Para
conocer y entender al verdadero hombre fuerte de la música negra del nuevo
siglo
Productor, rapper
y ejecutivo
RZA
es una novena parte del Wu-Tang Clan, pero está claro que es mucho más
que eso. Es el ma- estro detras de la consola de los discos del clan y
de las obras solistas de sus estrellas. También es el director de la empresa
montada alrededor de la imagen del grupo. Y, por si fuera poco, hizo la
banda de sonido de la película Ghost Dog. Lo que se dice: un tipo importante.
POR
PABLO PLOTKIN
Puede
verse a RZA como al último enviado de una prodigiosa hermandad.
En un repaso brutalmente sintético, el linaje empezó cuando
Robert Johnson le vendió el alma al Diablo, siguió con las
convulsiones de Chuck Berry, la psicodelia de Jimi Hendrix, el corazón
roto de Marvin Gaye, los aullidos sexuales de James Brown, las profecías
de Bob Marley, los rasguños mágicos de Lee Perry, los rapeos
de Public Enemy. El cerebro del Wu-Tang Clan parece haber llegado para
resumirlo todo desde los sucios laboratorios de Staten Island, cerquita
de la Estatua de la Libertad. Más que un rapper, RZA es el líder
artístico, ejecutivo y espiritual de la organización
de hip hop más sofisticada y cruda del último tiempo, condición
que lo eleva a las nubes de la música moderna. Porque el rap no
es sólo el género popular con más proyección
planetaria para hoy y el futuro inmediato sino que, además, le
sobra autosuficiencia como para prescindir por completo del rocknroll
(por lo pronto, al menos en Estados Unidos, el rock parece necesitar mucho
más al hip hop que el hip hop al rock). Lo dicho: este RZA es un
tipo importante.
Deténganse
un momento en esa mirada. A RZA le gusta impresionar como un monje shaolín
negro, imperturbable detrás de esos párpados siempre entornados
y los labios pegados en un gesto de seriedad irrevocable. En medio de
una escena propensa a conductas gangsteriles aparatosas, RZA eligió
ocupar el lugar del sabio que no necesita levantar la voz para hacerse
escuchar. No cualquiera podría operar los movimientos de un clan
integrado por nueve estrellas de hip hop cuanto menos complicadas,
exprimir el talento de cada una de ellas y producir obras de arte tan
tormentosas y equilibradas como las del Clan.
La filosofía
zen que diseminó en sus álbumes influyó a Jim Jarmusch
a la hora de escribir y filmar su última película, Ghost
Dog-El camino del Samurai. Allí, Forrest Withaker interpreta a
Ghost Dog, un matón ilustrado en filosofía oriental que
duerme en un palomar y se carga a sus víctimas con impavidez de
monje. RZA produjo la sensual (y sensacional) banda de sonido, y en una
de las últimas escenas del film, el músico lentes
pequeños, ropa camuflada se cruza con el grandote en un saludo
shaolín lleno de sabiduría callejera. No soy un matón,
diría después RZA, pero Ghost Dog me recuerda mucho
a mí mismo. Me recuerda a una etapa de mi vida en que era una persona
ensimismada, tranquila, que siempre estaba pensando. La gente se preguntaba
qué me pasaba por la cabeza. Creo que esa escena final demuestra
que Ghost Dog no es la única persona así en el mundo.
Robert Diggs nació en Brooklyn, Nueva York, y cuando tenía
tres años se fue a vivir con su tío, un médico de
Murfreesboro, Carolina del Norte, que crió al pequeño hasta
los siete años. De regreso a la Gran Manzana, Bobby se reencontró
con la madre, que se las arreglaba como podía con once hijos en
Staten Island. En esa especie de islote de la clase trabajadora, con el
río Hudson y la Estatua de la Libertad entre él y los rascacielos,
Robert empezó a definir su personalidad. Atento a cada movimiento
de su primo mayor Gary Grice (luego Genius, o Gza), Bobby tragaba películas
de kung-fu junto a él y Russell Jones, un revoltoso primo menor
que con los años se transformaría en un reputado delincuente
y rap star bajo el seudónimo OlDirty Bastard. Encerrados
en una habitación mísera, los tres primos no necesitaron
más que un televisor, un micrófono y dos bandejas tocadiscos
para concebir la idea del Wu-Tang Clan.
