En tiempos
de una violencia de crueldad creciente, que tiende a naturalizarse y afecta
a toda la humanidad, sin excepción, y reconoce raíces en un orden social
mundial de constitución perversa y violatorio de la más elemental justicia,
situación agravada con la guerra desatada por el Imperio contra Afganistán,
provocando nuevas víctimas a doquier que se unen con las muertes ocurridas
en Nueva York, en Palestina o en Irak, por citar, tristemente, sólo algunas
de las muertes que a todos nos duelen, agobian, e instan a bregar por
la paz (pero también a sustituir las estructuras económicas y políticas
que dañan la propia condición humana, y cuyo rostro más conmovedor es
el de esos miles y miles de niños condenados a morir diariamente de hambre),
desde la Universidad Popular nos pronunciamos con un Homenaje a la Vida,
cuya lectura cobra nitidez en tanto habla de las Madres de Plaza de Mayo
como protagonistas de la Justicia �nunca de la venganza�, y remite al
cercano Día de la Madre, allí donde el símbolo se hace carnadura que honra
la existencia humana. V.Z.L.
Nuevo Elogio
de la locura
Julio Cortázar
El primero fue escrito hace siglos por Erasmo de Roterdam. No recuerdo
bien de qué se trataba, pero su título me conmovió
siempre, y hoy sé por qué: la locura merece ser elogiada
cuando la razón, esa razón que tanto enorgullece al Occidente,
se rompe los dientes contra una realidad que no se deja ni se dejará
atrapar jamás por las frías armas de la lógica, la
ciencia pura y la tecnología.
De Jean Cocteau es esta profunda intuición que muchos prefieren
atribuir a su supuesta frivolidad: Victor Hugo era un loco que se creía
Victor Hugo. Nada más cierto: hay un ser genial epíteto
que siempre me pareció un eufemismo razonable para explicar el
grado supremo de la locura, es decir, de la ruptura de todos los lazos
razonables para escribir Los trabajadores del mar y Nuestra Señora
de París. Y el día en que los plumíferos y los sicarios
de la junta militar argentina echaron a rodar la calificación de
Locas para neutralizar y poner en ridículo a las Madres
de Plaza de Mayo, más les hubiera valido pensar en lo que precede,
suponiendo que hubieran sido capaces, cosa harto improbable. Estúpidos
como corresponde a su fauna y a sus tendencias, no se dieron cuenta de
que echaban a volar una inmensa bandada de palomas que habría de
cubrir los cielos del mundo con su mensaje que cada día es más
escuchado y más comprendido por las mujeres y los hombres libres
de todos los pueblos.
Como no tengo nada de politólogo y mucho de poeta, veo el discurso
de la historia como los calígrafos japoneses sus dibujos: hay una
hoja de papel, que es el espacio y también el tiempo, hay un pincel
que una mano deja correr brevemente para trazar signos que se enlazan,
juegan consigo mismo, buscan su propia armonía y se interrumpen
en el punto exacto en que ellos mismos determinan. Sé muy bien
que hay una dialéctica de la historia (no sería socialista
si no lo creyera), pero también sé que esa dialéctica
de las sociedades humanas no es un frío producto lógico
como lo quisieran tantos teóricos de la historia y la política.
Lo irracional, lo inesperado, la bandada de palomas, las Madres de la
Plaza de Mayo, irrumpen en cualquier momento para desbaratar y trastocar
los cálculos más científicos de nuestras escuelas
de guerra y de seguridad nacional. Por eso no tengo miedo de sumarme a
los locos cuando digo que, de una manera que hará crujir los dientes
de muchos bien pensantes, la sucesión del general Viola por el
general Galtieri es hoy obra evidente y triunfo significativo de ese montón
de madres y de abuelas que desde hace tiempo se obstinan en visitar la
Plaza de Mayo por razones que nada tienen que ver con sus bellezas edilicias
o la majestad más bien cenicienta de su celebrada Pirámide.
En los últimos meses, la actitud más definida de una parte
del pueblo argentino se ha apoyado consciente o inconscientemente en la
demencial obstinación de un puñado de mujeres que reclaman
explicaciones por la desaparición de sus seres queridos. La vergüenza
es una fuerza que puede disimularse mucho tiempo, pero que al final estalla
de las maneras más inesperadas, y ese factor no ha sido tenido
jamás en cuenta por la soberbia de los militares en el poder. Que
bajo la férula menos violenta de Viola esa explosión haya
asumido la magnitud de una manifestación de miles y miles de argentinos
en las calles céntricas de Buenos Aires, y una serie creciente
de declaraciones, denuncias y peticiones en los periódicos, es
una prueba de debilidad castrense que la estirpe de losGaltieri y otros
halcones no podían tolerar. Ellos, por supuesto, no lo saben de
manera demasiado lúcida, pero la lógica de la locura no
es menos implacable que la que se estudia en el colegio militar: el corolario
del teorema es que el general Galtieri debería estar reconocido
a las Madres de la Plaza de Mayo, pues es sobre todo gracias a ellas que
ha podido dar el zarpazo que acaba de encaramarlo en el sillón
de los mandamás.
