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Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo

Homenaje a la vida
(En el Día de la Madre)

 

Julio Cortázar - Osvaldo Bayer - Roberto Fernández Retamar - Hamlet Lima Quintana - David Viñas - Vicente Zito Lema - Inés Vázquez - Alfredo Grande - Gregorio Kazi - Claudia Korol

En tiempos de una violencia de crueldad creciente, que tiende a naturalizarse y afecta a toda la humanidad, sin excepción, y reconoce raíces en un orden social mundial de constitución perversa y violatorio de la más elemental justicia, situación agravada con la guerra desatada por el Imperio contra Afganistán, provocando nuevas víctimas a doquier que se unen con las muertes ocurridas en Nueva York, en Palestina o en Irak, por citar, tristemente, sólo algunas de las muertes que a todos nos duelen, agobian, e instan a bregar por la paz (pero también a sustituir las estructuras económicas y políticas que dañan la propia condición humana, y cuyo rostro más conmovedor es el de esos miles y miles de niños condenados a morir diariamente de hambre), desde la Universidad Popular nos pronunciamos con un Homenaje a la Vida, cuya lectura cobra nitidez en tanto habla de las Madres de Plaza de Mayo como protagonistas de la Justicia �nunca de la venganza�, y remite al cercano Día de la Madre, allí donde el símbolo se hace carnadura que honra la existencia humana. V.Z.L.

Nuevo Elogio de la locura
Julio Cortázar
El primero fue escrito hace siglos por Erasmo de Roterdam. No recuerdo bien de qué se trataba, pero su título me conmovió siempre, y hoy sé por qué: la locura merece ser elogiada cuando la razón, esa razón que tanto enorgullece al Occidente, se rompe los dientes contra una realidad que no se deja ni se dejará atrapar jamás por las frías armas de la lógica, la ciencia pura y la tecnología.
De Jean Cocteau es esta profunda intuición que muchos prefieren atribuir a su supuesta frivolidad: Victor Hugo era un loco que se creía Victor Hugo. Nada más cierto: hay un ser genial –epíteto que siempre me pareció un eufemismo razonable para explicar el grado supremo de la locura, es decir, de la ruptura de todos los lazos razonables– para escribir Los trabajadores del mar y Nuestra Señora de París. Y el día en que los plumíferos y los sicarios de la junta militar argentina echaron a rodar la calificación de “Locas” para neutralizar y poner en ridículo a las Madres de Plaza de Mayo, más les hubiera valido pensar en lo que precede, suponiendo que hubieran sido capaces, cosa harto improbable. Estúpidos como corresponde a su fauna y a sus tendencias, no se dieron cuenta de que echaban a volar una inmensa bandada de palomas que habría de cubrir los cielos del mundo con su mensaje que cada día es más escuchado y más comprendido por las mujeres y los hombres libres de todos los pueblos.
Como no tengo nada de politólogo y mucho de poeta, veo el discurso de la historia como los calígrafos japoneses sus dibujos: hay una hoja de papel, que es el espacio y también el tiempo, hay un pincel que una mano deja correr brevemente para trazar signos que se enlazan, juegan consigo mismo, buscan su propia armonía y se interrumpen en el punto exacto en que ellos mismos determinan. Sé muy bien que hay una dialéctica de la historia (no sería socialista si no lo creyera), pero también sé que esa dialéctica de las sociedades humanas no es un frío producto lógico como lo quisieran tantos teóricos de la historia y la política. Lo irracional, lo inesperado, la bandada de palomas, las Madres de la Plaza de Mayo, irrumpen en cualquier momento para desbaratar y trastocar los cálculos más científicos de nuestras escuelas de guerra y de seguridad nacional. Por eso no tengo miedo de sumarme a los locos cuando digo que, de una manera que hará crujir los dientes de muchos bien pensantes, la sucesión del general Viola por el general Galtieri es hoy obra evidente y triunfo significativo de ese montón de madres y de abuelas que desde hace tiempo se obstinan en visitar la Plaza de Mayo por razones que nada tienen que ver con sus bellezas edilicias o la majestad más bien cenicienta de su celebrada Pirámide.
En los últimos meses, la actitud más definida de una parte del pueblo argentino se ha apoyado consciente o inconscientemente en la demencial obstinación de un puñado de mujeres que reclaman explicaciones por la desaparición de sus seres queridos. La vergüenza es una fuerza que puede disimularse mucho tiempo, pero que al final estalla de las maneras más inesperadas, y ese factor no ha sido tenido jamás en cuenta por la soberbia de los militares en el poder. Que bajo la férula menos violenta de Viola esa explosión haya asumido la magnitud de una manifestación de miles y miles de argentinos en las calles céntricas de Buenos Aires, y una serie creciente de declaraciones, denuncias y peticiones en los periódicos, es una prueba de debilidad castrense que la estirpe de losGaltieri y otros halcones no podían tolerar. Ellos, por supuesto, no lo saben de manera demasiado lúcida, pero la lógica de la locura no es menos implacable que la que se estudia en el colegio militar: el corolario del teorema es que el general Galtieri debería estar reconocido a las Madres de la Plaza de Mayo, pues es sobre todo gracias a ellas que ha podido dar el zarpazo que acaba de encaramarlo en el sillón de los mandamás.
Por su parte, las madres y las abuelas que sin saberlo han facilitado su entronización, no tienen la menor idea de lo que han hecho. Muy al contrario, pues en el plano de la realidad inmediata esa sustitución de jefatura significa una profunda agravación del panorama político y social de la Argentina. Pero esa agravación es al mismo tiempo la prueba de que la copa está cada vez más colmada, y que el proceso llega a su punto de máxima tensión. Es entonces que la respuesta de esa parte de nuestro pueblo capaz de seguir teniendo vergüenza deberá entrar en acción por todas las vías posibles, y que las fuerzas del interior y del exterior del país tendrán que responder a algo que las está invitando a salir de una etapa harto explicable pero que no puede continuar sin darle la razón a quienes pretenden tenerla.
Sigamos siendo locos, madres y abuelitas de Plaza de Mayo, gentes de pluma y de palabra, exiliados de dentro y de fuera. Sigamos siendo locos, argentinos: no hay otra manera de acabar con esa razón que vocifera sus slogans de orden, disciplina y patriotismo. Sigamos lanzando las palomas de la verdadera patria a los cielos de nuestra tierra y de todo el mundo.

