|
|||||
El último cuarto del siglo XX se caracterizó por una importante ofensiva del capital que resultó en variaciones regresivas de las relaciones sociales capitalistas (1), en el marco de un clima de época que había generalizado la ausencia de alternativas globales en el imaginario popular. Sin embargo, en los últimos tiempos se vive un cambio de clima social, particularmente a partir de la batalla de Seattle en noviembre de 1999. Desde entonces se han sucedido importantes manifestaciones populares que rechazan el orden existente y que incorporan propuestas, tal como el encuentro de Porto Alegre en enero de 2001. Puede pensarse, así, en el comienzo de un proceso de constitución de un proyecto alternativo global. El punto a enfatizar no transita tanto por el programa sustentado, sino por la posibilidad de llevarlo a cabo. De sujetos que lo hagan viable. La afirmación se vincula a la existencia de propuestas programáticas que, teniendo antigüedad desde su formulación inicial, no contaban con fuerza social y política para hacerlas realidad. Lo nuevo está dado por sujetos que actúan en el escenario conflictivo de la resistencia callejera y enarbolando un arco ampliado de demandas, bastante lejos de la homogeneidad y, sin embargo, coincidente en señalar el obstáculo común que afecta a trabajadores, ecologistas, representantes de los derechos de las mujeres, los jóvenes, las minorías sexuales y otros actores. En algunos casos se agota el reclamo en propuestas de reformas y en otros asume carácter anticapitalista. La reestructuración capitalista tuvo epicentro en la valorización financiera, en tanto respuesta del capital a la crisis capitalista expresada en el deterioro de la tasa de ganancia, especialmente entre los últimos años de la década del 60 y los primeros de los 70. Hay que recordar para ese mismo período la existencia del auge de la resistencia de los trabajadores y de los pueblos a escala global. El resultado de ese ejercicio del poder del pueblo se podía medir por la instalación en el conjunto de la sociedad de una agenda global favorable a las demandas por mejoras en la calidad de vida de la mayoría de la población. La crónica periodística
cotidiana, en el despertar del nuevo siglo, devuelve una realidad de signo
contrario. El desempleo y subempleo global involucra a un tercio de la
población económicamente activa en todo el mundo. Según
datos de la OIT, se estiman en mil millones los parados en el planeta.
La misma fuente denuncia que la mitad de la población vive con
menos de dos dólares diarios. Son cifras alarmantes y que contrastan
con el dato provisto para 1997 por el PNUD, que asigna a 225 fortunas
individuales, igual capacidad de apropiación de riquezas que al
47 por ciento de la población mundial, o sea, 2500 millones de
personas. Crisis y cambios Por esos años, el economista norteamericano James Tobin (3) proponía obstaculizar el nuevo fenómeno colocando un grano de arena en el engranaje del nuevo régimen de acumulación que emergía. La propuesta se conoce como Tax Tobin y trataba de establecer un impuesto a las operaciones de compra y venta de divisas, para ser administrado por los organismos financieros internacionales y que pudiera intervenir en un mercado que iniciaba un trayecto de volatilidad y que actualmente asume características inusitadas. En efecto, se estima que circula en todo el mundo una cifra cercana a los 2 billones de dólares por día (4). Son recursos que incluyen el endeudamiento externo, el lavado de dinero, la venta de armas, el tráfico de personas y drogas, la corrupción y múltiples formas que asume la especulación financiera. En los años 80 y subsiguientes, las políticas económicas que se impusieron en escala global fueron denominadas neoliberales, aunque no eran ni nuevas, ni liberales. El viejo ideario liberal sirvió de argumentación ideológica para reducir los salarios y el gasto público, en tanto forma de recomponer la rentabilidad del capital y contaron con todo el peso del Estado para su implementación, incluso aplicando estrategias represivas, apoyadas con iniciativas ideológicas de manipulación del consenso por intermedio, entre otros, de los medios masivos de comunicación. Fueron políticas ejecutadas en Chile desde 1973 y en Argentina de 1976 en adelante, durante los respectivos procesos dictatoriales, cumplieron el papel de ensayo general que les permitió aplicarlas luego en Gran Bretaña y EE.UU. con Thatcher y Reagan en 1979/1980 y generalizadas después en buena parte del mundo (5). La propuesta de Tobin de poner freno al desarrollo de la especulación financiera había fracasado. La extensión de los mercados de capitales se transformó en una