Por su parte, las madres y las abuelas que sin saberlo han facilitado
su entronización, no tienen la menor idea de lo que han hecho.
Muy al contrario, pues en el plano de la realidad inmediata esa sustitución
de jefatura significa una profunda agravación del panorama político
y social de la Argentina. Pero esa agravación es al mismo tiempo
la prueba de que la copa está cada vez más colmada, y que
el proceso llega a su punto de máxima tensión. Es entonces
que la respuesta de esa parte de nuestro pueblo capaz de seguir teniendo
vergüenza deberá entrar en acción por todas las vías
posibles, y que las fuerzas del interior y del exterior del país
tendrán que responder a algo que las está invitando a salir
de una etapa harto explicable pero que no puede continuar sin darle la
razón a quienes pretenden tenerla.
Sigamos siendo locos, madres y abuelitas de Plaza de Mayo, gentes de pluma
y de palabra, exiliados de dentro y de fuera. Sigamos siendo locos, argentinos:
no hay otra manera de acabar con esa razón que vocifera sus slogans
de orden, disciplina y patriotismo. Sigamos lanzando las palomas de la
verdadera patria a los cielos de nuestra tierra y de todo el mundo.
Invencibles Maestras
Osvaldo Bayer
No hay otra palabra:
Invencibles. Cuando los políticos que hoy nos representan se escondían
en la laguna de Chascomús o iban a visitar a su amigo el general
o eran directamente alcahuetes de Camps, ellas conquistaban la Plaza de
Mayo a pesar de tanto esbirro disfrazado con uniforme, a pesar de tanto
sable y caballo que caracoleaba, y del secuestro y la desaparición.
Ellas estaban allí conquistando la Plaza de Mayo a la que nunca
más abandonaron. Y después fueron capaces de instalar una
casa, la Casa de las Madres, y una Universidad, la Universidad Popular
de Las Madres de Plaza de Mayo. Sí, las Madres. Y ahora las ve
uno en piqueteras. Una época que desborda en heroísmo, en
desprendimiento, en solidaridad, en amor al país y a los que sufren
y en un repudio vital a toda la burocracia delincuente que nos rodea.
Ellas son las únicas que son capaces de decirles a estas figuritas
tristes y aprovechadas que ocupan presidencias, ministerios y bancas:
cobardes, ladrones, aprovechados insaciables.
Las Madres nos enseñaron democracia: mujeres del pueblo, surgidas
casi todas de barrios de trabajadores. Nos enseñaron democracia
demostrando que sólo hay democracia cuando el pueblo ha ganado
la calle y habla. No les han tenido miedo ni a los presidentes de la Nación
ni a los generales semiarrepentidos que esconden su cobardía sempiterna
en sus breeches y sus botas.
Las Madres sin armas de fuego y sin embargo tiembla la Casa Rosada, tiembla
el Congreso, tiemblan todos los milicos estén disfrazados de marrón
terroso, de azul o de lo que sea.
Un pueblo estafado, un fascismo que prepara una vez más sus armas
de sometimiento y la persecución: el presidente de la República,
Fernando de la Rúa el que dio el espectáculo sucio
y deprimente de defender en el Senado con un pathos exagerado de quien
defiende a cobardes verdugos, las leyes de Punto Final y Obediencia Debida
acaba de hacerles la venia a los pobres chicos de las villas miseria a
quienes militares
trasnochados de puro fascismo les han dado uniformes y los disciplinan
para el futuro. Sí, se preparan cuando ya todo se desmorone
y se le haya quitado todo al pueblo, para reprimir. Hay que preparar los
represores del futuro y como los gendarmes actuales que por trescientos
pesos fusilan a los huelguistas y muelen a palos a la gente de la tierra
hay que meterles en la cabeza que es un deber defender al Fondo Monetario
Internacional y no a la gente de trabajo explotada y noblemente rebelde.
Las Madres nos enseñan cómo dejar al desnudo a la mentira
de estos inmorales de comité que nos quieren hacer creer que por
ser elegidos en los tortuosos comités y con el apoyo millonario
del dinero de los consorcios en sus propagandas, son los hombres de la
democracia y la Constitución y que por eso debemos respetarlos.
