RYAN
ADAMS (SIN LA B): LA GRAN ESPERANZA BLANCA DEL ROCK U.S.A.
Primero
en la lista
¿Qué
tendrá este muchacho que Elton John y Mick Jagger hablan
de él? Canciones, actitud y banda, podría responderse.
Al menos, un enviado del No así pudo comprobarlo en la ciudad
del Golden Gate y la tolerancia sexual: éste es EL muchacho.
Conozcámoslo, pues.
POR
MARTIN PEREZ
Desde San Francisco
A mediados de
este año, en una nota que escribió para el New York
Times, Neil Strauss co-autor de los libros autobiográficos
de Marilyn Manson y Dave Navarro, entre otros describió
el encuentro de Ryan Adams con Bonnie Raitt, cuando Adams estaba
grabando su segundo disco solista, Gold. Yo se quién
sos vos: sos EL chico. Lo que se viene, escribió Strauss
que Raitt le dijo a Ryan, mientras éste bajaba la cabeza.
Y Raitt agregó: Yo estuve ahí, nene, y sentí
toda esa presión. No es nada fácil. A juzgar
por lo visto la semana pasada aquí en el histórico
Fillmore de San Francisco, Ryan Adams no parece sentir demasiado
esa presión. Acompañado por una banda de rockers desarrapados
y ante un público que había agotado las entradas,
un narigón despeinado y simpático se divirtió
de lo lindo recorriendo las canciones de sus dos discos como solista,
con las que le alcanzó y sobró para construir un show
contundente, entusiasta y hasta conmovedor. Y confirmar así,
incluso con sus bamboleos de borracho sobre el escenario, que efectivamente
es la última esperanza blanca del rock de siempre, bien clásico
y hecho en U.S.A. Sólo eso, pero como bien inmortalizaron
los Stones bien que nos gusta.
Tan clásico y U.S.A. es el rock de Adams que la portada de
Gold un álbum que salió a la venta en los Estados
Unidos apenas dos semanas antes que el atentado a las Torres Gemelas
lo muestra con la bandera de las estrellas y las franjas de fondo.
Obviamente que ese arte fue hecho muchos meses antes,
se defendió Adams. Fue pensado como un guiño
a Born in the U.S.A., el disco de Bruce Springsteen. Pero, en vez
de estar bien erguido como Bruce, ahí estoy yo: despeinado
y con la cabeza gacha. Las resignificaciones del 9-11 (nine-eleven,
para los habitantes de EE.UU.) no terminan allí, ya que el
disco abre con un tema titulado justamente New York, New York.
En realidad ese tema es una canción de amor hacia una
chica en particular, sólo que en vez de decir su nombre digo
Nueva York, explicó Adams, que siempre ha dicho que
originalmente Gold iba a ser un álbum doble que contaría
su periplo desde Nueva York hasta Los Angeles, pasando por Nashville.
Casi como un Andrés Calamaro a la norteamericana, Adams se
encuentra en un período de gracia compositiva: no sólo
compuso y grabó su primer álbum como solista en apenas
11 días el muy elogiado Heartbreaker (2000) sino
que además de las veintipico de canciones de Gold (de las
cuales sólo 16 llegaron al disco), ya tiene listo otro disco
grabado en Nashville con su banda en vivo y todo un repertorio de
canciones nuevas que interpretó para los ejecutivos de su
sello Lost Highway durante su reciente gira por Gran Bretaña.
Después de lo que sucedió con mi anterior banda,
una de las cosas de las que me preocupé a la hora de firmar
un nuevo contrato discográfico es que me permitieran editar
más de un disco por año, explicó Adams,
que además de estos discos también ha editado otro,
titulado Pneumonia. Se trata de un eslabón perdido en la
carrera de Whiskytown, grupo que Ryan integró durante la
segunda mitad de los 90 y que ya es parte de su historia.
Nacido veintisiete años atrás en Jacksonville, Carolina
del Norte, Adams comenzó su carrera musical a los dieciséis
años formando un grupo punk, llamado Patty Duke Syndrome.
