Otra vez sobre
un barco
sacudido
en la mar gruesa,
balbuceando como un niño
que descubre el miedo,
cayendo de a ratos y sin
embargo feliz,
atisbando en la negrura
una estrella...
I. A manera
de balance inicial
Como en toda creación que sale a luz y nos refleja, ya instalado
en un precario distanciamiento siento la necesidad de reflexionar sobre
lo hecho: fundación de la Universidad Popular de Madres. Se incluyen
aquí pasiones de felicidad y de tristeza, traducidas cotidianamente
como amor y frustración, y que por encima de nuestro involucramiento
demandan el uso de un cierto marco teórico y referencial que permita
un resultado menos velado y más crítico.
Siempre hay una lucha entre lo que uno imagina, lo que uno sueña,
aquello que deja su estampa como deseo y la dura realidad por la que avanzamos
en el camino de la práctica. En el traspaso de ambos universos
suele gestarse un desfasaje que generalmente angustia, y a veces daña,
pero que también puede convertirse en estímulo para rectificaciones
necesarias y hasta para nuevas apuestas creadoras. Lo soñado nunca
tiene en el espejo de los hechos un resultado exacto. También esto
se da en el proceso de la Universidad Popular. ¿Qué es lo
que se había soñado y qué es lo que hemos concretado?
Del sueño inicial, continuando el legado ético de las Madres
de Plaza de Mayo, hay partes que fueron cumplidas, otras incluso superadas;
también chocamos con paredes duras. Quedaron marcas.
Nos movía el deseo de una obra (una institución como real
espacio público) que produciría verdad y belleza; pero también
en ese deseo estaba instalada la duda sobre su perdurabilidad. ¿Se
podría extender en el tiempo? ¿O todo iba a ser como esas
estrellas fugaces que iluminan para el humano placer y en la eternidad
del instante desaparecen?
Acepto que la realidad creada no quebró la noche con ese fulgor
espléndido de la fantasía. Pero uno no abdica tan fácilmente
al derecho de soñar desde los frágiles bordes de la omnipotencia,
única manera de enfrentar los fantasmas de la destrucción
y animarse a gestar una obra hasta el fin. Yo soñé que surgía
la Universidad Popular y la sociedad argentina se modificaba de inmediato,
en lo profundo. No fue así. Y es lo justo. Una transformación
social lograda con la pura liviandad de lo ilusorio o en los tejidos de
la duermevela no soportaría los primeros vientos gruesos. Sin embargo,
visto lo acaecido desde una extrema interioridad la imagen idealizada
de la Universidad obra en mi espíritu como un eco revivido del
antiguo mito de las cavernas y acaso porque no puedo alejarme tan
rápido del espejo narcisista que me devuelve la imagen de la Universidad
todavía como propia (aunque sé que ella vive cada vez más
desde los otros, como bien público), su materialidad tan deseada
me arrima la misma sensación de esperanza, pero también
de frustración, decuando publiqué mi primer libro de poemas.
Al otro día salí a la calle y miré a la gente, para
ver si descubría algún cambio en ellos. En apariencia seguían
como antes. Fue mi primer desengaño con la poesía. Supe
después tras duros golpes (los amigos caídos, el exilio...)
que los poemas no cambian con urgencia la realidad. Acaso alguien tras
la lectura que lo conmueve pueda mostrar una conducta diferente, pero
la poesía es una apuesta honda y sin tiempo al conjunto de la humanidad,
a la totalidad de los actos, para transformar las conciencias y darle
corporalidad a lo no dicho, a lo que no se pudo decir, desde la vía
de las pasiones y los impulsos sensibles, en la búsqueda de una
realidad donde la esencia del hombre tenga sentido y el precio de la vida
no se pague con usura. Sin embargo, de alguna manera, mi formación
ligada más a la práctica del deseo que a la reflexión
sobre ese deseo, y mi necesidad de sueños desmesurados (propio
de nuestra generación del sesenta, y lo digo con nostalgia y orgullo)
me llevó a una encrucijada. Creer que si existía la Universidad
como un espacio estético en sí mismo, por la manera de armonizar
los vínculos de aprendizaje, y ético, por la capacidad desalienante
del producido intelectual, se alteraban los niveles morbígenos
en el campo de la cultura. Acepto que eso no fue así, nosotros
estamos todavía muy lejos de producir cambios mensurables en la
sociedad. Desde ese lugar, el sueño quedó aún en
el umbral de lo real.
Tal vez debido a que la fundación y puesta en marcha de la Universidad
Popular, y ahora su funcionamiento, piden por su especificidad la participación
privilegiada de docentes, artistas e intelectuales cuya capacidad transformadora
ya está acotada por la naturaleza de su rol social, que se impone
incluso sobre valiosas actitudes individuales, consumiendo, ya en los
límites, hasta el doloroso gesto de quemar las propias naves.
