Puede fallar.
Todo lo que conocemos puede fallar, eso ya lo aprendimos. Puede ser
que hayas incluido en la lista del supermercado la cajita de doce forros
tan prácticos para diseminarlos por toda la casa (vale decir:
mesita de luz, living, baño, cocina, nunca al sol ni detrás
de la estufa, recordar que el látex es sensible al calor y puede
dañarse). Puede ser que te hayas animado y hayas exigido a tus
progenitores o a quien se haga cargo de la famosa lista del súper
que incluya en la lista de necesidades básicas a los preservativos
(¿en qué otra lista podría anotárselos?).
Puede ser que te hayan hecho caso, que te hayan traído tu cajita
de doce. Que hayan conseguido esos tan prácticos que ofrece ahora
una conocida marca importada, que vienen en una cajita redonda con solapa
para abrirlos más rápido y encontrarlos en la posición
justa en la que hay que ponerlos ¿cuánto tiempo
se pierde comprobando si están al derecho o al revés?,
¿cuántos se han perdido por empezar a desenrollarlos de
manera inadecuada?, con el espacio al que hay que quitar el aire
hacia arriba, listo para tomarlo con ambos dedos y empezar a desenrollarlos
desde la cabeza hasta la base del pene, obviamente, aunque sabemos
que hay quien los tiene permanentemente puestos sobre los ojos,
en ese momento dulce que anuncia lo que vendrá. Puede ser, incluso,
que hayas recordado dejar alguno en la guantera del auto, en la billetera,
en la cartera, en el bolsillo de tu campera favorita, en el chiquito
del jean o en la riñonera. Pero puede ser también que
ese día, justo ese día, te hayas cambiado de campera,
se te haya roto el auto o tu papá no te lo haya prestado, te
olvides la billetera porque llevás la plata en el bolsillo o
el bolsillo esté vacío porque alguien lo vació
para lavarlo. Puede ser que ese día, manoteando desde el sillón
del living hacia esa cajita mágica en la que ocultaste los condones,
te des cuenta de que alguien más dio cuenta de ellos, que los
de la mesa de luz fueron abiertos para explicarle a alguna amiga cómo
hacer la bendita maniobra, que haga más tiempo del necesario
que no vas al súper porque apenas podés comprar algo más
que lo que se encuentra en el almacén de la esquina (donde no
hay cajas grandes y a veces ni siquiera forros). ¿Entonces? ¿Qué
hacer? ¿Salir corriendo al quiosco más cercano mientras
ves cómo todo a tu alrededor queda mustio o deprimido? ¿Vestirse
rápidamente y poner entre los dos un juego de mesa? Retroceder
nunca, rendirse jamás en sus diez versiones sería la consigna,
aunque haya que cambiar un poco los planes. Seguramente hasta ese momento
de decisión la pareja, o el grupo en cuestión, haya estado
ocupada en juegos diversos que se pueden seguir jugando hasta el final.
Puede ser una buena oportunidad para ver cómo él o ella
se complacen en soledad, para hacerlo juntos, para cruzar las manos.
Como reza el viejo dicho, también se puede avanzar con la lengua,
tomando las precauciones del caso no tener heridas sangrantes
ni aftas y siempre que las condiciones ambientales sean aptas
(una 69 en el auto no es lo más cómodo que te puede pasar;
ni hablar en un baño cualquiera). En fin, todo puede fallar.
Pero una parte de voluntad y otra de buen humor pueden remontar cualquier
desilusión. Y ya sabemos: lo que no mata, te fortalece.
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