El Plan Colombia
no es, fundamentalmente, un plan antinarcóticos. Su cobertura o
justificación, sí. Pero su propósito resulta contraevidente
cuando se contrasta con las reales condiciones en que se desenvuelve el
inmenso mercado global de las drogas. Las leyes de ese mercado, el del
narcocapitalismo, manifiestan rasgos en los que se conjugan los gigantescos
negocios clandestinos guiados por el ansia de ganancias extraordinarias,
con el control antinarcóticos, la culpabilización de los
países periféricos productores, que padecen terribles desequilibrios
sociales asociados al atraso y la dependencia. El factor regulador que
favorece las superganancias es la lógica prohibicionista que sustenta
las estrategias de represión interior en los países consumidores
y de intervencionismo militar como formas predominantes de control antinarcóticos.
Además, el narcocapitalismo es funcional al proyecto de dominación
global en curso, donde las pretensiones hegemónicas de los Estados
Unidos intentan concatenar el control de los recursos económicos
estratégicos del mundo con el ejercicio de un papel de policía
mundial fundado en nuevas coberturas para la acción militar unipolar.
Si el negocio de la cocaína mueve anualmente entre medio y tres
cuartos de billón de dólares estadounidenses, la participación
colombiana se estima entre 46 y 50 millardos. 2,5 millardos retornan al
país por distintas vías, vale decir, un 5 por ciento. Menos
del 2 por ciento llegaría a los productores directos, el campesinado
y los obreros agrícolas o raspachines de hoja de coca
y a la insurgencia.
Ahora bien, el Plan Colombia, ya en ejecución, es un proyecto de
fumigaciones masivas y de guerra contrainsurgente. En esta óptica,
su blanco es sociopolítico y se reduce a aquella parte del tema
narcóticos que copa menos del 2 por ciento del negocio y deja sin
tocar lo que representa el 98 por ciento restante. Los circuitos financieros
de los narcocapitales, el lavado masivo de divisas y los paraísos
fiscales quedan por fuera de su radio de acción.
Este desenfoque no es casual. Obedece a que el plan es, en realidad, político
y militar, dirigido a destruir el movimiento guerrillero, especialmente
las FARC EP, y a disciplinar el país en una perspectiva ligada
con el proyecto homogeneizante y globalizador del ALCA.
Una forma
de control político
Se trata de suprimir el riesgo de un cambio no controlado de la situación
política en Colombia y en la región andina proveyendo un
tipo de reformas que haga compatibles las instituciones nacionales con
la vigencia extraterritorial de las leyes norteamericanas (lo que es claro
para elcaso del sistema judicial con la extradición de nacionales
para ser juzgados en Estados Unidos, la legislación sobre enriquecimiento
ilícito o los acuerdos militares y de inteligencia para el control
de sobrevuelos y patrullaje marítimo) y las normas supranacionales
de la Organización Mundial del Comercio, OMC. Un neoinstitucionalismo
colonialista y coherentemente ultraliberal, favorable a la dolarización
de las economías y a la superexplotación de la fuerza de
trabajo nativa representa un escenario plausible y quizás ideal
para la integración de libre comercio que persigue
Washington.
Por eso, el plan intenta resolver, ante todo, un problema de gobernabilidad
en Colombia. La sustentación de su carácter antiguerrillero
se apoya en la idea de que la insurgencia tiene muy poco respaldo político
medido en sondeos de opinión y que, en consecuencia, su peligrosidad
dimana de su poder militar a su vez dependiente de su capacidad de autofinanciarse
recurriendo a un sistema impositivo sobre el gran capital, transnacional
y nacional, incluidos terratenientes y empresarios del narcotráfico,
y a eventuales convenios con éstos para obtener armamentos. De
este razonamiento, que intenta explicar el conflicto social y político
colombiano por la reproducción económica del mediano plazo
de la guerrilla, y no por sus causas históricas reales, corresponde
una alta responsabilidad al Banco Mundial en sus más recientes
análisis sobre los conflictos armados periféricos. Toda
la estrategia de lucha antinarcóticos de los Estados Unidos y del
Grupo de los 8 se desprende de allí. Su objetivo no es la droga
misma, sino las guerrillas que pueden derivar de ella una fuente de financiamiento
para su lucha contra el sistema. Es el control sociopolítico de
la periferia lo que está en juego para el poder global.
