Reproducción
conservadora, decadencia y ruptura
Sumergida en una ciénaga que la va tragando, la sociedad argentina
experimenta un salto cualitativo siniestro; luego de tres largos años
de recesión y en virtual cesación de pagos externos, ha
comenzado a transitar una depresión alentada por su propio gobierno,
que radicaliza la estrategia neoliberal. El proceso de decadencia está
ingresando en una nueva etapa, la de la instalación del sistema
de penuria cuyos componentes decisivos serán la baja intensidad
de las actividades económicas y la presencia abrumadora de masas
marginales e indigentes.
El ajuste actual con el argumento de buscar el déficit fiscal
cero está logrando una descomunal contracción del
consumo vía reducciones de salarios públicos y jubilaciones
(induciendo así a caídas importantes de los salarios privados).
Si continúa este proceso podrían llegar a producirse dos
hechos decisivos para la reproducción del sistema: primero: el
achicamiento de manera durable de las importaciones, obteniéndose
un superávit del comercio exterior y, en consecuencia, excedentes
de divisas que ayudarán al Estado a seguir pagando
los intereses de la deuda, asegurando, al mismo tiempo, las remesas de
beneficios empresarios al exterior, y segundo: una baja significativa
de los salarios aumentando las tasas de beneficios de los grandes grupos
económicos (que compensarán así la contracción
del mercado interno). En síntesis, nos encontramos ante un gran
saqueo de los ingresos y patrimonios de la mayoría de la población
en beneficio de las mafias financieras locales-transnacionales. Ese fenómeno
como resultado forma parte de la crisis general del capitalismo argentino
(convertido en un sistema de depredación insaciable) que, a su
vez, converge con la rápida desaceleración de la economía
mundial impulsada por los países centrales, principalmente Estados
Unidos.
¿Se
aproxima la recesión global?
Los tres motores de la economía global, Japón, Alemania
y EE.UU. se desaceleran al mismo tiempo, a diferentes ritmos pero interactuando
negativamente, potenciando mutuamente sus debilidades. En Estados Unidos
la euforia bursátil y consumista de los años 90 ha quedado
bien atrás, caen los beneficios industriales, aumenta la capacidad
productiva ociosa y la desocupación, la tasa de crecimiento del
Producto Bruto Interno, que superaba holgadamente el 3 por ciento anual
en los últimos años será bien inferior al 2 por ciento
en 2001 (algunos expertos basándose en los malos resultados del
primer semestre pronostican una tasa de crecimiento anual del orden del
1 por ciento). Al achicarse las importaciones norteamericanas (que representan
algo menos del 20 por ciento de las importaciones globales) se comprime
el comercio internacional, impactando a las otras naciones desarrolladas,
Alemania ve caer su nivel de expansión (que rondará el 1por
ciento este año) y Japón espera tener crecimiento negativo
(luego de más de diez años de estancamiento). El proceso
de hipertrofia financiera de la década pasada, que los medios de
comunicaciónpresentaban como auge mundial de la economía
de mercado, expresaba la profundización de su crisis y estuvo marcado
por una sucesión de turbulencias que anunciaban el desenlace actual
(estallido de la burbuja financiera japonesa a comienzos de los 90, crisis
mexicana a fines de 1994, crisis asiática en 1997, derrumbe ruso
en 1998, crisis brasileña a comienzos de 1999). La rapiña
financiera internacional alimentaba al gigante norteamericano, nutría
sus euforias bursátiles que involucraban a mas del 50 por ciento
de la población de ese país, posibilitaba el consumismo
y el endeudamiento individual incesante, el equipamiento caótico
de la industria, el sostenimiento de un déficit comercial desmesurado.
A su vez, Japón y la Unión Europea participaban del festín,
jugaban a la alta especulación global, vendían sus productos
e invertían en el mercado norteamericano y en otros países
empujados por su dinámica parasitaria. Pero ahora la fiesta se
está terminando, la caída de la economía productiva
arrastra a las redes financieras hacia turbulencias de gran magnitud.
