Presentación
La Universidad de las Madres es, para ella, también su
casa. Nos reconforta contar con su presencia por varios motivos. Es una
mujer muy inteligente, y que coherentemente, incluso en épocas
duras de nuestro país, no se calló cuando muchos se callaban.
Ha tenido una trayectoria pública en defensa de los derechos humanos
y es una persona de rigor intelectual. Tiene la dicha, el honor, de haber
sido la compañera en la vida privada y en el trabajo de uno de
los maestros más importantes que haya dado nuestro país:
Enrique Pichon Rivière. Ana es uno de los referentes de la psicología
social, de la Argentina y de América latina. Ha profundizado ideas
de Pichon; pero también ha elaborado conceptos que son suyos, y
que todos los que estamos ligados al campo de la psicología social
hemos estudiado e incorporado a nuestro conocimiento. Le debemos mucho
a Ana. El hecho de que ustedes, compañeros estudiantes de esta
Universidad, estén hoy aquí para escucharla, es un estímulo
para que sigan con el trabajo, para no bajar los brazos y, como diría
Pichon, un estímulo para seguir planificando nuestra esperanza.
Vicente Zito Lema
Intervención
de Ana Quiroga
Es conmovedor para mí estar en la casa de las Madres que simbolizan
un particular aprendizaje social. Aprendizaje que nació de un terrible
dolor y que ha dejado en la sociedad una enseñanza inolvidable.
Enseñanza que se expresó primero en su presencia silenciosa
y luego en su palabra.
Que se expresó sobre todo en la búsqueda de justicia, el
rechazo a la mentira, a la naturalización de la muerte, oponiendo
la valentía de la búsqueda, la necesidad imperiosa de esclarecimiento
al horror impensable de la desaparición, desafiando el mandato
de sumisión y silencio, en una definitiva afirmación del
derecho a la vida y la verdad.
Ellas aprendieron y desde y a través de su aprendizaje enseñaron.
Eso hace pertinente este ámbito para trabajar sobre la obra de
dos maestros, que también aprendieron y enseñaron, luchando
cada uno desde su lugar por ese derecho a la vida, la verdad,
el proyecto y la esperanza. Me refiero a Paulo Freire y Enrique Pichon
Rivière.
Expondré algunos puntos de articulación que encontré
entre estos pensadores, quienes no pudieron trabajar juntos, no se conocieron.
No lo creo casual, ya que la fragmentación es, históricamente,
instrumento de opresión en América latina. En algún
momento, Freire me dijo: Leí a Pichon y pensé: `este
hombre me ha copiado, pero analizando fechas me di cuenta de que
yo había pensado lo mismo en otro tiempo y espacio, sin conocernos.
Ese desconocimiento es emergente de una realidad; pero la convergencia
nos habla de interrogantes que esa realidad presentaba y del desarrollo
de una posibilidad de análisis y de una disciplina. La concepción
del aprender y del proceso de conocimiento es uno de los puntos de encuentro
de estos pensadores. El aprender es entendido por ambos comouna relación
dialéctica, de mutua transformación entre el hombre y el
mundo.
Pichon define al aprendizaje como: apropiación instrumental por
el conocimiento de la realidad, para transformarla. La apropiación
significa una forma de relación entre lo que se conoce como realidad
objetiva y lo subjetivo. La relación entre subjetividad y realidad
objetiva aquella que existe con independencia de cualquier conciencia
cognoscente está nuevamente en debate en las teorías
epistemológicas y concepciones del conocimiento, como lo ha estado
a lo largo de milenios en el pensamiento filosófico occidental.
La posición de Pichon, fundada en la dialéctica materialista,
está distante y en polémica con el constructivismo hoy hegemónico,
particularmente en los ámbitos académicos y educativos.
El sujeto, desde la teoría pichoniana, es actor, protagonista de
la historia, pero no construye la realidad. Elabora, sí,
una visión de esa realidad. Es sujeto activo, cognoscente en tanto
aprehende rasgos de esta complejidad que es lo real.
Planteo el tema por la vigencia del debate y porque Freire coincide en
sostener la existencia del conocimiento objetivo. Ambos autores convergen
en ubicar como eje del proceso de conocimiento la praxis, los procesos
de transformación, a la vez que adjudican a ese conocimiento una
direccionalidad.
Otro punto de encuentro es la concepción del aprender como unidad
de contrarios. Enseñar y aprender son visualizados como aspectos
de un movimiento que constituye una unidad. A este acontecer contradictorio
y a la vez unitario, Pichon lo llamó enseñaje.
Los dos autores concuerdan en que en el rol del que enseña y el
del que aprende no son estáticos, sino alternantes. Son funciones
que circulan en un vínculo. Esto habla de una concepción
de la validez de los distintos tipos de conocimiento, e implica una redefinición
del enseñar y el aprender. Porque: enseñar no es sólo
-aunque también eso es enseñar transmitir un saber.