No. Esa es nuestra lucha, la que nos enseñaron las Madres: decir
a voz en cuello que esto no es democracia ni los que gobiernan son demócratas.
Son apenas hijos del oportunismo y la avidez. Y actuar. Desde el piquete
que corta los caminos de la infamia hasta el piquete de la moral y laconducta
que existirá eternamente en los que creen que la única democracia
existe cuando todos pueden vivir en dignidad.
En homenaje a hijas de sus
hijos
Roberto Fernández Retamar
La Habana, setiembre de 2000
La grandeza histórica de José Martí estuvo acompañada,
o incluso iluminada por las relaciones entrañables que mantuvo
con sus padres, sus hermanas y su hijo. Don Ezequiel Martínez Estrada,
que tan profundamente comprendió a Martí, escribió
un penetrante estudio sobre lo que llamó La familia de Martí.
En esta ocasión, debo detenerme sólo en un aspecto del singular
vínculo de Martí con su hijo. La vida errante del cubano
lo mantuvo en ocasiones lejos de él. En una de esas ocasiones,
estando Martí en Caracas, en 1881, le consagró al niño
un breve e intenso poemario que aparecería publicado al año
siguiente en Nueva York con el título Ismaelillo. Al frente de
la dedicatoria escribió: ¡Hijo: Espantado de todo,
me refugio en ti./ Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura,
en la utilidad de la virtud y en ti. En el centro de uno de los
más nobles poemas que siguieron a dicha dedicatoria, arden estos
versos: ¡Hijo soy de mi hijo!/ ¡El me rehace!.
Pocas veces la historia ha tenido ocasión de ver encarnar no ya
en una persona, sino en un conjunto de ellas, un sentimiento similar como
en las extraordinarias Madres de Plaza de Mayo. Ellas, con arrasadora
autenticidad, han mostrado ser hijas de sus hijos e hijas, haber sido
rehechas por ellos y ellas, con valor supremo han tenido y tienen fe en
el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud,
y en sus vástagos, desaparecidos espantosamente, y reaparecidos
en sus corazones ejemplares. Sólo quiero dejar aquí estas
palabras, tan sencillas como verdaderas, para ratificar mi gratitud por
el ejemplo imperecedero de quienes son la conciencia de su patria y el
orgullo de tantos y tantas en el planeta.
Las alas de los pañuelos
Hamlet Lima Quintana
Y parece que volaran, escribí y terminé el poema.
Tiempo después, pensé que eso podía aplicarse a las
Madres de Plaza de Mayo. Porque ellas aparecieron un día, en pleno
genocidio de la dictadura militar y se pusieron a dar vueltas por el centro
de la plaza, como si no dejaran huellas en el suelo. Soportaron insultos,
agresiones, golpes, toda la gama de humillaciones que son capaces de ejercer
los dueños de la muerte.
Y siguieron caminando hasta que las palomas de Plaza de Mayo comenzaron
a caminar en la ronda mientras las Madres volaban.
Todo parecía seguir igual, pero ellas habían llegado a generar
el hecho político más formidable de los últimos 40
años, una verdadera clase de democracia y ética que la dirigencia
política de los distintos gobiernos todavía no ha llegado
a comprender. Una suerte de dirigentes que de tanto mirarse el ombligo
y pelear por los cargos ha descendido a la mayor corrupción que
se conoce en la historia del país. Claro, ellos no podían
ver, pues al mirar así miraban hacia abajo y no sabían que
las Madres de Plaza de Mayo volaban en lo alto, que es el lugar donde
vuelan las utopías populares.
Después tuvieron su Casa y en ella un importante archivo de la
memoria que destrozaba a los genocidas, los que ya caminaban por las calles.
Y como es natural en estos casos, los servicios de los gobiernos democráticos
entraron varias veces a destrozar y robar los documentos. Con eso creían
que mataban la tarea y los sueños de las Madres. Pero no sabían
que esos archivos ya estaban junto a las para ellos utopías
populares, fuera de su alcance. También fundaron el Diario de las
Madres, a duro sacrificio, a duro golpe de maza, a dura insistencia de
la voluntad. Pero allí estaba. Y también como es lógico,
llegaron los sirvientes de turno de los democráticos
de turno a destruir lo indestructible: la terca voluntad de las Madres.
Y el diario continuó saliendo. Porque las Madres parece que volaran.
Así, en esa forma tan natural, soportaron otra vez
amenazas, golpes, ataques a sus domicilios y a ellas en esos lugares privados
por parte de los ¿desconocidos? de siempre. Pero golpeaban en el
aire porque la carne se olvida de los golpes con otros golpes, mucho más
potentes, de la voluntad. Y golpeaban en el aire porque, ¿cómo
iban a saber ellos?, las Madres parecen que volaran.