realidad. El endeudamiento externo fue uno de los mecanismos privilegiados para ese fin en los años 70 y complementado luego con los fondos de pensión. Según datos del Comité de Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (6), la deuda norteamericana supera los 5 billones y un monto similar acusa la deuda de Europa y Japón, siendo la del resto de países cercana a los 2,5 billones. La suma de 17,5 billones da cuenta del fenómeno de expansión de la deuda en todos los países y, al mismo tiempo, relativiza la importancia del peso del endeudamiento de los países emergentes (eufemismo para esconder el carácter dependiente) y debilita los argumentos grandilocuentes sobre las consecuencias mundiales que acarrearía el default (cesación de pagos) de alguno o todos los países capitalistas dependientes, por caso, Argentina, Brasil o México. Un estudio de Sevares (7) señala que, según estimaciones del FMI, en el mercado internacional de capitales entran entre 300.000 y 500.000 millones de dinero sucio cada año. Naciones Unidas estima, a su vez, que cada año se lavan 600.000 millones, una suma equivalente al 2 por ciento del PBI mundial, dos veces el PBI argentino, una vez el español y casi un año de exportaciones estadounidenses. El informe de Sevares continúa señalando que las ganancias anuales del tráfico de droga se calculan en 300 a 500 mil millones de dólares, es decir de 8 por ciento a 10 por ciento del comercio mundial; la facturación de la piratería informática, 200.000 millones; las falsificaciones 100.000 millones. Desde la formulación de la iniciativa Tobin, más que obstáculos, la política económica que se hizo hegemónica en casi todos los países del mundo ha favorecido la globalización neoliberal. De ese modo, se generalizó el uso de términos tales como apertura, desregulación, privatizaciones. El común denominador fueron las regresivas reformas estructurales, con epicentro en el aliento a la iniciativa privada y los mercados y el desarrollo de nuevas funciones de los Estados nacionales. La socialdemocracia gobernante en los años 80 en Europa terminó aplicando las políticas neoliberales, las que se generalizaron en el Este europeo en los 90 con la caída del Muro de Berlín y la desarticulación de la URSS. América latina potenciaría en la década del 90 los experimentos neoliberales inspirados en el Consenso de Washington (8). Con la crisis asiática, dichas políticas desembarcan en el área de influencia del yen (9). Los propósitos reformistas del economista norteamericano habían fracasado y el capitalismo de casino (10) se había terminado imponiendo en el paso del siglo XX al XXI. Variaciones en las relaciones
capitalistas de producción Son cambios que afectan a la clase trabajadora y que han dificultado procesos de recomposición en su capacidad para enfrentar con éxito la resistencia al nuevo cuadro de relaciones sociales capitalistas existentes. Apuntamos a una reflexión local y global, es decir, a respuestas desde los trabajadores en sus lugares de empleo o actividad económica y en el ámbito regional y mundial. Es decir, una estrategia de aquellos que siguen siendo la mayoría de la población, aunque una parte esté en una creciente situación de desempleo, exclusión o marginación. Son todas formas que asume la explotación capitalista al inicio del tercer milenio. No puede pensarse el régimen capitalista actual sin considerar las modificaciones ocurridas en el Estado capitalista. En todos los países se han operado procesos de transformaciones bajo el denominador común de las reformas estatales. Se destacan entre todas el fenómeno de las privatizaciones, las desregulaciones y las reformas administrativas. Son en conjunto una batería de acciones que, con matices en cada país, apuntan al fortalecimiento de la iniciativa privada. El lenguaje se concentra en la eficiencia de la actividad privada por encima de la estatal, en los beneficios del libre mercado contra las regulaciones estatales y en una mayor eficiencia de los agentes del Estado en función de las nuevas demandas del bloque social en el poder. Todo es, en definitiva, una estrategia para mejorar los negocios de los capitales más concentrados a escala global. Así el capital transnacional negocia con los Estados nacionales la radicación de sus inversiones en función de las ventajas ofrecidas. Eso reduce el papel de cada Estado-nación a simple competidor por la recepción de capitales ávidos de ganancias. La diferencia tiene que ver con los distintos grados de soberanía con que ejercen sus funciones los gobiernos nacionales. Ello determina un conjunto de países con un grado mayor de autonomía y de ejercicio de su poder imperial: EE.UU., Europa