Invencibles Maestras
Osvaldo Bayer
No hay otra palabra: Invencibles. Cuando los políticos que hoy nos representan se escondían en la laguna de Chascomús o iban a visitar a su amigo el general o eran directamente alcahuetes de Camps, ellas conquistaban la Plaza de Mayo a pesar de tanto esbirro disfrazado con uniforme, a pesar de tanto sable y caballo que caracoleaba, y del secuestro y la desaparición. Ellas estaban allí conquistando la Plaza de Mayo a la que nunca más abandonaron. Y después fueron capaces de instalar una casa, la Casa de las Madres, y una Universidad, la Universidad Popular de Las Madres de Plaza de Mayo. Sí, las Madres. Y ahora las ve uno en piqueteras. Una época que desborda en heroísmo, en desprendimiento, en solidaridad, en amor al país y a los que sufren y en un repudio vital a toda la burocracia delincuente que nos rodea. Ellas son las únicas que son capaces de decirles a estas figuritas tristes y aprovechadas que ocupan presidencias, ministerios y bancas: cobardes, ladrones, aprovechados insaciables.
Las Madres nos enseñaron democracia: mujeres del pueblo, surgidas casi todas de barrios de trabajadores. Nos enseñaron democracia demostrando que sólo hay democracia cuando el pueblo ha ganado la calle y habla. No les han tenido miedo ni a los presidentes de la Nación ni a los generales semiarrepentidos que esconden su cobardía sempiterna en sus breeches y sus botas.
Las Madres sin armas de fuego y sin embargo tiembla la Casa Rosada, tiembla el Congreso, tiemblan todos los milicos estén disfrazados de marrón terroso, de azul o de lo que sea.
Un pueblo estafado, un fascismo que prepara una vez más sus armas de sometimiento y la persecución: el presidente de la República, Fernando de la Rúa –el que dio el espectáculo sucio y deprimente de defender en el Senado con un pathos exagerado de quien defiende a cobardes verdugos, las leyes de Punto Final y Obediencia Debida– acaba de hacerles la venia a los pobres chicos de las villas miseria a quienes militares
trasnochados de puro fascismo les han dado uniformes y los “disciplinan para el futuro”. Sí, se preparan cuando ya todo se desmorone y se le haya quitado todo al pueblo, para reprimir. Hay que preparar los represores del futuro y como los gendarmes actuales –que por trescientos pesos fusilan a los huelguistas y muelen a palos a la gente de la tierra– hay que meterles en la cabeza que es un deber defender al Fondo Monetario Internacional y no a la gente de trabajo explotada y noblemente rebelde. Las Madres nos enseñan cómo dejar al desnudo a la mentira de estos inmorales de comité que nos quieren hacer creer que por ser elegidos en los tortuosos comités y con el apoyo millonario del dinero de los consorcios en sus propagandas, son los hombres de la democracia y la Constitución y que por eso debemos respetarlos.
No. Esa es nuestra lucha, la que nos enseñaron las Madres: decir a voz en cuello que esto no es democracia ni los que gobiernan son demócratas. Son apenas hijos del oportunismo y la avidez. Y actuar. Desde el piquete que corta los caminos de la infamia hasta el piquete de la moral y laconducta que existirá eternamente en los que creen que la única democracia existe cuando todos pueden vivir en dignidad.