Luego llegó la Universidad en su nueva Casa. Cosa que parece un
milagro en este país donde los gobiernos destruyen, en forma sistemática,
la cultura, la educación y la salud. Las Madres levantaron una
Universidad donde los Derechos Humanos y la Etica, son alimento cotidiano
para formar nuevas generaciones sanas, alejadas de la corrupción
de cada día. Una Universidad a la que tendrían que asistir
todos los integrantes de las dirigencias políticas del poder.
Pero ellos no aprendieron nunca del ejemplo de las Madres y continúan
con los genocidios que generan entre los jubilados, la desnutrición
infantil, los desocupados y el pueblo en general. Así, las Madres
de Plaza de Mayo son lo más parecido a nuestra Madre Tierra, la
Pachamama, la Madre de Madres, la que custodia celosamente a las futuras
generaciones en el útero caliente de esta tierra latinoamericana.
Y porque no es que parece que volaran, sino que vuelan con las alas que
conforman sus pañuelos blancos de la lucha.
Feliz día Madres de Madres. Feliz y merecido día Madres
de Plaza de Mayo.
Entre Gorki y Bertolt Brecht
David Viñas
La Rusa se paró
en medio del camino de aromos. Y cuando ese perro lanudo empezó
a lamerle las botas, recién me di cuenta de que eran las de mi
padre: unos borceguíes hasta las rodillas, a los que la Rusa no
había tenido tiempo de atarles los cordones.
¡Luisa! Llamó la Rusa. Mi madre, mi Esther
con las trenzas sueltas sobre la espalda, mi nuca acanalada que yo solía
oler como un ternero. ¡Luisa!, repitió ahí
parada sacudiendo los dedos para apurar ese trámite. ¡Luisa:
tráigame la carabina! Y Luisa, frotándose las manos
en el delantal (esas manos con un espeso olor a acaroína que yo
también solía oler hasta que ella me sacaba de un manotazo),
iba trotando hacia el galpón de la peonada.
¡Ahí está la carabina, Luisa; detrás
de los arados! La boca de mi madre, sus labios de sandía,
su brazo estirado, con un manchón en la axila, mi Esther, mi Rusa
nacida en el hotel de inmigrantes. Apure, Luisa; mueva ese culo
gordo! Y mi madre avanzó hacia el fondo del camino de tierra:
mi Rusa, mi durazno de Odesa, mis breeches de corderoy, mis nalgas de
muchachito. Aquí tiene, señora Esther. Por delante
del palenque del alazán siguió avanzando por un costado
del tanque australiano y de las cuchas vacías de los perros y por
debajo de la sombra violeta de los aromos, mi Rusa sosteniendo esa carabina
de dos caños: ¿Qué quieren ustedes? Ya
muy cerca de ese Ford que se estremecía soltando una columna de
vapor. Ustedes han entrado a mi campo sin... Las armas,
señora, medio saludó ese sargento. ¡Aquí
no hay armas! ¿Y ésa?, señaló
el sargento bajando del auto. Para matar comadrejas, mi Rusa
sacudió su carabina en el aire. Para elefantes será,
señora ¡Y para cornudos! -Señora,
señora, el sargento se quitó el quepis agarrándolo
de la punta prusiana, hay denuncia, señora; y tenemos orden
de hacer una requisa y de... ¿Cómo dice?
...y de llevarnos todas las armas del doctor. ¡Mi
marido no está!, la carabina era belga. Pero nosotros
tenemos orden. Firmada, señora, ese hombre exhibía
un papel. ¿Firmada? ¿Por quién? Por
el comisario, señora, y por... Mi madre se lo arrancó:
¡A ver!, y fue leyendo, despacio, moviendo apenas sus
labios anchos; el alazán relinchó tironeando de su palenque.
Tenemos que entrar, señora.
¿Adónde? A su casa. Ni se
le ocurra, mi Rusa fue estrujando ese papel cubierto de sellos y
de un par de firmas. ¡Suba! Es una orden, señora.
¡Suba al auto le estoy diciendo! Señora...,
reculó el sargento acomodándose el quepis en punta. Y
se me van yendo ya mismo. Doña Esther... ¡Ya
mismo!, mi madre me hizo a un lado y lo apuntó con la carabina.
¡Yaaaaaaa!
Mi madre bajó su carabina recién cuando el Ford polvoriento
dobló allá al fondo más allá de la tranquera.
¿Tuviste miedo? Acarició los dos caños
oxidados. Contempló el cielo untado de mostaza. Respiró
hondo como si saliera de una pileta y se secó el sudor que le brillaba
por encima de los labios. Abrió el cerrojo y palpó la recámara
vacía.
