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Jueves 11 de Octubre de 2001

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EL CINEASTA PUNK LLEGA CON LOS GITANOS NO FUMADORES

La pasion según Kusturica

Si no las viste, deberías. Puede ser Sueños de Arizona, Papá salió en viaje de negocios o las rocambolescas Underground y Gato negro, Gato blanco. El responsable de todas ellas es un yugoslavo loco y talentoso, que ahora llega a la Argentina al frente de una banda de folklore balcánico y actitud punk, convenientemente embebidos en alcohol. La ocasión es una buena excusa para acercarse al personaje, su obra, el futuro, la guerra y la importancia de maradona en su vida.

POR PABLO PLOTKIN

Un chancho devora un auto abandonado al borde de la ruta, un pibe esquimal suelta un globo rojo desde la ventana de su iglú y un surtidor de nafta corroído se desliza como un robot frente a una basílica de Milán. “La historia se hace con sueños”, le hizo decir Emir Kusturica a Johnny Depp en Sueño de Arizona, y habría que creerle. La vida de este director bosnio-yugoslavo de 46 años es una historia de sueños realizados y pesadillas convertidas en arte, una aventura de amor y de guerra a través de un país roto. Pero aunque se trate de uno de los cineastas europeos más originales de la última década y media, Kusta llega a Buenos Aires como el guitarrista rítmico de la No Smoking Orchestra. Pandilla de espíritu gitano, actitud punk y folklore balcánico. Amantes de la aceleración, los excesos y el desequilibrio escénico.
Formada en Sarajevo en 1980, emergente del movimiento de resistencia cultural denominado Nuevo Primitivismo (surgido luego de la muerte del Mariscal Tito, líder-patriarca de la Yugoslavia de posguerra), la No Smoking es una especie de compresor de la tradición regional, procesadora de la influencia que ejerció en Yugoslavia la música árabe, hindú, rusa, griega, italiana. Comandado por su cantante –Dr. Nele Karajilic–, el grupo pasó por humo, surrealismo y sarcasmo todos esos sonidos, los reforzó con una armadura tecno rock y definió su esqueleto de criatura de los Balcanes de entreguerra: quilombera, gritona, inspirada. Al igual que los personajes filmográficos de su guitarrista, la NS no conoce el silencio, ni los términos medios. Ampulosa, pasional, siempre parece al borde de los precipicios musicales.
Kusturica se unió al grupo por primera vez en 1986, como bajista, poco después de adjudicarse la Palma de Oro en Cannes por su largometraje Papá salió en viaje de negocios. La banda grabaría dos discos antes de la separación (Greetings from safari land y A little story of a great love), pero entretanto Kusta se consagraría con Tiempo de gitanos (1989), una historia de amor y (des)lealtades en torno de un clan de zíngaros mafiosos que resume lo mejor de su estilo, poderosamente sensible y original. Luego vendrían Sueño de Arizona (su incursión a la liga de las estrellas de Hollywood), Underground (su toma de posición más explícita, y polémica por cierto, respecto de la tragedia yugoslava) y Gato negro, Gato blanco, cuya banda de sonido corre por cuenta de la No Smoking, que venía de rearmarse en 1994 con la incorporación del baterista Stribor Kusturica, hijo de Emir. Puede decirse que Gato negro... incluye el primer hit internacional del grupo: ahí se ve a ese repugnante gitano mafioso, cocainómano y traidor, colocarse cada vez que estalla el estribillo de “Pitbull Terrier”, una explosión de sobrecarga anabólica de eso que sus autores bautizaron el sonido “Unza Unza”, el que le da título a su más reciente álbum –Unza Unza Time– y el que va a ametrallar la habitualmente plácida estructura de La Trastienda el sábado 20 y domingo 21, con entradas desde –¡aaggghh!– 35 pesos.