Los países periféricos, luego de haber soportado numerosos
embates especulativos que fragilizaron aun más sus economías
sufren el repliege de capitales hacia las naciones centrales, lo que encarece
los préstamos que solicitan, incrementa las sobretasas de interés
usurarias que tienen que pagar (el famoso riesgo-país).
Algunos Estados subdesarrollados, los más deteriorados desde el
punto de vista financiero, como Nigeria, Ecuador o la Argentina son especialmente
afectados. Lo que algunos organismos internacionales, como el FMI o el
Banco Mundial, anunciaban como el próximo aterrizaje suave
de la economía norteamericana se ha ido convirtiendo con el correr
del año 2001 en caída profunda, la probabilidad de que esta
nueva realidad precipite una recesión global es ahora muy alta.
Es en este contexto internacional de crisis ascendente que debemos insertar
la realidad argentina.
Saqueo y recesión
Nuestro país expresa de manera exacerbada (periférica)
la declinación global. Su situación actual aparece como
la culminación de la era neoliberal iniciada por el gobierno de
Menem y profundizada por De la Rúa en la cual funcionó un
mecanismo de pillaje liderado por grupos financieros transnacionales (de
los que forma parte la lumpemburguesía local) y un reducido núcleo
de empresas extranjeras (servicios privatizados, petróleo, etc.)
operando con altísimas tasas de ganancia. Fueron saqueados patrimonios
e ingresos públicos, recursos naturales, estructuras productivas
e ingresos privados. El remate a bajo precio de empresas estatales de
servicios fue sucedido por el cobro de tarifas muy altas que absorbieron
ingresos del conjunto de la economía, la transferencia de aportes
previsionales a los fondos privados de jubilaciones (las AFJP)
generó un enorme déficit fiscal, factor decisivo del endeudamiento
externo, la apertura importadora reforzada por la sobrevaluación
creciente de la moneda local (meta principal del plan de convertibilidad)
causaron la desaparición de áreas importantes de la industria
y el incremento de la desocupación, lo que a su vez facilitó
la precarización laboral y el deterioro de los salarios. En un
primer período (1991-1994), el saqueo fue compensado con fondos
provenientes de las privatizaciones, ingresos de capitales especulativos
y narcodólares, de ese modo el Producto Bruto Interno creció,
aunque ampliando los desequilibrios, pero desde mediados de los años
90 (cuando las desnacionalizaciones habían concluido) la reproducción
del proceso depredador pudo ser prolongada gracias al crecimiento de la
deuda externa que cubría el déficit fiscal y el desarrollo
de una amplia diversidad de negocios parasitarios. Hacia 1998 el ritmo
de expansión de la deuda empezaba a ser al mismo tiempo insuficiente
(desde el punto de vista delas necesidades del sistema), y demasiado
grande (comparado con la capacidad de pago del país). La
Argentina se endeudaba para poder pagar a los acreedores externos, el
círculo vicioso del endeudamiento infinito desató la conocida
loca carrera hacia la cesación de pagos (el default).
Ello se combinó con las turbulencias financieras globales, iniciadas
en Asia del Este (1997) y Rusia (1998), que marcaron el fin del derrame
de fondos especulativos (legales e ilegales) hacia la periferia. Empezó
la recesión argentina porque el saqueo de riquezas no encontraba
contrapesos financieros suficientes; la economía neoliberal ingresaba
así en una depresión estructural acumulativa.
Desde una visión de largo plazo, abarcando el último cuarto
de siglo podríamos señalar tres grandes saltos cualitativos
del capitalismo argentino: el primero entre 1975 y 1976 (descomposición
del gobierno peronista, implantación de la dictadura) fue el inicio
de una transformación durable marcada por la hegemonía de
grupos parasitarios, integrados a las redes financieras y mafiosas internacionales
que fue devorando el tejido productivo; el segundo entre 1989 y 1991 golpeó
a una sociedad mucho más deteriorada e instauró el dominio
total de dichos grupos; el tercer salto se está realizando ahora
y consiste en la instalación de la economía de penuria.