A partir de esa lógica, los llamados componentes sociales del Plan
Colombia representan sólo la parte complementaria del plan militar.
Las víctimas, directas o indirectas, son sometidas a programas
de apaciguamiento social, medidas asistencialistas y propuestas remediales
que no tocan las raíces de la injusticia social, la exclusión
política y, sobre todo, la arrogante concentración del ingreso
y de la propiedad agraria. En lugar de reforma agraria que democratice
la tenencia de la tierra propone alianzas estratégicas manteniendo
la estructura inequitativa de propiedad existente. Asimismo, cambiar cultivos
de coca por palma africana y otros monocultivos, según el denominado
modelo malayo que promueven, actualmente, los organismos mundiales de
crédito.
Si una consecuencia es la preservación del statu quo sociopolítico
actual, sus efectos sociales son catastróficos. Las fumigaciones
masivas de Round-Up reforzado, desde 600 metros de altura (en lugar de
los 10 metros recomendados) y en concentraciones 26 veces mayores a las
autorizadas para el uso de este producto en los Estados Unidos, afectan
todas las condiciones fundamentales de calidad de vida en las áreas
afectadas, incluidos la salud de las personas, los cultivos de alimentos,
los animales domésticos, en general la flora y fauna que no son
blanco de la acción antinarcóticos. El Ministerio de Salud
y el del Medio Ambiente eluden proporcionar información sobre el
seguimiento de los efectos sobre poblaciones campesinas y urbanas afectadas
por el herbicida i. Las migraciones se han intensificado, también
porque las fumigaciones han sido antecedidas, sistemáticamente,
por la incursión de grupos paramilitares.
Un montaje
militar agresivo
Conviene dar una mirada sobre los aspectos militares del Plan Colombia,
cuya cobertura es la interdicción antinarcóticos, en la
que cumplen unpapel principal los tres nuevos batallones entrenados por
los asesores norteamericanos, los sistemas de espionaje electrónico
terrestre, aéreo y satelital, así como el equipo aéreo
compuesto, ante todo, de helicópteros. La traducción táctica
de este conjunto son las llamadas fuerzas de despliegue rápido,
uno de los flancos más ineficientes del ejército colombiano.
Esperan los estrategas del plan revertir esta situación con el
reentrenamiento de tropas y mandos mejor preparados, bajo supervisión
del Comando Sur.
No obstante, lo más significativo está representado por
la infraestructura interna y externa que soporta el despliegue aéreo
del Plan Colombia. La creación de la Base de Manta, República
del Ecuador, el establecimiento de un corredor aéreo entre Manta
y las bases norteamericanas en Aruba y Curaçao, islas cercanas
al litoral venezolano, pertenecientes al Reino de Holanda, país
muy significativo de la Unión Europea, la interacción con
otras bases de los Estados Unidos en El Salvador y Honduras, por una parte;
por otra, el reforzamiento de la Base de Tresesquinas y la ampliación
de la pista aérea de la Base de Larandia, en el departamento del
Caquetá, señalan un montaje infraestructural en la alta
Amazonia colombiana con capacidad de albergar transportes y bombarderos
estratégicos de los Estados Unidos. En ambas bases operan mandos
del Comando Sur. Esta situación inquieta a todos los ejércitos
y gobiernos del área, quienes han hecho explícita su preocupación
e inconformidad.
Pero causa inquietud en el propio Estados Unidos. El señor Henry
Kissinger, bien conocido ex secretario de Estado, ha escrito recientemente:
En estas circunstancias el Plan Colombia carga con el mismo momento
desesperanzador que condujo a América a involucrarse en Vietnam,
primero un punto muerto y, después, la frustración: hacia
fuera los Estados Unidos limitan su involucramiento al entrenamiento y
al suministro de equipo militar vital en este caso grandes helicópteros
de ataque. Pero luego de que los esfuerzos sobrepasan un cierto
punto, los Estados Unidos, para evitar el derrumbe de las fuerzas locales
en las cuales han invertido su propio prestigio y tesoro, serán
llevados a tomarse el terreno por sí mismos. Cuando los intereses
están a estas alturas es peligroso emprender la empresa sin el
apoyo de, por lo menos, algunos de los principales países latinoamericanos.