Hay un consenso en ambos pensadores en que todos poseemos saberes valiosos
y que todos podemos transmitir conocimientos, compartir como diría
Paulo nuestra lectura del mundo, aportar nuestra lectura
de la realidad como diría Pichon.
Todos contamos con un marco referencial que condensa saberes. Así
como, también, esas lecturas contienen los no saberes, los puntos
de confusión; lo cual no es negativo, ya que la confusión
es un momento frecuente y quizás inevitable en el proceso de conocimiento.
En el conocer se supera la confusión.
Estas concepciones redefinen la idea de enseñar, lo que ya no se
reduce a comunicar saberes, de los que todos somos poseedores y portadores.
Enseñar adquiere otras significaciones y formas: es impulsar la
reflexión, promover el interrogante, el pensamiento. Y en una relación
de aprendizaje, ¿quién promueve el pensamiento, el interrogarse?
El alumno, quien desde la pregunta, la duda, aun la dificultad, moviliza
el aprendizaje del docente si éste es sensible al acontecer
de la persona que tiene delante. Por eso es fundamental el trabajo
del vínculo en el aprendizaje. En Pedagogía de la pregunta,
Paulo lo expone claramente. La vincularidad, la comunicación, está
presente básicamente en ese texto, aunque es tratada en toda su
obra.
¿Y cómo sería en Pichon? El habla del emergente,
refiriéndose a la cualidad nueva que surge en un campo de indagación
y le da forma.
¿Qué es un emergente en el proceso de aprendizaje? Según
Pichon-Rivière es un signo de ese proceso, indicador de los movimientos,
las alternativas y cambios cualitativos en ese acontecer. La pregunta
es un emergente o signo, como lo son la duda, el error, la confusión,
la elaboración conceptual o el descubrimiento. Pichon que
llega a la pedagogía desde el análisis psicológico
trabaja otra situación: la que caracteriza como obstáculo,
el que consiste en una dificultad de origen emocional en la relación
del sujetoobjeto de conocimiento.
Para mayor comprensión de este concepto pensemos en una excesiva
cercanía, en la que la persona se confunde con lo que está
investigando. O con la excesiva distancia, cuando el sujeto no puede establecer
relación con dicho objeto. La fragmentación, la unilateralidad,
lo que se da cuando se ve sólo un aspecto o no se puede percibir
o vincularse con el objeto más integradamente, en sus distintos
rasgos. Estas formas de relación serían expresiones de obstáculos
en el aprendizaje.
La concepción de obstáculo, en Pichon, abarca la multiplicidad
de aspectos subjetivos: esa perturbación en la relación
sujeto-objeto o campo de conocimiento, una vez configurado, se expresa
tanto en la dimensión intelectual, como el hacer, y lo emocional
y sus interrelaciones.
En caso de emerger un obstáculo, abarcaría los distintos
rasgos que hacen a la actitud de aprender.
Si bien hemos ejemplificado la idea de emergente con el fenómeno
del obstáculo, el concepto de emergente es más abarcativo
que el de obstáculo. Como signo de un proceso, el emergente implica
un significante y un significado, y diríamos que el significante
en este caso un hecho observable remite a un acontecer más
complejo, que debe ser indagado. Lo emergente nos dice de
esa relación, de ese posicionamiento del sujeto en el campo del
conocimiento.
En la concepción de Freire, como en la de Pichon, se conceptualiza,
y se trabaja la dialéctica entre educador y educando. Se trata
de un interjuego, en el que hay diferencia y a veces oposición.
Insisto en el término dialéctica porque uno
no puede ser pensado ni existir sin el otro; y por el carácter
dialéctico de esa relación, cada uno puede, en esa unidad,
transformarse en el otro, desplegar esa alternancia en el enseñar
y el aprender.
Otro punto de convergencia entre ambos maestros es la jerarquización
de lo que podemos llamar el aprendizaje vital, aquello que
configura la lectura del mundo en Freire, o los marcos referenciales
que operan en la concepción de la cotidianidad, desde Pichon. Lo
cotidiano adquiere un lugar central en términos de objeto de conocimiento.
Freire, en función de la tarea alfabetizadora, parte de la cotidianidad
de ese sujeto que será el que logrará el poder de ponerle
escritura a esa lectura que hace desde sus primeros momentos de vida.
Definimos como cotidianidad, desde la psicología social, una multiplicidad
heterogénea de hechos que configuran nuestra experiencia, nuestros
escenarios vitales. Hechos casi banales, considerados obvios y desdeñados
como objetos de conocimiento. Pero esa multiplicidad encierra algo fundamental:
lo que llamamos cotidianidad, aquello que aparece como natural, es la
forma de nuestra relación inmediata, con un orden sociohistórico
que constituye nuestras condiciones concretas de existencia.