¿Leíste a Gorki?
Yo dije que no en silencio.
A ése también le entusiasmaban las campesinas que
tiraban de un carro cruzando por el centro de las plazas.
La pasión según
las Madres
Vicente Zito Lema
I (En el exilio)
No conocía
en persona a las Madres cuando escribí por primera vez sobre ellas.
Yo vivía mi exilio en Holanda, entre canales helados donde bregan
los patos y esa soledad difícil de contar que quema el alma hasta
volverla un piélago negro.
Fui escuchando sus voces, que escurrían las distancias como agua
entre los dedos. Me puse a marchar con ellas, desde el deseo de ser parte
de esas sombras convertidas en luz durante las ceremonias del coraje,
todos los jueves.
Poco a poco, allí, en el norte de Europa, tan lejos, el extravío
del dolor tuvo calma, la derrota conoció la esperanza y nuestras
vidas a la deriva en los océanos infaustos del destino encontraron
su anclaje y su sentido. Otra vez el mañana era un puerto.
Fue desde la piel de las Madres que mi angustia pudo denunciar a una sociedad
que se dejó llevar a sus hijos vivos y no enterró a sus
muertos.
Fue por la épica de las Madres que alcancé a decir: un país
de labios enfermos se animaba a quebrar el silencio con un grito.
Gracias a ellas más que a nadie pusimos los pies como en el principio
sobre el largo camino de nuestra tierra. Gracias a ellas y a los
cuerpos sacrificados de nuestros soldaditos en Malvinas nos animamos
a mirar aún con lágrimas otra vez aquel cielo. (Hablo del
cielo donde los caballos se alzan y relinchan como en los grandes sueños.
Esos sueños donde la muerte no existe y mis compañeros siguen
siendo jóvenes y hermosos para siempre.)
II (En el país)
¿Con cuál esencia breve se teje la ilusión?
De nuevo la dura realidad y su mazazo en la nuca.
El tibio viento de la democracia sopló muy poco. Allí donde
se necesitó justicia reinó urgente la impunidad. Los miles
de desaparecidos del ayer transformados en los millones de excluidos del
hoy. Un poder que sólo cambió en sus apariencias se obstina
en relatar nuestros días como una pesadilla perversa.
Un escenario de crueldad convertido en desafío histórico
que recogieron las Madres.
Así las vemos, como antes alzadas contra una racionalidad enferma;
locas en una poética que no acepta el vasallaje de la muerte, ni
sus usuras.
Con la misma pasión con que rechazaron los despojos de los cuerpos
de sus hijos si no se acompañaba con el castigo real y no simbólico
de los asesinos. (No se olvide que la materia de esos cuerpos amados era
un sueño renacido como fuego de las cenizas para alumbrarlas.)
Capaces de transgredir la cultura de la resignación; no hay llanto
al pie del yacente; no hay una escultura de la piedad con la belleza que
mitiga el martirio. Hay una desbocada ira, unos aullidos del alma y unos
insultos a boca abierta que rompen los ritos bien cuidados de la tradición.
Hay bacantes de la lucha en el mismísimo estruendo de la épica.
III (Haceres) Las Madres
se han engendrado a sí mismas al engendrarse por necesidad de sus
hijos. Aceptaron así, sin inventario, la herencia de ellos: La
militancia como altísima aventura que se renueva; la conciencia
crítica para abrir los ojos ante el mundo, y el amor al compañero
que no se renuncia en el peligro.
De allí que el hijo propio como individuo del pasado adviene para
ellas en todos los hijos mi hijo, como sujeto amoroso colectivo del hoy
histórico.
Todas y cada una de las víctimas son en el dolor y la pasión
tan absolutas que por su exceso se tornan naturalmente públicas.
Todos y cada uno de quienes construyen el presente en la brega son para
las Madres los nuevos hijos que llenan de contenido los no dichos de los
cuerpos de los desaparecidos, que al aparecer en la conciencia y en los
sueños que se transmiten hacen desaparecer por inutilidad de materia
y de fines a los criminales desaparecedores.
Reproducción primigenia de la vida que crece en su plasticidad
estética y se legitima allí donde las actuales formas de
represión ponen a prueba la carnadura ética del discurso.
Consecuentes con su siembra terminan provocando un conflicto político
y moral; ¡No a la reparación económica del dolor más
dolor! ¡No a la troca de la vida! Dicen, honrando a sus hijos.
Se niegan a consentir un principio que está en la base de nuestras
actuales sociedades: todo tiene un precio. Todo lo humano puede convertirse
en mercancía, también las pasiones y sentimientos.
Rescatan así de las miserias del mercado los cuerpos desechados,
para que sigan siendo la casa donde habita el alma.