La cooperación hemisférica, sin embargo, ha sido dolorosamente
escasa con respecto al Plan Colombia. ii
Es la actitud de Brasil y Venezuela frente a la política de los
Estados Unidos la que provoca desazón en los círculos pensantes
del poder en Washington. La administración Bush ha optado por cambiar
su enfoque y el nombre del plan por Iniciativa Andina en una más
estrecha conexión con el proyecto del ALCA. Así, en la ayuda
antinarcóticos prevista para 2002 para la región se incorpora
a toda el área. Con una suma que sobrepasa los 900 millones de
dólares, a Colombia le corresponderán casi 400. El resto
se reparte entre Bolivia, Perú, Ecuador y Venezuela. A la ayuda
a Colombia, en su mayor parte repuestos y suministros para el mantenimiento
de los equipos militares y el entrenamiento, se agregan 100 millones más
provenientes del presupuesto del Pentágono cuyo propósito
no requiere de más explicaciones. El componente social de la ayuda
sigue siendo mínimo y carente de los contextos reformistas de lo
que fue el ya lejano pasado de la Alianza para el Progreso.
La Doctrina
Monroe en la globalización
En consecuencia, la esencia del Plan Colombia continúa en
pie. El peligro sobre el que alerta el ex funcionario Kissinger, tanto
como numerosos medios periodísticos, corrientes democráticas,
organizaciones de los derechos humanos, académicos, así
como la izquierda norteamericana, debe entenderse como una amenaza real
para el presente y el futuro de América latina, sobre todo para
el subcontinente suramericano. Al comenzar el tercer milenio una variante
de la Doctrina Monroe toma pie en un área sensible de nuestra geopolítica.
Justamente el país puente entre el Caribe y los Andes, entre el
Pacífico y la Amazonia, es el pretexto y el punto de arranque de
un intervencionismo que se disfraza de fatalismo económico a la
vez que de moralismo antinarcóticos. La globalización, para
esta parte del mundo, tiene la característica de envolverse en
la idea tan acariciada desde antiguo de una anexión-absorción
de nuestras sociedades en el marco de un proyecto único y unilateral
de integración que desvertebra todas las otras integraciones, sean
ellas subregionales, locales, alternativas o liberadoras, como aquellas,
por ejemplo, con que soñaron los Libertadores. Más allá
de la forma concreta en que se presente esa idea su contenido es recurrente:
es neocolonial. De un neocolonialismo absorbente, forzado en todo caso,
pero también experimental, sujeto, por lo tanto, al ensayo y error,
como todos los procesos históricos.
Así, por ejemplo, todos los macroproyectos de desarrollo concebidos
por la banca transnacional liderada por Estados Unidos (Banco Mundial,
BID, etc.) al sur del río Bravo en los últimos 15 años,
pero más específicamente en la última década,
dan curso a materializaciones prospectivas de la idea. Muchas son propuestas
que miran en una cierta dirección del progreso: verbigracia, la
interconexión fluvial suramericana; los sistemas de comunicación
interoceánica, acuáticos o terrestres; las carreteras marginales
de la selva amazónica; la conexión Atlántico-Pacífico,
vía Amazonas-Putumayo; entre otras. Es el macroproyecto Puebla-Panamá,
anunciado por los presidentes Bush y Fox, el que aclara mejor el sentido
de los propósitos del largo plazo. La integración en el
ALCA, que incorpora a todos nuestros pueblos y países, está
pensada desde una óptica estadounidense. Es una adición
del sur al norte pensada desde hace tiempo para minimizar el error e intentar
acertar.
Naturalmente, en las actuales condiciones, es posible la integración
económica vía dolarización o acuerdos bilaterales
a través del TLCNA (NAFTA, por su sigla en inglés) aun cuando
las experiencias argentina y ecuatoriana, guardadas sus respectivas proporciones,
muestran las negativas consecuencias de ese rumbo. Pero es más
complicado compaginar las incompatibilidades políticas realmente
existentes. Cuba ha sido descartada desde el principio. Una experiencia
socialista se concibe, de entrada, como extraña al enfoque del
ALCA. Venezuela parece ofrecer un obstáculo, no sólo por
su régimen político actual, sino también por las
características de conjunto que presenta la crisis de estructura
en la región andina. El proceso venezolano ha anticipado una de
las salidas posibles, en tanto ha adoptado respuestas propias a la crisis.
