HISTORIAS
VARIAS DE LOS PIBES QUE ESTUDIAN MEDICINA EN CUBA
El mundo al revés
A través
de un programa de becas del gobierno de Fidel Castro, 200 jóvenes
argentinos (ninguno de ellos con militancia política) cursan
en la Escuela de La Habana. Mientras pasan la mayor parte del tiempo
entre libros y prácticas, pueden experimentar de cerca la
realidad de la pequeña isla. Aquí la cuentan.
POR
CRISTIAN VITALE
Es muy
simbólico que un país pobre esté preparando
a estudiantes de uno de los países más ricos del mundo.
La sentencia, en boca de Nadia Marsh -prestigiosa doctora estadounidense,
remite a un hecho paradójico: el gobierno cubano ofreció
500 becas para que jóvenes sin recursos de Estados Unidos
puedan estudiar medicina en la ELAM (Escuela Latinoamericana de
Ciencias Médicas de La Habana). En su mayoría, los
becados son afroamericanos pobres de estados como Texas, California,
Michigan y Minnesota, y también se mezclan con ellos varios
hijos de la comunidad latina. Son parte de un plan educativo, del
que también forman parte otros 5 mil estudiantes de Latinoamérica
y Africa que, por supuesto, no excluye a la Argentina. Miriam Nogueira,
Leyla Suárez, Emiliano Mariscal, Federico Sarubbi, Laura
Fainland, Daniela Fazio y Carla Straforini son siete de los 200
chicos argentinos que participan del proyecto, originado como consecuencia
del desastre que, hace 3 años, provocó el huracán
Mitch en Centroamérica.
El proyecto se puso en marcha porque, cada vez que ocurre
un desastre natural en Centroamérica, Cuba tiene que enviar
médicos para asistir a los perjudicados. La idea de ellos
es que cada país cuente con la asistencia médica necesaria
como para que pueda solucionar esos problemas sin depender mucho
de la ayuda exterior, introduce Daniela, una rubia de 24 años
oriunda de Luis Guillón. Al principio, los beneficiados pertenecían
sólo a países centroamericanos. Después, el
gobierno cubano extendió la posibilidad a Sudamérica
y también a algunos países de Africa. Los primeros
estudiantes argentinos entre ellos, Daniela y Miriam
llegaron a la isla en 1999. Y ya van por el tercer año. Los
primeros tres años, la carrera se desarrolla en la escuela
de La Habana y luego, los que pasan a cuarto, entran en el plan
de descentralización: En esta instancia nos trasladan
a todas las provincias que tienen facultades de medicina. En mi
caso, este año ingreso a la de Cienfuegos junto con la delegación
chilena. Está bueno así, porque empezás a convivir
con cubanos, pacientes y no pacientes, adultos y chicos todo el
tiempo. Y eso no es un hecho menor, porque allá un nene de
6 años no te habla de Chiquititas. Tienen una visión
cultural completamente distinta de la nuestra, explica Miriam,
nacida hace 25 años en Ituzaingó.
Los estudiantes, reunidos por el No antes de retornar a Cuba, están
pasando sus vacaciones aquí. Pudieron venir porque los padres
les pagaron el pasaje. Del resto, la mayoría no pudo hacerlo
porque Cuba se hace cargo de todo libros, cuadernos, lápices,
biromes, dentífrico, jabón, desodorante, comida, microscopios
personales y un sueldo de 100 pesos cubanos por mes, excepto
el pasaje en avión. Sé que Venezuela pone aviones
a disposición de los becados. Y que alguna vez lo hicieron
Honduras y Paraguay. En cambio, en la Argentina jamás se
les ocurrió eso... ¡Si ni siquiera nos reconocen el
título!, es la queja de Daniela.
Contrariamente a cierta imagen que pueda tenerse, hay un rasgo que
caracteriza a todos: ninguno de los chicos a excepción
de Miriam, que tuvo su paso por el MST tiene pasado ni presente
militante. Llegaron a Cuba más por inquietudes sociales y
por la posibilidad de educarse en uno de los países más
importantes del mundo en la materia, que por ideología. Yo
era apolítica, ni siquiera leía los diarios,
reconoce Leyla, una platense de 23 años. A mí
siempre me gustó el socialismo, pero nunca milité
porque siempre estaba ocupada en otras cosas. Lo que me sorprendió
de Cuba es que me puso de frente a un socialismo real, un socialismo
aplicado a las circunstancias y muy distante del metafórico
que se piensa desde acá, agrega Laura, nacida en Parque
Avellaneda. En mi caso, puedo decir que allá se notan
las profundas diferencias que existen entre la miseria y la pobreza.
Hay pobreza, eso es innegable, pero no miseria. Todos tienen lo
básico para vivir dignamente. Conocen la pobreza, pero noel
hambre, dice Daniela. Si traés un médico
cubano acá... se vuelve loco. Ni se le pasa por la cabeza
ir a un hospital y que no haya una inyección para darle a
un paciente, completa Emiliano.
