A los 17 años, después de terminar el colegio pupilo de los hermanos maristas, se vino de Junín a Buenos Aires. Y en sólo seis años se convirtió en el emblema del under porteño. Fue de los primeros en subir la poesía a los escenarios, se enfrentó públicamente a la Iglesia, sus incursiones televisivas marcaron el desembarco de una generación de actores en la pantalla chica y sus obras junto a Urdapilleta y Tortonese refundaron el teatro argentino. A diez años de la muerte de Batato Barea, Fernando Noy finalmente publica Te lo juro por Batato, la exhaustiva biografía oral en la que trabajó durante años y de la que a continuación se reproducen algunos de sus grandes momentos. POR FERNANDO NOY Marcelo
Villa tenía su casa en el barrio de Barracas. Casi cincuenta
metros cuadrados para taller y vivienda. En el patio del fondo me alquiló
para vivir dos cuartos de madera. B. apareció allí junto
a un grupo de artistas muy pintorescos que recién empezaban:
Los Peinados Yoli, del que formaba parte. En el enorme garaje
cubierto de aserrín ellos también habían recibido
el apoyo del incondicional Villa, muy amigo de Patricia Gatti, otra
de las integrantes del grupo, rebautizada Doris Night. Fue a ella a
quien le pregunté por el pelirrojo vestido todo de blanco al
que ya había descubierto, sin querer, espiándome. O buscando,
según él, una canilla para refrescarse. Doris me dijo
su primer seudónimo: Billy Boedo. Pronto supe de su doble vida.
Era un conocido taxi-boy que trotaba por Lavalle y Santa Fe llegando
a posar para una propaganda de pantalones Oxford hechos en corderoy
y al mismo tiempo integrante de este grupo Los Yoli donde
se mezclaban varieté, desparpajo y music-hall con seudónimos
desopilantes como Tino Tinto, Divina Gloria, Peter Pirello, Ronnie Arias
y La China Panulo. TINO
TINTO: La primera vez que lo vi fue en 1983 durante uno de
los interminables ensayos de Calígula. Empezaban a las seis de
la tarde y terminaban a las dos de la mañana. Había un
descanso de media hora, ahí Walter entró, con un jogging
amarillo y el pelo rubio, para hablar con Cibrián. Lo convenció
de ser su asistente y se quedó con nosotros. Después,
paralelamente a Calígula, nacieron Los Peinados Yoli. SILVIA
VENNECIALE:
Walter no era como nosotros, un montón de chicos de la escuela.
A los diecisiete años ya detestaba toda la estupidez de pueblo
que hay aquí, en San Miguel, eso de salir a dar una vuelta, tomarse
un helado y punto. Él adoraba el centro. MARÍA
ELENA WALSH:
Me llamó por teléfono para invitarme a ver su espectáculo.
Mucha gente ya me había hablado de él y a mí, en
lo que había visto por los medios, realmente me causaba gracia
su humor. Nos conocimosdurante una fiesta en lo de Ruth Benzacar. Estaba
mirando a los invitados que entraban y de pronto veo aparecer una espalda
rosada y enorme y digo en voz alta: Ay, esa chica, qué
calor inmenso debe tener para andar así escotada. OLKAR RAMÍREZ: En una publicidad, juntos, hicimos de miembros de una orquesta filmada en cámara rápida. Él tocaba la batería, Gerardo Baamonde el bajo y yo, el piano. Todo se cortaba porque de pronto aparecía el turrón Namur y había que comerlo. Era una publicidad para ganar plata. La última que le vi fue la de Echo en el Balde, vestido de marinero. HERNÁN GENÉ: Era 1984 y B. asistía a todos los talleres de Cristina Moreira, la única maestra que revelaba un medio de expresión distinto. Ella volvía de Francia y a muchos nos cambió la vida. Yo andaba metido en hacer cine, fotonovelas, esas cosas, se me venía una carrera convencional, pero todo cambió después de formar juntos El Clú del Claun. A B. lo había conocido en las clases de acrobacia, era el 82, y no quería por nada ir a las Malvinas. Clase 61. Igual estuvo acuartelado un corto tiempo, lo suficiente como para verlo vestido de soldado.
GABRIEL
CHAME BUENDÍA:
El espectáculo que pusimos en El Depósito no funcionó,
pero gracias a eso Walter se juntó con otros y formó El
Clú del Claun. También montó algo con el ritual
católico: una hostia gigante hecha con tapas de pizza que quería
comer pero no le entraba. La gente aplaudía o se iba furiosa.