Pero ésta se halla lejos de tener una solución estable en
Ecuador o Perú. Por su lado, Bolivia ha experimentado sacudidas
sociales significativas. Y el caso de Colombia arroja incertidumbres mayores,
dado el fuerte potencial de los movimientos revolucionarios que allí
se fortalecieron en los últimos 40 años.
La anexión-absorción de todo esto, así, sin más,
puede provocar indigestiones. Pero ¿cómo allanar este tipo
de obstáculos,excepcionalmente complejos, cuando una sola
chispa puede incendiar la pradera?
Todo indica, como lo hemos visto arriba, que ésta es, también,
una preocupación de la cúpula de la globalización
y de las cabezas pensantes del imperialismo. La cumbre del ALCA, de finales
de abril de 2001, en Quebec, Canadá, deja algunas cosas en claro.
Ante todo, el énfasis de los Estados Unidos en la denominada cláusula
democrática, como una condición sine qua non, como
el punto que define toda la perspectiva de pertenencia a lo que aparentemente
pretende ser sólo un acuerdo de libre comercio.
Señala el documento: Reconocemos que los valores y prácticas
de la democracia son fundamentales para avanzar en el logro de todos nuestros
objetivos. El mantenimiento y fortalecimiento del estado de derecho y
el respeto estricto al sistema democrático son, al mismo tiempo,
un propósito y un compromiso compartido, así como una condición
esencial de nuestra presencia en esta y en futuras cumbres. En consecuencia,
cualquier alteración o ruptura inconstitucional del orden democrático
en un Estado del hemisferio constituye un obstáculo insuperable
para la participación del gobierno de dicho Estado en el proceso
de Cumbres de las Américas. Tomando debidamente en cuenta los mecanismos
hemisféricos, regionales y subregionales existentes, acordamos
llevar a cabo consultas en el caso de una ruptura del sistema democrático
de un país que participa en el proceso de cumbres.
Este polémico punto, que provocó las reservas de Venezuela,
recuerda a la OEA de comienzos de los sesenta, frente al fenómeno
de la Revolución Cubana. ¡Cuán poco evoca el período
de las dictaduras militares del Cono Sur, propiciadas por Estados Unidos!
Un debate
de fondo sobre las formas de la intervención
Quizás los referentes puedan ser varios países. Pero
el señor Kissinger no guarda silencio frente a lo que considera
el riesgo más grave del momento. Escuchémoslo: Una
desintegración nacional en Colombia sería una bomba para
el progreso económico de la región, generaría una
oleada de refugiados que inevitablemente llegaría a orillas de
los vecinos de Colombia y a los Estados Unidos y acabaría con las
limitadas acciones de control al narcotráfico que existen actualmente
en el país. Dejaría un gobierno radical marxista soportado,
al menos temporalmente, por dinero del narcotráfico en la mayor
y más tradicional nación de los Andes. Esta crisis es, en
diferentes órdenes, mucho más seria que la inestabilidad
en Haití que precipitó la malhadada intervención
de la administración Clinton, o en Panamá, que llevó
a una respuesta militar de la administración de George H. W. Bush.
iii
La cláusula democrática tiene, por lo tanto,
un carácter preventivo. Es un filtro pero, además, una camisa
de fuerza. Demarca el patrón de los regímenes sociopolíticos
admisibles, lo suficientemente dóciles para aceptar el plato fuerte
de la globalización neoliberal para el ALCA: las normas supranacionales
de la Organización Mundial del Comercio, OMC, que constituyen el
marco de regulación para ese acuerdo desde el punto de vista del
capital transnacional y de los Estados Unidos. La lógica de esta
normatividad regulatoria, que desnacionaliza los Estados-nación
existentes y los convierte en súbditos de la voluntad de los monopolios
transnacionales, es el hilo conductor que le da sentido al ALCA. Estados
Unidos convierte, por vía de un acuerdo político, a América
latina y el Caribe en el gran mercado de sus productos. Pero, sobre todo,
en la granfuente de fuerza de trabajo de bajo costo, por medio de la maquila
y de la inmigración. Y en los proveedores de recursos energéticos
en momentos en que la crisis energética afecta a importantes
regiones del oeste norteamericano, de biodiversidad para sus industrias
de punta farmacéutica y de productos transgénicos, y de
agua. América latina y el Caribe no deben esperar nada de esta
forma de integración que la desarticula, que carece de todo contenido
social constructivo o emancipador, que le cierra las puertas a su desarrollo
libre, auténtico, creador, a sus posibilidades de innovación
de la democracia y del socialismo.
