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Jueves 29 de Noviembre de 2001

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RYAN ADAMS (SIN LA B): LA GRAN ESPERANZA BLANCA DEL ROCK U.S.A.

Primero
en la lista

¿Qué tendrá este muchacho que Elton John y Mick Jagger hablan de él? Canciones, actitud y banda, podría responderse. Al menos, un enviado del No así pudo comprobarlo en la ciudad del Golden Gate y la tolerancia sexual: éste es EL muchacho. Conozcámoslo, pues.

POR MARTIN PEREZ
Desde San Francisco

A mediados de este año, en una nota que escribió para el New York Times, Neil Strauss –co-autor de los libros autobiográficos de Marilyn Manson y Dave Navarro, entre otros– describió el encuentro de Ryan Adams con Bonnie Raitt, cuando Adams estaba grabando su segundo disco solista, Gold. “Yo se quién sos vos: sos EL chico. Lo que se viene”, escribió Strauss que Raitt le dijo a Ryan, mientras éste bajaba la cabeza. Y Raitt agregó: “Yo estuve ahí, nene, y sentí toda esa presión. No es nada fácil”. A juzgar por lo visto la semana pasada aquí en el histórico Fillmore de San Francisco, Ryan Adams no parece sentir demasiado esa presión. Acompañado por una banda de rockers desarrapados y ante un público que había agotado las entradas, un narigón despeinado y simpático se divirtió de lo lindo recorriendo las canciones de sus dos discos como solista, con las que le alcanzó y sobró para construir un show contundente, entusiasta y hasta conmovedor. Y confirmar así, incluso con sus bamboleos de borracho sobre el escenario, que –efectivamente– es la última esperanza blanca del rock de siempre, bien clásico y hecho en U.S.A. Sólo eso, pero –como bien inmortalizaron los Stones– bien que nos gusta.
Tan clásico y U.S.A. es el rock de Adams que la portada de Gold –un álbum que salió a la venta en los Estados Unidos apenas dos semanas antes que el atentado a las Torres Gemelas– lo muestra con la bandera de las estrellas y las franjas de fondo. “Obviamente que ese arte fue hecho muchos meses antes”, se defendió Adams. “Fue pensado como un guiño a Born in the U.S.A., el disco de Bruce Springsteen. Pero, en vez de estar bien erguido como Bruce, ahí estoy yo: despeinado y con la cabeza gacha.” Las resignificaciones del 9-11 (nine-eleven, para los habitantes de EE.UU.) no terminan allí, ya que el disco abre con un tema titulado justamente “New York, New York”. “En realidad ese tema es una canción de amor hacia una chica en particular, sólo que en vez de decir su nombre digo Nueva York”, explicó Adams, que siempre ha dicho que originalmente Gold iba a ser un álbum doble que contaría su periplo desde Nueva York hasta Los Angeles, pasando por Nashville.
Casi como un Andrés Calamaro a la norteamericana, Adams se encuentra en un período de gracia compositiva: no sólo compuso y grabó su primer álbum como solista en apenas 11 días –el muy elogiado Heartbreaker (2000)– sino que además de las veintipico de canciones de Gold (de las cuales sólo 16 llegaron al disco), ya tiene listo otro disco grabado en Nashville con su banda en vivo y todo un repertorio de canciones nuevas que interpretó para los ejecutivos de su sello Lost Highway durante su reciente gira por Gran Bretaña. “Después de lo que sucedió con mi anterior banda, una de las cosas de las que me preocupé a la hora de firmar un nuevo contrato discográfico es que me permitieran editar más de un disco por año”, explicó Adams, que además de estos discos también ha editado otro, titulado Pneumonia. Se trata de un eslabón perdido en la carrera de Whiskytown, grupo que Ryan integró durante la segunda mitad de los ‘90 y que ya es parte de su historia.