Con este número logró conocer a Hebe de Bonafini, ya que
el entonces director del Centro Cultural General San Martín trató
de levantarlo el mismo día de su presentación. Ahí
comenzaron las prohibiciones y las amenazas. Ahí nació,
después, el vínculo entre Walter y las Madres que presionaron
y consiguieron verlo en el escenario. Él mismo fue a buscarlas,
pidiendo socorro. JOSEFA (DE 104 AÑOS, EN EL GERIÁTRICO DE SAN MIGUEL): Como trabajaban día y noche en el Mercado, los padres de Walter y Ariel no podían cuidarlos. Entonces nos turnábamos entre nosotras. Cuando la familia llegó a San Miguel, Walter tenía siete años. Casi enseguida me empezó a decir abuela. Todos me dicen que estoy bárbara, pero en verdad no los escucho. Me parece que me quedé en los cincuenta años, tal vez los cuarenta pero ¿casi cien? No. Acá, si uno se cae, tal vez el otro lo levanta. Yo no me puedo quejar. Me coronaron la Reina de los Jubilados de General Sarmiento. Somos pocas, esas dos que están ahí sentadas, una tiene 96 y la otra 98. La más alta es ciega. B. hablaba mucho con ellas. Esa otra que va ahí es una chica joven, tendrá ochenta años, es lesbiana, no parece. En realidad aquí hay una mezcla de geriátrico, cabaret, café concert y manicomio. Por eso B. se divertía y venía tanto a visitarnos.
MARTA PAZ: Fui como una hermana de B. y Ariel. Somos de Junín. Ariel quiso ser siempre como su hermano. Se copiaba. Se veía reflejado y a veces yo oía decirle: Para mí Walter no es mi hermano, es otro padre. Era tanta la adoración que sentía por él. Pero Walter no le respondía. Estoy segura de que él no quería suicidarse. Le habían metido en la mente eso de que su madre no era su madre. Que era adoptado. Pero además tenía algunas amigas que lo inducían al suicidio porque ellas estaban todo el tiempo hablando de suicidio, estaban mal y querían cortar con todo y se lo decían a Ariel. Y eso provocó más ánimo para morir y menos ganas de seguir molestando. Tenía casi 17 años, ya estaba bastante crecido para seguir pensando en que el hermano alguna vez le hubiera dicho que era adoptivo. Pero no pudo sacarse esto de la cabeza. Mientras agonizaba, Nené lo miró absurdamente, creyendo que era un chiste. Fue ahí que le dijo que algún día también se llevaría a Walter. En ese momento tan terrible, le alcanzó a pedir perdón porque se equivocó. Perdón, mamá, cómo dudé de que fueras mi madre. En doce años, volveré por B.. Y eso pasó. NENÉ: Walter cayó el domingo con un amigo poeta. Ibamos a comer. Ariel se bañó y le dije a Leticia, la última pareja del abuelo: Tomá, alcanzale el pantalón. No, ya tengo pantalón, escuché decir. Y se encerró. Enseguida el estrépito de un disparo hizo temblar la mesa recién puesta. Cuando la abuela, que venía de la cocina, escuchó el estallido gritó: Es verdad, acaba de pegarse un tiro en la cabeza como me había dicho. ROBERTO
JÁUREGUI:
B. fue una revolución. Salir a la calle vestido de esa manera,
ir a la verdulería de la esquina a comprar bananas. Se pudo vivir
así, a partir de él y eso tendrán que reconocérselo. DIANA BAXTER: Compartimos noches inolvidables e increíbles en el Café Einstein de Chabán. Él jamás consumía drogas, pero estaba siempre volando. El delirio le venía naturalmente desde adentro. Como era habitual, una noche cayó la cana. B. me avisó y sugirió que me escondiera. Pero dónde, si el lugar estaba plagado de policías. Salimos corriendo hacia los baños.Lo perdí de vista y desapareció. Los tipos revolvieron todo e igual no lo encontraron. A mí sí lograron atraparme y meterme en un patrullero. Después, en la celda de la 19 comencé a pensar si B. no se había esfumado en el aire. A la semana supe que se había disfrazado de cafetero y salido con la bandeja en alto llena de vasos en medio de todos como un mozo del bar. OMAR CHABÁN: Después empezó solo, acá, en Cemento. Cada semana imaginaba algo nuevo. Rifaba sombreros, hacía leer poemas inventados en una maquinita, se ponía walkmans con otra persona y bailaban