En homenaje a hijas de sus hijos
Roberto Fernández Retamar
La Habana, setiembre de 2000
La grandeza histórica de José Martí estuvo acompañada, o incluso iluminada por las relaciones entrañables que mantuvo con sus padres, sus hermanas y su hijo. Don Ezequiel Martínez Estrada, que tan profundamente comprendió a Martí, escribió un penetrante estudio sobre lo que llamó La familia de Martí. En esta ocasión, debo detenerme sólo en un aspecto del singular vínculo de Martí con su hijo. La vida errante del cubano lo mantuvo en ocasiones lejos de él. En una de esas ocasiones, estando Martí en Caracas, en 1881, le consagró al niño un breve e intenso poemario que aparecería publicado al año siguiente en Nueva York con el título Ismaelillo. Al frente de la dedicatoria escribió: “¡Hijo: Espantado de todo, me refugio en ti./ Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud y en ti”. En el centro de uno de los más nobles poemas que siguieron a dicha dedicatoria, arden estos versos: “¡Hijo soy de mi hijo!/ ¡El me rehace!”. Pocas veces la historia ha tenido ocasión de ver encarnar no ya en una persona, sino en un conjunto de ellas, un sentimiento similar como en las extraordinarias Madres de Plaza de Mayo. Ellas, con arrasadora autenticidad, han mostrado ser hijas de sus hijos e hijas, haber sido rehechas por ellos y ellas, con valor supremo han tenido y tienen fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en sus vástagos, desaparecidos espantosamente, y reaparecidos en sus corazones ejemplares. Sólo quiero dejar aquí estas palabras, tan sencillas como verdaderas, para ratificar mi gratitud por el ejemplo imperecedero de quienes son la conciencia de su patria y el orgullo de tantos y tantas en el planeta.

Las alas de los pañuelos

Hamlet Lima Quintana
Y parece que volaran”, escribí y terminé el poema.
Tiempo después, pensé que eso podía aplicarse a las Madres de Plaza de Mayo. Porque ellas aparecieron un día, en pleno genocidio de la dictadura militar y se pusieron a dar vueltas por el centro de la plaza, como si no dejaran huellas en el suelo. Soportaron insultos, agresiones, golpes, toda la gama de humillaciones que son capaces de ejercer los dueños de la muerte.
Y siguieron caminando hasta que las palomas de Plaza de Mayo comenzaron a caminar en la ronda mientras las Madres volaban.
Todo parecía seguir igual, pero ellas habían llegado a generar el hecho político más formidable de los últimos 40 años, una verdadera clase de democracia y ética que la dirigencia política de los distintos gobiernos todavía no ha llegado a comprender. Una suerte de dirigentes que de tanto mirarse el ombligo y pelear por los cargos ha descendido a la mayor corrupción que se conoce en la historia del país. Claro, ellos no podían ver, pues al mirar así miraban hacia abajo y no sabían que las Madres de Plaza de Mayo volaban en lo alto, que es el lugar donde vuelan las utopías populares.
Después tuvieron su Casa y en ella un importante archivo de la memoria que destrozaba a los genocidas, los que ya caminaban por las calles. Y como es natural en estos casos, los servicios de los gobiernos “democráticos” entraron varias veces a destrozar y robar los documentos. Con eso creían que mataban la tarea y los sueños de las Madres. Pero no sabían que esos archivos ya estaban junto a las –para ellos– utopías populares, fuera de su alcance. También fundaron el Diario de las Madres, a duro sacrificio, a duro golpe de maza, a dura insistencia de la voluntad. Pero allí estaba. Y también como es lógico, llegaron los sirvientes de turno de los “democráticos” de turno a destruir lo indestructible: la terca voluntad de las Madres. Y el diario continuó saliendo. Porque las Madres parece que volaran.
Así, en esa forma tan natural, soportaron –otra vez– amenazas, golpes, ataques a sus domicilios y a ellas en esos lugares privados por parte de los ¿desconocidos? de siempre. Pero golpeaban en el aire porque la carne se olvida de los golpes con otros golpes, mucho más potentes, de la voluntad. Y golpeaban en el aire porque, ¿cómo iban a saber ellos?, las Madres parecen que volaran.
Luego llegó la Universidad en su nueva Casa. Cosa que parece un milagro en este país donde los gobiernos destruyen, en forma sistemática, la cultura, la educación y la salud. Las Madres levantaron una Universidad donde los Derechos Humanos y la Etica, son alimento cotidiano para formar nuevas generaciones sanas, alejadas de la corrupción de cada día. Una Universidad a la que tendrían que asistir todos los integrantes de las dirigencias políticas del poder.
Pero ellos no aprendieron nunca del ejemplo de las Madres y continúan con los genocidios que generan entre los jubilados, la desnutrición infantil, los desocupados y el pueblo en general. Así, las Madres de Plaza de Mayo son lo más parecido a nuestra Madre Tierra, la Pachamama, la Madre de Madres, la que custodia celosamente a las futuras generaciones en el útero caliente de esta tierra latinoamericana.
Y porque no es que parece que volaran, sino que vuelan con las alas que conforman sus pañuelos blancos de la lucha.
Feliz día Madres de Madres. Feliz y merecido día Madres de Plaza de Mayo.

