico, pero apunta a disolver los dogmatismos que
hasta ahora lo han impedido. No se puede dejar de tener en cuenta la magnitud
real y las formas novedosas de las fuerzas enemigas.
Uno no tiene que ser adivino ni acceder a las pitonisas griegas
para percibir que, más allá de este cuadro de anomia moral,
de destrucción económica y de padecimientos de todo tipo,
la realidad nos hace presentir que si hay nuevas elecciones en el corto
plazo, la sociedad elegiría de nuevo a los partidos mayoritarios
tradicionales que causan, precisamente, su propia desgracia. ¿Qué
hay detrás de ese empecinamiento en seguir poniéndose la
cuerda en el cuello y de obstinarse llamando al verdugo para el castigo?
¿Qué hay detrás de la renegación y el fetichismo
social, hay terror, hay enfermedad, hay idiotez, hay consentimiento, hay
complicidad, hay cansancio, hay un camino cerrado que termina en un precipicio
y no se ve un puente, y no hay un proyecto, ni fuerzas, ni deseos para
construir otro camino o para aventurarnos a un gran salto que deje atrás
el precipicio?
Vayamos despacio. Yo creo que la democracia nuestra es el resultado
de una derrota que implicó la presencia del terror sobre toda la
población. Y el terror no es joda. El terror penetra, escinde al
hombre de sí mismo y lo distancia de todo lo demás: mundo
y semejantes. Y hace que aparezca un nivel superficial que es, justamente,
el del adaptado al mercado. El mercado también se apoya sobre el
terror y lo implanta entre nosotros. Porque disuelve todas las relaciones
sociales, y las reduce a que los individuos, aislados, se enfrenten como
compradores o vendedores. Esa es la sociabilidad del capitalismo de mercado.
Las relaciones son de compraventa. En ese sentido el terror está
en el fundamento de todas nuestras relaciones. Y él reprime en
nosotros la emergencia de lo más propio, porque eso implica la
sorda amenaza de muerte (tal como sucedió durante el Proceso).
No abro juicio sobre los comportamientos en esta etapa. Pero sí
abro juicio sobre la etapa posterior al Proceso, cuando se creyó
que el terror había desaparecido y se entró en democracia.
Esa democracia que apareció y en la que vivimos es
diferente a esa dictadura, es cierto, pero también es cierto que
es resultado del terror, porque la gente fue primero pacificada, reprimida
y aterrada. Y se inauguró luego un espacio diferente donde se pudo
en paz succionar, apropiarse de la vida de todos.
Por eso la política económica de Martínez de Hoz
está presente en la actualidad, ahora. Su apariencia ha cambiado,
de militar a democrática. Lo que pasa es que acá,
otra vez, las categorías del ordenamiento de la izquierda misma
y hasta diría de los organismos de Derechos Humanos (poner sobre
todo el énfasis en los juicios a los homicidas y responsables,
que me parecen absolutamente necesarios y justos), no debería separarse,pienso,
del enjuiciamiento simultáneo a la Iglesia, a los políticos,
al poder económico, a los media, al deporte (el fútbol,
especialmente), que participaron, y cómo, en el establecimiento
del terror. Quiero acentuar esto: del terror no solamente son responsables
los militares, ellos fueron el brazo ejecutor. Ahora mismo vemos que también
la economía es productora de terror y de muerte. Terror que se
apoya en todo el sistema. Y sabemos que el económico está
por encima del terror militar. Ahora los políticos se venden más
que nunca porque la representación social se ha convertido en un
negocio. La figura más insigne, más repugnante y despreciable
en este sentido es la de Menem. Y éste arrastró a las multitudes
peronistas y las volvió a arrastrar en una segunda votación.
¿Qué pasa con esas mayorías en las que apoyaban sus
esperanzas y fantasías nuestros compañeros, con este cúmulo
de gente que ahora pareciera participar en lo contrario? Gente que fue
arrastrada por quien alegremente ha perpetrado la venta del país...
Ante este panorama uno percibe distintas opciones. Algunos plantean
que la transformación del capitalismo es una tarea muy larga y
muy profunda; sin olvidar la idea de la revolución, tratan de adaptarse
a esta pseudodemocracia. Otros piensan que, hoy por hoy, capitalismo y
democracia son institutos falsos, hay que destruirlos y pronunciar el
discurso de lo nuevo. ¿Dónde te ubicarías vos?
Diría que en ninguno de los dos. Si entendemos a la democracia
como se la aplica en el capitalismo, de allí no se puede partir,
aunque estemos en ella, sin criticar su fundamento. Porque ellos la practican
construyendo a los sujetos y deformando la percepción de la realidad
y de sí mismos, impidiendo que puedan constituir un nuevo poder
desde sus propios cuerpos, desde su afectos y de sus conciencias. Y sin
embargo estos hombres son el lugar actual del nuevo poder. Esta no es
una fantasía, porque los 33 millones de argentinos (de los cuales
la tercera parte está reducida a la miseria y las otras están
viviendo en la humillación, en tanto que una fracción mínima
goza de la vida), existen. Esta gente forma un poder virtual-real, son
cuerpos vivientes que defienden la vida y tratan de sobrevivir contra
viento y marea. Ese es el fundamento posible de la transformación
de la democracia en democracia efectiva, según la entiendo.
Es incluir como estrategia no sé cómo se hace por
el momento- el ponernos de acuerdo en el ejercicio social desde su raíz.
¿Reconocemos o no el poder real de la gente o los seguimos meloneando
creyendo que desde la izquierda le vamos a transformar la cabeza y el
actuar con categorías ineptas y estériles? Para la gente
común la izquierda es la zurda, está presente
en ella el sentido de terror con el que los militares inficionaron cualquier
matiz de izquierda, y de la derrota sangrienta. Esto es un
dato de la realidad. La gente está trabajada con estas categorías
y siente y piensa desde ese lugar. Entonces, evidentemente, tenemos que
ir abriendo espacios nuevos y caminos transitables. Lograr o acompañar
a la gente que comienza a sentir la inclusión del propio poder
en el poder colectivo, como en el caso de los cortes de ruta. Conozco
la limitación. Pero es una experiencia incipiente de gente aislada
que siente que forma parte de un colectivo que le da fuerza a lo individual.
Lo menciono como ejemplo de lo que emerge desde los más pauperizados.
Y se animan. Pero no son los únicos. Hablo de todos. Los intelectuales,
también de ellos hablo. Hablo de cierta clase media que no sabe
dónde ubicarse. No nos damos cuenta de que todos y ésta
es la perspectiva más atractiva en la que me incluiría,
tenemos que intentar que esto confluya en un colectivo para hacer posible
un cambio. Porque si no, se sigue aferrado a una fantasía de revolución
que no se sabe con quién y cómo hacerla. Así se va
al muere otra vez. Digo simplemente que no volvamos a repetir los errores
del pasado. Yo no creo que el pueblo tenga siempre la verdad; creo que
el pueblo es el lugar posible de una verdadcuyas ganas hay que despertar
y crear con ellos, una verdad que se corporice, para que sea una verdad
efectiva que pueda crear materialmente la necesidad de un cambio. Y la
primera materialidad es la de la propia corporeidad en acto.
(Esta entrevista al filósofo
argentino León Rozitchner es un anticipo de la revista Locas, cultura
y utopías (Nº 3), editada por la Asociación Madres
de Plaza de Mayo, de próxima aparición.)
|
Universidad
Popular Madres de Plaza de Mayo
Rectora: Hebe de Bonafini
Director Académico: Vicente Zito Lema |
|