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Jueves 29 de Noviembre de 2001

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EL SORPRENDENTE SEGUNDO DISCO DE LOS LATIGOS


No es casualidad

Después de una pausa forzada, signada por algunas desgracias personales y otras, podría decirse "multinacionales" (contratos fallidos, decisiones apresuradas), Los Látigos vuelven con Pose, un disco que reúne las condiciones para merecer un cumplido: pop rock argentino, romántico y elegante, como hace mucho tiempo no se escuchaba. Bienvenidos.

POR PABLO PLOTKIN

Tener una banda de rock, vestir bien, hacer canciones, salir en las revistas, conseguir chicas. No todo es tan fácil como parece. De pronto viene alguien de tu compañía discográfica y te pide que te saques unas fotos con un sombrero de cowboy. “Fue lo último”, recuerda Gonzalo Campos, guitarrista de Los Látigos. “Para ese entonces ya lo habían hecho Beck, Babasónicos, R.E.M., Montana... Todos. Era una idea de lo más tonta.” Los Látigos nunca fueron vaqueros, pero tres años atrás daban la sensación de querer conquistar el llano a los tiros, al galope eléctrico de un debut que relinchaba bases de discoteca, guitarras patoteras y fantasías sadomasoquistas. Era uno de esos grupos resueltos a comerse el mundo, o al menos a ocupar un lugar en la última cena del siglo XX. Y de golpe se toparon con el hiperrealismo multinacional. “Cuando salió Premier, con tanta manija, vimos un poco cómo era el sistema. A mí particularmente me parece una cagada, algo a lo que no quiero pertenecer”, asegura Marcelo Zeoli, el cantante. “Ya sé por qué suenan las bandas en la radio, cómo se eligen a los grupos soporte. Es todo muy choto. Se está perdiendo cierto arty en el rock, que es lo que a nosotros nos interesa.”
Después de caer en la cuenta de que los Reyes Magos son los padres, Los Látigos padecieron algunos problemas personales dolorosos. Problemas que los alejaron de los escenarios. “Digamos que los últimos años fueron bastante difíciles”, comenta Gonzalo, evitando entrar en detalles. “Así que tocamos poco, pero fue por razones externas al grupo. En realidad estamos muy contentos con la banda, no pensamos en dejar de tocar.” Sobreponiéndose a toda clase de contratiempos, el grupo se puso a trabajar en un nuevo disco con el espíritu de una madre bonaerense que reconstruye su rancho arrasado por las aguas. Pero en lugar de hilvanar una colección de relatos atravesados por la desgracia, se dedicaron a componer música romántica, atemporal, con la proa puesta en los ‘80; y probablemente Pose, segundo álbum de Los Látigos y primer lanzamiento de Sexy Discos, sea el mejor legado de Virus para el rock argentino del siglo XXI.
“Es algo natural”, dice Marcelo. “De chicos íbamos a ver conciertos de Virus, de Los Encargados, del Charly de Piano Bar, de Clics Modernos, que fueron discos muy importantes para mi vida. Lo que más se parece a Virus tal vez sean algunas métricas, o melodías. El asunto es que es el único referente argentino para este tipo de canciones, tan melódicas.” Gonzalo recuerda las presentaciones de Relax, de Virus, y Conga, de Daniel Melero (productor de sus dos discos), como acontecimientos decisivos en su formación artística. “Ahí me di cuenta de que realmente quería tocar. A los 15, 16, 17 años, las influencias son más intensas, te shockean mucho más, lo vivís con una inocencia que después vas perdiendo. Así que si hay algo que remite a Virus, a nosotros nos resulta totalmente imprevisible. No soy de reprimir algo que me haga acordar a otro grupo. Si me salió es por algo. Y Pose puede tener algo de Virus, de Los Encargados, de The Cure, de Duran Duran, de Japan. Son cosas totalmente inconscientes. Lo que buscábamos era hacer un disco diferente a Premier y con el que nos sintamos cómodos de acá hasta que salga el próximo.” Marcelo, que recuerda sus días de secundaria en Quilmes, cuando era el único de la clase que conocía a Virus, encuentra otro paralelo entre su banda y la de Federico Moura: “Si voy por la calle y veo a un pibe que tiene escrito Los Látigos en la carpeta, sé que debe ser el único de la división, o del colegio. Y eso está bueno”.
Consolidados como cuarteto (con Lucas Batissta en teclados y Rodolfo Ianiselli en batería), Los Látigos bajaron los niveles de acidez y arrogancia, pero de ninguna manera se salieron del rock. “Yo quiero hacer lo mismo que hacían Bowie, Lou Reed, Iggy Pop, la Velvet Underground”, dice Marcelo. “Quiero hacer eso, pertenecer a lo que ellos pertenecían. Y eso es rock. No quería hacer un disco pop. Hoy es mucho más popA.N.I.M.A.L. que Leo García. Basta ir a la Bond Street para darte cuenta. Lo mismo que ocurría con Soda Stereo en los ‘80 –los peinados, la ropa, todo eso con lo que un teen se identificaba–, ahora pasa por otro género, que es tan inocente como era aquél.”
Gonzalo: –El rock es una cuestión de actitud y de estado de shock. Y en Los Látigos eso está, hay provocación. Sé de mucha gente a la que no le gusta lo que hago. Convengamos que hoy todos quieren pertenecer a una tribu masiva, ponerse la remera y olvidarse de las individualidades. Todos quieren pasar inadvertidos, cuando en realidad la idea era lo contrario. Marcelo: –En los ‘80, yo tenía los discos de Daniel Melero, de Virus, de V8, de Iron Maiden, de Pink Floyd y de Bowie. Escuchabas música. No existía tanto esa historia de las tribus, que a mí me parece una cagada. Veo en los grupos populares –salvo en Attaque 77, que intenta abrirle la cabeza a su público– mucho desinterés en ese punto. Es medio calculador. La Renga nunca tiene grupo soporte. Los Piojos, tampoco. Eso me parece medio garca.
Gonzalo: –Igualmente no tenemos ningún problema en que nos vengan a ver fans de La Renga o de Los Piojos. Si entienden La Renga y entienden Los Látigos, está bien. Lo que no está bien es ponerse en un ghetto de aguante o no aguante.
Marcelo: –El mundo no está en la esquina de la casa de nadie. Hay que salir un poco. Yo también pasé mucho tiempo en la plaza, fumando, pero ahí no termina todo. Ese rock realista, de última, no es más que otra pose. También hay cierto triunfalismo en el rock: los grupos taquilleros son el rock, aparentemente. Y la verdad es que yo me siento más contento con la poca convocatoria que tengo, escribiendo las canciones que escribimos, que algunos grupos que llegan a estadios y escriben canciones fijándose en la calculadora para ver si llegan a la 4x4.
Gonzalo: –Nosotros estamos en la vereda de enfrente del rock testimonial. Si bien nuestras canciones hablan de situaciones con las que te podés identificar, son totalmente ficticias, creadas. Esa es la gracia. Marcelo: –El título del disco, Pose, lo conceptualiza mucho. No nos propusimos componer algo conceptual, pero estamos hablando de la forma en que vivís las cosas, los acontecimientos... Todo el mundo está en pose. Y sobre todo los grupos de rock.