En ese orden cumplen su destino social nuestras necesidades. Destino de
gratificación o de frustración. Estamos hablando de poder,
de necesidades, de destino social, hacemos referencia al conocimiento
de nuestro ser-enel-mundo y del ser del mundo para nosotros. De allí
que lo cotidiano nada tiene de banal ni de obvio, como nada tiene de natural
ni de a-histórico. Es un campo ineludible de conocimiento. Ese
análisis de la cotidianidad, de las condiciones concretas de existencia,
es uno de los rasgos de identidad de la psicología social planteada
por Pichon Rivière. Esta se inscribe así en la corriente
de pensamiento denominada crítica de la cotidianidad, de la que
participan distintas ciencias sociales. ¿Qué implica el
carácter crítico de este pensamiento? La idea de crítica
está presente tanto en la obra de Pichon como en la de Paulo y
es fundante en ambas elaboraciones.
Se define crítica como análisis objetivo, desmitificador.
La idea de conciencia crítica recorre ambos marcos conceptuales,
en la que es pensada como una forma de la relación sujeto-mundo.
Consiste en una actitud abierta al conocimiento de la realidad y al conocimiento
de sí mismo en esa realidad.
Trabajamos con Pichon el concepto de conciencia crítica en la década
del 70, enlazándolo con el criterio de salud mental. La entendimos
como una forma de conocimiento, como develamiento. No se trata de una
revelación sino de una investigación y de-vela en el sentido
que permite levantar el velo que enmascara situaciones que tienen que
ser encubiertas o distorsionadas para ser toleradas. Esto se da tanto
en el plano de lo social como de lo individual. Frecuentemente mistificamos
hechos en nuestra vida personal, en nuestros vínculos, ya que no
los aceptamos en su realidad. La neurosis es ejemplo de tal enmascaramiento.
El desarrollo de una conciencia crítica en el plano de las relaciones
sociales, requiere, desde el aprendizaje, la capacidad de análisis
de las representaciones sociales. Se trata de no ser portadores acríticos,
sin interrogantes, de las representaciones colectivas. Implica analizar
la relación entre representación dominante de los hechos
la de la ideología dominante y los hechos mismos. Nos
reencontramos con la dialéctica entre lo subjetivo y lo objetivo,
cuestión central del conocimiento, reviviendo la polémica
milenaria acerca de la posibilidad de conocer una realidad que nos sea
exterior. Esta cuestión subyace siempre al proceso de aprendizaje,
orientando sus modalidades. ¿Cómo indagar críticamente
las representaciones sociales dominantes y su relación con los
hechos? Tomemos un ejemplo de nuestra cotidianidad: hoy emerge ante las
condiciones concretas que marcan nuestra existencia, sentimientos intensos
de frustración y malestar. Estas vivencias, relacionables con una
situación objetiva de precarización de la vida social, sume
a grandes sectores de la población en la incertidumbre y la ausencia
de proyecto, cuando no en el hambre y la desesperación. Esta reacción
ante una crisis inédita se define, desde los despachos oficiales
y medios de comunicación, como mal humor. Tales distorsiones
plantean, como rasgo de una tarea crítica, la elaboración
de un pensamiento que analice las representaciones sociales, sus contenidos
y operación en la subjetividad, y su manipulación desde
lugares de poder.
El mal humor evoca intolerancia, arbitraria hostilidad. La
frustración ante hechos concretos es sutilmente ocultado en sus
causas, que dejan de ser exploradas y enunciadas.
Desde un análisis psicológico, lo denominado encubridoramente
mal humor, surge del registro de sufrimiento, nace de ataques y pérdidas
vividas o temidas, ante los que el sujeto se siente inerme. El supuesto
mal humor es malestar al que subyace la tristeza, la depresión.
Cuando Freire o Pichon hablan de conciencia crítica, plantean una
lectura de la realidad, que tenga la potencia analítica que permita
al sujeto correr el velo de ciertos discursos, tendientes a instalar en
lo colectivo y en la subjetividad supuestas representaciones, que en tanto
ficción, nos alejan del conocimiento.
Si enlazamos lo que hemos definido como análisis de la cotidianidad,
con el concepto de conciencia crítica, se hace manifiesto por qué
estos autores jerarquizan el saber vital, y el desarrollo de la capacidad
analítica, crítica, centrada en lo aparentemente más
obvio. Ambos conocían el secreto que encierra lo cotidiano; esa
profundidad sin misterio de la que hablara H. Lefebvre. La conciencia
crítica no consiste sólo en un conocimiento de la realidad
social, en una desmitificación ideológica. Esta conciencia
debe abarcar también nuestras relaciones interpersonales y distintos
aspectos de nosotros mismos. Es por ello que lo enlazamos a la concepción
de salud mental.
La idea de la esencia dialogal, interaccional, del aprender, articula
a Freire y Pichon. Este diálogo tiene como organizador y eje central
al objeto de conocimiento. En el dialogar se da un encuentro múltiple:
el de los dialogantes, quienes están aprendiendo, y la realidad.