Unida y Japón. Claro que con disputas por la hegemonía mundial entre ellos, pero contenida en el acuerdo inestable que implica el Grupo de los 8 (G8) que nuclea a los principales países capitalistas, EE.UU., Canadá, Alemania, Francia, Italia, Gran Bretaña y Japón, más Rusia recientemente incorporada; y los distintos foros y ámbitos de discusión y elaboración de políticas de la escena internacional, tales como la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y otros. Lo dicho define una tríada de ejercicio del poder mundial: las empresas transnacionales, los gobiernos de los países capitalistas más desarrollados y los organismos internacionales. Claro que ese poder no es posible sin la mediación de los capitales más concentrados con actuación a nivel local y regional, los gobiernos de los Estados-nación que disputan la atracción de esos capitales internacionales y un conjunto de organizaciones e individuos que actúan en la lubricación de un conjunto sistémico que favorece el modus operandi de la realidad capitalista. Un lugar simbólico de importancia en ese sentido se define todos los años en el Foro Económico Mundial que se realiza en Davos, Suiza. Ese es otro de los rasgos de las relaciones capitalistas de este tiempo: la tendencia a la ruptura de las fronteras económicas y políticas en el ámbito global. Vulgarmente denominado globalización, es la nueva forma que asume la expansión de las relaciones capitalistas en tiempos de transnacionalización del capital, internacionalización de la producción y privilegio a la valorización financiera. Aun con la simplificación que representa, es bueno citar a Henry Kissinger cuando señaló que la llamada globalización no es otra cosa que el rol dominante de EE.UU. (11). Cita que resalta la tendencia a la recomposición de la hegemonía norteamericana y que se expresa económica, militar y culturalmente. La ruptura de la bipolaridad en los años 90 es un dato central del nuevo escenario en el proceso de la lucha de clases. El conjunto de reestructuraciones del capitalismo en el ámbito mundial demandó la adecuación de las estructuras supranacionales de coordinación del capital transnacional y de los países más desarrollados. Nació así el G7, luego G8. Dicho organismo pretende asumirse como la dirección de los procesos de acumulación a escala global. Su próxima cumbre se realizará en Génova, Italia, en el corriente mes y se propone discutir los caminos para profundizar el proceso de desregulación. Es una agenda que los capitales más concentrados intentaron instalar, primero, en las discusiones frustradas por un Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) negociado secretamente en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y segundo, en la también abortada Ronda del Milenio de la OMC. Ambas negociaciones sostenían la necesidad de otorgar seguridad jurídica a las inversiones internacionales y el aliento a una nueva ronda de desregulaciones, tal como se sostiene también en las secretas negociaciones por el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA). En síntesis, se trata de variaciones en las relaciones capitalistas que se definen en la relación capital-trabajo, en el ámbito del poder del Estado y en la nueva dinámica de las relaciones internacionales a favor del proceso de transnacionalización. Representa la afirmación de un poder global que se asienta en una fase de expansión parasitaria de la economía global sustentada en la disminución de la masa salarial y el gasto público social. Son dos caras de la lucha por la disminución de los costos de producción y mejora de la competitividad de los capitales y aun de los países en el escenario mundial. El objetivo pretendido es el aumento de la tasa de ganancia. Tendencias de una contraofensiva:
de Chiapas a Seattle El resultado es la falta de
respuesta integral a la ofensiva del capital. Claro que no es un aspecto
absoluto y en ese sentido se pueden consignar variadas experiencias de
resistencia, muchas de las cuales pueden ser consideradas exitosas. En
el ámbito latinoamericano no es un dato menor constatar la supervivencia
de Cuba y una diversa lucha política sostenida en un abanico que
incluye la insurgencia colombiana, las potencialidades electorales e incluso
experiencias gubernamentales de fuerzas populares y de izquierda. Por
la importancia que asumen y el carácter de este artículo,
sólo tomaremos aquellas desarrolladas en los últimos años
y que en nuestra opinión contribuyen al cambio en la situación
social y política mundial, generando tendencias de transformación
del clima de época desde su manifestación explícita