Además, si bien el protagonismo público de la Universidad
Popular sigue recayendo sobre las espaldas de las Madres algo justo
y necesario, se trata hoy de un tiempo histórico menos peligroso
desde lo directamente represivo, pero a la par más hostil y opaco,
dudoso en la recepción de las posturas de Madres, cuestionadoras
sin tapujos ni almíbares de una realidad socialmente vivida, que
poco conforta y mucho daña. Es que las Madres, debe admitirse,
han generado más que conmoción, una auténtica separación
de aguas cuando su consigna aparición con vida, referida
a sus hijos y coreada por vastos sectores sociales, que la sintieron propia
en su repulsa al autoritarismo, se convirtió a medida que
pasaban los años y muchos se conformaban con migajas de democracia
en dura negativa a integrarse en el pasado y en el horror paralizante
de la muerte que en los hechos significaba la mera búsqueda y aceptación
de los despojos de las víctimas, si no se acompañaba con
una actuación eficaz de la justicia, reparando las pérdidas
con el castigo real y no simbólico de los asesinos. La contradicción
se agudizó con las medidas de impunidad, en las que se asociaron
los partidos mayoritarios, y que provocaron un más duro rechazo
de las Madres a todo lo que pudiera asociarse con perdón o conciliación
con los victimarios. Se quebraba así una tradición cultural
de resignación, duelo y olvido que remite a la propia doctrina
cristiana y al paradigma de la piedad que entroniza la virgen María
ante el cuerpo yacente de Jesús. A ello se une, transgresoramente,
la enunciación pública de que rechazan la muerte de sus
hijos mientras no aparezca en escena la representación total del
hecho, y que en definitiva los desaparecidos, los que nada son para la
vida, terminan siendo ser los desaparecedores.
En otra vuelta de tuerca, la reivindicación de sus hijos consiste
en apropiarse de sus sueños, ideales, ideología y prácticas
militantes. Así, los pasan a encarnar, trocándose de madres
en hijos, ya que ellos, al transmitirles conciencia desde su historia,
les dan una nueva existencia. Tal crecimiento de la conciencia de las
Madres provoca vívidos correlatos: primero los reclamos en
condiciones de extremo peligro y después los actos recordatorios
por sus hijos aparecen cada vez menos personales y abarcan al conjunto
de ellos, entendido como un sujeto colectivo amoroso. Todas y cada una
de las víctimas son en el dolor y en la pasión tan absolutas
que por su exceso se tornan naturalmente públicas. El sentimiento
de compartir a nivel social la maternidad choca frontalmente con la concepción
en extremo individual que la misma registra en nuestra cultura. La conducta
de las Madres verdadera transgresión ideológica
crece en su plasticidad, hasta entender como hijos a todos los que participan
de los lances liberadores, donde la represión pone a prueba la
carnadura del discurso. (Tras la aparición de la Universidad Popular
conmueve ver cómo las Madres depositan sobre los estudiantes su
caudal amoroso, despertándose un vínculo que incide sobre
la superación de los obstáculos epistemofílicos que
acompañan las bregas del aprendizaje.)
Por último, y no menos importante, aparece el conflicto moral,
pero también político, que provocan negándose a consumar
un principio que define nuestra sociedad actual: todo tiene precio. Las
cosas, acciones u omisiones, lo material pero también lo espiritual,
las pasiones y sentimientos, lo que es humano por su utilidad, deseo o
naturaleza, pueden convertirse en mercancía; se integran y se confunden
en la teoría del valor. Al negarse a la reparación económica
por la desaparición y muerte de sus hijos ponen en la picota no
sólo los usos y simbologías culturales, sino la propia esencia
del sistema capitalista donde se inscribe hoy por hoy la cotidianidad
de nuestras vidas.
Compartir junto a las Madres un proyecto es subirse a la cresta de una
de las olas más altas de este mar nada calmo que es la sociedad
argentina.
Como las antiguas máscaras de las divinidades aztecas, la relación
entre la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo y la sociedad muestra
dos caras. Una la presenta como un bastión inexpugnable desde la
fundamentación ética que le otorga el propio bagaje de Madres
y en correspondencia natural la conducta pública de sus docentes.
(Vale decirlo: sin ellos, sin sus aportes, rigurosos desde lo intelectual,
y conmovedor por la entrega fraternal, la Universidad Popular no existiría.)
A ello se unen las prácticas que se generan, los saberes que se
compartan y la involucración activa en las resistencias contra
el poder, como un apuntalamiento concreto a los principios humanísticos
que se proclaman.
De allí que los estudiantes que participan en el mundo de la Universidad
Popular tienen un marco referencial bien definido. La historia de las
Madres es una herencia que se transmite sin beneficio de inventario, es
un todo. Nadie está obligado a aceptarla, pero sería extraño
que alguien se integre en la Universidad sin conocer dicha historia y
sin sentir, a partir de allí, una afinidad con la institución,
un verdadero espíritu de pertenencia. Ello provoca una positiva
cohesión y homogeneidad tanto en los docentes y los estudiantes,
como en quienes desde distintos roles aportan al proyecto de la Universidad.