Diálogo que se entabla desde distintas prácticas y lecturas
del mundo. La propuesta de aprendizaje requiere que interaccionen entre
sí y con el sector de lo real que pretenden conocer.
Por esa práctica del diálogo, sostenida en una concepción
del hombre, del conocimiento y del poder, se ha hablado de Pichon como
maestro socrático. Ese diálogo iniciado en su
tarea terapéutica ya que el método clínico
es dialogal fue desarrollado y potenciado en el plano del aprendizaje.
Esta caracterización de Pichon hace referencia al modelo de enseñanza
de Sócrates: dialogar con el discípulo, y hacer emerger
los conocimientos que el sujeto ignora que posee.
Pichon era un maestro socrático, como lo era Freire, en el sentido
de promover el desarrollo del sujeto que aprende. Sosteniéndolo
en su crecimiento y acompañando su búsqueda de saber. Según
relata Platón la mayéutica de Sócrates, su hacer
parir el saber, se sustentaría en un supuesto filosófico:
el alma ha contemplado, en una vida anterior, el mundo de las esencias,
del que nuestra realidad terrena no es sino reflejo. El conocer sería
rememorar, reencontrar ideas previamente conocidas. Esta concepción
se inscribe en el idealismo filosófico.
Por el contrario, en el caso de este diálogo que intercambia saberes,
podríamos decir que nacen de la práctica que esos sujetos
hayan tenido en su vida, del procesamiento de sus experiencias. Esto es,
filosóficamente, materialismo.
Ese pensamiento materialista, expresado en el aprender, es compartido
por Freire y Pichon Rivière. Desde la metáfora del aprendizaje
como un parir conocimientos, podemos afirmar que el grupo es un instrumento
paridor por excelencia, instrumento de alumbramiento. Lo es
en tanto sostén de búsquedas y reflexiones, así como
de dudas e incertidumbres. Aprender implica casi siempre algún
nivel de crisis subjetiva. Cuando se ha logrado un grado de saber, tenemos
las ideas más o menos estructuradas alrededor de ese tema. Pero
el aprendizaje es un juego de equilibrios y desequilibrios en el que lo
nuevo, lo no conocido se manifiesta. Esto tiene efectos: lo nuevo impacta
en la organización previa, generando cierto grado de desestructuración
y la consecuente necesidad de reorganizarse. Por esto caracterizamos al
aprendizaje como una minicrisis, acontecer esperable del proceso.
Las crisis sucesos tan temidos son algo normal en la vida
humana. En tanto sujetos históricos, en movimiento y cambio, somos
sujetos de crisis. Lo que puede modificarse son las dimensiones y características
de las crisis, las formas de transitarlas y sus modalidades de resolución.
En cuanto a esta concepción del aprendizaje como crisis, insistimos
en afirmar que el grupo alberga esa posibilidad del impacto de lo desconocido
en lo conocido y la reorganización que implica. Aprender es conmoción
y requiere modificación subjetiva.
El sostén recíproco es una de las funciones del grupo. El
carácter de apoyatura que los grupos desempeñan en relación
con los sujetos, nos permite caracterizarlos como herederos de la llamada
función materna. Como estructuras relacionales de procesamiento
y elaboración permiten el acceso al pensamiento. Este es uno de
los aspectos que hacen a un grupo paridor del aprendizaje. También
es alumbrador de saberes e instrumento decreación, porque en un
grupo hay, necesariamente, diversidad de miradas. Tal diversidad es lo
que produce la desestructuración y la recreación del objeto
de conocimiento, del objeto de tarea. Este hecho es fundamento potencial
de ese diálogo amplificado y sustentado en la práctica,
en el co-pensar. En el diálogo circula el saber, se alterna la
función de enseñar y la de aprender. Esta potencialidad
del grupo, requiere hoy un trabajar y un trabajarse respecto de la diversidad.
Señalamos la necesidad de trabajarse respecto de la diversidad
y su aceptación, porque hoy, desde las representaciones sociales
y por la hegemonía del mercado y sus leyes como institución
social se redefine el registro del otro, el que aparece muchas veces
como rival a excluir o destruir. Esta precarización de la vida
como rasgo del orden social produce alteraciones en los procesos de identificación,
vivencias de vulnerabilidad y fragililización, de estar a merced
de los acontecimientos. Se intensifica en los vínculos la dificultad
para aceptar las diferencias, vividas como amenaza.
Esta situación, que desafía a los grupalistas, exige trabajo
sobre las identificaciones, sobre una posibilidad de fortalecimiento del
yo, de modo que los sujetos puedan reconocerse como semejantes y a la
vez diferentes.
La profundización de la crisis social tiene en este sentido un
efecto contradictorio: muchos se aíslan en su propio universo,
pero a la vez crecen nuevamente movimientos de agrupación, identificaciones
y encuentros, en la medida en que se descubren necesidades comunes. Este
es un elemento central en las luchas sociales que hoy recorren nuestro
país y que se dan en tantas partes del mundo.
