MARTA
DILLON
No puedo evitarlo, todo lo que sucede durante
esos atroces días de fiesta se me ocurre simbólico. Aunque
en ese terreno incierto entre el 31 y el 1º nunca sé si
interpretar los hechos como símbolos de lo que pasó o
de lo que va a venir. Por supuesto el dilema se resuelve según
mi más secreta conveniencia. Por ejemplo, cuando el 24 de diciembre
uno de los dos globos de papel que habíamos lanzado al infinito,
con todos los deseos que pudimos anotar en esa superficie, se quemó
antes de levantar vuelo lo único que pude pensar fue que esos
deseos se cumplirían más rápido que aquellos que
sí habían remontado al cielo y esquivaban con éxito
las cañitas voladoras. Claro que ni mis amigos ni yo supimos
nunca cuáles serían esos pedidos urgentes que ardieron
sin poder esperar. En Año Nuevo todo empeora. Quiero decir, Navidad
tiene esa carga melodramática y la tensión familiar como
marca registrada, para esa fecha se hacen las fiestas solidarias, es
una preocupación que nadie esté solo, que no se note la
ausencia de familia. En Año Nuevo, en cambio, pasa de todo, es
para festejar ¿lo que se va o lo que viene?, es con
los amigos y es una convención de la que participamos todos,
por fuera de la religión. Eso sí, en mi culto privado
todo pesa. Ese llamado que recibí y que deseaba ¿debo
ponerlo en la cuenta del 2000 o del 2001? Que se me haya roto el auto
a las diez de la noche, dejándonos varadas a mi hija y a mí
a 40 kilómetros de donde nos esperaban para festejar, ¿de
qué lado del calendario lo pongo?, ¿y haber conseguido
un remís a esa hora? ¿Y dudar de donde lo íbamos
a pasar hasta el atardecer del último día? ¿Y estas
dudas inútiles? ¿Y haberme olvidado de tomar las pastillas
tanto el 31 a la noche como el 1º a la mañana? Todo el tiempo
tuve la sensación de estar a la deriva, después de seis
años de hacer fiesta en mi casa para esa fecha, esta vez cerré
la puerta con candado y me dejé conducir. No tuve que manejar,
no tenía intenciones preestablecidas para la noche, no organicé
la comida, no tenía más lugar donde ir que al encuentro
con la gente que quiero. Y la fiesta fue en la calle, a cielo abierto,
bailamos hasta que nos dolieron los pies y el sol se nos metió
en los ojos. Con la luz llegó otra vez la incertidumbre, por
un momento dudé, otra vez, qué quería decir eso
de no estar en ningún lugar y no saber cómo volver a casa.
Pero no puedo dudar de mi buena suerte; tres caballeros me acompañaron
en el tren para disimular un poco el vestidito blanco que de día
no se veía igual que de noche. Tengo la certeza de que estuve
a la deriva y como símbolo no me parece mal. Por una vez no sé
lo que me espera, todo está por ser escrito y caminado y vivido,
en cambio sé otras cosas, sé que tengo redes donde caer
y que vaya a donde vaya siempre puedo volver. Todo eso ¿puedo
anotarlo para el 2001 o es sólo una estúpida moraleja
más de lo que ya pasó?
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