Hay una contracara. Los distintos grados de encono, confrontación
o recelo que despiertan las Madres también se trasladan como
antes el amor, el respeto o la identificación con ellas casi
mecánicamente a la Universidad Popular. No se toma en cuenta la
naturaleza propia de una institución de cultura, que se distingue
por su funcionamiento de una organización de Derechos Humanos con
una vida tan marcada desde el nacimiento como es la Asociación
Madres de Plaza de Mayo, por más que ellas sigan constituyendo
nuestra hermosa razón de ser.
Trazamos desde aquí un límite en la actuación y en
el crecimiento de la Universidad Popular: Descartamos la comprensión
de quienes desde una ideología de muerte y en defensa de concretos
privilegios de clase se han declarado enemigos de las Madres; por una
elección de vida también son los nuestros. A la vez, no
ocultamos nuestro deseo de crecer y ser oídos en un sector social
que por distintos motivos se incluye el miedo es aún
renuente en aceptar más que a la Universidad Popular
la realidad de un país que no soporta nuevos emparches. El cristal
ya está quebrado. Sólo da una imagen lastimosa de nosotros
mismos. Un sonido lúgubre, sucio, que va confundiéndose
con el silencio.
Horadar el duro suelo de la educación formal, estragada por el
poder, que se reniega y fetichiza en un círculo asfixiante, precisa
tiempo y paciencia, desafía nuestra imaginación en la búsqueda
del lenguaje y las prácticas pedagógicas necesarias.
Lo vamos aprendiendo día a día en la Universidad Popular:
no hay un destino fijo que nos aguarda al final del camino de los sueños;
somos el resultado del proceso de un proyecto.
Después de una mano de cal puede ser justo una de arena. Hubo otro
temor: que la Universidad Popular en virtud de su propia naturaleza no
se pudiera institucionalizar, prolongarse en lo instituido. Que excedida
en un discurso romántico, fervoroso, no avanzara hacia la segunda
etapa de su desarrollo, un espacio quizá de medio tono en sus pasiones,
pero más ordenado, dependiente de un plan racional que limita la
voluntad y la impronta del deseo, pero que al fin es lo que permite que
las aventuras de la vida perduren. Si se admite la comparación,
diríamos que el proceso de alumbramiento de nuestra Universidad
es como una gran pasión amorosa, que debe canalizarse en la rutina
de los días, donde el desafío consiste ahora en que lo previsible
de esa cotidianidad no agote la locura creadora, la maravilla del gozo
de tantear en cuerpo y alma lo desconocido, el misterio de lo nuevo, la
necesidad de vivir las odiseas de cada travesía. Todo eso debe
perdurar, pero también hay que pagar la luz a fin de mes, aunque
el discurso amoroso corra el riesgo de escurrirse entre los dedos. La
fusión entre emoción y razón es nuestro desafío.
Como diría Gramsci, mantener el corazón caliente y la cabeza
fría.
La realidad demuestra que la aparición de nuestra Universidad no
provocó un desnivelamiento de las fuerzas en pugna en el ámbito
de la cultura, pero a la par tengo el absoluto convencimiento de que la
Universidad ha pasado el período de mayor riesgo para su existencia
y afirmación. Vamos por el segundo año de vida, y las experiencias
recogidas permiten afirmar sin riesgo a equivocarnos en demasía
que el proyecto de la Universidad se prolongará en el tiempo y
su duración queda ligada al lenguaje de nuestros esfuerzos. En
esta segunda etapa ya no se trata de grandes impulsos fundacionales; para
bien o para mal, la leyenda se instaló. Entramos en un proceso
de reflexión crítica, de afianzamiento de lo ya iniciado,
que deberá incluir una rectificación sincera de nuestros
errores, y dar respuestas a temas abiertos todavía como preguntas
que esperan.
