HISTORIAS
VERDADERAS Y PERSONAJES DESCONTROLADOS DE UNA CIUDAD LOCA, LOCA
No
somos ángeles
Los
shows de Gilby Clarke en The Roxy y en El Teatro, con parafernalia
californiana incluida (lucha femenina en el barro y todo eso) y
la inminente visita de Vince Neil (8 de setiembre en Obras), reactualizan
el glamour L.A. ante ojos porteños. Qué mejor, entonces, que enterarse
de todo lo que son capaces estos muchachos cuando están en su hábitat
natural.
PRODUCCION
Y TEXTOS MARIANA ENRIQUEZ
Aquello que fue Mötley
Crüe acaba de editar su autobiografía, en colaboración
con el periodista Neil Strauss. Se titulado The Dirt (La Mugre)
y es una sucesión de barbaridades y decadencia no comparable
a nada, ni siquiera a las anécdotas más tortuosas
de Aerosmith o los Rolling Stones. En primera persona, los cuatro
Crüe (Nikki Sixx, Vince Neil, Tommy Lee y Mick Mars) narran
cómo se clavaron las orejas a una mesa en una noche de particular
descontrol, cómo insertaban teléfonos celulares dentro
de las vaginas de las groupies y cómo le robaron la ropa
a una chica pordiosera que vivía en la calle. Cuando
hicimos eso no hubo más tabúes, recuerda Nikki.
Hasta traté de acostarme con la madre de Tommy. Cuando
su papá se enteró me dijo hey, si podés
hacerlo, es toda tuya. También se pueden encontrar
gemas de sabiduría como ésta: Después
de acostarnos con groupies en la camioneta de Tommy, íbamos
a comprar burritos. Metíamos la pija adentro de la carne
para quitarnos el olor a vagina. Así nuestras novias no se
enteraban que nos habíamos curtido a chicas tan estúpidas
como para meterse en la camioneta de Tommy. A continuación,
se reproducen dos fragmentos: en el primero Vince Neil describe
el primer departamento de la banda, donde escribieron las canciones
del disco Theatre of Pain. En el segundo, Tommy Lee recuerda la
famosa pelea con su ex esposa Pamela Anderson, en 1998, luego de
la cual se comió seis meses en prisión por violencia
doméstica.
Hogar, dulce hogar
Vince: La novia de Tommy era fea. Parecía un alce.
Pero Tommy, aunque podía levantarse a la mina que quisiera
en Sunset Strip, no quería dejarla. La amaba y quería
casarse con ella, nos decía, porque cuando acababa lo hacía
a chorros. Chorros que llegaban a mojar la otra punta de la habitación.
Desafortunadamente eso no era lo único que hacía volar
en la casa. Revoleaba platos, ropa, silla, cualquier cosa que pudiera
agarrar. Nunca había visto a alguien ponerse tan violento.
Podía explotar de furia o celos con una sola palabra que
juzgara inconveniente. Una noche Tommy trató que no entrase
a la casa clavando la puerta (no podía cerrarse con llave
porque la policía en los allanamientos había roto
la cerradura varias veces) y ella rompió el vidrio de la
ventana con un extinguidor para poder pasar. Nunca arreglamos la
ventana. La gente entraba a la casa (que quedaba cerca del Whisky
A Go-Go) por la ventana o por la puerta que sólo quedaba
cerrada si le poníamos un pedazo de cartón abajo.
Era 1982 y estábamos sin un peso, con mil singles que nuestro
manager nos había editado. En el living había un sillón
de cuero y un stereo que los padres de Tommy le habían regalado
para Navidad. El techo estaba lleno de agujeros porque cada vez
que los vecinos de arriba se quejaban por la música les contestábamos
golpeando con las guitarras o palos. La alfombra estaba mugrienta
de alcohol y sangre, quemado por colillas de cigarrillos. Habíamos
pintado las paredes de negro.
Y estaba lleno de bichos. Cuando usábamos el horno lo teníamos
que encender diez minutos antes para matar las cucarachas que vivían
adentro. No teníamos plata para veneno, así que el
método de exterminio era agarrar el spray para el pelo y
quemarlas usando un encendedor. Por supuesto conseguíamos
cosas importantes como el spray, robándolas. Si querías
ir a los clubs y tener éxito, debías usar spray. La
cocina era pequeña y pútrida. En la heladera solía
haber atún viejo, cerveza, mayonesa vencida y salchichas
(si podíamos robarlas de la licorería de la esquina
o comprarlas con plata que sobraba). De todos modos Big Bill, un
motociclista que trabajaba como patovica en el Troubadour (y que
murió un año después de una sobredosis de cocaína)
se las comía todas. Nos daba miedo pedirle que no lo hiciera.