Entre Gorki y Bertolt Brecht

David Viñas
La Rusa se paró en medio del camino de aromos. Y cuando ese perro lanudo empezó a lamerle las botas, recién me di cuenta de que eran las de mi padre: unos borceguíes hasta las rodillas, a los que la Rusa no había tenido tiempo de atarles los cordones.
“–¡Luisa!” Llamó la Rusa. Mi madre, mi Esther con las trenzas sueltas sobre la espalda, mi nuca acanalada que yo solía oler como un ternero. “¡Luisa!”, repitió ahí parada sacudiendo los dedos para apurar ese trámite. “¡Luisa: tráigame la carabina!” Y Luisa, frotándose las manos en el delantal (esas manos con un espeso olor a acaroína que yo también solía oler hasta que ella me sacaba de un manotazo), iba trotando hacia el galpón de la peonada.
“¡Ahí está la carabina, Luisa; detrás de los arados!” La boca de mi madre, sus labios de sandía, su brazo estirado, con un manchón en la axila, mi Esther, mi Rusa nacida en el hotel de inmigrantes. “Apure, Luisa; mueva ese culo gordo!” Y mi madre avanzó hacia el fondo del camino de tierra: mi Rusa, mi durazno de Odesa, mis breeches de corderoy, mis nalgas de muchachito. “Aquí tiene, señora Esther.” Por delante del palenque del alazán siguió avanzando por un costado del tanque australiano y de las cuchas vacías de los perros y por debajo de la sombra violeta de los aromos, mi Rusa sosteniendo esa carabina de dos caños: “¿Qué quieren ustedes?” Ya muy cerca de ese Ford que se estremecía soltando una columna de vapor. “Ustedes han entrado a mi campo sin...” “Las armas, señora”, medio saludó ese sargento. “¡Aquí no hay armas!” “¿Y ésa?”, señaló el sargento bajando del auto. “Para matar comadrejas”, mi Rusa sacudió su carabina en el aire. “Para elefantes será, señora” “¡Y para cornudos!” “-Señora, señora”, el sargento se quitó el quepis agarrándolo de la punta prusiana, “hay denuncia, señora; y tenemos orden de hacer una requisa y de...” “¿Cómo dice?” “...y de llevarnos todas las armas del doctor”. “¡Mi marido no está!”, la carabina era belga. “Pero nosotros tenemos orden. Firmada, señora”, ese hombre exhibía un papel. “¿Firmada? ¿Por quién?” “Por el comisario, señora, y por...” Mi madre se lo arrancó: “¡A ver!”, y fue leyendo, despacio, moviendo apenas sus labios anchos; el alazán relinchó tironeando de su palenque. “Tenemos que entrar, señora.”
“¿Adónde?” “A su casa.” “Ni se le ocurra”, mi Rusa fue estrujando ese papel cubierto de sellos y de un par de firmas. “¡Suba!” “Es una orden, señora.” “¡Suba al auto le estoy diciendo!” “Señora...”, reculó el sargento acomodándose el quepis en punta. “Y se me van yendo ya mismo.” “Doña Esther...” “¡Ya mismo!”, mi madre me hizo a un lado y lo apuntó con la carabina. “¡Yaaaaaaa!”
Mi madre bajó su carabina recién cuando el Ford polvoriento dobló allá al fondo más allá de la tranquera. “¿Tuviste miedo?” Acarició los dos caños oxidados. Contempló el cielo untado de mostaza. Respiró hondo como si saliera de una pileta y se secó el sudor que le brillaba por encima de los labios. Abrió el cerrojo y palpó la recámara vacía.
“¿Leíste a Gorki?”
Yo dije que no en silencio.
“A ése también le entusiasmaban las campesinas que tiraban de un carro cruzando por el centro de las plazas.”