¿Cómo se concilian desde la práctica pedagógica
el rigor y el ritmo en la transmisión del conocimiento con la necesidad
de no excluir ni relegar a nadie del mismo? ¿Cómo se produce
la armonía entre la heterogeneidad de saberes y experiencias de
la realidad de los que participan del aprendizaje con la homogeneidad
que se desencadena desde la transmisión epistémica? ¿Cómo
se evitan las rupturas entre la cotidianidad que viven los estudiantes
y docentes y las prácticas liberadoras en el espacio público
de la Universidad Popular? ¿Cómo se relaciona la ética
que mueve a la Universidad a partir del legado fundacional de las Madres
con la rutina pragmática que la sociedad demanda diariamente? ¿Cómo
se sostiene económicamente una Universidad Popular que rechaza
los aportes del Estado y de las empresas transnacionales, y todo otro
aporte financiero que huela a corrupción o explotación de
la gente, si no es a partir del esfuerzo de quienes participan en la institución,
como docentes y estudiantes, siguiendo así la tradición
de autofinanciamiento de todas las organizaciones populares que resisten
al sistema? ¿De qué manera se utiliza la razón para
vencer en el aprendizaje de la realidad los obstáculos epistemológicos
sin castrar la imaginación, los sentimientos, el deseo y los sueños
y, por el contrario, hacer de ellos otra fuente de conocimiento que se
integre armoniosamente a la razón? Si aceptamos que los acontecimientos
culturales profundos, capaces de dejar su señal en el cuerpo social,
incluyendo las vanguardias sean artísticas, del pensamiento
o típicamente educativas, requieren simultáneamente
transformaciones políticas, ¿cuál es el camino para
lograr que los trabajadores, a quienes reconocemos en su capacidad para
protagonizar los grandes cambios históricos más allá
de las modalidades, legalidades, prestigio o degradación que sufra
la propia naturaleza del trabajo, y que incluye las innovaciones tecnológicas
de cada época sean partícipes activos y calificados
en nuestro proyecto de Universidad Popular, legitimando así su
condición de Universidad desde la búsqueda apasionada de
lo verdadero histórico, que confronta con las verdades sagradas
y absolutas que el Poder instala desde los espacios de saber
que hegemoniza estatales o privadas para reproducir profesionales
e intelectuales dóciles; y dando sentido a la nominación
de Popular, por los intereses del sujeto histórico a través
de los cuales se define y con los cuales se identifica? ¿Y cómo
se logra finalmente superar los vallados de todo tipo para
que esa participación del trabajador en nuestro proyecto se concrete,
superando los prejuicios sacralizados que instalan la diferencia tanto
práctica como epistémica entre trabajo manual y trabajo
intelectual, con conciencia por nuestra parte de que ya no es la condición
de asalariado que se desempeña en dependencia lo que tipifica excluyentemente
la figura del trabajador sino que la misma se extiende a otras alteraciones
de la realidad, no meramente reproductivas, que incluyen expresamente
como trabajo vaya paradoja cruel la propia acción de
su búsqueda muchas veces desesperada por parte de tantos
y tantos que no lo tienen y lo necesitan aun alienado, degradante
y mal pago para no morirse literalmente de hambre?
En el análisis de la
génesis de nuestra Universidad Popular admito también otro
temor (los temores acompañan siempre los nacimientos): que los
conflictos que existen en nuestro país en el campo de la izquierda
en general hablo del campo político, pero también
del artístico e intelectual no fueran contenidos en la Universidad.
Cómo negar que persisten estos desgraciados conflictos de voracidad
depredadora que, entre otras causas, provienen de nuestra incapacidad
para dirimir sin rupturas las oposiciones y distinciones secundarias,
y que se extienden a espacios donde uno realmente quisiera que no se den,
allí donde se encuentra el núcleo dinámico de resistencia
al sistema. ¿Podría la Universidad Popular recibir estos
conflictos y no ser víctima de ellos? ¿Mantenerse entera,
aunque disputen allí tantos intelectuales de distinta formación,
con matices que van desde el cristianismo y el peronismo revolucionario
al marxismo ortodoxo, pasando por todos los grados de anarquismo y socialismo,
con las posturas más bellas como lapidarias del mundo conocido
que uno pueda imaginar? ¿Seguir unidos sin que nadie renunciara
a su ideología ni a sus creencias para apuntar a un proyecto de
convivencia y crecimiento, en un orden de diferencias fraternales? Las
evidencias nos dicen que al día de hoy prácticamente no
se perdió ningún intelectual que fuera parte de este proyecto,
por más que hubo discusiones e intentos por hacer prevalecer determinadas
ideas. Siento que ello trasciende el ámbito de la Universidad,
se convierte en un aliciente para quienes desde hace muchos años
insistimos en que es posible producir una transformación profunda
en la realidad argentina si somos capaces de forjar un proyecto común.
O sea que, desde ese lugar, el balance es también positivo. En
otro orden, creo que a pesar de varias campañas algunas muy
groseras, orquestadas desde el propio poder para desprestigiar nuestra
Universidad, tanto impugnando el rigor intelectual de lo que se enseña
como acusándola de ser simplemente una guarida de subversivos,
el objetivo de anular y en lo posible destruir este espacio no se logró.
Si uno posa una mirada objetiva sobre lo que es hoy la Universidad, y
compara lo que fue nuestra última actividad, las jornadas de verano
de los meses de enero, febrero y marzo, con las del año pasado
el de la fundación, y a la par confronta las inscripciones
para las carreras y seminarios regulares del primer año con el
segundo, comprueba que hemos triplicado nuestra cantidad de alumnos. El
aislamiento y la descalificación que se pretendía desde
el poder no cuajó. Sin olvidar que la situación económica
del país se ha agravado, y lo que se puede llamar el desencanto
social es más profundo todavía. Remando contra la corriente,
vamos paulatinamente superando nuestras ilusiones sobre el funcionamiento
de la Universidad Popular y el aporte de los estudiantes a la misma, que
habla de la instalación de una conciencia crítica. Ello
permite que nuestra institución haya podido rechazar la legalidad
administrativa del Estado que implica renuncias, por ejemplo a la
decisión de abrir nuestras puertas a una educación para
todos, sin requisitos formales previos, ni evaluaciones tradicionales
y fortalecernos en la legitimidad de origen las Madres y en
una segunda y concurrente legitimidad que se va consiguiendo paso a paso
a través del trabajo que se lleva a cabo. Nuestros estudiantes
saben que no tendrán títulos ni certificados oficiales,
que no se les garantizará ninguna salida laboral, y sin embargo
nos entregan años de sus vidas, buena parte de sus mejores ilusiones.