Lo que se produjo en ese largo período no fue una reconversión
productiva, al estilo de la emergencia del sistema agroexportador de fines
del siglo XIX y de la industrialización de los años 30 y
40, sino una degeneración parasitaria cuya trayectoria estuvo cubierta
por numerosas turbulencias y manotazos financieros, mezclados con efímeros
períodos relativamente calmos durante los cuales se acumulaban
desequilibrios que desataban nuevos desórdenes. La euforia menemista
entre 1991 y fines de 1994 fue el caldo de cultivo de la recesión
de 1995 (acentuada por la crisis mexicana); la seudorreactivación
iniciada en 1996 aceleró el endeudamiento externo y el saqueo interno,
preparó la recesión inaugurada en 1998 que, a su vez, derivó
en el desastre actual. El momento presente aparece a la vez como la nueva
etapa de la decadencia, pero también como el hundimiento en una
forma de barbarie radicalmente diferenciada de todo lo anterior, trágicamente
novedosa.
La economía
de penuria
Diversos rasgos definen ese futuro negro. En el plano económico
la eternización del ajuste significará colocar al Estado
al servicio exclusivo del pago de los intereses de la deuda, cuyo peso
abrumador impondrá una presión fiscal muy alta y un bajo
nivel en los otros gastos públicos, como salarios y jubilaciones,
que ahogarán todo renacimiento significativo del consumo, ampliando
la desocupación y la precarización laboral. Por otra parte,
el mantenimiento de los superbeneficios del sector financiero y las empresas
privatizadas acorralará a las empresas nacionales sobrevivientes
(especialmente a las pymes) y colocará una segunda lápida
sobre la demanda de las clases medias y bajas. Por supuesto, el crédito
internacional no podrá ser recompuesto de manera significativa
durante mucho tiempo; la insolvencia o débil capacidad de pago
argentina durará mientras exista la superdeuda y el sometimiento
al pago irrestricto de sus intereses. Seremos una economía funcionando
a baja intensidad de tipo colonial, gobernada por usureros.
Esto producirá un efecto devastador en el plano social; la desocupación
y subocupación crecerán en progresión geométrica,
lo que arrastrará (ya lo está haciendo) a un amplio abanico
de actividades informales, cuyos nuevos desocupados no figuran en las
estadísticas oficiales; la extensión y agravamiento de la
pobreza y la marginalidad significarán, por ejemplo, la hipertrofia
de la indigencia urbana, la desaparición en esos sectores de servicios
(salud, educación y otros) considerados hasta ahora conquistasbásicas
de la civilización. Resulta difícil imaginar esa nueva Argentina
miserable que tendrá muy poco que ver con las descripciones conocidas
de las sociedades periféricas pobres del pasado, consideradas atrasadas,
por el contrario, nos encontramos ante fenómenos de posmodernización
decadente, que empezaron a emerger en los años 90: los casos de
la ex URSS y varios países de Europa del Este nos pueden ser de
utilidad en lo que concierne al proceso de degradación social de
poblaciones modernas, incluyendo fenómenos inéditos de implosión
cultural.
Estado, política
y miseria
Debemos precisar un poco el tipo de mutación que está
sufriendo el Estado señalando que la dinámica ajuste-crisis-ajuste
va eliminando sus estructuras y funciones tradicionales, heredadas de
más de un siglo de desarrollo capitalista que cubrían aspectos
tales como la educación y la salud públicas, las grandes
obras de infraestructura, la seguridad social, el empleo público
provincial, etc., altamente deteriorados durante los años 90, pero
todavía sobreviviendo (de manera agonizante). A la economía
de penuria le correspondería un Estado pequeño y centralizado,
estructurado en torno de tres orientaciones básicas: primero, la
recaudación de impuestos y recuperación de divisas destinados
a sostener los pagos de la deuda externa y el envío al exterior
de beneficios de los grupos económicos dominantes. Segundo, la
represión de las protestas populares (articulando estructuras estatales
y privadas formales e informales) y tercero, la organización
de sistemas de contención social, de control de la pobreza con
expresiones hostiles al sistema.
Represión y contención son las dos caras de una misma moneda.