Recuerdo
haber sido asaltado por 35 centavos, contó RZA acerca de
la infancia/adolescencia en Staten Island. Literalmente, había
días en que podías pasártela pidiendo un cuarto de
dólar y no conseguirlo. En Ohio, donde vivía parte
de su familia (y donde el FBI sospecha que se inicia una red de tráfico
de armas que involucraría al artista), Robert enfrentó la
posibilidad de pasar ocho años tras las rejas. Lo acusaban de asesinato,pero
finalmente su alegato de defensa propia dio resultado. En 1991, rebautizado
Prince Rakeem, grabó Ooh, I love you Rakeem, un single
mediocre editado por el sello Tommy Boy. RZA recuerda aquellos días:
Iba a todas las reuniones de la industria con mi manager. Ya sabés,
estaba aprendiendo toda esa mierda, hablando con gente. Tommy Boy era
un buen sello, así que empecé ahí. Podía aprender
un montón de mierda. No me sentaba ahí como un estúpido:
espiaba, observaba, leía libros, escuchaba lo que la gente me decía.
Cené y me reuní con tramoyistas y dealers top -fuckin
Tommy Mottola, esa gente. Y esos hijos de puta te cuentan algunas
cosas. Vos escuchás toda esa mierda, y después tenés
que amplificarla. Por eso es que me respetan. Yo soy un productor y un
rapper, pero para ellos soy un ejecutivo. Y ahora esa gente aprende de
mí, porque sabe acerca del negocio musical, pero no sabe nada de
música. Y no tienen contacto con la calle, así que yo les
transmito mi conocimiento a través de la acción y la palabra.
Tenés que aprender a ser un círculo completo.
Mientras diseñaba el debut explosivo del Clan Enter The Wu-Tang
(36 Chambers), RZA había dejado de escuchar rap, compraba
discos de Thelonious Monk, se convertía a la rama islámica
del Five Percent Nation (al igual que varios miembros de la banda, el
productor cree que todos los hombres son dioses, y que ellos corresponden
al cinco por ciento de los seres humanos justos), y al mismo tiempo profundizaba
en el estudio de la filosofía shaolín. En 1992, un grupo
de monjes guerreros de la China pasó por Estados Unidos en medio
de una gira de exhibición. Uno de ellos, Shi Yan-Ming, decidió
instalarse en Nueva York y abrir una escuela de kung-fu, el USA Shaolin
Temple. Yan-Ming no es lo que se dice un monje convencional: tiene una
novia Sophia Chang, ex manager de OlDirty Bastard y
se la pasa tomando vino y cerveza. Con el tiempo se convirtió en
una especie de consultor espiritual personal para RZA. Con él viajó
a la China el año pasado, para visitar un templo budista construido
16 siglos atrás sobre un monte sagrado de Henan.
El universo
shaolín inspiró el nombre del grupo (la película
favorita de RZA era Shaolin vs. Wu-Tang), y el primer disco fue, además
de un tremendo éxito comercial, una carta de presentación
perfecta para una pandilla que sabía combinar el fuego de un auténtico
piquete de rappers y la sofisticación sonora el dub, el scratchin,
los pianos que corría por cuenta de nuestro héroe.
El plan funcionó enseguida, y RZA pudo llevar a la práctica
las enseñanzas de Tommy Mottola y el resto de los buenos muchachos.
A la vez que se revelaba como un artista deslumbrante, planeó la
instalación del Wu-Tang Clan como marca registrada neoyorquina.
Aparecieron los comics, la ropa, más tarde el Play Station y la
financiación para los discos solistas de los miembros del Clan.
RZA produjo los álbumes de Raekwon, OlDirty Bastard, Method
Man, GZA, Ghostface Killa, el combinado Gravediggaz y algunos temas por
encargo para Björk, cuyo olfato la había arrastrado hasta
una esquina de la mugrienta Staten Island.
Cuatro años después del primero aparecería Wu-Tang
Forever, el disco doble de una tripulación de estrellas que no
se deshacía de sus problemas con la ley. Pasaron tres años
más hasta que RZA puso a punto el tercer álbum, The W, una
obra maestra dedicada al convicto OlDirty Bastard que pulverizó
todas las dudas respecto de la integridad artística del colectivo.