La corta idea del pop

La reivindicación que hoy hacen de Virus algunos djs y artistas como Cattáneo, Leo García, Adicta y Los Látigos puede ser entendida como una honesta identificación con la propuesta artística del grupo de Federico Moura, pero puede leerse también como un nuevo capítulo de la misma polémica chata y chota de siempre: el “rock” vs. el “pop”. Una reacción desesperada contra el rock duro y guitarrero, puro huevo y aguante, la tendencia que más discos, más entradas, más remeras y más mochilas vende desde hace casi diez años.
En su afán por encontrar un espacio por donde colarse en las radios, en la tele, en los estadios, entre la gente, quienes no adhieren a la corriente barrial y chabona –un fenómeno conservador que, sin dudas, mucho tiene que ver con la década menemista, la decadencia de la clase media y el escasísimo valor social que poseen hoy la investigación, la búsqueda estética y la osadía artística– se hunden en el viejo debate y pierden de vista aquello que, para artistas como Federico Moura, parecía ser lo más importante: usar la cabeza para crear algo distinto.
En el programa de uno de los shows de Virus en Obras, Roberto Jacoby (lúcido artista que empezó a molestar a fines de los ‘60 en el Instituto Di Tella, que escribió varias de las mejores letras de Virus y que aún hoy pulula por la ciudad buscando novedad) escribió: “Virus trató de usar todo lo que estaba a su alcance: la idiotez fugaz, el momento superficial, el instante de deseo, la memoria anticipada de un ardor, la ironía disfrazada de pavada y la pavada travestida de inteligente. El mensaje como antimensaje. La antipoesía como poesía. La sonrisa del que comprende las malas, dobles intenciones de Virus, fue antes una carcajada cuando nosotros la pensamos... Virus bailable, cómico, intelectual, erótico. Después vinieron otros chips: Virus electrónico...”. ¿Cuántos grupos que hoy dicen admirar e inspirarse en Virus pueden volcar con tanta claridad conceptual sus principios artísticos en un manifiesto estético como éste?
De eso se trata, finalmente: de tener ideas. El Virus de Federico tenía muchas; algunas de ellas, maravillosas, bellas y hasta revolucionarias, lo que demuestra que el pop también puede ser rockero cuando se lo propone. Y hablando de pop... Si tomamos como verdadera la corta idea del pop que circula por estos días –una versión remixada y chicata que reduce su valor a lo simplemente liviano, superficial, de fácil acceso y aceptación sencilla– deberíamos saber que en los ‘80 pocos grupos estuvieron más lejos de ese concepto que Virus. Los contenidos estéticos e ideológicos con los que Virus potenció sus –sólo en apariencia– simples canciones para bailar son los que hacen que hoy sigamos hablando de Virus y no de otras bandas contemporáneas.
La mejor forma de rendirle tributo a Virus, entonces, quizás sea traicionándolo, o tomando de él no su cáscara (lo obvio, lo primero que se escucha y se ve) y no su contenido. Sería, al menos, un gesto de verdad rocker.

FERNANDO SANCHEZ
Co-autor, con Daniel Riera, del libro Virus - Una generación, editado en 1995.