La miseria extrema de grandes sectores sociales es un componente fundamental
del sistema, para que éste persista en el tiempo deberá
protegerse de sus víctimas, los millones de argentinos sumergidos
que tendrán que pelear contra sus verdugos para sobrevivir. Domesticar,
contener, controlar a los miserables, a los marginados y superexplotados
es hoy para el capitalismo argentino la prioridad estratégica número
uno. Desde mediados de los años 90 en el Banco Mundial, en el Departamento
de Estado de los Estados Unidos y otras estructuras imperiales, se vienen
gestando y promoviendo proyectos de contención social en la periferia,
especialmente en América latina sobre la base de que las transformaciones
neoliberales de la economía hunden en la pobreza a enormes masas
sociales urbanas y rurales y que debe ser frenado su descontento. El armado
de redes de contención social a través de subsidios
a los indigentes es un objetivo clave del sistema regional de dominación,
complementario de diversos instrumentos represivos (Plan Colombia,
reconversión y creación de fuerzas represivas nacionales
y regionales especiales, etc.). El gobierno norteamericano, sus socios
de la OTAN, la Iglesia, etc., acompañados lógicamente por
la alta burguesía local, promueven en nuestro país esos
operativos de institucionalización de la miseria. Reprimir a los
díscolos y, al mismo tiempo, integrar en la degradación
a quienes, conformándose con su situación, acepten la caridad
de los ricos. La ministra de Trabajo, Patricia Bullrich, viene proponiendo
la transformación de las protestas piqueteras en organizaciones
solidarias legales, encargadas de gestionar planes Trabajar
y distribuciones de bolsas de alimentos. Sueña con la constitución,
por esa vía, de una suerte de burocracia de la marginalidad, obviamente
corrupta, instrumento dócil de los políticos del régimen
y los organismos de seguridad. En el mismo sentido apuntan proyectos de
aparente inspiración cristiana de subsidios a los desocupados
que buscan desviar las luchas, encauzándolas hacia ese objetivo
único, exclusivo, obviando, dejando de lado, por el momento,
las exigencias de cambios profundos en la estructura económica
y social, es decir temas tales como la suspensión del pago de la
deuda externa, la renacionalización de las empresasprivatizadas
y la seguridad social, etc. Oponer reclamos esenciales de sobrevivencia
inmediata a programas más amplios de cambio constituye un viejo
truco conservador, una bien conocida trampa destinada a bloquear, desviar
y dividir a los de abajo.
Obviamente este andamiaje de contención-represión es antagónico
con la vigencia amplia de las libertades democráticas; su complemento
político no puede ser otro que una forma de poder de tipo dictatorial,
autoritario, más allá de los maquillajes circunstanciales
(probablemente civiles) que deba adoptar.
La prédica actual acerca del costo de la política,
impulsada por los medios de comunicación locales, el Banco Mundial
más el propio gobierno y los partidos políticos del régimen,
utilizando como justificación su propia corrupción, apunta
en realidad a reducir o eliminar espacios de representación democrática
(nacionales, provinciales, municipales).
El futuro
de la involución
Pero nada asegura la permanencia de este régimen. Un primer
obstáculo será el descontento popular, que viene erosionando
la legitimidad de las vallas de contención sindicales y políticas
tradicionales y desarrollando luchas desde abajo, no institucionales,
por ejemplo, los cortes de rutas en crecimiento exponencial.
Un segundo obstáculo está constituido por el contexto internacional
signado por la crisis con centro en los Estados Unidos y Japón,
pero incluyendo también a la Unión Europea y afectando al
conjunto de la periferia; todo ello comprime el comercio internacional,
castigando especialmente los precios de los productos vendidos por los
países subdesarrollados, caotiza los flujos financieros, encarece
los préstamos demandados por las regiones pobres, hace subir las
sobretasas usurarias (riesgo-país) a que se ven sometidas.
En América latina esto se expresa a través de la desestabilización
de los regímenes neoliberales.
Un tercer factor a considerar es el carácter inestable del capitalismo
argentino, dominado por una lógica de depredación insaciable
donde el achicamiento de la economía nacional debería incentivar
la voracidad relativa de la mafia financiera, las contradicciones entre
intereses en su interior, la descomposición de sus elites políticas,
el desmantelamiento de los estados provinciales y del aparato estatal
nacional.