La pasión según las Madres

Vicente Zito Lema
I (En el exilio)
No conocía en persona a las Madres cuando escribí por primera vez sobre ellas.
Yo vivía mi exilio en Holanda, entre canales helados donde bregan los patos y esa soledad difícil de contar que quema el alma hasta volverla un piélago negro.
Fui escuchando sus voces, que escurrían las distancias como agua entre los dedos. Me puse a marchar con ellas, desde el deseo de ser parte de esas sombras convertidas en luz durante las ceremonias del coraje, todos los jueves.
Poco a poco, allí, en el norte de Europa, tan lejos, el extravío del dolor tuvo calma, la derrota conoció la esperanza y nuestras vidas a la deriva en los océanos infaustos del destino encontraron su anclaje y su sentido. Otra vez el mañana era un puerto.
Fue desde la piel de las Madres que mi angustia pudo denunciar a una sociedad que se dejó llevar a sus hijos vivos y no enterró a sus muertos.
Fue por la épica de las Madres que alcancé a decir: un país de labios enfermos se animaba a quebrar el silencio con un grito.
Gracias a ellas más que a nadie pusimos los pies como en el principio sobre el largo camino de nuestra tierra. Gracias a ellas –y a los cuerpos sacrificados de nuestros soldaditos en Malvinas– nos animamos a mirar aún con lágrimas otra vez aquel cielo. (Hablo del cielo donde los caballos se alzan y relinchan como en los grandes sueños. Esos sueños donde la muerte no existe y mis compañeros siguen siendo jóvenes y hermosos para siempre.)

II (En el país)
¿Con cuál esencia breve se teje la ilusión?
De nuevo la dura realidad y su mazazo en la nuca.
El tibio viento de la democracia sopló muy poco. Allí donde se necesitó justicia reinó urgente la impunidad. Los miles de desaparecidos del ayer transformados en los millones de excluidos del hoy. Un poder que sólo cambió en sus apariencias se obstina en relatar nuestros días como una pesadilla perversa.
Un escenario de crueldad convertido en desafío histórico que recogieron las Madres.
Así las vemos, como antes alzadas contra una racionalidad enferma; locas en una poética que no acepta el vasallaje de la muerte, ni sus usuras.
Con la misma pasión con que rechazaron los despojos de los cuerpos de sus hijos si no se acompañaba con el castigo real y no simbólico de los asesinos. (No se olvide que la materia de esos cuerpos amados era un sueño renacido como fuego de las cenizas para alumbrarlas.)
Capaces de transgredir la cultura de la resignación; no hay llanto al pie del yacente; no hay una escultura de la piedad con la belleza que mitiga el martirio. Hay una desbocada ira, unos aullidos del alma y unos insultos a boca abierta que rompen los ritos bien cuidados de la tradición. Hay bacantes de la lucha en el mismísimo estruendo de la épica.

III (Haceres) Las Madres se han engendrado a sí mismas al engendrarse por necesidad de sus hijos. Aceptaron así, sin inventario, la herencia de ellos: La militancia como altísima aventura que se renueva; la conciencia crítica para abrir los ojos ante el mundo, y el amor al compañero que no se renuncia en el peligro.
De allí que el hijo propio como individuo del pasado adviene para ellas en todos los hijos mi hijo, como sujeto amoroso colectivo del hoy histórico.
Todas y cada una de las víctimas son en el dolor y la pasión tan absolutas que por su exceso se tornan naturalmente públicas.
Todos y cada uno de quienes construyen el presente en la brega son para las Madres los nuevos hijos que llenan de contenido los no dichos de los cuerpos de los desaparecidos, que al aparecer en la conciencia y en los sueños que se transmiten hacen desaparecer por inutilidad de materia y de fines a los criminales desaparecedores.
Reproducción primigenia de la vida que crece en su plasticidad estética y se legitima allí donde las actuales formas de represión ponen a prueba la carnadura ética del discurso.
Consecuentes con su siembra terminan provocando un conflicto político y moral; ¡No a la reparación económica del dolor más dolor! ¡No a la troca de la vida! Dicen, honrando a sus hijos.
Se niegan a consentir un principio que está en la base de nuestras actuales sociedades: todo tiene un precio. Todo lo humano puede convertirse en mercancía, también las pasiones y sentimientos.
Rescatan así de las miserias del mercado los cuerpos desechados, para que sigan siendo la casa donde habita el alma.