Se trata de una responsabilidad profunda que no podemos defraudar. (¿Acaso
no se espera de las viejas monedas que no se doblen?)
No todo son rosas con los estudiantes. Es todavía endeble la participación
en cuanto al rol protagónico que se merecen y que necesita la institución.
Simultáneamente surgen resistencias conscientes o inconscientes
a las nuevas modalidades educativas entre otras, el funcionamiento
grupal, la plasticidad en la evaluación, la independencia sin mengua
de los docentes, y el autodisciplinamiento de las conductas en la vida
cotidiana de la institución..., que algunas veces son criticadas
por ser demasiado desestructurantes, frente a las rígidas herencias
recibidas desde el campo formal. Hay otro tema que nos preocupa: las deserciones.
Yo soñaba, insisto, con que todos los que tomábamos este
barco venturoso que es la Universidad, íbamos a seguir juntos hasta
el puerto final. La experiencia demostró que navegar sin colisiones
ni pérdidas por un mar encrespado como es la realidad social argentina
es una meta muy difícil, y que en definitiva habrá que hacerse
cargo de nuestras equivocaciones. Hubo un porcentaje bastante elevado
de abandonos del proyecto, por causas múltiples que se convierten
en síntoma. (Hablo de los alumnos, no de los docentes.) Hay que
reflexionar sobre qué pasó, cuáles eran las expectativas
de la gente y cuáles fueron nuestras respuestas que no satisficieron
a las mismas. Es preciso saber en qué fallamos, sin olvidar para
no sacralizarnos en lo autorreferencial las averías y naufragios
de otros proyectos culturales y políticos, lo que habla de condiciones
objetivas desfavorables para intentos de cambio, cuestionadores del sistema
y del discurso de la época. Eso sí, tampoco hay que refugiarse
mecánicamente en la desgracia ajena ni abusar de las razones exculpatorias.
Tampoco olvido que estoy a la cabeza de las responsabilidades en los errores,
que obedecen mucho más a la impericia que a la oscuridad de los
fines.
También es cierto y lo pongo en nuestra cuenta como problema
a superar que las relaciones que pensábamos iban a ser muy
fuertes con universidades de América latina y de Europa, por ahora
no pasaron, en general, de lo declamativo. Muchas de las ayudas prometidas
no llegaron y varios de los docentes que iban a venir a dar clases no
pudieron hacerlo, aunque hubo valiosos aportes como en el caso de los
compañeros del Instituto Sedes Sapientia de Brasil, los compañeros
del Centro Martin Luther King de Cuba, específicamente, y otros
amigos intelectuales que estuvieron con nosotros, como James Petras, Michael
Lowy, Hans Dieterich y Alain Badiou. Detrás de estos inconvenientes
asoma la crisis económica que vive América latina y cuyos
efectos también caen sobre los intelectuales críticos y
obviamente sobre nuestra Universidad Popular. A lo que se agrega cierta
incomprensión y prejuicios, especialmente en Europa, sobre las
posturas de Madres, históricamente intransigentes y que no admiten
renuncias ni cálculos políticos en el terreno de los Derechos
Humanos que fragilicen su ética.
He aquí el borrador inicial del balance de lo que fueron los primeros
pasos de la Universidad Popular. A esto debo agregar, ya desde el campo
estricto de la subjetividad, la felicidad que proporcionó esta
fundación a las Madres de Plaza de Mayo y a todos los que participamos
del proyecto. Es como si las Madres hubieran sentido que la brutal inmaterialidad
de las desapariciones, ese espacio de dolor que no es de silencio, pero
a la par rechaza la mera palabra esa infidelidad recurrente del
testimonio, se sublimara en una acción concreta de espiritualizada
materialidad, de cotidianidad viva donde ellas ven realizados los impulsos
que movían la vida de sus hijos. El silencio de aquellos cuerpos
es hoy la avidez del conocimiento que mueve a nuestros estudiantes y da
sentido a la Universidad. No hay aquí extravío lírico
ni misticismo. Es la prolongación de la vida que se da cuando una
generación toma el fuego de la anterior, por más que hoy
sea apenas una llama que se mueve ante un viento todavía inhóspito,
frío.
II. Confusión de
espacios: lo estatal y lo público
Días pasados se reunieron en la provincia de Santa Cruz los
secretarios generales de los gremios docentes universitarios. Fui invitado
a concurrir y a reflexionar sobre la universidad de hoy, y la que se aspira
a construir en el futuro. Esto me permitió tener un encuentro directo
y una discusión franca con los compañeros sobre un tema
que les interesaba a ellos y nos preocupa a nosotros: cuál es la
relación de la Universidad Popular frente a las universidades nacionales.