Ahora bien, hay que reconocer que hay un debate en las alturas en relación
con el rumbo futuro del Plan Colombia. El fondo del problema es la dificultad
de mantener el diseño inicial que encubre la intervención
político-militar bajo un marco antinarcóticos, cada vez
menos creíble debido a las denuncias sobre la ineficacia y el carácter
contraproducente de las fumigaciones: desplazan el problema, en lugar
de resolverlo; agregan un mayor respaldo social a los movimientos guerrilleros;
colocan a los Estados Unidos en un umbral en el que cualquier incidente
más o menos grave puede desencadenar una vietnamización
del problema. Por lo tanto, el cambio tiende a colectivizar el plan, descolombianizar
el reparto de sus recursos, incorporar, en una perspectiva que mira hacia
delante, es decir, hacia la posibilidad de un empeoramiento de la situación,
la necesidad de hacer más franco el significado político
del proyecto contrainsurgente y preparar las condiciones para una eventual
acción colectiva, con la participación de los
países de América latina y, sobre todo, de los vecinos,
en un tipo de intervención que tendría una apariencia de
legitimidad en su propósito de una eventual defensa
o restauración de la democracia en Colombia.
Curiosamente, el debate más significativo tiene lugar en los círculos
conservadores más cercanos a la administración Bush. Es
muy importante seguir ese debate, del que depende, en cierta manera, el
futuro de las relaciones de los Estados Unidos con América latina.
El objeto no es la rectificación democrática del Plan Colombia.
Por el contrario, se mide la conveniencia o inconveniencia de su actual
orientación, de las medidas que lo materializan, de las implicaciones
que tiene o puede llegar a tener hacia adentro de los Estados Unidos,
tomando en consideración puntos sensibles para la opinión
pública norteamericana, particularmente en lo relativo a los derechos
humanos, el paramilitarismo y la destinación de los fondos de ayuda
que provienen de los impuestos que pagan los ciudadanos. La discusión
en las alturas es el indicio de que la sociedad estadounidense no es indiferente
de ciertos desarrollos de la política exterior de los Estados Unidos
en relación con América latina.
La Rand Corporation, por ejemplo, una entidad asesora del Pentágono,
plantea el asunto de manera directa: El Plan Colombia cojea porque
aborda el conflicto desde una óptica antinarcóticos cuando
el problema es militar y político. Por lo tanto, recomienda,
en primer lugar, el fortalecimiento del Estado, ante todo de sus fuerzas
armadas, como el núcleo de la política norteamericana hacia
Colombia. El apoyo debe ser sostenido hasta que Colombia logre recuperar
la iniciativa militar y política. Para lograrlo debe dirigir
su ayuda al mejoramiento de las condiciones de combate contra la guerrilla
y en ese sentido militar especifica los objetivos contrainsurgentes a
resaltar.
En segundo lugar, plantea reconsiderar la fumigación aérea,
por las razones que antes hemos anotado y mientras no se vincule a programas
de sustitución y desarrollo social.
En tercer lugar, plantea el énfasis en crear las bases para
un sistema de respuesta multilateral por si la crisis colombiana se sigue
intensificando. iv
Sería una ingenuidad pensar que estos criterios carecen de peso
en los ajustes a la estrategia de los Estados Unidos. De hecho, coinciden
los diagnósticos y las recomendaciones de los analistas que hemos
citado con los delineamientos que ha expuesto, en diferentes momentos,
el secretario de Estado, Colin Powell, sobre el Plan Colombia. Debemos
esperar ulteriores reajustes que buscan perfeccionar la estrategia. Quiere
decir, además, que el tema colombiano se torna en asunto que concierne
a cada latinoamericano/a. No sólo como un caso de solidaridad externa
con un pueblo hermano sino también como un complejo problema de
política interior en cada país si partimos de la base de
que los Estados Unidos seguirán ejerciendo presión sobre
los gobiernos para lograr parcelas de adhesión a su línea
intervencionista bajo las figuras de acción colectiva
o respuesta multilateral.