Todas las noches, después de que tocábamos en el Whisky,
la mitad del público venía a casa a beber y drogarse.
Consumíamos cocaína, Percodan, quaaludes y cualquier
cosa que consiguiéramos. Yo era el único que sepicaba
en esa época, porque Lovely, una rubia bisexual caprichosa
y rica, que amaba los ménage-à-trois, me había
enseñado cómo hacerlo.
Las chicas nos visitaban durante todo el día, por turnos.
Una trepaba por la ventana mientras otra entraba por la puerta.
Tommy y yo teníamos una ventana, y Nikki tenía la
suya. En esa época siempre venía una pelirroja gordísima
y degenerada que no podía pasar por la ventana. Pero tenía
un Jaguar XJS, el auto favorito de Tommy. Tommy quería manejar
ese coche más que nada en la vida. Una vez ella le dijo que
si se la cogía lo dejaría usarlo. Una noche entramos
a la casa y encontramos a Tommy en el living, con esta mujer enorme
encima, con esta fofa masa de carne moviéndose sobre él.
Pasamos sobre ellos, agarramos una coca y ron, y nos sentamos a
mirar el espectáculo. Cuando terminó, Tommy se subió
los pantalones y dijo, feliz. Me voy, loco. Voy a manejar
ese coche.
La pelea
Tommy: Una semana después yo le estaba cocinando
a Pam y los chicos. Estaba todo tranquilo otra vez, compartíamos
una copa de vino. Y de pronto no pude encontrar la sartén,
porque la señora que limpiaba siempre cambiaba las cosas
de lugar. Y como yo estaba muy tenso, cada pequeña contrariedad
se convertía en el fin del mundo. Entonces cuando no pude
encontrar la sartén empecé a patear los cajones y
tirar cosas, como un pendejo tratando de llamar la atención.
Entonces Pamela vino, se dio cuenta que yo estaba de mal humor y
me dijo tranquilo, es una sartén nomás.
Pero no era una sartén nomás. En ese momento era todo
para mí. Mi tranquilidad y mi salud mental dependían
de encontrar la sartén. Que Pamela no entendiera eso significaba
que no me entendía. Agarré toda la vajilla que pude
encontrar y empecé a revolearla por el aire gritando esto
es una mierda. Entonces ella dijo las palabras que nunca hay
que decirle a una persona furiosa: Calmate. Me estás
asustando. Debería haber salido a caminar o darme una
ducha fría. Pero estaba tan enojado por la sartén,
que yo veía como un signo de la falta de comunicación
entre nosotros, que todo se convirtió en inseguridad y miedo.
Andate a la mierda y dejame solo le grité. Después
le di una patada a la cocina y me lastimé el pie. Había
olvidado que estaba en chancletas y eso me enfureció más.
Y ahí empezó el kilombo. Empezamos a gritarnos y pronto
los chicos aullaban también. Pamela dijo que era suficiente,
y llamó por teléfono a sus padres. La obligué
a colgar. Entonces me miró con esa mirada espantosa, como
diciéndome que yo era malvado y egoísta, una mirada
que me reducía al gusano más espantoso que se arrastraba
por la faz del planeta. Odiaba esa mirada, porque me demostraba
que no había flores ni disculpas que pudieran convencerla
de que era un buen tipo que la amaba. Me desafió y marcó
el número de sus padres de vuelta. La hice colgar otra vez
gritando mierda, no los llames. Lo siento mucho. Ella
revoleó el teléfono y me dio un puñetazo ciego
en el cuello, que realmente dolió. Era la primera vez que
una mujer me golpeaba. Vi todo rojo, me enceguecí. Como un
animal hice lo primero que me indicó el instinto: la sacudí
brutalmente gritándole qué carajo te pasa, estás
loca. Y no la soltaba. Mi intento de calmarla sólo
la asustó más y ahora lloraba. Empezó a putearme,
a decirme las cosas más espantosas, me apuñaló
en todos los puntos débiles. La solté y salió
corriendo hacia la habitación de Brandon, como una madre
amantísima que tenía que proteger su cría del
padre cruel. Le di una patada en el culo, no muy fuerte porque estaba
en chancletas, gritándole que era un perra. Terminamos en
la habitación de Brandon: yo quería hablar, pero ella
no me contestaba. Tenía al nene en brazos. Soltalo,
le dije. Lo voy a llevar afuera. Hijo ¿querés
ir a ver los sapitos?. Nuestra pileta se había llenado
de sapos ese invierno, y creí que era una buena idea salir
al fresco con él para tranquilizarme. Pero seguían
gritando. Agarré al nene de la mano, y ella lo tironeó
para acercarlo. De pronto estábamos luchando sobre él,
completamente trastornados. La situación seguía empeorando.