O en definitiva, cuál es nuestra posición frente a la educación
formal del Estado. Dije ahí, y lo repito aquí, que en mi
criterio es un concepto equivocado igualar mecánicamente las universidades,
las escuelas primarias, secundarias e institutos educativos en general
que dependen del Estado, con la educación pública.
Insisto en mi convencimiento: hay que diferenciar lo estatal de lo público.
La educación pública se define básicamente desde
la caracterización de su sujeto y por el objetivo final de la misma.
Para que hoy sea realmente pública una práctica educativa
en nuestro país tiene que tener como sujeto histórico principal
a los sectores más excluidos y castigados, en la búsqueda
primaria de una justicia reparadora, y a partir de allí extenderla
a las demás capas populares (sin olvidar que el núcleo estructural
más duro y dinámico para gestar alteraciones sociales profundas
lo siguen constituyendo los trabajadores, ocupados o no), teniendo como
meta el crecimiento de la conciencia crítica, que habilita para
producir la sustitución de estructuras y valores sociales y en
definitiva lograr la felicidad social, con toda la fragilidad discursiva
del enunciado, pero también con la tangible consistencia que la
historia otorga a las luchas sociales. Una educación es pública
si impulsa al sujeto de aprendizaje a la gestación de nuevas instituciones
culturales en el sentido más amplio, comprendiendo incluso las
estructuras económicas, políticas, sociales de todo tipo,
que contribuyan a una justicia, a una fraternidad, a una solidaridad y
armonía que hagan posible realmente la construcción de una
sociedad más humana. Es aquí entonces que lo público
se convierte en popular como concepto no degradado. Más todavía
si las políticas educativas están a cargo de un gobierno
democrático, que responda a los intereses de la mayoría.
El espacio público será definido entonces a partir de su
finalidad, corroborada por la práctica, a lo que se agrega la libertad
real de ingreso y de participación (sin exclusiones legales, económicas
o culturales, del orden que sea) y el carácter gratuito y laico.
Frente al espacio público real se alzan las actividades del Estado,
cada vez más debilitado en este período histórico
por el gran capital financiero transnacional y en particular por la estrategia
del imperio y todo lo que ello representa, con la puesta en marcha del
llamado Estado global, donde en definitiva todas las normas
jurídicas, estéticas, morales, de razón y locura...
quedan subsumidas en las leyes económicas. Aun así el Estado
argentino sigue viendo en el campo paradigmático de la educación
la posibilidad de profundizar y reproducir el poder que lo instituye,
por encima de su debilidad ante los poderes internacionales y sus propias
contradicciones internas. No podemos aquí caer en la ingenuidad
ni en la interesada mitificación de sostener que hay un Estado
por encima de las luchas sociales y de sus clases enfrentadas. Históricamente
el mismo poder quiso mostrar al Estado como un cuerpo vivo sin posiciones
de bando, una especie de permanente y justo árbitro. Lo cierto
es que el Estado, en la práctica, representó siempre a los
sectores sociales cuyos privilegios se articulan en lo económico,
en lo político, en lo militar, organizando el disciplinamiento
y la dominación de los trabajadores y demás sectores populares,
a partir de relaciones tan perversas como absolutas cuya raíz final
ya no es la razón y el utilitarismo como degradación
primera, que amputa el campo sensible, la imaginación sino
la usura, como degradación total. De allí que la guía
del saber lo universal ya no es el amor del que hablaban los
antiguos filósofos griegos sino el castigo romano en su prolongación
de religiosidad cristiana, con sus cruces para que los cuerpos se consuman
en algo peor que la muerte, la misma nada. Es decir que a nivel educativo
sería suicida para semejante poder histórico, que se convierte
en el moderno Estado burgués, sin abandonar la causa de su ser,
generar de motu proprio políticas cuestionadoras de su existencia
y reproducción. Por lo tanto no contribuirá al conocimiento
profundo de la realidad, estimulando el deseo de una subjetividad plena
y el ejercicio de la libertad creadora; menos todavía dará
pie a la formación de vínculos grupales de aprendizaje,
sostenidos desde una mirada cuestionadora de lo establecido y una sospecha
sobre el poder, maneras que en definitiva permiten entender la realidad
del mundo en que vivimos y agigantan la necesidad de construir otra sociedad.
Reconocer la hegemonía del poder no niega que en el ámbito
educativo estatal se den combates, enfrentamientos, disputas ideológicas
en relación a los contenidos de la educación y al destino
de la misma. Tampoco olvidamos la existencia de docentes que a la vez
de cuestionar la estructura educativa libran sus justas batallas gremiales,
enfrentando a las autoridades del sistema y buscando una retribución
adecuada por su trabajo. Sostenemos que esa lucha debe seguir, afianzarse.