Otro tema que comparten Freire y Pichon es la valorización de lo
procesual en el aprendizaje. Respecto de Pichon diría que focaliza
las vicisitudes de la relación del sujeto con el objeto de conocimiento.
Hemos mencionado el concepto de obstáculo, el que sería
un emergente posible del proceso del aprender. En el aprendizaje una tarea
central es la resolución de la contradicción desconocimiento-conocimiento,
contradicción particular de dicho proceso. Resolución que
nunca es definitiva, que se da en ciertos planos y medidas. El conocimiento
no sigue un derrotero lineal. Nuestro acercamiento al objeto de conocimiento
tiene alternativas. Pero el aprender apunta a que crezca el polo del conocimiento
y decrezca el polo del desconocimiento. Pichon, por su formación
y a partir de su experiencia en el campo terapéutico, trabaja como
vimos con la concepción de obstáculo, que consiste
en una traba emocional inconsciente, operante en el contacto con el objeto
de conocimiento. Alude a fantasías y montos de ansiedad emergentes,
que se constituyen como obstáculo cuando se instaura un antagonismo
entre el sujeto y el objeto. No se trata de un antagonismo real, sino
fantaseado.
Esto nos remite nuevamente a la función del grupo como ámbito
e instrumento del aprender.
Desde la comprensión de las vicisitudes del aprendizaje y de esta
función grupal, surge la técnica de grupo operativo, como
modalidad de trabajo que centra la interacción en la tarea, y apunta
a elaborar la relación de los integrantes con su hacer, lo que
a la vez implica trabajar la interacción. Uno de los fundamentos
de la técnica de grupo operativo y su aplicación en el campo
del aprendizaje es la comprensión de que el grupo puede resultar
un sostén para el despliegue y análisis de las ansiedades
que movilizan el aprender y el campo de conocimiento. El trabajar en el
terreno de la formación de adultos me llevó a registrar
no sólo la presencia del obstáculo, sino la operación
de una estructura interna que se gesta en el desarrollo de nuestra vida,
modificándose en distintas experiencias. Esa estructura se organiza
a partir de una secuencia ininterrumpida de exigencias de aprendizaje,
y a la que he llamado matrices de aprendizaje. Estas constituyen formas
de concebir larealidad, el acto de aprender, las relaciones de poder en
el aprendizaje. Se trata de algo menos puntual que el obstáculo
y están profundamente enraizadas en la subjetividad. Las situaciones
grupales son un instrumento apto para desplegarlas y visualizar sus aspectos
modificables, así como los que pueden ser potenciados.
Retomaré, en torno de esta temática de la revalorización
de lo procesual en el aprender que hacen ambos autores, la concepción
de emergente al que hemos caracterizado ya como signo de un proceso. Un
emergente es un hecho observable que tiene condiciones de producción.
Esas condiciones no son inmediatamente registrables. Esto es: hay un observable
y su existencia nos remite a indagar las condiciones de producción
de ese hecho.
En el aprendizaje, los emergentes son tanto indicadores de logros como
de puntos de necesidad, y por ello son orientadores del camino de tarea.
Sobre esta concepción se sustenta lo que se llama didáctica
de emergentes. Esta consiste en un diseño que se organiza
desde los objetivos del aprendizaje, lo que debe ser logrado en una formación,
a la vez que jerarquiza como elementos básicos del proceso, las
necesidades, intereses e itinerarios que transita el sujeto del aprender.
Ese partir de la situación del sujeto que aprende es esencial en
la pedagogía freiriana. Estamos ante otro punto de encuentro. La
didáctica de emergentes requiere una logística, un relevamiento
de datos y una operatoria destinada a estimular el desarrollo de recursos,
visualizar obstáculos y redefinir posicionamientos ante el objeto
de conocimiento. De allí que esta elaboración pichoniana
se acerque a lo que Freire despliega en Pedagogía de la pregunta.
Ambas concepciones concretizan algunas de las ideas a las que nos hemos
referido: la unidad de enseñar y aprender, el protagonismo de los
sujetos, y el carácter de eje organizador que adquiere en la interacción
y el diálogo, el objeto del conocimiento. Algo nodal en estos educadores
es su reconocer la práctica como fundamento y sentido del conocimiento.
Si tuviera que sintetizar en unas palabras lo común entre Freire
y Pichon diría: la práctica, y el protagonismo de los sujetos
que conocen.
¿Por qué la práctica? ¿Qué lleva a
la pregunta, a problematizarnos, a tropezar con nuestras limitaciones
y a tratar de superarlas? La práctica, el hacer. La práctica
es, entonces, lo que permite una interacción, una comunicación
distante de las jerarquías del supuesto saber.