La empujé, y cayó sobre un pequeño pizarrón
de los chicos. Cuando trataba de no caerse al piso se rompió
una uña.Mientras gritaba, arrastré a Brandon hasta
la pileta y me senté con él. Le dije que mami y papi
lo querían mucho, y que se querían mucho. Le prometí
que nunca volvería a gritar ni enojarme si eso lo asustaba.
Nos calmamos, dejamos de llorar y lo llevé a su habitación.
No pude encontrar a Pamela: quería pedirle perdón.
Cuando salí de la habitación de Brandon, vi a dos
policías.
Por favor dese vuelta, Mr Lee, dijeron.
¿Por qué?
Hagalo.
Lo hice y sentí el frío metálico de las esposas
en las muñecas. ¿Me están jodiendo? ¿Por
qué me esposan? Esposen a esa perra también. Me puso
una piña.
No nos importa, Mr. Lee.
Gilby,
estrella y estrellado
Gilby Clarke entró
en Guns nRoses como guitarrista en 1991, cuando la banda estaba
a punto de desintegrarse tras la salida de Izzy Stradlin. Grabó
con ellos solamente The Spaghetti Incident? en 1993, y después
Axl prescindió de sus servicios, porque quería llevar
el sonido de la banda hacia una dirección menos rockera,
más experimental. Todo esto sin notificárselo a Slash,
que se llevaba muy bien con Gilby, y que no tenía la menor
intención de que Guns nRoses cambiara su estilo. La
banda se terminó, y Gilby siguió su camino primero
como guitarrista de la banda de Slash (Slashs Snakepit) y
después grabando discos solistas como The Hangover y Rubber,
siempre manteniendo el sonido rockero, mezclando los Rolling Stones
con el glam y una actitud punk.
Hoy, Gilby toca todos los jueves en el Cat Club de Sunset Boulevard
con su banda, Starfuckers. Lo acompañan entre otros Tracii
Guns, ex L.A. Guns y ex Guns nRoses. Y también mantiene
su propia banda, con la que toca canciones propias, covers y obviamente,
cosas de los Guns. Este fin de semana en Buenos Aires, justamente,
hará eso: además de los shows, habrá strippers,
chicas peleando en el barro, tatuadores y todo lo necesario para
trasladar algo de Sunset Strip a Lacroze y Alvarez Thomas. A Gilby
lo enorgullece que la mitología decadente de la ciudad que
eligió para vivir desate fantasías en todo el mundo.
A la gente le gusta L.A. porque es la única escena
de hard rock del mundo en este momento. Y la única hedonista,
que recupera la idea de sentirse bien con la música, de divertirse,
a la manera de los Stones o The Faces. Todo el mundo en Los Angeles
quiere ser estrella de rock: para eso llegamos chicos como yo desde
el interior. Eso se perdió con el grunge, pero ahora el grunge
también se acabó y creo que nuestra escena recuperará
su lugar.
¿Te gustan bandas
como Limp Bizkit?
Para nada. La llamo música rabiosa, pero
en realidad no entiendo por qué están tan enojados.
Es marketing, supongo. Mi banda favorita en este momento es Buckcherry.
Tienen actitud, se visten bien, tocan como si el rock les hubiera
salvado la vida.
¿Viste a Axl últimamente?