Cada una de
esas dificultades para la consolidación del sistema encontrarán
formas, tentativas más o menos eficaces de corrección. La
reproducción de ensayos de contención popular a través
del asistencialismo, de demagogias políticas centristas, semiprogresistas,
populistas conservadoras u otras, combinadas con represiones selectivas
es previsible. Los Estados Unidos intentan compensar el descontrol en
la región con nuevos esquemas de dominación, combinando
ofensivas económicas (como el ALCA o las dolarizaciones) y militares
(el Plan Colombia), con estrategias de reconversión de estructuras
represivas locales. En fin, el desorden del régimen argentino,
de su sistema de poder siempre puede generar convocatorias al cese o reducción
de las rencillas internas, a la unidad nacional ante eventuales
peligros de desborde de las masas sumergidas.
No es seguro el derrumbe del sistema, tampoco lo es su permanencia a mediano
o largo plazo, nos encontramos ante un final no definido de antemano donde
la lucha de clases, la confrontación entre los de arriba y los
de abajo, entre la reproducción ampliada de la decadencia y la
rebelión de las víctimas tendrá la última
palabra.
Contrarrevoluciones
Todo lo expuesto sugiere una visión del pasado más
extendida cubriendo unas cinco décadas de la historia argentina,
desde mediados de los añoscincuenta. Durante ese largo período
se produjeron dos contrarrevoluciones (la primera en 1955 y la segunda
en 1976) que consolidaron, aseguraron el proceso de declinación
de muestro capitalismo subdesarrollado, cuya última prosperidad
industrial (años 40 y 50) había encontrado serios límites
locales e internacionales que agotaron su empuje inicial.
El golpe militar de 1955 expresó un cambio decisivo en las relaciones
de poder favorable a los Estados Unidos y a una conjunción de fuerzas
burguesas internas y externas que, a partir de ese momento, desarrollaron
un prolongado esfuerzo de penetración imperialista (financiera,
industrial, etc.) y desarticulación de estructuras económicas
proteccionistas, de distribución de ingresos hacia las clases bajas,
educativas, sanitarias, etc., que fue degradando el mercado interno, el
tejido industrial, el sistema de transporte, las empresas públicas
de servicios. Esa dictadura militar inició un complejo camino de
dominación, zigzagueante, con marchas y contramarchas, empates
provisorios, con golpes de Estado y gobiernos civiles nacidos de la proscripción
electoral del peronismo, modernizaciones culturales (impactando a un amplio
abanico de sectores sociales, pero principalmente a las capas medias)
paralelas a la acentuación del subdesarrollo económico y
la polarización social.
Pero ese país entre estancado y declinante engendró fuerzas
de resistencia y ruptura, tentativas de superación del sistema
cuya expresión más alta fue la insurgencia revolucionaria
de los años 60 y 70, con centro en un sujeto histórico inesperado,
la juventud radicalizada de las capas medias, encabezando en la culminación
de su lucha a grandes sectores populares. Sin embargo, esa embestida fue
insuficiente, tanto desde el punto de vista de su capacidad de convocatoria,
como de su estructuración ideológica y organizativa. Un
capitalismo sin destino positivo pudo bloquear y luego arrasar esa rebelión;
las Fuerzas Armadas fueron el ejecutor sanguinario de la contrarrevolución
que, desde 1976, acompañó al genocidio con cambios económicos
y sociales que forjaron, instalaron, un nuevo sistema de dominación
de tipo parasitario.
1955 y 1976 marcaron dos momentos decisivos de nuestra historia, dos enviones
hacia abajo, hacia el desastre de una sociedad periférica cuyas
posibilidades de renovación capitalista eran muy débiles,
casi inexistentes, pero que, sin embargo, no pudo generar cambios (sujetos)
revolucionarios que saltaran por encima de sus bloqueos burgueses.
En el año 2001 nos encontramos en los inicios de una tercera contrarrevolución,
la más profunda y retrógrada de todas. La trampa conservadora
está nuevamente montada, aunque nunca como ahora el grado de integración
(económica, política, ideológica, institucional)
de la mayoría de la población al sistema ha sido tan floja,
tan carente de ilusiones. Ello reduce su capacidad operativa a mediano
y largo plazo, plantea la posibilidad concreta de la emergencia de una
insurgencia popular nueva, heredera de las anteriores pero cargada de
una enorme densidad social, de un potencial de ruptura jamás antes
visto en la Argentina.
