¿QUE
ES, EN VERDAD, MARCELO CORAZZA?
Dios
Santo
Cachetazo
al vicio. Los que esperaban que los resultados de los reality
shows brindaran un guiño de justicia a los valores de
la vida nocturna, las libertades individuales
y la trinidad sexo, droga & rock and roll, recibieron una
dura respuesta por parte de la realidad familiera, sana y moralista
de los televotantes. El primer anticipo había sido, en
El Bar, la derrota del poeta juerguista Eduardo
ante el chico correcto Fede. Ahora, Gran Hermano
respetó la tendencia caretona y coronó vencedor,
por amplísima mayoría, al rugbier Marcelo Corazza,
quien pulverizó las chances de otros finalistas algo
más del palo como la stripper Tamara Paganini
(evitemos chistes con el apellido) o el bad boy conspirador,
el autodenominado bisexual y fiestero Gastón
Trezeguet. Aquí, la Subsecretaría de Gansadas
y Temáticas del Palo del No justifica por qué
el triunfo de Marcelo es una derrota del rock and roll otra
en la TV de aire.
1.
Es un careta: el día que todos se enfiestaron, en
el clímax de los besos y las birras, él se mantenía
al margen y repetía, protestón y moralista, yo
no entiendo... Salí de acá...
2. El día que ganó, lo fueron a recibir sus
amigotes... los compañeros del equipo de rugby...
¡A festejar en un boliche agarrándonos a trompadas
con los de San Cirano o los de SIC! Ay...
3. Corría con ventaja: entró tarde a la
casa, después de haber visto meses del programa por TV,
y fue el único que no cayó en las artimañas
estratégicas de Gastón. Así cualquiera...
4. Salió y compartió con Solita Silveyra
una de las expresiones emblemáticas de la televisión
en la década menemista: el piquito descomprometido entre
aplausos y cámaras. Puaj.
5. Metáfora Simpson: se parece más al santurrón
vecino Ned Flanders que al fumón chofer del micro escolar
Otto...
6. Tamara histeriqueó a todos, bailó en
bombachita y corpiño, habló de sexo... Marcelo
no le tiró los galgos a nadie, no se prendió en
ninguna, se fastidió cuando le hacían chistes
a él, y hasta criticó a su hermana (en la vida
real) porque está de novia hace mucho y no se casa...
Paremos con la farsa.
7. Si bien el adjetivo tontuelo bien le cabe al
menos a nueve de los catorce protagonistas, Chelo se llevó
todos los méritos: tiene la profundidad reflexiva y la
coherencia discursiva de un pan lactal. ¡¡Despertate!!
8. Cada vez que entró a un confesionario les dijo
a los televotantes, con arenga de político bonaerense,
que necesitaba apoyo porque la remaba solo. Como
si los demás hubieran conformado una cofradía
de hermanos de sangre, o una comunidad sacrohippie. Dale...
9. Lo primero que hizo cuando entró a la casa
literalmente, a los diez minutos de estar adentro
fue contar su historia personal (jodida, por cierto). ¿Golpe
bajo? ¿Aspirante a Madre Teresa de Calcuta? Paremos.
10. A Gastón lo definieron como el Anticristo,
y a Marcelo, como su archienemigo. O sea que él viene
a ser...
JAVIER
AGUIRRE
Ella
(y ellas)
¿Dos
razones para ver Tomb Raider? El chiste es sencillo: la izquierda
y la derecha. Pero aquí hay que hacer una salvedad. La frase
anterior no se escribe con
un guiño jocoso, sino con un dejo de sorpresa por cierto excesivo
descaro en la concepción del producto final con el que la exitosa
franquicia del videojuego más popular del último lustro ha llegado
a la pantalla grande. Y dicha frase también se enuncia sin un
ápice de sexismo. O, al menos, con mucho menos del que exudan
los más interesados en el asunto, desde sus creadores hasta
sus consumidores, pasando –por supuesto– por Angelina Jolie,
su protagonista. O, mejor dicho, por sus tetas. Que son, qué
duda cabe, las auténticas protagonistas de Tomb Raider, el film
con el que los videojuegos finalmente han entrado por la puerta
grande al mundo del séptimo arte. Aun cuando de esto último
Tomb Raider tenga muy poco. Salvo que el arte en cuestión sea
el del marketing. Muy lejos del bochornoso fracaso de Super
Mario Bros. y con muchas más ambiciones que la berretísima Mortal
Kombat, el británico Simon West ha dirigido su Tomb Raider con
un ojo en James Bond y el otro en Indiana Jones, con todo respeto.
Dichas coordenadas le han permitido completar un producto inteligible
y lineal, que presenta la sensible batalla del fallecido papá
Croft y su vivita y coleando hija Lara versus la secta de Los
Iluminati, sin olvidar presentar prolijamente cada una de sus
escenas de acción como si de un juego se tratase. Hay que aceptarlo:
no hay nada en Tomb Raider que pueda defraudar a los que ya
sean fanáticos de Lara, salvo el hecho de que para delinear
una historia comprensible el limitado talento de West necesite
que su devenir se ralentice hasta hacerse aburrido. Porque a
este Tomb Raider parece faltarle acción, tiros e intrigas. Lo
que le sobra, sin embargo, son tetas. Las cuidadísimas tetas
de Angelina Jolie, lustradas e incluso tal vez animadas (ver
su bamboleo en la corrida final de la heroína) por los realizadores,
que a pesar de tanto marketing –o, precisamente, en virtud del
mismo– jamás perdieron de vista el verdadero objeto de semejante
fanatismo adolescente. M.P.
Dame
la espalda
Mientras
la tecnología pretende atribuirse todas las novedades
del mundo, un nuevo medio de comunicación modesto,
personal, tangible cobra importancia entre las células
rockeras: la mochila. Herramienta tan propia de estudiantes
como de nómades, las calles porteñas vienen viendo
la ampliación de la utilidad de la mochila, que ya no
es sólo un armario ambulante textil casita de caracol
sino que además es ahora un estandarte en el que, ya
sea con Liquid Paper o con un marcador, el buen rocker lleva
con orgullo el nombre de sus pasiones.
Inicialmente patrimonio de fans del punk y del grunge, hoy también
extendido a
seguidores de todo el rock, el espontáneo autograffiti
de los poseedores de mochilas fue advertido por fabricantes
y comerciantes; gracias a eso, el comprador rocker puede desentenderse
de los correctores blancos y adquirir productos que ya traen
impreso el nombre de la banda de sus desvelos.
Algunos casos, según revela la rockería LeeChi,
cuentan desde hace dos o tres años con mochilas
oficiales de los artistas, como El Otro Yo (tres modelos
distintos, uno de ellos con dibujos realizados por la bajista
del grupo, María Fernanda Aldana) y Catupecu Machu (con
un diseño aportado por la banda). En realidad no
es que las mochilas se vendan tanto explica LeeChi,
ex Los Brujos y comercializador de merchandising oficial de
los grupos sino que se llevan durante todo el año,
a diferencia de las remeras, que quizás se usan uno o
dos días a la semana. Habrá que considerar
a la mochila, entonces, como el nuevo eslabón de la cadena
de las Pinturas Rupestres del Rock, aquel arte que empezara
con tatuajes y banderas, que siguiera con graffitis y remeras,
y que después de las cadenas de emails parecía
que ya sólo tendría futuro electrónico.
Pues no. Las mochilas con carteles muestran que en el palo todavía
queda tela para pintar. J.A.