IV (Lo que vendrá)
Una sociedad de iguales, donde el dolor del otro se sienta como propio
y los bellos fuegos de la fraternidad ahuyenten el helado respiro de la
muerte. Una muerte que el sistema de producción económica
y sus legalidades políticas han convertido en el horrible rostro
de nuestros días.
El eterno combate entre la luz y las tinieblas. O, en otros decires, esa
lucha de clases que el poder quiere enterrar enterrando a los que
sufren y se rebelan pero que resurge en todas sus antiguas formas
y en otras nuevas, porque los hombres han nacido para la vida. (La locura
y el suicidio son apenas el último consuelo.)
Hablo de una armonía y un sentido final, que como las hojas vuelven.
Hablo de un proyecto y de la pura naturalidad de un gran deseo.
En el final del camino está el reencuentro con los compañeros.
En el tránsito de ese camino cobramos aliento en la amorosa corporeidad
de sus madres. Veinticinco años, la celebración no es de
un día, tiene la plenitud lograda en cada uno de sus infinitos
instantes colmados de ardor hasta el milagro.
Vuelvo a decirlo: si en la oscuridad sin mengua de un horror que pareció
eterno supieron ser luz, ¿qué historia escribiremos mañana
para que ellas sonrían junto al árbol de las pasiones felices?
Las madres nuevas: deseo,
alumbramiento y socialización
Inés Vázquez
Unos quince años
atrás, cuando las Madres de Plaza de Mayo ya habían sido
señaladas como locas y madres de terroristas
por el poder dictatorial y como desestabilizadoras y antinacionales
por el agresivo registro del gobierno radical, la filósofa Laura
Rossi, en un texto que conserva una notable agudeza en el análisis
de la irrupción histórica de este movimiento, se preguntaba
si esa irrupción había provocado cambios en nuestra concepción
cultural de la figura materna. Proponía allí que las Madres
de Plaza de Mayo, al llevar a los hechos el mito de la leona, capaz de
garra y audacia inusitadas en defensa de sus cachorros, operaban como
traidoras del sistema patriarcal-burgués que las había
sustentado en la constitución de su rol materno, previo a la desaparición
de sus hijos. La puesta en práctica de ese rol, alentado hasta
entonces como defensa egoísta del núcleo familiar, liberaba
una serie de fuerzas contenidas e impredecibles en cuanto al nivel de
transformación que podían ejercer desde la armadura de la
intransigencia materna. La madre, para defender bajo el Estado terrorista
su rol de madre, se ha visto obligada a dejar de ser `madre. Se
ha visto obligada a dejar el reposo del hogar, la rutina de los platos
y las sábanas, la cálida ignorancia de la vida barrial.
(1) Estas mujeres, formadas en los valores de la entrega incondicional
a los hijos propios y la postergación de otros deseos y placeres
que no fueran los vinculados a la maternidad, de un golpe, frente a la
experiencia del terror de Estado, toman su fuerza y ubican su mayor legitimidad
en el rol de madres que la cultura dominante no podía negarles
ni reprocharles, salvo como declives provocados por una supuesta mala
praxis: ¿Sus hijos? Se hubieran ocupado antes, son
terroristas, no los educaron bien, ustedes son las culpables.
Pero es en esa compleja interacción con la trama política
de fines de los años 70 que les da terror en los cuerpos
de sus hijos y en los suyos propios, que les da mentira, en los poderes
constituidos y subsistentes del Estado, que intenta contenerlas en el
corset de la acción legalista o, incluso, clandestina, por parte
de los sectores de oposición a la dictadura donde ellas se
construyen como madres en lucha, llevando al límite la máxima
identificación con el rol aprendido, pero colocándolo en
otro registro material y simbólico: la Plaza de Mayo y la colectivización.
Así, las madres devienen una categoría política no
sólo sentimental o social, que marca, jaquea, azuza, desde
entonces y hasta hoy, la crisis del sistema político-económico
burgués, responsable del genocidio obrado por la dictadura y de
su concomitante impunidad, sancionada por los poderes civiles en la pretendida
democracia que la sucedió.
Más allá de las formalidades calendarias, que por lo común
homenajean una imagen materna que las Madres de Plaza de Mayo hace tiempo
han dejado atrás, un cuarto de siglo después de su nacimiento,
ellas relanzan la nueva maternidad social construida al seguir reuniendo
ética y política en la Plaza de la Revolución, transformándose
sin olvidar los valores innegociables, llevando al límite su maternidad
provocadora y, por eso, en país tan saturado de crímenes,
abriendo la posibilidad de nuestras propias y otras vidas.