Reproducción
conservadora, ruptura, crisis
La persistencia del país burgués (incluidas sus contrarrevoluciones,
reformas fracasadas y estafas electorales) ha requerido la presencia dominante
de mecanismos ideológicos e institucionales destinados a evitar,
controlar y eventualmente aislar desbordes y radicalizaciones que podrían
poner en peligro su existencia.
La sociedad argentina de hoy aparece polarizada entre una abrumadora mayoría
de pobres, marginales e indigentes, de trabajadores, profesionales y pequeños
empresarios precarios a la que se opone una mafia depredadora rodeada
por un pequeño porcentaje privilegiado de la población.
Sin embargo, este corte visible y la inestable serie de eslabones sociales
intermedios se encuentran atravesados por una trama cultural conservadora,red
de seguridad esencial del sistema, envoltorio difícil de quebrar
que bloquea las salidas, alimentando al (y nutriéndose del) proceso
de decadencia, atrapando a una amplia variedad de dirigentes y estructuras
políticas, sindicales y sociales cuyo rasgo común es la
no-transgresión de los límites del sistema, el convencimiento
irracional de que el poder es inexpugnable, todopoderoso. Al interior
de ese clima ideológico degradado la revolución
(concreta, practicable) aparece como una idea descabellada, precisamente
en el momento histórico en que la vía revolucionaria, de
ruptura radical contra el régimen declinante es el único
camino realista, posible de superación positiva de la crisis.
Dentro de ese pantano tienen un lugar destacado el centroizquierda político
en su eterna búsqueda de un capitalismo con rostro humano (recordemos
al casi olvidado alfonsinismo-progre de los 80 o al Frepaso de los 90)
y el oportunismo sindical, desde las andanzas de Ubaldini en los 80 hasta
el doble juego (ahora al descubierto, desacreditado) de la CGT rebelde
y de la CTA, que se esmera actualmente en imponerle un perfil light
a la movilización piquetera reduciéndola así a la
impotencia. Pero también debemos incluir a las izquierdas enanas,
sin vocación de poder, vegetando embrolladas en sus galimatías
sectarios. Todo ello forma parte de un mundo en decadencia que refuerza,
remacha con su miseria moral la miseria material de los sumergidos sociales.
Temeroso de la rebeldía de los oprimidos, el sistema en crisis
extrema sus dispositivos de control y bloqueo, anula o minimiza de manera
virtual, comunicacional, la protesta que emerge desde el subsuelo, pero
al hacerlo degrada, desprestigia a sus intermediarios, tapona las vías
de escape, contribuye sin quererlo a la sobreacumulación de presión
contestataria, de bronca popular. En realidad hace lo único que
puede, la lógica de la crisis sobredetermina su comportamiento.
Esa dinámica perversa se apoya en la ausencia de la revolución
como proyecto y como bandera de lucha, antagónica a la degradación
general, que sólo puede estructurarse, extenderse, consolidarse
desde abajo si su enemigo capitalista retrocede, se desordena, se desestructura.
El oprimido empieza a existir como ser humano, a conquistar su dignidad
sólo cuando el opresor empieza a morir.
* Docente de la UBA y de la
Universidad Popular de Madres de Plaza de Mayo.
1 Obviamente esta ayuda puede resultar insuficiente dado el
elevado grado de endeudamiento público de la Argentina.
2 Philippe Lafournier, Le diagnostic. 2002 la dépendence dune
eventuelle reprise aux Etats-Unis, Centre de Prospective de LExpansion,
Paris, 7 juillet 2001.
3 Según la mayor parte de los pronósticos, las exportaciones
mundiales reducirán su expansión del 13 por ciento en 2000
a menos del 3 por ciento en 2001, Ibid.
4 El endeudamiento privado individual y familiar llegaba hacia fines del
año pasado a la cifra record del 120 por ciento del Producto Bruto
Interno. Fuente: Bank for International Settlements (BIS), 71st. Annual
Repor 2000-2001. Basilea.
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