IV (Lo que vendrá)
Una sociedad de iguales, donde el dolor del otro se sienta como propio y los bellos fuegos de la fraternidad ahuyenten el helado respiro de la muerte. Una muerte que el sistema de producción económica y sus legalidades políticas han convertido en el horrible rostro de nuestros días.
El eterno combate entre la luz y las tinieblas. O, en otros decires, esa lucha de clases que el poder quiere enterrar –enterrando a los que sufren y se rebelan– pero que resurge en todas sus antiguas formas y en otras nuevas, porque los hombres han nacido para la vida. (La locura y el suicidio son apenas el último consuelo.)
Hablo de una armonía y un sentido final, que como las hojas vuelven. Hablo de un proyecto y de la pura naturalidad de un gran deseo.
En el final del camino está el reencuentro con los compañeros.
En el tránsito de ese camino cobramos aliento en la amorosa corporeidad de sus madres. Veinticinco años, la celebración no es de un día, tiene la plenitud lograda en cada uno de sus infinitos instantes colmados de ardor hasta el milagro.
Vuelvo a decirlo: si en la oscuridad sin mengua de un horror que pareció eterno supieron ser luz, ¿qué historia escribiremos mañana para que ellas sonrían junto al árbol de las pasiones felices?

Las madres nuevas: deseo, alumbramiento y socialización

Inés Vázquez
Unos quince años atrás, cuando las Madres de Plaza de Mayo ya habían sido señaladas como “locas” y “madres de terroristas” por el poder dictatorial y como “desestabilizadoras” y “antinacionales” por el agresivo registro del gobierno radical, la filósofa Laura Rossi, en un texto que conserva una notable agudeza en el análisis de la irrupción histórica de este movimiento, se preguntaba si esa irrupción había provocado cambios en nuestra concepción cultural de la figura materna. Proponía allí que las Madres de Plaza de Mayo, al llevar a los hechos el mito de la leona, capaz de garra y audacia inusitadas en defensa de sus cachorros, operaban como “traidoras” del sistema patriarcal-burgués que las había sustentado en la constitución de su rol materno, previo a la desaparición de sus hijos. La puesta en práctica de ese rol, alentado hasta entonces como defensa egoísta del núcleo familiar, liberaba una serie de fuerzas contenidas e impredecibles en cuanto al nivel de transformación que podían ejercer desde la armadura de la intransigencia materna. “La madre, para defender bajo el Estado terrorista su rol de madre, se ha visto obligada a dejar de ser `madre’. Se ha visto obligada a dejar el reposo del hogar, la rutina de los platos y las sábanas, la cálida ignorancia de la vida barrial.” (1) Estas mujeres, formadas en los valores de la entrega incondicional a los hijos propios y la postergación de otros deseos y placeres que no fueran los vinculados a la maternidad, de un golpe, frente a la experiencia del terror de Estado, toman su fuerza y ubican su mayor legitimidad en el rol de madres que la cultura dominante no podía negarles ni reprocharles, salvo como declives provocados por una supuesta mala praxis: “¿Sus hijos? Se hubieran ocupado antes”, “son terroristas, no los educaron bien”, “ustedes son las culpables”. Pero es en esa compleja interacción con la trama política de fines de los años ‘70 –que les da terror en los cuerpos de sus hijos y en los suyos propios, que les da mentira, en los poderes constituidos y subsistentes del Estado, que intenta contenerlas en el corset de la acción legalista o, incluso, clandestina, por parte de los sectores de oposición a la dictadura– donde ellas se construyen como madres en lucha, llevando al límite la máxima identificación con el rol aprendido, pero colocándolo en otro registro material y simbólico: la Plaza de Mayo y la colectivización. Así, las madres devienen una categoría política –no sólo sentimental o social–, que marca, jaquea, azuza, desde entonces y hasta hoy, la crisis del sistema político-económico burgués, responsable del genocidio obrado por la dictadura y de su concomitante impunidad, sancionada por los poderes civiles en la pretendida democracia que la sucedió.
Más allá de las formalidades calendarias, que por lo común homenajean una imagen materna que las Madres de Plaza de Mayo hace tiempo han dejado atrás, un cuarto de siglo después de su nacimiento, ellas relanzan la nueva maternidad social construida al seguir reuniendo ética y política en la Plaza de la Revolución, transformándose sin olvidar los valores innegociables, llevando al límite su maternidad provocadora y, por eso, en país tan saturado de crímenes, abriendo la posibilidad de nuestras propias y otras vidas.