Kusturica está “shockeado y estresado” cuando atiende su celular en París, rumbo a algún lugar que no alcanza a precisar a pesar de un nítido pero trabajoso inglés. Los últimos meses se asentó en Belgrado para filmar su nueva película (ver aparte), pero ahora está en la capital francesa, otra de sus ciudades de residencia, a punto de presentar Super 8 Story, un documental que retrata a la No Smoking de gira, incluyendo una aparición en escena del gran Joe Strummer. Pero acaba de empezar el bombardeo anglonorteamericano sobre Afganistán, las pantallas del mundo reproducen indescifrables escenas verdes luminosas y Kusta se pronuncia al respecto: “Estoy muy shockeado y estresado desde el principio del conflicto”, admite, “desde que esos dos símbolos gigantes de la civilización occidental fueron destruidos. Me sentí muy apenado por la gente que murió, especialmente después de ver a ese hombre agitando su camisa desde unaventana. Para mí, el drama empieza cuando cobra formas individuales. La destrucción en masa es algo que se comprende mucho tiempo después”. Como habitante de una tierra masacrada por las guerras civiles, los dictadores y los bombardeos en nombre de la libertad duradera o slogans por el estilo, Kusturica sabe que “este mundo está creado a través del conflicto”. “El desarrollo humano está ligado a actos criminales”, asegura. “Ya sea Napoleón invadiendo y destruyendo la mitad del mundo o lo que ocurre hoy: cientos de pequeñas guerras ‘controladas’ sucediendo en todo el planeta. Lejos de racionalizarse, la humanidad observa, generación tras generación, la llegada de nuevas formas de destrucción. Así es que los esfuerzos personales de paz colapsan contra una guerra masiva, y entonces la gente se convierte en una especie de enjambre detrás de una abeja reina alocada.”
–¿Hay algo que pueda hacer el arte en todo esto?
–No mucho, creo. El arte puede funcionar como una terapia, en todo caso, como una manera de volver la vida más relajada de cuando en cuando. Puede ocupar, mínimamente, algo del lugar que ocupaba la religión cuando representaba una forma de unión espiritual. El arte podría salvar al mundo, pero lamentablemente vivimos un período de hundimiento económico que no le permite al arte impactar en una cantidad de gente considerable. Se convirtió en una herramienta de la industria, ya no es lo que era.
–¿Qué clase de banda es la No Smoking en la ruta?
–Somos más que salvajes. Te lo voy a definir en una frase: somos gente constructivamente destructiva.
–Ya es célebre la cantidad de hectolitros de alcohol que ordenan para antes de cada presentación. ¿Es cierta la leyenda?
–Sí, porque los músicos de la banda no se drogan, lo cual es muy importante para la gente joven, pero necesitan algo de combustible antes del concierto.
–O sea que salen al escenario completamente borrachos.
–Bueno, yo no, pero algunos en la banda sí. Los que lo necesitan.
–¿Qué grado de anarquía hay en el grupo, si es que la hay?
–Mirá, solíamos ser anarquistas, pero el anarquismo tiene un problema, una parte destructiva que nos aleja. Todavía vemos el mundo como una sola cosa, eso sí. La respuesta correcta sería: si nos remitimos a la visión del mundo, la No Smoking es una banda anarquista. Pero después, cuando llegan las baladas, las canciones tiernas y profundamente humanas, te encontrás con algo más que anarquía.
–Pero es una banda de espíritu punk, ¿no?
–Sí, muy. Es una banda que se para frente al público en posición de ataque, con los dientes apretados. Agresiva. Y puedo decirte, después de 220 conciertos, que nuestra estrategia escénica es muy exitosa. Si tomás el punk como un movimiento social creado en Inglaterra contra las doctrinas, una reacción individual contra la masificación de todas las cosas, entonces nosotros somos punks. Más allá del lado nihilista del asunto.
–También tienen influencia de la música electrónica fuerte. Tal vez ya no tanto en el uso de máquinas, pero sí en las estructuras de ciertas canciones.