contra la globalización neoliberal. Creo que son acontecimientos clave para entender la crisis capitalista procesada en último lustro del siglo XX. Es que no puede entenderse la manifestación mexicana de la crisis en 1994/95 (devaluación de la moneda mexicana en diciembre de 1994), las devaluaciones europeas en el período, o las dificultades para instalar en toda Europa el Tratado de Maastricht, ni las expresiones de la crisis en Asia de 1997, Rusia de 1998 y las más recientes de Brasil en 1999, y ahora Turquía y Argentina a fines de 2000 y comienzos de 2001, sin pensar la dinámica social en confrontación en ese lapso en el ámbito local y mundial. Es una crisis que se procesa entre Bolsas, maniobras sobre monedas y mercados de capitales, pero que tiene como trasfondo la reorganización regresiva del capitalismo y, por lo tanto, las respuestas de los distintos actores sociales y políticos. Son viejos y nuevos actores sociales subordinados que intentan articular una respuesta global a la ofensiva del capital. De Seattle a Porto Alegre Luego de Seattle el movimiento se acelera y adquiere dimensiones mayores. En enero de 2000 se realiza la protesta global contra el Foro Económico Mundial de Davos (Suiza); en marzo de ese año se realiza la marcha mundial de las mujeres que concluye en octubre en una movilización en frente de la sede mundial de la ONU; en abril de 2000 en Washington (EE.UU.) se reúnen 30.000 manifestantes para protestar contra la reunión conjunta del FMI y el BM y por la anulación de la deuda del Tercer Mundo y se acompaña con movilizaciones en varias ciudades, incluso en la Argentina; el primero de mayo será día de acción global y Londres se transforma en el epicentro de las masivas protestas y de la represión; se suceden acciones con miles de manifestantes en Windsor (Canadá), Bologna (Italia), Okinawa (Japón), Filadelfia, Los Angeles y Nueva York (EE.UU.), Melbourne (Australia), Bangkok y Chiang Mai (Tailandia), Belén, Brasilia, Bangalore (India), Bruselas (Bélgica), Niza (Francia), Dakar (Senegal). Se destaca la contracumbre del FMI y del BM en Praga (República Checa) donde 15.000 activistas protestan y son reprimidos, logrando la anticipación del final de la reunión. Fue también día de acción global y se registran movilizaciones en 40 ciudades del mundo. En la Argentina se ganaron las calles y fue resaltado periodísticamente el accionar de un grupo que en Plaza de Mayo se encolumnó para bajarse pantalones y mostrar en qué situación dejan al pueblo las políticas de los organismos financieros internacionales. Quizá en el momento de mayor acumulación de la resistencia a la globalización neoliberal, se realiza la reunión del FSM a fines de enero en Porto Alegre (Brasil) (15), también llamado el anti Davos, por realizarse en simultáneo y con objetivos alternativos. Con gran presencia en la prensa mundial, 20.000 personas protagonizaron una experiencia de protesta y propuesta al orden global neoliberal. Tarea realizada en 20 conferencias multitudinarias y más de 400 talleres, inaugurada con una interminable marcha callejera y festival artístico; incluyó un foro de parlamentarios que recogió entre sus propuestas el establecimiento de la Tax Tobin y la anulación de la deuda externa de los países del Tercer Mundo y otro foro de ciudades que alentó las experiencias de protagonismo popular, tal como la del presupuesto participativo experimentada por la administración de la ciudad anfitriona. Fue un encuentro que balanceó el nuevo fenómeno de la resistencia global y relanzó con perspectivas de programa la constitución de un movimiento internacional con estrategia propia. Estamos hablando de una experiencia protagonizada por viejos luchadores con historia militante de otra época y que convergen con nuevas generaciones e incorporan nuevos sentidos a la confrontación. Muchos de los nuevos militantes de la protesta global son desempleados con historia en el movimiento obrero, en los partidos de izquierda y la lucha anticapitalista, y que articulan su experiencia bajo nuevas identidades de movimientos sociales con el movimiento sindical y los partidos políticos. Hay que insistir en la categoría articulación, ya que aparecen nuevos movimientos que asumen globalmente la lucha anticapitalista (no es un problema de antiglobalización o globafóbicos como algunos sostienen, sino de resistencia a la globalización capitalista) y también el clásico movimiento sindical que reasume perspectiva de confrontación internacional. Debe señalarse que la batalla de Seattle, o las recientes contracumbres de Buenos Aires o Québec contra el ALCA no hubieran sido posibles sin la convocatoria del movimiento sindical, particularmente dela Central de Trabajadores Argentinos (CTA) en nuestro