(1) L. Rossi: Las Madres de Plaza de Mayo o cómo quitarle la careta a la hipocresía burguesa, en Alternativa Feminista, año I, Nº 1, 08/03/1985, pág. 17.

Territorios fundadores

Alfredo Grande
Debemos endurecernos, sin perder la ternura jamás”, nos enseñaba el Che. Aunque a lo mejor cada vez se fue haciendo más duro y algo de la ternura se le extravió en los caminos del eterno sueño revolucionario. Los que caminan, no solamente hacen camino al andar. También hacen su destino, porque se construyen caminando, luchando, peleando, sufriendo, modelando cuerpos y almas en la desigual batalla por mejores tiempos y mejores lugares. Una madre abre el territorio fundante de la vida. Lo abre y si es una madre “suficientemente buena” al decir de un autor, lo abre, lo sostiene y lo prolonga. Una madre es paridora de un cuerpo y de un vínculo, la única alianza por la vida, que podrá sostener el despliegue del poder vital del recién nacido y llegado. A un valle de lágrimas, a mesetas de dolor, a montañas de alegría, a mares y playas de esperanza... Los afectos, las emociones también se organizan en una geografía pulsional y deseante que marcará para siempre el nomadismo de nuestras pasiones. Caminando se hace destino, se hace sujeto, se hace otro de nosotros mismos. Hebe es “la otra mujer”. Las Madres de Plaza de Mayo son “las otras formas de ser madres”. Otra capacidad de prolongar la vida, otra forma de construcción de la alteridad donde se ratifica que la libertad de los demás prolonga la mía hasta el infinito. Estas Madres han abierto multiplicidad de territorios fundadores, porque no han sido solamente garantes de la vida, sino de seguir sosteniendo “honrar la vida”.
Las Madres prolongan la vida del compromiso militante, la coherencia, consistencia y credibilidad que solamente puede brindar una entrega sin claudicaciones. No tener claudicaciones, para el sistema de las diversas formas de gerenciamiento político cuya base son las claudicaciones permanentes, es una muestra de rigidez. Las Madres han abierto otros territorios desde los cuales la vida pasa a ser una geografía deseante que merece ser vivida. La ética, la justicia, la dignidad, el coraje, la alegría, la lucha, el conocimiento, el compromiso, son otras formas de territorializar la vida. Las Madres son enamoradas de la vida, por eso su reclamo fundacional es “aparición con vida”. “Con vida los llevaron, con vida los queremos.” Pero la vida no es solamente la prolongación corporal de una determinación biológica. La vida es el compromiso político que en su nivel fundante siempre es transgeneracional. Y como el sistema represor en su permanente y sostenida crueldad decretó la no aparición, decretó la burocratización del desaparecido, decretó que para que no haya recuerdos tiene que haber memoria, entonces las Madres, que tienen y sostienen otra forma de pensar y vivir la vida, sin claudicaciones, sin vacilaciones, nos dicen: “con vida, con toda la vida, con la honrada vida de los militantes comprometidos con la lucha de los pueblos”. Y esa vida aparece. Esa vida que era la que en realidad quería sustraerse. Se invisibilizaron los cuerpos para opacar las ideas. Pero esa otra forma de vida no dejará de aparecer.