No éramos punks en serio, no teníamos mohicanos
ni nada de eso. Así que sonábamos más como
Husker Du, explicó alguna vez. Al promediar los 90,
sus amplios gustos musicales viraron hacia el folk y el country,
y así nació Whiskeytown, un quinteto que grabó
dos discos Faithless Street (96) y Strangers Almanac
(97) antes de casi desintegrarse a causa de los excesos
del rock. Nos llamábamos Whiskeytown, después
de todo, bromeó Adams mucho después. Venerados
por un mundillo musical que necesitaba encontrar a los nuevos Nirvana
antes de que existieran, y al mismo tiempo vapuleados por cierta
prensa que hahecho un culto de huir de cada nueva moda, Whiskeytown
supo poner bien en caja sus veleidades estilísticas.
No nos gusta ser llamados como alt.country, o coutry alternativos,
porque no vemos nada country en lo que hacemos, dijo en su
momento Adams, hablando por la banda. Pero, además,
cuando me siento a escribir canciones que tienen ese estilo, no
intento hacer nada alternativo. Sólo honrar y respetar un
estilo que me fascina. Al fin y al cabo, nadie se toma en serio
la buena música en los Estados Unidos. Y mucho menos el mundo
de la música country, agregó. Antes de disolverse,
Whiskeytown grabó en 1999 un canto del cisne titulado Pneumonia,
que supo ingresar último en la lista de los discos perdidos
del siglo XX junto a The Basement Tapes, de Dylan y The Band
y Third/Sister Lovers, de Big Star, entre otros cuando su
compañía decidió no editarlo. Y allí
quedó Pneumonia, en ese limbo de discos piratas y Napster
hasta que el nuevo suceso de Ryan Adams lo revivió.
A la hora de armar su show en vivo, sin embargo, el prolífico
Adams no necesita de semejante fantasma. Su banda llamada
en un principio como The Pink Hearts, pero rebautizada para esta
última gira como The Sweetheart Revolution recorre
con ganas el repertorio de su carrera solista. Que, si bien apenas
tiene poco más de un año, contiene canciones por las
que más de un artista empeñaría toda su carrera.
Por un lado se pueden nombrar hits como To be young
del primer disco o Firecracker del
segundo, que si bien no han figurado en las listas, tienen
todo para estarlo. Hay también rocks furiosos pero con ritmo
como Tina Toledos Street Walking Blues o Enemy
Fire, ambos de Gold. Es aquí cuando la banda recuerda
a los Black Crowes e, incluso, y apenas por momentos, a los Rolling
Stones circa Sticky Fingers. Sin ser contundentes a la hora de armar
el show sino tomándose su tiempo tema tras tema, The Sweetheart
Revolution suena como un grupo contundente, con tres guitarras al
unísono (entre ellas la de Ryan), bajo, batería y
un omnipresente órgano Hammond.
La personalidad de Ryan, sin embargo, asoma en los temas lentos.
Los temas más sentidos de Heartbreaker (como el formidable
Come pick me up, en el que canta vení a
buscarme/ vení a cogerme/ robate mis discos/ levantate a
mis amigos/ hacelo todo otra vez) no asoman en el repertorio
actual ya que, a la manera del (otra vez) Calamaro más honesto
y brutal, ha declarado que no soporta tocarlos en vivo. Y tal vez
por eso tampoco le llegue el turno a Sylvia Plath, en
el que pide por su propia poeta loca. Pero si se pueden escuchar
La Cienega Just Smiled, When the Stars Go Blue
o Oh, my Sweet Caroline, que en estudios grabó
junto a Emmylou Harris. Se trata de canciones que confirman que
tanto acompañándose solo con su guitarra como
con el Hammond a su lado, así como con la banda sonando a
pleno Adams no es ningún invento. Y que está
bien a la altura del pequeño mito que hace que incluso históricos
como Jagger o Elton John lo citen en las notas que han hecho promocionando
sus últimos discos. Elton elogiándolo sin reparos,
Jagger preguntándose si es tan bueno como dicen. El chiste
de la B perdida en el título (B...ryan Adams... je) a la
hora de hacer notas sobre él ya no causa tanta gracia. Aún
no es tan ridículo como ese ya olvidado Jeff que asomaba
a la hora de hablar de Beck (Hansen), pero a Ryan ya le llegará
el momento. Entonces será el primer Adams en la lista a la
hora de hablar del rock.
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