(1) L. Rossi: Las Madres de
Plaza de Mayo o cómo quitarle la careta a la hipocresía
burguesa, en Alternativa Feminista, año I, Nº 1, 08/03/1985,
pág. 17.
Territorios fundadores
Alfredo Grande
Debemos endurecernos,
sin perder la ternura jamás, nos enseñaba el Che.
Aunque a lo mejor cada vez se fue haciendo más duro y algo de la
ternura se le extravió en los caminos del eterno sueño revolucionario.
Los que caminan, no solamente hacen camino al andar. También hacen
su destino, porque se construyen caminando, luchando, peleando, sufriendo,
modelando cuerpos y almas en la desigual batalla por mejores tiempos y
mejores lugares. Una madre abre el territorio fundante de la vida. Lo
abre y si es una madre suficientemente buena al decir de un
autor, lo abre, lo sostiene y lo prolonga. Una madre es paridora de un
cuerpo y de un vínculo, la única alianza por la vida, que
podrá sostener el despliegue del poder vital del recién
nacido y llegado. A un valle de lágrimas, a mesetas de dolor, a
montañas de alegría, a mares y playas de esperanza... Los
afectos, las emociones también se organizan en una geografía
pulsional y deseante que marcará para siempre el nomadismo de nuestras
pasiones. Caminando se hace destino, se hace sujeto, se hace otro de nosotros
mismos. Hebe es la otra mujer. Las Madres de Plaza de Mayo
son las otras formas de ser madres. Otra capacidad de prolongar
la vida, otra forma de construcción de la alteridad donde se ratifica
que la libertad de los demás prolonga la mía hasta el infinito.
Estas Madres han abierto multiplicidad de territorios fundadores, porque
no han sido solamente garantes de la vida, sino de seguir sosteniendo
honrar la vida.
Las Madres prolongan la vida del compromiso militante, la coherencia,
consistencia y credibilidad que solamente puede brindar una entrega sin
claudicaciones. No tener claudicaciones, para el sistema de las diversas
formas de gerenciamiento político cuya base son las claudicaciones
permanentes, es una muestra de rigidez. Las Madres han abierto otros territorios
desde los cuales la vida pasa a ser una geografía deseante que
merece ser vivida. La ética, la justicia, la dignidad, el coraje,
la alegría, la lucha, el conocimiento, el compromiso, son otras
formas de territorializar la vida. Las Madres son enamoradas de la vida,
por eso su reclamo fundacional es aparición con vida.
Con vida los llevaron, con vida los queremos. Pero la vida
no es solamente la prolongación corporal de una determinación
biológica. La vida es el compromiso político que en su nivel
fundante siempre es transgeneracional. Y como el sistema represor en su
permanente y sostenida crueldad decretó la no aparición,
decretó la burocratización del desaparecido, decretó
que para que no haya recuerdos tiene que haber memoria, entonces las Madres,
que tienen y sostienen otra forma de pensar y vivir la vida, sin claudicaciones,
sin vacilaciones, nos dicen: con vida, con toda la vida, con la
honrada vida de los militantes comprometidos con la lucha de los pueblos.
Y esa vida aparece. Esa vida que era la que en realidad quería
sustraerse. Se invisibilizaron los cuerpos para opacar las ideas. Pero
esa otra forma de vida no dejará de aparecer.
Celebración
Gregorio Kazi
Celebración
de la Maternidad. Día en que procuramos evocar amorosamente aquel
momento pasado en el que fuimos albergados en el cuerpo materno, las vicisitudes
complejas que permitieron una separación paulatina, la conquista
de la autonomía real y simbólica, la construcción
de vínculos en y con el mundo en las que se apuntalan y resignifican
nuestras relaciones primarias. Rememoración imposible en los territorios
de la ternura si no se fundamenta en la poesía libertaria del presente
que fluye en nuestro desafiante encuentro cotidiano con lo Maravilloso.
Recordar para no repetir desde la espontaneidad lúdica que nos
invita a crear/recrear la historicidad social que nos define, nos remite
la cuestión del nacimiento de lo inédito, lo novedoso. Ello
puede ser así si es que tal labor no ha sido definida como tal
desde el imperativo categórico de preservar la Memoria en tanto
cementerio de representaciones determinadas en sus significaciones por
otro portador del saber/poder. Lejos de memorizar racionalmente los gestos
amables de la maternidad y realizar un compendio estéril con ellos,
me propongo compartir ciertas vivencias, impresiones, sensaciones y pequeñas
reflexiones sobre la maternidad y las Madres.