El sonido es más amenazante que las palabras, y la sutileza huracanada
con que se suceden los temas lleva la inequívoca marca del hombre
que ilustra la tapa de este suplemento. Una nueva prueba de la plasticidad
infinita del hip hop, asimilando toda la tradición negra y extendiendo
las fronteras de la música moderna norteamericana. Casi siempre
que comprás un disco te sentís estafado, dijo alguna
vez RZA. Hay discos con cinco o seis buenos beats, pero sin buenos
ritmos. O al revés. Hay discos con buenos beats y ritmos, pero
después te hartás de la voz de los negros que cantan. No
hay estilo, ¿entendés? Nosotros hacemos bien toda la mierda.
Yo no hago discos flojos. No podría.
Además,
superhéroe
Bobby
Digital es el alter ego que se inventó RZA para protagonizar una película
y un disco –algo así como el Ziggy Stardust de Bowie–, pero en lugar de
transcurrir durante la era espacial, la cosa aquí sucede en los tiempos
de la fibra óptica. Bobby Digital, la película, cuenta los experimentos
que RZA ensaya en un laboratorio de Wu Mountain y que terminan en el descubrimiento
de una fórmula alucinógena para la autotransformación. Bobby es una criatura
informática salvaje que se la pasa cogiendo, drogándose, quemando dinero
y usando ropa de moda. Después del film, el equilibrado RZA confesó que
la ficción empezaba a confundírsele con la realidad, y su visita al templo
shaolín –para el que se había impuesto un mes de celibato– funcionó como
una especie de exorcismo. La banda de sonido de la película, Bobby Digital
in Stereo, tiene más humor que la mayoría de las producciones de RZA.
Ahí aparecen todos los personajes de la trama (interpretados por Method
Man, Masta Killa, Killa Army, Black Knights of the North Star from Cali
y la asombrosa vocalista Tekitha), cruzándose en rapeos de ciencia ficción
un tanto absurda. El disco tal vez es demasiado largo, y los grandes momentos
musicales –que los tiene– terminan perdiéndose entre tanta caricatura
de futurismo decadente.
La
tienen clara
Nosotros
ya sabemos que vamos a estar juntos por el resto de nuestras vidas, envejeciendo
juntos. La hermandad inquebrantable del Wu-Tang Clan elocuentemente
declarada en esta frase es posible gracias a un método de
trabajo y convivencia que desarrollaron desde el primer momento. El Wu
sería un congregador de fuerzas de nueve individualidades autosuficientes
(desde la incorporación de Cappadonna se convirtieron en diez):
RZA, OlDirty Bastard, Method Man, GZA, Inspectah Deck, U-God, Raekwon,
Masta Killa y Ghostface Killah podrían arreglárselas solitos,
parecen querer decirnos, pero las espaciadas ediciones del Clan son los
manifiestos artísticos más certeros, y también lo
que les permite financiarse sus excursiones solistas. Desde su base de
operaciones la Wu Mansion en el sur de Nueva Jersey, RZA y
los suyos llevan adelante un próspero negocio familiar, que incluye
una línea de ropa (Wu Wear, pilcha cara para los yanquis con look
hip hop), productos paralelos como comics y jueguitos de Play Station,
un restaurant vegetariano y otros proyectos. Prince Paul, productor de
De La Soul, recuerda cuando RZA fantaseaba con el futuro mucho antes de
conquistar la escena. Me contaba cómo manipularía
a toda la industria. Voy a hacer esto, voy a sacar estos discos,
y entonces accederé a contratos más grandes. Yo le
decía: Sí, seguro. Pero todo sucedió
tal cual lo predijo. Los acuerdos espirituales conversión
general a la Five Percent Nation, el interés conjunto por la filosofía
oriental, incluyendo el rebautismo artístico de acuerdo con leyendas
shaolín son el legitimador religioso del negocio, lo que
mantiene el equilibrio y la hermandad entre estas criaturas callejeras
que juegan a la tribu disidente en medio de una industria caníbal.
Ninguno de ellos habrá leído el Martín Fierro, pero
los Wu-Tang Clan deben tener bien claro qué sucede cuando entre
hermanos se pelean.
|