Pero hay que asumir que mientras el Estado sea responsable de esta injusticia
estructural, y siga respondiendo a los actuales intereses de clase, la
Universidad, la educación en general, no será de finalidad
pública; tendrá, en definitiva, el sello ideológico
de la finalidad privada con su visión acrítica y naturalista
de la realidad, en tanto canonizará el lucro económico
como valor inmutable, divino, y a partir de allí priorizará
al individuo sobre el sujeto histórico social y al bien particular
sobre el bien general.
Lo que hemos dicho también justifica, en nuestro criterio, la existencia
de la Universidad Popular de las Madres. Ante un cuadro de situación
desfavorable y viendo con desazón este momento de las fuerzas en
pugna, nosotros pretendimos abrir un espacio que hegemónicamente
estuviera organizado, tanto desde los contenidos científicos y
éticos, como en la metodología de comunicación de
saberes y prácticas, para contribuir, prioritariamente, a forjar
luchadores sociales. Agentes de cambio en el sentido pichoniano, capacitados
intelectualmente, pero también dotados de una profunda sensibilidad
social y de una ética que les permita recibir sin obstáculos
la mirada del mundo del excluido y el dolor del diferente, ya que de otra
manera no tendrá sentido aquella transformación de la realidad
que nos convoca.
Se trata de instalar en la Universidad Popular una resistencia cultural,
ardorosamente revulsiva, donde la lealtad del sujeto con la causa se basa
no en el disciplinamiento que impone una autoridad sino en la libertad
de cada uno de los involucrados para hacerse parte de una red vincular
creativa, de naturaleza dialéctica, que el sujeto produce y de
la que será el emergente producido, superando en la dinámica
histórica la propia legalidad fundacional, convirtiéndola
en una legitimidad plástica, creativa y viva. Se trata de procedimientos,
conductas y acciones, más que de rituales discursivos. Por ello
mismo no alentamos una valorización de la destreza sino un constante
estímulo participativo que desencadene un amor al saber y un compromiso
con una ética liberadora, desalienante, ampliamente horizontalizada,
que se traduzca en una amorosa y mutua representación interna,
y donde la prueba del saber jerárquicamente transmitido sea reemplazada
por una conciencia crítica y una conducta ética capaz de
autoevaluarse, hasta ser concebida como una auténtica necesidad,
no como un dogma que reemplaza a otros dogmas y fetiches. No se busca
la unanimidad del pensamiento, tampoco la uniformidad lingüística,
por el contrario, nos convoca el balbuceo de imaginar lo nuevo, el testimonio
de lo que no fue dicho como plataforma para lanzarnos a la gran aventura
de encontrar las palabras del mañana. De allí que nos resistamos
a reproducir los ritos, la metodología instituyente del positivismo
académico, que el poder tradicional consagra y trasvasa hoy con
un lenguaje posmoderno que ahoga el aprendizaje y hace de la cultura los
respiros de la muerte.
Aceptamos que nuestra Universidad
es un espacio acotado, hasta de frágil belleza si posamos una mirada
romántica, pero también tenemos claro que vivimos un tiempo
en el cual las resistencias se alzan desde una situación de inferioridad
frente a fuerzas que, en el campo de la cultura, obviamente reproducen
relaciones económicas y políticas que hoy por hoy son adversas
a quienes nos empeñamos en la subversión de lo dado como
categorías de lo inamovible, natural y eterno.
La conciencia de nuestras limitaciones, y aun la precariedad frente al
conjunto instituido del orden cultural, no impide que apostemos al futuro,
sigamos trabajando, sintiéndonos parte de una estrategia de acumulación
de materialidad social. El esfuerzo que se hace en la Universidad de Madres
no debe ser visto sólo en función de la misma sino apreciado
en la medida de estar unido a muchísimos esfuerzos en el campo
de la educación, el arte, las instituciones sociales de base, y
las propuestas y prácticas políticas que a pesar de diferencias
metodológicas coinciden en la impugnación estructural del
sistema en nuestro país y en toda Latinoamérica. Ante la
globalización financiera que oprime y convierte al
cuerpo en un desecho impensable, sostenemos la universalidad
de conocimientos y acciones liberadoras; por tanto, sería nefasto
no nutrirnos de los aportes culturales que nos transmiten, por mostrar
un valioso ejemplo, el Movimiento de los Sin Tierra de Brasil, que ha
dado una nueva dimensión a los saberes de educación popular
que legara Paulo Freire; o enterrar en el olvido de lo singular la revitalización
de los valores solidarios que mueven los cortes de los piqueteros en las
rutas del país, que ya es un relato histórico. Como también
lo es la saga escrita por los trabajadores de Aerolíneas Argentinas,
que han puesto luz sobre el saqueo al patrimonio público mediante
la ingeniería delictiva de las privatizaciones.
Crecer sobre las huellas que dejan los diferentes y las diferencias; sobre
el desafío y el gozo de no bajar la cabeza ante la fatalidad que
promueve el poder. De eso se trata.
