¿Hay
que decirlo o no?, fue la pregunta que descerrajaron los medios
durante la semana pasada a todo aquel que viviera con vih y se prestara
a la consulta frente a los micrófonos. El disparador había
sido la confesión de Fernando Peña, nada amigo
de la corrección política, de su condición de sidoso
de mierda. Uso las comillas para confesión porque ése
es el término que usaron los medios y que aprovecharon para extenderlo
a otro tipo de secretos develados referidos a las elecciones sexuales
de los que se decidieron a hablar. Con la tradición católica
que llevamos a cuestas es imposible no pensar que en ese acto (el de
la confesión) está implicito el pecado y el arrepentimiento,
aunque más no sea el arrepentimiento de haber caminado por las
sombras. Ahora que ya fue dicho es posible que el confesado guarde su
bajo perfil, establezca relaciones estables o por lo menos lo más
parecidas a las que estamos acostumbrados, fieles y heterosexuales.
Tal vez por eso la elección de los términos de Peña,
que lejos de buscar ecos en la compasión, suena en los oídos
como una uña en el pizarrón. Él dice en voz alta
lo que la mayoría bienpensante murmura o almacena para futuras
confesiones (Hasta que te conocí no me animaba a tomar
mate con alguien que tuviera sida, por ejemplo). ¿Hay que
decirlo o no hay que decirlo? Obviamente en este marco contestar esa
pregunta es un atrevimiento, ¿cómo saber lo que HAY que
hacer? Cada uno hace lo que puede y sin duda algunos contamos con más
redes que otros al momento de lanzarse al vacío. De todos modos
imagino que cuantas más voces se escuchen, más lejos quedará
el espanto y ya no será tapa de revista el que alguien se acueste
con hombres, con mujeres o con ambos. Y en el caso particular que nos
atañe el del vih, tal vez sirva para plantear una
zona de grises bastante vital. Quiero decir, en lugar de temer por la
fuente de trabajo en el momento en que se dice vivo con vih,
estaríamos preocupados por mejorar las condiciones laborales
de esa misma persona para que vivir más, como prometen las pastillas,
signifique también vivir bien. Y sí, estoy hablando de
cierta franja de afortunados que alguna vez ingresaron al mercado laboral
y otra serie de beneficios. Y sí, ya sé que la mayoría
de los que viven con vih tendrían que plantear primero cómo
hacer para comer todos los días. No sé si hay o no hay
que decirlo, para mí es más fácil hablar y dejar
que el resto se haga cargo de sus propios temores. Y si se trata de
registros, últimamente prefiero el de Fernando Peña rasgando
las vestiduras de quienes inventan términos para nombrar lo que
la calle escupe. No hay mejor manera de neutralizar los términos
despectivos que apropiándoselos, sino pregúntenle a cualquier
amigo gay cuánto le gusta la palabra puto para usarla entre los
amigos. O la palabra torta a cualquier chica que prefiera irse a la
cama con otra chica. A mí lo de sidosa me sigue dando en el hígado,
pero como en un juego de niños, a lo mejor de tanto repetirla
empieza a perder sentido.
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