Celebración

Gregorio Kazi
Celebración de la Maternidad. Día en que procuramos evocar amorosamente aquel momento pasado en el que fuimos albergados en el cuerpo materno, las vicisitudes complejas que permitieron una separación paulatina, la conquista de la autonomía real y simbólica, la construcción de vínculos en y con el mundo en las que se apuntalan y resignifican nuestras relaciones primarias. Rememoración imposible en los territorios de la ternura si no se fundamenta en la poesía libertaria del presente que fluye en nuestro desafiante encuentro cotidiano con lo Maravilloso. Recordar para no repetir desde la espontaneidad lúdica que nos invita a crear/recrear la historicidad social que nos define, nos remite la cuestión del nacimiento de lo inédito, lo novedoso. Ello puede ser así si es que tal labor no ha sido definida como tal desde el imperativo categórico de preservar la Memoria en tanto cementerio de representaciones determinadas en sus significaciones por otro portador del saber/poder. Lejos de memorizar racionalmente los gestos amables de la maternidad y realizar un compendio estéril con ellos, me propongo compartir ciertas vivencias, impresiones, sensaciones y pequeñas reflexiones sobre la maternidad y las Madres.
Punto de entrecruzamiento de múltiples líneas de sentido que habilita a recorrer un acontecimiento estremecedor: si los seres humanos, en nuestra existencia particular, habitamos inicialmente los mitos de origen, el cuerpo imaginado, el nombre propio/impropio que circulan en la singularidad de instancias que construyen quienes nos anteceden no menos intensa es la vivencia parental de coexistencia en tales lugares reales/simbólicos/imaginarios. Ello es una experiencia compartida por quienes pertenecemos al género humano. Sin embargo, tal operatoria que va enhebrando las continuidades/discontinuidades generacionales, siendo uno de los pilares de la posibilidad de legar/heredar referencias no estereotipadas ni coaguladas, establece distintas dimensiones de transmisión. Ello en los planos generales de existencia, en las bases del ser social, ha sido abolido en nuestro país con la institucionalización del Terror emanado desde el propio Estado y su posterior legitimación a través de las “leyes de impunidad”. Los actos, palabras, pensamientos, sueños de las Madres relanzan, reincorporan, de manera revulsiva para algunos, todo aquello que remite a la condición socializada de la maternidad: en cada escenario por el que marchan están reinscribiendo la natalidad del deseo de sus hijos y del de ellas como Madres referidas a la figura de un padre humano que limite la amenaza continua de la reaparición del Padre Omnipresente que aniquila a su progenie.
Día de la Madre que evoca las letras primigenias de la maternidad: Cuerpo historizante que se ofrece como lugar de transmisión de la historicidad de la cultura de la vida. Cuerpo/Mirada materna en las que vivimos en nuestra indefensión inicial, bocapezón que se incluyen recíprocamente para que se pueda ir trazando la propia boca en la que cobijarse habitándola. Rostro materno espejo en el que sumergirse para embadurnarse de los significantes primordiales que lanzan la promesa del advenir y el porvenir de otro sujeto sujetado a lo humano. Fundirse en la Madre/función materna que nos protege de forma indecible en aquella inermidad inenarrable para ir diferenciándose, poco a poco, en la hermosa aventura de descubrir-crear-transformar el mundo. Jornada de Celebración de operaciones constitucionales del ser histórico social, engendrado enentretejidos vinculares de los cuales la Madre es interlocutora inicial. Vocera del sostén de la criatura humana, establece un diálogo con el padre/función paterna para que la falla del desear deseo nos atraviese enhebrada a la ley a la que reconocen en tanto sustrato inmanente de lo humano y médula esencial de su propia condición humana.

30.000 rosas rojas para las Madres

Claudia Korol
Madres de la Plaza de Mayo. Hijas de sus hijos e hijas. Habitantes de la intemperie, del desamparo, de la tormenta sin techo, del calor sin sombra, de la Plaza de Mayo.
Madres de la Plaza de Mayo. Madres que son lo que son y lo que serán, por lo que fueron los que ya no son y que también serán, mientras haya cuerpos como los de sus madres y los de sus hijos e hijas que les permitan seguir siendo.
Me pregunto, cuando se acerca el Día de la Madre... ¿quién las abrazará por la mañana? ¿Quién les dará un beso en la frente? ¿Quién les regalará un territorio de ternura liberado para que puedan descansar su cansancio?
Me imagino, Madres, que sus hijos e hijas llegarán temprano en sus sueños, para pedirles que no aflojen. Para pedirles que los lleven una y otra vez a la plaza. Para pedirles que los acerquen a los piqueteros y a las piqueteras, que los acompañen a aquellos lugares donde vuelve a florecer la rebeldía. Que los lleven a los campamentos de los sin tierra en el Brasil, a la Selva Lacandona en Chiapas, a la Plaza de la Revolución en La Habana... Me imagino, Madres, que sus hijas e hijos vendrán pronto, en sus despertares, a agradecerles que hayan mantenido encendido el fuego que inventaron en alguna otra madrugada. Me imagino que les dirán al oído cuánto las quieren por el milagro de aparecerlas y aparecerlos con sus cuerpos, en el amoroso acto de cubrirse con sus pañales-pañuelos las cabezas.
A los compañeros y compañeras les pido: miren la Plaza de Mayo, miren su tierra caminada. Miren las huellas de las Madres sobre las piedras, sus miles y miles de pisadas. Miren sus piernas cansadas caminando la plaza. En cada una de esas piedras hechas polvo por su paso, encuentren a las Madres, su auténtica y única dimensión, la dignidad verdadera, la memoria encendida, la rebeldía que no transa.
30.000 rosas rojas para las Madres, en su día.

Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo
Rectora: Hebe de Bonafini
Director Académico: Vicente Zito Lema

UNIVERSIDAD POPULAR MADRES DE PLAZA DE MAYO

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