Renunciar a crear un microespacio alternativo, pero bien definido desde
su ética y la vocación de resistencia crítica a toda
docilidad de los cuerpos y sus conductas, sería una castración
de nuestro espíritu, en tanto lleva en los hechos a convalidar
la cultura dominante, empeñada en producir coactivamente el vaciamiento
de la condición humana.
Frente a un sistema que pervirtió el espacio público, nosotros
nos reivindicamos legítimamente allí por nuestra finalidad
ética y el proceso de reconstrucción que la acompaña,
desde una filosofía de la praxis que nos contiene en la emoción
y en la razón. Por lo tanto, no dependemos del Estado argentino,
ni en lo legal ni en lo económico. Más aún, aunque
quisiéramos no podríamos hacerlo sin perder nuestra identidad,
porque vamos avanzando paso a paso en contra de la política general
de gobiernos que se han sucedido en el desguace liso y llano del bien
común, sea en materia educativa como en cualquier otro plano de
la realidad donde se dirime con tensión extrema la vida concreta
de los ciudadanos.
III. De sueños,
realidades y poéticas
Siento todavía la fundación de la Universidad Popular
como un sueño, soñado por años, en respuesta a una
necesidad genuina del espíritu, que se emparienta con la convicción
de que hay algo del orden de lo real que aún no existe y debe ser
creado, y con la conciencia de que esa creación modificará
una realidad social vivida como perversa, sin armonía ni sentido
final.
Hablo de un sueño traspasado en pura materialidad merced a que
fue recibido y amorosamente alumbrado por las Madres. Estoy afirmado en
la sensación de que no hay para la vida tierra más fértil
que la digna corporeidad de estas mujeres.
Surge un registro histórico detrás de dichas palabras: en
el profundísimo silencio de un país ganado por la muerte
supieron ser voz; en la oscuridad sin mengua de un horror de años
que se padeció eterno, se animaron a ser luz.
Pasado el tiempo y en este país que sufre todavía la marca
de la bestia en su corazón, las Madres no se paralizaron, no se
durmieron sobre laureles y monumentos, prosiguen como voz y luz denunciando
y descubriendo los pliegues ocultos de una dominación y su revés
de injusticia que unos pocos causan como un derecho de clase, mientras
otros muchos las sufren y soportan como un flagelo natural, igual que
las inundaciones y las pestes.
Estoy convencido de que ese sueño primigenio de la Universidad
Popular, que se transforma dialécticamente en pensamiento elaborado
y en proyecto que crece y en realidad que se construye, necesitó
y seguirá necesitando cada vez más de la apropiación
personalísima de cada uno de los convocados por otros o por
sí, que a la hora de subir el barco en el medio de una noche
espesa y una mar igual de gruesa, sin pedir nada dijeron aquí estoy.
(Yo escuché esas voces y vi esas sonrisas en antiguos y nuevos
compañeros.)
No entiendo otra naturaleza
de las aventuras grupales que se comparten, ni del bien común que
se procura y se yergue como mascarón de proa, si no es a partir
de la mutua representación interna que se concibe y de la sincera
asimilación que cada uno haga de los frutos de la tarea.
Pertenencia e identificación con un proceso creador que supera
el gesto y la leyenda de la fundación para ser materialidad de
todos, en tanto acción modificatoria de la realidad social y en
franca oposición con quienes sustentan la antigua visión
del mundo que se busca desplazar.
El sujeto histórico
ya está para nosotros bien definido, guste o mortifique no se construirá
la nueva realidad sin él. La Universidad Popular busca ser un instrumento,
más que un fin de la tarea. Los deseos que hoy nos convocan a la
vez nos mueven en ese camino. A cara o cruz se juegue allí nuestra
moneda de la vida.
Hemos comparado la creación de la Universidad Popular con un acto
de poesía. El poema creado, los no dichos más reveladores
de la criatura humana pertenecen a cada uno que al decirlos los torna
tan propios como eficaces en pos de la existencia. Más aún,
les vuelve a dar vida para todos.
¿Despertará semejante pasión feliz la Universidad
Popular?
Abramos las puertas. Desde los escondrijos de la verdad se asoma en puntas
de pie la belleza.
Buenos Aires, invierno de 2001
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Universidad
Popular Madres de Plaza de Mayo
Rectora: Hebe de Bonafini
Director Académico: Vicente Zito Lema |
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ARGENTINA...¿QUÉ
VA CHA CHE?
LEON
ROZITCHNER: VIOLENCIA Y CONTRAVIOLENCIA / TEATRO DE NORMAN
BRISKI EL POETA CASTELPOGGI. ESCRIBEN: BAYER - MARIN - H.
GONZALEZ - BEINSTEIN - VIÑAS BARCESAT - SCHILLER -
SOARES - BARBARA - GRANDE - RACOSTA - R. ANGEL - AZNAREZ KOHAN
- DESIDERATO - TRAPANI - QUIROGA - MARE - RODRIGUEZ - RIVERA
- KAZI - ZITO LEMA.
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