país. Junto a la CTA se articula un amplio bloque de personalidades y organizaciones sociales y políticas en el camino de formular un proyecto alternativo que tiene un eje en la coyuntura en la lucha por realizar una consulta popular para resolver el tema de la pobreza en la Argentina (16). En diciembre de 1999 se realizó la primera cumbre sindical del Mercosur con 400 dirigentes, en paralelo a la cumbre de presidentes. Allí se cuestionó la estrategia de integración impulsada por los gobiernos en la región y las negociaciones con EE.UU., decidiéndose acciones convergentes con la protesta global. En agosto de 2000 se realizó en Brasilia una reunión alternativa de dirigentes sindicales contra la reunión de presidentes de América latina, y en diciembre de ese año en Florianópolis (17), 700 dirigentes protagonizaron, también paralelizando la cumbre de presidentes del Mercosur, una reunión convocada por la Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur (CCSCS) que entre otras resoluciones impulsó la protesta global contra el ALCA en Buenos Aires y Québec. Las autoridades de Québec montaron un cerco de tres metros de altura y más de 4 km de extensión para aislar la protesta del lugar de funcionamiento de la III Cumbre de Presidentes convocada por la OEA. Mientras los activistas derribaban parte del muro de contención tras lanzar rollos de papel higiénico, la respuesta de las fuerzas de seguridad se materializó con gases. La movilización porteña del 6 de abril pasado contó con la presencia de manifestantes de varios países del continente americano (mayoritariamente provenientes del movimiento sindical) e incluso europeos y fue convocada regionalmente por la CCSCS y también por el FSM. Las luchas globales habían desembarcado en la Argentina. No resulta aventurado pensar en una nueva generación de luchadores internacionales. Es que durante medio siglo, el recorrido entre las crisis de los años 30 (aun previamente) y los 70, el capitalismo remitió la organización de la sociedad al desarrollo privilegiado de los mercados locales. Las fronteras tendieron a cerrarse y se expandió un capitalismo centrado en el mercado interno y que difundió, con matices entre los países, la característica del Estado del bienestar. No sólo las guerras mundiales cerraron las fronteras al comercio de bienes y servicios. También la confrontación política e ideológica entre naciones limitó las esferas de la circulación mercantil entre actores de distintos países. La Guerra Fría es expresión de la división del mundo en bloques comerciales, sin acceso para todos los pretendidos actores en el mercado internacional. En rigor, a fines del siglo y con la reestructuración transnacional que aludimos es que vemos una recuperación de los flujos internacionales de mercancía y dinero, los que habían sido frenados en buena parte del siglo XX. Como una vuelta al pasado vuelve a instalarse la dimensión mundial en la protesta de los actores subordinados. En efecto, la consigna Proletarios del mundo, uníos, daba cuenta del tipo de organización requerido para la confrontación exitosa del capitalismo existente en oportunidad de publicarse el Manifiesto Comunista en 1848. La realidad de la organización para la confrontación en buena parte del siglo XX estuvo dada por organizaciones de tipo nacional que proponían un programa de reivindicaciones con impacto nacional. Lo nuevo en la actualidad está dado por la aparición de actores globales, de una nueva dimensión de la lucha internacional contra la hegemonía del capital. Esta afirmación nos obliga a incorporar nuevos interrogantes a la resistencia cotidiana que levanta un programa reivindicativo y un conjunto de acciones y medidas que se resuelven en el ámbito local. ¿Se puede pensar en vencer la ofensiva capitalista en la reestructuración de las relaciones capital-trabajo, restringiendo las luchas al ámbito de una empresa, o incluso de un país? ¿O ello requiere de la articulación de reclamos en esferas regionales (Mercosur, América latina, p.e.) o incluso internacional? Las patronales hegemónicas en países como la Argentina remiten sus decisiones a casas centrales localizadas en el exterior, particularmente Europa y EE.UU. y desde allí ejercen una acción combinada de lobby sobre los gobiernos locales, aprovechando el peso de los gobiernos de países capitalistas desarrollados en los organismos mundiales. Por otra parte, el accionar de los movimientos reivindicativos, e incluso políticos, estuvieron orientados durante años a demandar al Estado-nación. Con las nuevas funciones de los Estados asumidos con las sucesivas reformas estatales, se pone en discusión la efectividad de la absolutización en