La solución
política en Colombia: una tarea continental
El proceso de diálogo y negociación que impulsa el
presidente Pastrana encuentra, en este contexto, una explicación
a su carácter contradictorio. El despeje del Caguán, el
Acuerdo de Los Pozos, de febrero de 2001 que lo reafirma, los intercambios
humanitarios recientes, por una parte, y los intentos por reanudar un
proceso con el ELN que el gobierno no logró concretar para crear
otra zona de distensión con este movimiento guerrillero, por otra,
son la demostración de que en Colombia ningún desarrollo
político realista puede hacerse sin tener en cuenta a los movimientos
revolucionarios armados en tanto son, además, expresiones políticas
de una crisis nacional en curso. La coincidencia en torno a la necesidad
del diálogo y de la salida política es el resultado de la
búsqueda de soluciones a esa crisis, y quizás una vía
para promover cambios importantes en la esclerosada estructura social,
económica y política del país. Pero es una búsqueda
de ritmo lento que no depende tanto de la tozudez de la guerrilla cuanto
de la expectativa del establecimiento de lograr una modificación,
a su favor, de la correlación de fuerzas político-militar
con la entrada en escena de la ayuda norteamericana a través del
Plan Colombia. Dicha expectativa perversa es ya, ella misma, una consecuencia
del plan. Por eso, todos los proyectos gubernamentales adoptaron el nombre
de Plan Colombia. En ese volumen acumulado y en buena medida hipotético,
por una cuantía de 7500 millones de dólares, el aporte militar
de los Estados Unidos se minimiza y se crea la apariencia de que el plan
es, en realidad, un gran proyecto de desarrollo del país.
Con base en esta falacia, el gobierno de Colombia dialoga con la insurgencia,
pero, a la vez, pone en marcha, con el apoyo de las mayorías parlamentarias
del bipartidismo liberal y conservador, los ajustes estructurales
convenidos con el FMI, el más reciente de los cuales impuso una
reducción por 6 años de la transferencia de recursos del
Estado central a las regiones para educación y salud pública.
Ha sido aprobada, igualmente, una ley de Defensa y Seguridad que otorgan
funciones judiciales al ejército, establece jefaturas militares
por encima del poder civil y autoriza al presidente para expedir un estatuto
antiterrorista en los siguientes 90 días. Es claro que toda buena
voluntad de diálogo seanula con esta política de negociación
cero. Todos los avances alcanzados en las numerosas audiencias, todas
las propuestas presentadas por las organizaciones sociales, sindicales,
campesinas, académicas, culturales, juveniles, femeninas, ecológicas;
todos los aportes de los organismos internacionales y gobiernos amigos,
relacionados con la Agenda Común suscrita por el gobierno colombiano
con las FARC, quedan en el aire con cada retroceso del Estado
siguiendo las recomendaciones de los organismos externos incorporadas
a la política del Plan Colombia.
La lucha por una solución política, por la vía del
diálogo, la negociación y los acuerdos para una salida democrática
con justicia social es un punto de coincidencia que acerca a crecientes
sectores populares, de luchadores por la paz, los derechos humanos, de
las corrientes democráticas, de los movimientos revolucionarios,
de la opinión democrática internacional y de no pocos gobiernos
en el mundo. El requisito esencial de que un proceso de acuerdo democrático
pueda alcanzarse está en la capacidad de restablecer las condiciones
de autodeterminación y de soberanía del pueblo colombiano
para decidir su presente y su futuro, sin intervención militar
externa. Pero también en la fuerza social, política y político-militar
que se pueda congregar y unir en la necesidad de transformar estructuras
caducas que apuntalan privilegios, concentración de riqueza y terrorismo
de Estado como formas de dominación, definitivamente incompatibles
con los sentimientos y aspiraciones de las mayorías nacionales.