La práctica, cuando es valorizada, obliga a que los actores del
proceso de aprendizaje se ubiquen en otras relaciones de poder, diferentes
de las instituidas en el sistema educativo. Esta reubicación en
cuanto al poder se funda en que la práctica nos da autoría,
nos da autoridad que deviene de la autoría para interrogar
la realidad desde distintos ángulos y poner en cuestión
el propio saber, y el saber del otro. La práctica, y la teoría
que en ella se sustenta y pone a prueba, es lo opuesto a lo que Freire
llama el relato del mundo que es una versión
del mundo que se impone. Es impensable el protagonismo compartido,
la problematización auténtica, la unidad del enseñar
y el aprender, sin el eje de la práctica. En cuanto la problemática
de los roles y su interjuego en la relación de aprendizaje, señalaría
la reflexión de Freire acerca del lugar del docente en el proceso
del aprender. En textos como Pedagogía de la pregunta polemiza
con la pedagogía institucionalista de Lapassade, aun cuando no
lo haga en forma explícita. Para Freire es una negación
obviar que el saber del docente es distinto del saber del alumno. Si bien
todos poseemos saberes valiosos e importantes, y todos tenemos algo que
aportar y enseñar; hay saberes específicos del docente,
distintos del saber del alumno.
Resulta interesante esa polémica con un autor innovador como Lapassade,
que ubica al docente en un lugar de pasividad. Freire sostiene: si bien
el docente no tiene nada a imponer, eso no significa que no tenga nada
aproponer. Para Pichon como para Freire, la función del docente
no es pasiva. Y esta actividad se despliega desde distintas tareas. Pichon
plantea un rol que, en un neologismo llama copensor. Co-pensar
remite a la actitud y tarea de aquel que piensa con otro.
Desde ese co-pensar nos referimos al docente o al coordinador de
grupo, sin negarse a sí mismo, ese sujeto está significando
positivamente la actitud protagónica del otro. Pero ese enseñaje,
si estamos en el lugar del profesor, o coordinador, no exime de orientar
la información y la búsqueda a partir de los signos del
aprender. Esto es muy claro en la obra de Freire. Estos aspectos de la
función docente tocan las relaciones de poder. Modificar las relaciones
de poder en el proceso de aprendizaje no es un hecho sin consecuencias,
por el contrario, resulta muy complejo. Esto se da porque los modelos
internos de poder son muy fuertes y han sido aprendidos en la familia,
reforzados en la institución escolar, y permanentemente sostenidos
en distintos escenarios de experiencia. Cuando se buscan modalidades protagónicas
de aprendizaje, y el sujeto tiene que transitar de la dependencia a una
desconocida autonomía, esto le exige una redefinición subjetiva,
lo que también se le impone a quien tiene que acompañarlo
en la tarea. Ambos están comprometidos en la redefinición
de modelos de vínculo en una relación de conocimiento.
El posicionamiento del docente que piensa con y para el alumno, y no por
el alumno, tiene implicancias en el proceso de aprendizaje. Por ejemplo,
cambia lo comunicacional.
Pero para poder lograr eso con fluidez, hay que trabajar estructuras profundamente
internalizadas. Son estructuras de poder operantes en lo definido como
matrices de aprendizaje.
En esa interacción en la que hay otra circulación del saber
y el poder se crean y para eso hay que lograr disponibilidad interna
las condiciones para un diálogo múltiple.
En esas condiciones, ¿qué empieza a circular entre los sujetos
implicados en ese aprendizaje? No sólo el objeto. Circula su experiencia,
su vida, todo lo que englobamos con el concepto de práctica. Práctica
que es el hacer de un sujeto con historia, en relaciones. Encontramos
el concepto y la práctica de dialogicidad en la obra de Paulo Freire.
¿Cómo sería lo dialogal en Pichon? El trabaja lo
dialogal como grupalista. Trata de convertir la supuesta situación
grupal del sistema educativo, en una situación de encuentro real,
a través de un dispositivo técnico: el de grupo operativo.
Una modalidad de intervención y de organización destinadas
a obtener un fin. Esta modalidad técnica se sustenta en el hecho
que para Pichon los grupos tienen una operatividad que les es intrínseca,
esencial, si son auténticamente grupos. Es decir, si están
organizados desde necesidades comunes o complementarias, si hay proyecto
y tarea compartidos, si hay internalización recíproca, si
los articula un proceso de identificación. Si no se da esta condición
grupal, y domina la fragmentación, si son seudogrupos, la operatividad
está en crisis. Con esto estamos afirmando que lo que define a
un grupo como tal es que se dé entre los participantes de esa situación
la identificación en una tarea, la interacción, la existencia
de la internalización recíproca. Al hablar de internalización
nos referimos al proceso psicológico por el cual cada integrante
inscribe a los otros, a la red interaccional de la que participa, en su
mundo interno. Así se configura un entramado relacional visible
sólo por sus efectos, pero profundamente articulador.