Las quejas, que también existen, se centran en dos ámbitos:
la rutina y el desarraigo. Una leve mezcla de melancolía
y soledad es el mayor sacrificio que tienen que soportar los chicos
para cumplir el objetivo. Además cumplen una rutina exigente:
durante el año en curso, se levantan a las 7 de la mañana,
ingresan a clase a las 8, tienen dos horas de almuerzo y a la tarde,
vuelta a las aulas hasta las 16.30. Es duro, nos toman clases
evaluadas casi todos los días y, normalmente, hay que quedarse
estudiando hasta las 3 de la mañana para levantarse a las
7 del mismo día, apunta Miriam. Prosigue Daniela: Son
muy exigentes. Es obligatorio tener un 80 por ciento de asistencia
a clase porque, si faltás más de lo que corresponde,
te pueden negar el derecho de examen. Una vez falté a una
clase teórica de Anatomía, en la que cursan 120 alumnos,
y le pedí a un compañero que me firme la asistencia.
Al otro día, el profesor me preguntó por qué
no había ido. Esto pasa porque la relación con el
docente es muy distinta. Te conocen, saben quién sos, cómo
trabajás, cómo estudiás, tu nombre. La relación
docente-alumno es una relación de amigos. Les interesa mucho
que te formes primero como ser humano y después como médico,
te forman como un médico humanista, alejado del lucro.
¿Cómo se divierten cuando no tienen clases?
Laura: Los que vivimos en la escuela tenemos un
bar a dos cuadras que vende ron y cerveza. También hay una
disco, pero el barcito está mejor porque le das un casete
al tipo y se arman lindas jodas. De todas maneras, nos copa quedarnos
en la escuela porque hay un disc jockey, Pablito, que pone música
para bailar. Abundan el merengue y la música centroamericana.
Daniela: A mí me llama la atención escuchar
en todos lados música dance, todo en inglés. También
pasan Los Piojos, pero a veces.
Ninguno de ellos fue a ver a Manic Street Preachers. Es más,
la concentración en el estudio es tanta que el único
que se enteró fue Federico y por algo que le provocó
sorpresa. ¿Cuántos presidentes van a ver un
grupo de rock?, pregunta sobre la presencia de Fidel Castro
en aquel show.
¿Lo conocen a Fidel?
Miriam: Sí. Una vez vino a la escuela.
Me acuerdo que estábamos muertos de calor en la Biblioteca
y nos habían dicho que iba a venir un presidente de Africa,
cuando de repente apareció él: se hizo un silencio
tenebroso y se oía el paso de sus botas. Todo el mundo se
puso blanco. Nos preguntó qué nos daban de desayunar
y qué materias estábamos cursando. Y también
ordenó abrir la playa que está detrás de la
escuela, que estaba inhabilitada, argumentando que los sureños
no estábamos acostumbrados a soportar tanto calor.
El baterista
Emiliano Mariscal es el más chico del grupo.
Tiene 19 años y se jacta de haber nacido y vivir en Don Orione,
barrio del conurbano sur más conocido como el Fuerte Apache
II. Estudió para perito mercantil en una escuela de curas,
pero se reconoce ateo (todo re mal en la secundaria).
Hizo el CBC para medicina en la UBA y tiene una banda de rock llamada
Inesperados, onda Viejas Locas. En Cuba me vuelvo loco sin
la batería. Lo que más me molesta es no poder tocar.
Hizo de todo
Federico Sarubbi nació hace
21 años en Adrogué. A los 6 se mudó a Turdera
y estudió bachiller en secundario. Ya grande, cursó
Ciencias Sociales en la Universidad de Lomas, fue murguero participó
del circo cultural en 1997, enseñando malabarismo a chicos
carenciados y se ganó la vida, antes de irse, como
masajista. En resumen, hizo de todo menos imaginar que podía
llegar a estudiar medicina alguna vez. No tenía recursos
y estaba poco predispuesto a encarar una carrera así. Después
me enganché porque hay algo que para mí es fundamental:
el trato con la gente. Me gustó la concepción en que
se forma a los médicos. No me interesaba la medicina en sí,
pero sí el fin de la medicina... Ahora me interesan ambas
cosas.
Religiosamente
Nacida hace 20 años en Parque Avellaneda, Laura
Fainland es la única religiosa activa del grupo. Adoptada
por padres judíos, hizo toda la secundaria en una escuela
laica y se recibió de profesora en el Colegio de Bellas Artes
de Buenos Aires: Mi viejo adoptivo, judío, dejó
de practicar hace tiempo, pero yo lo devolví al templo. La
religiosidad es central en mi vida. Hice la conversión por
respeto a todo lo que hicieron ellos por mí y también
por convicción propia. Y pienso aplicar la medicina a los
preceptos de la religión.
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