Las posibilidades de un viraje de la situación en el corto y mediano
plazo dependen de un cambio político en el país que se apronta
a un proceso eleccionario para Congreso y presidencia entre marzo y junio
de 2002. El creciente descontento social que se manifestó en el
gran movimiento de maestros, padres de familia, estudiantes de secundaria
y trabajadores de salud durante más de dos meses no logró
detener la maquinaria parlamentaria que recortó la inversión
en educación y salud. Pero ha dejado enseñanzas que alientan
el reagrupamiento de las corrientes populares opositoras. El Frente Social
y Político, que proclamará en agosto la candidatura presidencial
de Luis Eduardo Garzón, actual presidente de la Central Unitaria
de Trabajadores, CUT, postula la alternativa de un viraje real para enfrentar
la crisis por un camino distinto del neoliberalismo, lograr una solución
política negociada que contribuya a la democratización del
país y avanzar en una política de integración latinoamericana
que valorice las fortalezas comunes de los pueblos hermanos.
La perspectiva de un Plan Colombia que se convierte en la garantía
de la cláusula democrática y de la implantación
sin obstáculos del ALCA, acallando por la fuerza la disidencia
y el enfoque alternativo que nace de las realidades construidas por la
lucha de los pueblos, se convierte, realmente, en un medio de agresión
para la soberanía, no sólo de Colombia sino también
de todos los países del continente. La Amazonia, que está
en el foco de este proceso, es uno de los blancos perseguidos. El otro
son los trabajadores y la juventud sometidos a un futuro de desvalorización
del trabajo y presión desde el desempleo. Estos son dos de nuestros
tesoros por los que vale la pena luchar, pelear, jugarse.
Por fortuna, estamos a tiempo de actuar para torcer el destino, fatal
sólo en apariencia. Podemos contrarrestar el intervencionismo militar
y político de los Estados Unidos. El logro de una solución
política democrática, con plena soberanía y justicia
social en Colombia podría frustrar la actual orientación
de Estados Unidos hacia América latina y elCaribe, tanto en lo
concerniente al intervencionismo militar y político como al anexionismo
económico neoliberal.
Podemos reunir las voluntades y las fuerzas para labrar un camino de libertad
y cambio social. Podemos trabajar por otra integración social,
política, cultural, energética, científica y tecnológica.
Tenemos los medios para conocer y juzgar a tiempo las estrategias con
las que intentan envolvernos. El imperio se juega su defensiva estratégica,
signo de su decadencia inevitable. Pero está en nuestras manos
y sólo en nuestras manos hallar los instrumentos y la ruta para
crear una integración plurinacional, pluriétnica y multicultural,
democrática, socialista.
Ver, Collier, Paul, Economic Causes of Civil Conflict and Their Implications
for Policy, Banco Mundial, junio 15, 2000, web site World Bank. Ver, Conclusiones
de la reunión de ministros de Asuntos Extranjeros del G8 en Miyazaki,
Japón, 13 de julio de 2000, G8 Research Group at the Univerity
of Toronto, Internet.
i Ver, Nivia, Elsa, Rapalmira,
Colombia, Las fumigaciones aéreas sobre cultivos ilícitos
si son peligrosas. Algunas aproximaciones, en Conferencia Las Guerras
en Colombia: Drogas, Armas, Petróleo, Universidad de California,
Davis, Mayo 17-19, 2001.
ii Tomado de Kissinger, Henry,
Does America needs an Foreing Policy?, capítulo reproducido por
El Espectador, pg. 8, junio 10 de 2001, Bogotá.
iii Ibídem.
iv Diario El Tiempo, pg. 1-11,
Sergio Gómez Masseri, síntesis del informe de Rand Corporation
El laberinto colombiano: la sinergia de las drogas y sus implicaciones
para la situación regional, junio 8 de 2001, Bogotá.
* Jaime Caicedo Turriago es
profesor de la Universidad Nacional de Colombia y profesor invitado de
la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo. Militante político,
actualmente secretario del PC de Colombia.
|
Universidad
Popular Madres de Plaza de Mayo
Rectora: Hebe de Bonafini
Director Académico: Vicente Zito Lema |
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