Como lo hemos mencionado, para Pichon, un rasgo que convierte al grupo
en instrumento de creación, es la multiplicidad de miradas, historias
y experiencias que convergen en el trabajo.
La heterogeneidad propia de los seres humanos se hace manifiesta en la
situación grupal, aunque haya búsquedas y objetivos que
puedan ser puestosen común. Insistimos: si lo común y lo
heterogéneo pueden operativizarse, se potencia la creatividad.
Esto no se da sin confrontación y conflicto, pero también
resulta en la apertura de caminos inesperados y nuevas alternativas. Rescatamos
el valor de la confrontación y la polémica en el proceso
de aprendizaje, en la medida que estemos trabajando desde la práctica,
la libertad de las ideas y poniendo en juego ese criterio de verdad que
es la prueba de la práctica, del hacer. Esto contribuye a la comprensión
de las complejidades que enfrentamos en el aprender, rompiendo con la
visión empobrecida que da la unilateralidad en el pensamiento.
Otro de los signos que marcan el pensamiento de Freire y de Pichon es
el reconocimiento, el respeto y la tolerancia hacia el carácter
asistemático de la producción colectiva. Este incorporar
al proceso de aprendizaje lo asistemático, sin negar la posibilidad
de sistematizarlo en otro momento, es otro de los grandes aportes de ambos
autores. Esta actitud no surge de su desinterés por un punto de
llegada en la tarea, sino porque ambos reconocen que el proceso de conocimiento
tiene ritmos, tiempos y caminos que son personales. Estas particularidades
subjetivas, en general, no son respetadas en el sistema educativo en el
que imperan la ilusión y el valor de la homogeneidad. Insisto en
que se trata de un valor hegemónico y a la vez un hecho ilusorio,
pero que toma visos de realidad al acallarse las diferencias.
La absolutización de la homogeneidad en el sistema educativo facilita
ciertas formas de las relaciones de poder. Educa para reproducción
y la pasividad.
Lo asistemático está entrelazado con el protagonismo, con
la presencia de lo histórico-personal, los rasgos subjetivos, las
particularidades culturales. Por tanto, la valoración de lo heterogéneo
y su consecuencia en la modalidad de la producción y el intercambio,
no podía ser sino un rasgo común en el pensamiento de dos
autores con una visión integrada del sujeto que aprende, en su
historicidad, su emocionalidad, sus formas de hacer y pensar, y la incidencia
de estos factores en el conocimiento. Ambas concepciones abren paso, en
su modalidad operativa, para que en el proceso de aprender se desplieguen
y analicen las significaciones individuales, familiares y sociales que
se dan en ese hecho, y la forma en que esas significaciones trabajan en
la interioridad del sujeto.
Esto insiste en remitirnos a la intensidad afectiva que se da en el acto
de conocimiento, a la vez que subraya algo permanentemente planteado:
el docente y el grupo constituyen un necesitado sostén de esa relación
de aprendizaje, que tanta carga emocional e histórica tiene para
cada uno de nosotros.
Queda entonces instalada otra cuestión, que nos involucra como
docentes: ¿cómo construimos, en un acontecer compartido
con los protagonistas de ese proceso, una actitud de aprendizaje? ¿Cómo
nos construimos como sujetos del conocimiento? Esta concepción
del aprender que recorre tanto el pensamiento de Pichon como el de Freire,
resulta particularmente desafiante para quienes somos docentes o queremos
serlo. Nos proponemos una tarea con otro en una actitud pedagógica
profundamente intrincada con una actitud psicológica. Hemos señalado
la existencia de obstáculos en el aprender, y la necesidad de su
trabajo. Esto requiere que los primeros obstáculos a trabajar sean
los nuestros, así como que intentemos visualizar nuestros modelos
de aprendizaje y vínculo, en búsqueda de su nueva elaboración.
Una cuestión central en nuestro posicionamiento, en el trabajo
de nuestra identidad docente, es desplegar la posibilidad real de aprender
de otro y con otro, problematizarnos y desarrollar una escucha que es
fundamento de la dialogicidad.
¿Cómo se trabaja el educador? Una necesidad permanente es
la actualización de contenidos, el movilizar nuestros saberes,
lo que seconsigue en la práctica continua, el estudio y la relación
con otros que interrogan y se interrogan.
El campo de conocimiento en tanto complejo y cambiante nos plantea esta
exigencia.
A la vez nos encontramos con ese campo de conocimiento en la interioridad
de relaciones histórico-sociales concretas, en situaciones institucionales
y en circunstancias personales que inciden en nuestra relación
con dicho campo y en la interacción de quienes compartimos la tarea.
También nos encontramos con otros que tienen esa cualidad de lo
otro, que nos muestran modalidades de pensamiento, sentimiento y
acción diversas a las nuestras, y diversas entre sí. Hemos
hecho un planteo respecto de la problemática de los grupos en torno
de la aceptación o el rechazo de las diferencias: ¿cómo
nos posicionamos los docentes? ¿Cómo albergamos o rechazamos
la diversidad? Querría dejar abierta otra pregunta: ¿Cómo
nos situamos en ese socio-histórico que es escenario del aprender?