Lo vi hace como un año, un jueves en el Cat Club. De
todas las personas del mundo, la última que esperaba encontrar
en el boliche era Axl. Vive como un recluso, no lo había
visto desde 1993. Nunca tuvimos una discusión con él,
sin embargo. Fue todo muy tranquilo, me pidió que me fuera
de la banda porque buscaba otro estilo, y lo acepté. Esa
noche fue la primera vez que Axl cantó en público
desde que se separó la banda. No lo reconocí al principio:
él tuvo que decirme: Hey Gilby, ¿cómo
andás?. Hablamos hasta las cuatro de la mañana.
Y después se subió a tocar con nosotros Wild
Horses y Dead Flowers de los Stones. No volví
a verlo.
L.A. Guns iban a tocar con vos, pero anunciaron que no podían
viajar porque Tracii le tiene miedo a los aviones...
(Risas) Es mentira. Quiero decir, Tracii odia volar, pero
vamos, hizo toda su carrera viajando en avión. Lo que pasa
es que no estaban conformes con el cartel: querían estar
ellos primero. Tampoco vamos a tocar juntos en Costa Rica por esa
misma razón. Esa es la verdad.
Con el que sí vas a tocar es con Steve Adler. Ustedes
no fueron compañeros en Guns nRoses. ¿Es tu
amigo?
Sí, nos conocemos de los clubes. Es un buen tipo, a
veces toca como invitado en mi banda. En Los Angeles obligatoriamente
terminás conociéndote con todo el mundo. Hay mucha
gente como yo, que no está demasiado activa, que edita discos
independientes, pero toca en los clubs la música que le gusta.
Por ejemplo, en Sunset Boulevard tenés el Whisky A-Go-Go,
el Cat Club, el Rainbow, el Viper Room, el Roxy... vas de un lugar
a otro y ves tocar a todo el mundo. La cagada es que todo cierra
a las 2 de la mañana. No es como Buenos Aires: envidio que
allá todo esté abierto hasta la madrugada. Me gusta
eso.
Buckcherry
se anuncia como la nueva gran cosa
Los
herederos
Josh Todd, el cantante
de Buckcherry, se parece un poco a Tommy Lee (sobre todo por su
cuerpo espigado y cubierto de tatuajes) y a Steven Tyler (por sus
movimientos y su rostro, al que sólo le faltan los labios
enormes). Su vientre dice caos y alguna vez fue modelo
de Calvin Klein. Pero siempre quiso ser estrella de rock. La historia
de su banda parece sacada de alguna de sus canciones: Josh (nativo
de L.A. y surfer, claro) se conoció con el guitarrista Keith
Nelson en la casa de su tatuador. A los dos les gustaba Kiss y los
Rolling Stones, y decidieron formar una banda. Tomaron el nombre
de una travesti que conocían y siempre les pedía cigarrillos.
La chica se hacía llamar Buckcherry. Era encantadora,
pero una freak de Hollywood, recuerda Todd. Para él,
ser un freak de Hollywood es fantástico. Tres años
después, en 1999, tenían un primer disco: la voz parecía
la de Chris Robinson (Black Crowes) con algo de Rod Stewart. La
banda sonaba como Guns nRoses y Aerosmith, pero el guitarrista
había escuchado mucho a Angus Young, y se notaba. Los riffs
estaban cargados de la sensualidad de los Rolling Stones. Y el productor
era nada menos que Steve Jones, ex Sex Pistols, ciudadano de Los
Angeles por adopción. El disco llevaba el nombre de la banda
y parecía estar destinado a recuperar el rock de estadio,
además de la decadencia de sexo, drogas y vida rápida.
Nos gustan los placeres de los que nadie se atreve a hablar,
decía Keith Nelson. Este año, Buckcherry acaba de
lanzar un nuevo disco, Time Bomb, y salieron de gira con sus ídolos,
AC/DC. Time Bomb no tiene nada que envidiarle al debut: es una brisa
de aire fresco en una escena infestada de nü metal malhumorado.
Las canciones celebran la vida de fiestas: en el tema Time
Bomb cantan la vida son putas y dinero y más
tarde, en Porno Star, Joshua Todd se enorgullece del
tamaño de su miembro viril. Pero no todo es buena vida en
la decadente Los Angeles, y muchos temas recuerdan el lado oscuro
de Hollywood. Después de tocar con Aerosmith y Kiss, los
Buckcherry parecen destinados a ocupar el lugar de la necesaria
banda sucia, glamorosa y decadente que hacía falta. Están
en eso.
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