–Sí. Personalmente detesto la música tecno, aunque llegamos a la conclusión de que tiene el poder hipnótico que ejercían ciertas músicas de tribus africanas. Esa parte me interesa. Pero creo que el tecno está muy lejos de representar la emoción humana. Esa es una cosa mucho más compleja que la simple repetición metálica de unos pocos tonos.
–Tanto en tus películas como en la música de la No Smoking, se nota tu pasión por los spaghetti western. ¿En qué medida te definieron como artista?
–Fueron mi primera influencia como director, las veo como una forma de cultura popular asombrosa. Si hoy volvés sobre esas películas, te sorprende lo excitantes que todavía pueden ser.
–Hablando del lejano oeste, ¿es cierto que retaste a duelo a Vojislav Seselj (activista serbio de ultraderecha)?
–Sí, lo hice. Al principio de la guerra en Yugoslavia, él propuso a la corte serbia expulsar a los croatas del Parlamento. Lo vi a través de la televisión por cable, desde París, y no pude soportarlo. Así es que lo reté a duelo, pero dijo que no aceptaba, y dio una explicación que pretendió ser graciosa: dijo que no quería que yo terminara como Alexander Pushkin (poeta ruso muerto en duelo en el siglo XIX). Le dije “muy gracioso”, le insistí en que podía elegir el arma a utilizar, pero así y todo no quiso enfrentarme.
–Estabas dispuesto a morir por eso.
–Sí. No tengo ideología, pero tengo mi propio sistema de valores, el cual me empuja a actuar de acuerdo con una visión completamente emocional de la vida y según mi perspectiva de la justicia.
–¿Cómo creés que lograste esa estética tan personal en tus películas?
–Estoy muy influido por lo que podrían llamarse las corrientes estéticas clásicas del cine. Mi estética se desprende del neorrealismo italiano, el realismo poético francés, directores de Hollywood como Frank Capra y otros tantos. Siempre me dediqué a explorar el costado más poético del relato, las emociones más puras, lo que contrasta con el cine moderno, lleno de rudeza y agresividad de buen vestir. Pertenezco a una casta de cineastas de la que casi ya no queda nadie.
–¿Eso tiene que ver con la corriente del Nuevo Primitivismo que nació en Yugoslavia un par de décadas atrás?
–Sí, la idea del Nuevo Primitivismo era ironizar a los viejos primitivistas, usando algunas de sus herramientas más interesantes, en especial la ironía. Y es muy impresionante ver a la gente en Bosnia enfrentando su propia caricatura en el cine, la televisión y la música. Creo que lo mejor de esa corriente fue conseguir enfocar una mirada divertida, irónica sobre nuestra propia tradición.
–En Gato negro, Gato blanco, uno de los personajes grita “¡Maradona!” cada vez que le sale algo bien. ¿El es una obsesión tuya o en verdad representa algo para todo tu pueblo?
–Maradona es un símbolo para todos nosotros, tenés que entenderlo. En la zona balcánica, en especial en Serbia, mucha gente cree que vive bajo los preceptos cristianos, o monoteístas, pero en realidad tiene hábitos más bien paganos. Por lo que sé de tu país y de América latina a través de la literatura, están viviendo un momento de transición en cuanto a organización social. Igual que nosotros. Es por eso que tenemos héroes muy parecidos. Tal vez nunca expliqué por qué ese personaje grita “¡Maradona!” en lugar de mencionar a algún jugador nuestro, pero creo que se debe a la adoración que siento por él. Porque era valiente, porque era un jugador fantástico. Así que cuando el tipo grita “¡Maradona!”, es como si gritara “¡Lotería!”. Un nombre propio que define un estado de ánimo.
–¿Seguís fascinado con el modo de vida de los gitanos?
–Los gitanos son mi decisión estética. Porque... Cómo explicarlo... ¿Sabés qué? Estamos entrando en un gran embotellamiento. Vamos a tener que cortar. Lo lamento, pero estoy llegando tarde a una reunión... Escribí lo que quieras. Cualquier cosa que pongas que dije va a estar bien, ¿ok?
–Ok.
–Bye bye. ¡Chau! n