Si el aprendizaje implica cierta crisis, ¿cómo aprender
y acompañar el aprendizaje de otros, en un período de crisis
social que se convierte en crisis subjetiva? Eso requiere de parte nuestra,
capacidad de continencia, aun en nuestra vulnerabilidad. Este es uno de
los desafíos que hoy marcan la tarea docente, ya que estamos tan
impactados por el acontecer socio-histórico como el que está
compartiendo con nosotros el espacio de aprendizaje. Esto conduce, una
vez más, a la necesidad de operativizar la unidad del enseñar
y el aprender, con pertinencia, con posibilidad de un vínculo maduro,
de identificación y discriminación. Requiere la reciprocidad
del sostén.
Formarnos como educadores es un trabajo permanente, tanto de lo que es
investigar en un proceso de aprendizaje como de los contenidos y el conocimiento
de lo grupal, a la vez que exige una elaboración personal, de actitudes.
Todo esto, explícita o implícitamente, estuvo siempre presente,
en el pensamiento y en la práctica, de Freire y de Pichon. Y por
eso ellos resultan modelos identificatorios para los que estamos en este
camino. No querría cerrar esta exposición parcial de lo
que comparten Freire y Pichon sin mencionar el lugar que ambos le dan
a la esperanza.
Esperanza activa, que
no es pura espera, pues si no sería una esperanza vana, sería
pasividad, sería ilusión, dependencia, sería antagónica
con el protagonismo. Esta es la esperanza que está ligada a sostener
un sueño, y la posibilidad de ese sueño, a los ideales.
Esperanza que puede implicar alegría, o también indignación.
Hasta aquí he mencionado y parafraseado algunas anotaciones de
Freire acerca de la esperanza.
Pichon es un sostenedor del tema del proyecto. Articula salud mental con
proyecto. Relaciona el desarrollo subjetivo y social con la elaboración
de proyectos. El que hoy la Organización Mundial de la Salud informe
que una de las causas de patología mental creciente en el mundo
se expresa y sustenta en la ausencia de proyectos, le daría la
razón a Pichon. Este carácter patogénico de una ausencia
de proyecto en la que convergen la posmodernidad y la llamada globalización
parecen dar razón a este terapeuta que le otorgó tanta importancia
a la temática de la pérdida, del vacío, ligada a
lo que hoy se denomina patologías de la destrucción.
Estaría planteada una conmocionante alternativa: la depresión
y el vacío, por un lado; y por el otro, el proyecto como salida
vital.
Pichon en una carta, que era un collage, me decía: Para sobrevivir,
planificar la esperanza, remedio para melancólicos.
Es decir, elaborar un proyecto y sostenerlo. El coraje es otro rasgo que
comparten Freire y Pichon. Coraje para sostener sus proyectos fuera cual
fuere el precio que ambos, de distinta manera, debieron pagar. Y ambos
fueron maestros de esperanza. Desde esta concepción del proyecto
y laesperanza reflexionemos acerca de que el escepticismo y la desesperanza
son hoy una enorme fuente de sufrimiento para millones de personas en
el mundo. Pero son también, básicamente, una estrategia
de poder. Una estrategia de parálisis y desencanto, que lleva a
los sujetos a encerrarse en sí mismos, a pensar que la propia piel
y los propios pensamientos son el mejor refugio ante la hostilidad del
mundo.
Esto, en política, lleva a la desmovilización. Los que hoy
se movilizan, social y políticamente, están indignados,
pero luchan por la dignidad. ¿Están desesperados? Creo que
no se ha agotado su paciencia, y han redefinido su autopercepción,
la que quizá los llevó, en algún momento, a la desesperación.
Son los que hoy desarrollan la capacidad para la rebeldía, que
incluye un proyecto, que no es un movimiento a ciegas, que no se trata,
como dicen algunos autores, de cuerpos en acto, sin narrativa ni
pensamiento. Esa capacidad de rebeldía es necesaria ante
un destino que quiere imponérsenos como irreversible, en tanto
se sostiene el mito de que éste es el único orden posible,
el único mundo posible.
Me refiero a los que hoy, en un sistema de opresión, luchan desde
la dignidad, y vislumbran esperanzas aun en el dolor. Luchan desde la
dignidad, no sólo por la dignidad; y desde una forma de esperanza
que, como diría Freire, no es pura espera. Es esperanza que tiene
que planificarse en un proyecto.
Por todo esto, diría para cerrar esta charla que tanto Freire como
Pichon Rivière tuvieron conciencia de la dimensión política
de su hacer.
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Universidad
Popular Madres de Plaza de Mayo
Rectora: Hebe de Bonafini
Director Académico: Vicente Zito Lema |
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