Nacido veintisiete años atrás en Jacksonville, Carolina del Norte, Adams comenzó su carrera musical a los dieciséis años formando un grupo punk, llamado Patty Duke Syndrome. “No éramos punks en serio, no teníamos mohicanos ni nada de eso. Así que sonábamos más como Husker Du”, explicó alguna vez. Al promediar los ‘90, sus amplios gustos musicales viraron hacia el folk y el country, y así nació Whiskeytown, un quinteto que grabó dos discos –Faithless Street (‘96) y Strangers Almanac (‘97)– antes de casi desintegrarse a causa de los excesos del rock. “Nos llamábamos Whiskeytown, después de todo”, bromeó Adams mucho después. Venerados por un mundillo musical que necesitaba encontrar a los nuevos Nirvana antes de que existieran, y al mismo tiempo vapuleados por cierta prensa que hahecho un culto de huir de cada nueva moda, Whiskeytown supo poner bien en caja sus veleidades estilísticas.
“No nos gusta ser llamados como alt.country, o coutry alternativos, porque no vemos nada country en lo que hacemos”, dijo en su momento Adams, hablando por la banda. “Pero, además, cuando me siento a escribir canciones que tienen ese estilo, no intento hacer nada alternativo. Sólo honrar y respetar un estilo que me fascina. Al fin y al cabo, nadie se toma en serio la buena música en los Estados Unidos. Y mucho menos el mundo de la música country”, agregó. Antes de disolverse, Whiskeytown grabó en 1999 un canto del cisne titulado Pneumonia, que supo ingresar último en la lista de los discos perdidos del siglo XX –junto a The Basement Tapes, de Dylan y The Band y Third/Sister Lovers, de Big Star, entre otros– cuando su compañía decidió no editarlo. Y allí quedó Pneumonia, en ese limbo de discos piratas y Napster hasta que el nuevo suceso de Ryan Adams lo revivió.
A la hora de armar su show en vivo, sin embargo, el prolífico Adams no necesita de semejante fantasma. Su banda –llamada en un principio como The Pink Hearts, pero rebautizada para esta última gira como The Sweetheart Revolution– recorre con ganas el repertorio de su carrera solista. Que, si bien apenas tiene poco más de un año, contiene canciones por las que más de un artista empeñaría toda su carrera. Por un lado se pueden nombrar hits como “To be young” –del primer disco– o “Firecracker” –del segundo–, que si bien no han figurado en las listas, tienen todo para estarlo. Hay también rocks furiosos pero con ritmo como “Tina Toledo’s Street Walking Blues” o “Enemy Fire”, ambos de Gold. Es aquí cuando la banda recuerda a los Black Crowes e, incluso, y apenas por momentos, a los Rolling Stones circa Sticky Fingers. Sin ser contundentes a la hora de armar el show sino tomándose su tiempo tema tras tema, The Sweetheart Revolution suena como un grupo contundente, con tres guitarras al unísono (entre ellas la de Ryan), bajo, batería y un omnipresente órgano Hammond.
La personalidad de Ryan, sin embargo, asoma en los temas lentos. Los temas más sentidos de Heartbreaker (como el formidable “Come pick me up”, en el que canta “vení a buscarme/ vení a cogerme/ robate mis discos/ levantate a mis amigos/ hacelo todo otra vez”) no asoman en el repertorio actual ya que, a la manera del (otra vez) Calamaro más honesto y brutal, ha declarado que no soporta tocarlos en vivo. Y tal vez por eso tampoco le llegue el turno a “Sylvia Plath”, en el que pide por su propia poeta loca. Pero si se pueden escuchar “La Cienega Just Smiled”, “When the Stars Go Blue” o “Oh, my Sweet Caroline”, que en estudios grabó junto a Emmylou Harris. Se trata de canciones que confirman que –tanto acompañándose solo con su guitarra como con el Hammond a su lado, así como con la banda sonando a pleno– Adams no es ningún invento. Y que está bien a la altura del pequeño mito que hace que incluso históricos como Jagger o Elton John lo citen en las notas que han hecho promocionando sus últimos discos. Elton elogiándolo sin reparos, Jagger preguntándose si es tan bueno como dicen. El chiste de la B perdida en el título (B...ryan Adams... je) a la hora de hacer notas sobre él ya no causa tanta gracia. Aún no es tan ridículo como ese ya olvidado Jeff que asomaba a la hora de hablar de Beck (Hansen), pero a Ryan ya le llegará el momento. Entonces será el primer Adams en la lista a la hora de hablar del rock.