El jueves que viene se estrenará Super 8 Story, el largometraje de la No Smoking Orchestra en la ruta. El sábado 20 y domingo 21 se presentarán en La Trastienda. El lunes 22, Kusturica dará el Seminario Estética y Cine(inscripción al 4773-6448), el 23 harán un show en Córdoba y el 23 en La Subasta de Mar del Plata.

 

LA NUEVA PELICULA
Amor y guerra

Dos meses atrás, Kusturica volvió a instalarse en Belgrado para rodar su nueva película, titulada The Hungry Hearts (Los corazones hambrientos). En la entrevista con el No, el autor dio algunos detalles sobre la trama, que vuelve a tener un amor conflictivo en el centro de la escena y la guerra como desarmador de todo. “Habla sobre el drama de un hombre serbio de cincuenta años que es abandonado por su mujer durante la guerra en Bosnia”, cuenta Emir. “A su hijo lo reclutan para luchar por Serbia y es apresado por los musulmanes. Al padre le entregan una mujer musulmana, a la que podrá cambiar por su hijo cuando lo encuentren. El tipo se enamora de ella, y se enfrenta a una gran drama cuando llega el momento de cambiar a la mujer de su vida por el hijo reaparecido. Es una historia de guerra, de cualquier guerra. Como dije: este planeta, desafortunadamente, se ha desarrollado a partir de las guerras.”


VINCENT GALLO Y BILLY BOB THORNTON TAMBIEN LO HACEN
No es el único

“Mezcla de música griega y música judía.” Así define el ex Clash Joe Strummer a la música de la No Smoking Orchestra. Protagonista del mejor momento musical del film -.una enérgica versión de la NSO de “Police on my back”–, Strummer funciona también como el mejor eslabón entre la banda de Kusturica y la música de Mano Negra. Claro que si para esta extraña legión extranjera musical francesa su destino terminó apuntando a Latinoamérica, Kusturica y sus muchachos no necesitaron buscar en otro lado para sentirse vivos musicalmente. Les bastó con mirarse el ombligo y recobrar lo mejor de su tradición gitana.
A la hora de hablar del cine más joven e irreverente trasvasándose casi por derecho propio a las bateas de las disquerías, Kusturica no es el único que se siente lo suficientemente libre como para intentarlo. El y su orquesta, claro está, han logrado triunfar en lo suyo. Pero no están solos en el intento. Dos lanzamientos dos ocupan a la prensa cinéfila y rockera de ambos lados del Atlántico. Se trata de los flamantes álbumes de dos actores/directores: Vincent Gallo y Billy Bob Thornton. El galancete tóxico, responsable de Buffallo 66, acaba de editar un álbum con muy a-loJohn Frusciante titulado When (Warp); mientras que el marido de Angelina “Lara Croft” Jolie editó su propia colección de canciones country bajo el título de Private Radio (Lost Highway). Maltratados en Estados Unidos (Spin mandó a marzo los dos discos: 3 y 2 sobre 10, respectivamente), los lanzamientos han sido respetuosamente reseñados en Inglaterra. M.P.

 

TODAS SUS PELICULAS TIENEN ALGO
Un largo y sinuoso camino

El sueño del pibe. Eso es Super 8 Stories (2001), el último opus de Emir Kusturica. Presentado este año en el Festival de Berlín, el film funciona como una suerte de revisión de todos los clichés del documental de rock, pero protagonizado y dirigido por su propio protagonista, un cineasta devenido músico, que –como un niño con el mejor de los juguetes– juega a estar tan en el centro de su documental musical como podría estarlo Joe Strummer. Es el gran Joe quien –justamente– aparece al final del documental bendiciendo y legitimando la música del grupo. Conocido en todo el mundo al ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes con la maravillosa Papá salió en viaje de negocios (1985), Kusturica repitió el codiciado premio una década más tarde con la discutida Underground (1995), acusada en su momento de ser un film pro-serbio. Entre una y otra Palma de Oro, Kusturica estrenó el que tal vez sea su mejor film, Tiempo de gitanos (1989), y Sueños de Arizona (1993), con Johnny Depp, Jerry Lewis y Faye Dunaway, lo más cercano en su carrera a la clásica experiencia hollywoodense de todo cineasta europeo que se precie de tal. Su última película antes del esperado estreno de la flamante Super 8 Stories -anunciado para la semana que viene– fue Gato negro, gato blanco (1998), donde comenzó la relación con los músicos de su No Smoking Band. M.P.