la demanda a satisfacer necesidades mediante el accionar del Estado. La autonomía en la organización de la respuesta popular para satisfacer necesidades se inscribe como parte importante del carácter que asumen nuevas experiencias del movimiento social. Es necesario entonces tener en cuenta los nuevos fenómenos que se presentan en la lucha de clases global, tanto por los cambios hacia adentro de las empresas y el nuevo contenido de la categoría trabajadores, que se extiende en el conjunto de la sociedad con independencia del carácter de empleado o no; como por la nueva función estatal, y además por el proceso de internacionalización en curso. Ello exige pensar en sujetos sociales que confronten local y globalmente la estrategia del capital más concentrado y que hoy se expresa como globalización neoliberal. Pensando en alternativas Sin embargo vale la pena intentar un esbozo de propuestas. Se trata de pensar en respuestas globales que, por lo menos, obstaculicen la estrategia del capital. En ese sentido destaco la iniciativa Tobin, asumida por la red ATTAC (18) en todo el mundo y que apunta a limitar el movimiento internacional del capital especulativo. Contra aquellos que minimizan el impacto económico y/o político de la medida en cuestión, deberían prestar atención a la negativa que pronuncian en los centros mundiales de poder económico ante tamaña pretensión por restringir el libre movimiento de los capitales. Se trata de una propuesta que tiene sentido de aplicación global y que no es operativa en forma aislada. Puede ser un punto de partida para enfrentar el centro estratégico de la propuesta de variación de las relaciones capitalistas que se sustentan en ese eufemismo llamado libertad de los mercados, particularmente de los movimientos de capitales. Recordemos que estamos transitando una época con eje en la acumulación hegemonizada por la forma dinero del capital. En ese sentido adquiere relevancia la necesidad de discutir el orden económico mundial y las instituciones que lo conforman. El sistema de gobierno transnacional que definen los organismos multilaterales y las cumbres de jefes de gobierno de las principales potencias capitalistas debe ser puesto en discusión. Ello implica poner fin a la injerencia de los ajustes y las políticas de reestructuración de primera y segunda generación que impulsan el FMI y el BM. Del mismo modo que obstaculizar la recreación de la agenda sustentada por la Ronda del Milenio en el marco de la OMC y para generalizar la liberalización favorable a la seguridad jurídica. Una agenda internacional para discutir el problema del endeudamiento externo es fundamental. El programa podría completarse con demandas que acentúen las reivindicaciones de los trabajadores por el pleno empleo, la elevación de los salarios, las jubilaciones o los ingresos de los sectores populares, la reducción de la jornada laboral, las condiciones de trabajo, la educación y salud para todos, por la cuestión de género, medioambientales, etc. Siempre nos interrogan si hay recursos para tantas demandas y nos cansamos de reiterar que una redistribución progresiva del ingreso (19) y aún más, la eliminación de la explotación, son escenarios posibles. Sin embargo, debe ponerse énfasis en la capacidad que se logre para organizar social y políticamente a los actores populares. Organizarlos en la perspectiva de generalizar sus propuestas en el ámbito social y lograr la masividad de la movilización para la transformación de la realidad. Una transformación que muchos seguimos identificando con el socialismo. Se trata de pensar en otra sociedad, tal como sostiene el FSM cuando nos convoca a pensar que otro mundo es posible. Alguna vez sostuvimos que el
mayor éxito de los impulsores de las políticas neoliberales
radicaba en la destrucción de sujetos resistentes. Es el efecto
logrado luego de aplicar mecanismos de violencia explícita, como
las dictaduras militares, o implícita, mediante la transferencia
de ingresos desde los más empobrecidos a los más enriquecidos.
Redes sociales como ATTAC, Jubileo Sur y muchas otras son parte de un
proceso que incluye a antiguos militantes sociales y políticos,
junto a nuevas camadas de jóvenes, hombres y mujeres que buscan
un lugar para construir un nuevo tiempo que privilegie las aspiraciones,
necesidades y deseos de la humanidad. (1) La aceleración de
las relaciones de intercambio en el ámbito mundial ha privilegiado
el ciclo de circulación de la forma dinero del capital, superando
por varias veces la circulación de mercancías. Incluso,
debe consignarse un retraso relativo en la evolución de la forma
productiva en relación con el proceso de valorización financiera.
|