Punto de entrecruzamiento de múltiples líneas de sentido
que habilita a recorrer un acontecimiento estremecedor: si los seres humanos,
en nuestra existencia particular, habitamos inicialmente los mitos de
origen, el cuerpo imaginado, el nombre propio/impropio que circulan en
la singularidad de instancias que construyen quienes nos anteceden no
menos intensa es la vivencia parental de coexistencia en tales lugares
reales/simbólicos/imaginarios. Ello es una experiencia compartida
por quienes pertenecemos al género humano. Sin embargo, tal operatoria
que va enhebrando las continuidades/discontinuidades generacionales, siendo
uno de los pilares de la posibilidad de legar/heredar referencias no estereotipadas
ni coaguladas, establece distintas dimensiones de transmisión.
Ello en los planos generales de existencia, en las bases del ser social,
ha sido abolido en nuestro país con la institucionalización
del Terror emanado desde el propio Estado y su posterior legitimación
a través de las leyes de impunidad. Los actos, palabras,
pensamientos, sueños de las Madres relanzan, reincorporan, de manera
revulsiva para algunos, todo aquello que remite a la condición
socializada de la maternidad: en cada escenario por el que marchan están
reinscribiendo la natalidad del deseo de sus hijos y del de ellas como
Madres referidas a la figura de un padre humano que limite la amenaza
continua de la reaparición del Padre Omnipresente que aniquila
a su progenie.
Día de la Madre que evoca las letras primigenias de la maternidad:
Cuerpo historizante que se ofrece como lugar de transmisión de
la historicidad de la cultura de la vida. Cuerpo/Mirada materna en las
que vivimos en nuestra indefensión inicial, bocapezón que
se incluyen recíprocamente para que se pueda ir trazando la propia
boca en la que cobijarse habitándola. Rostro materno espejo en
el que sumergirse para embadurnarse de los significantes primordiales
que lanzan la promesa del advenir y el porvenir de otro sujeto sujetado
a lo humano. Fundirse en la Madre/función materna que nos protege
de forma indecible en aquella inermidad inenarrable para ir diferenciándose,
poco a poco, en la hermosa aventura de descubrir-crear-transformar el
mundo. Jornada de Celebración de operaciones constitucionales del
ser histórico social, engendrado enentretejidos vinculares de los
cuales la Madre es interlocutora inicial. Vocera del sostén de
la criatura humana, establece un diálogo con el padre/función
paterna para que la falla del desear deseo nos atraviese enhebrada a la
ley a la que reconocen en tanto sustrato inmanente de lo humano y médula
esencial de su propia condición humana.
30.000 rosas rojas para
las Madres
Claudia Korol
Madres de la Plaza
de Mayo. Hijas de sus hijos e hijas. Habitantes de la intemperie, del
desamparo, de la tormenta sin techo, del calor sin sombra, de la Plaza
de Mayo.
Madres de la Plaza de Mayo. Madres que son lo que son y lo que serán,
por lo que fueron los que ya no son y que también serán,
mientras haya cuerpos como los de sus madres y los de sus hijos e hijas
que les permitan seguir siendo.
Me pregunto, cuando se acerca el Día de la Madre... ¿quién
las abrazará por la mañana? ¿Quién les dará
un beso en la frente? ¿Quién les regalará un territorio
de ternura liberado para que puedan descansar su cansancio?
Me imagino, Madres, que sus hijos e hijas llegarán temprano en
sus sueños, para pedirles que no aflojen. Para pedirles que los
lleven una y otra vez a la plaza. Para pedirles que los acerquen a los
piqueteros y a las piqueteras, que los acompañen a aquellos lugares
donde vuelve a florecer la rebeldía. Que los lleven a los campamentos
de los sin tierra en el Brasil, a la Selva Lacandona en Chiapas, a la
Plaza de la Revolución en La Habana... Me imagino, Madres, que
sus hijas e hijos vendrán pronto, en sus despertares, a agradecerles
que hayan mantenido encendido el fuego que inventaron en alguna otra madrugada.
Me imagino que les dirán al oído cuánto las quieren
por el milagro de aparecerlas y aparecerlos con sus cuerpos, en el amoroso
acto de cubrirse con sus pañales-pañuelos las cabezas.
A los compañeros y compañeras les pido: miren la Plaza de
Mayo, miren su tierra caminada. Miren las huellas de las Madres sobre
las piedras, sus miles y miles de pisadas. Miren sus piernas cansadas
caminando la plaza. En cada una de esas piedras hechas polvo por su paso,
encuentren a las Madres, su auténtica y única dimensión,
la dignidad verdadera, la memoria encendida, la rebeldía que no
transa.
30.000 rosas rojas para las Madres, en su día.
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Universidad
Popular Madres de Plaza de Mayo
Rectora: Hebe de Bonafini
Director Académico: Vicente Zito Lema |
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