juntos su propia música. Regalaba papelitos con poemas, frases y su número telefónico. Eran cosas simples pero de mucha acción. Él era quien más pegaba entre los jóvenes. Otras veces hacía pis en escena y se instalaba en una cama y le decía secretos a los que se metían. Todo tenía que resultar divertido y lo conseguía. GUILLERMO KUITCA: A B. le encantaban las camitas que dibujé en esa época y me hablaba de lo identificado que se sentía al verlas. Una noche me invitó a Cemento, donde me recibió acostado justamente sobre una gran cama. Sentado en un extremo me leía un cuento y, alcanzándome lápices y papeles, reclamaba que le hiciera al menos un dibujito. Acto seguido meó adentro de una bacinilla. Todos podían verlo. Y era una mezcla de risa histérica y asombro impresionado. Había cierto silencio muy raro para una discoteca. Dibujé una camita sobre una de las paredes. Enseguida me comentó que a partir de ese momento ése sería su dormitorio para siempre. VIVI
TELLAS:
Me acuerdo de que hacíamos La Mujer y su perro. Simplemente se
trataba de una mujer que sacaba a pasear el perro. Tenía una
música diferente para cada momento y no había nada de
texto. Ella yo se sentaba con una revista y le daba juguetes.
En un momento el perro B. se ponía pesado, la agarraba
de la pierna, se la quería coger y ella lo sacaba, pero el animal
insistía tanto que al final acababa chupándole la concha.
La resolución del vestuario que B. había hecho era simple
y genial: con mi viejo tapado de llama, amarillo, parecía un
afgano y llevaba media de lana del mismo color. Era im-pre-sio-nan-te.
A veces sentía que estaba realmente con un perro. Una noche en
Cemento, alguien le comentó a Omar Chabán: Ahí
está Vivi, haciendo porquerías con su perro. Llegaba
a ser escandaloso y eso que se trataba apenas de un actor con un tapado
hecho andrajos, pero cómo se movía, qué raza, qué
furia, qué celo. LA
POCHOCHA:
Una noche me encontré con un tipo de unos veinticinco años,
sudado, que venía de jugar al rugby. Yo iba caminando muy sexy
y escotada, casi sin darme cuenta de que el portento me estaba siguiendo.
Yo me hacía la tonta. De pronto él, hambriento de placer,
me abordó. Quería ir a la cama enseguida. Como no podía
llevarlo hasta mi casa, donde también vivía mi madre,
le dije que tenía un lugar pero en lo de un amigo, a la vuelta. ANTONIO GASALLA: Estábamos preparando junto a Enrique Pinti, a un año de la democracia, nuestra propia versión de Alicia en el país de las Maravillas. La prueba de actores fue una de las más largas que recuerdo. En un grupo apareció B., muy rígido, durito. Se veía que era más clown que otra cosa. Tenía una voz casi gutural. Parecía un payaso rojo, más pelirrojo que nunca. Tuvimos un diálogo sin palabras. En él había un caldo de cultivo de rebeldía que junto a Urdapilleta y Tortonese encontró la combinación perfecta. Cierta noche me llevó a un rincón del Parakultural para mostrarme que se había hecho las tetas. Tuve miedo. Sabía de gente muerta a causa de ese tipo de silicona, industrial. Se lo dije, quise alertarlo, me sorprendió su indiferencia. También recibía datos de él por Osvaldo Fructuoso. Cuando B. me informó que viajaría a la isla, entre otras direcciones que le di para contactarse con mis amigos estaba la de Fructuoso. Se hicieron íntimos. Fructuoso me contó lo que fue la llegada de B. a Cuba: sin más rodeos, paseaba por La Habana de tacos altos y pantalones anchos floreados. Con ese humor tan peculiar, siempre al borde de lo ingenuo y lo poético. También se había colocado extensiones de pelo, rojizas, pero ya no sólo para actuar. Yo me visto de mujer en lo que hago, pero no siento ninguna necesidad de salir así por la calle. Recién me di cuenta de que B. estaba mal el día que B., Urdapilleta y Tortonese vinieron a mi programa. Iban a recitar un poema cada uno. Cuando le tocó a él, casi no pudo. Pronunció algo raro, transpiraba mucho y lo más extraño era verlo nervioso. Como la primera vez, de nuevo sentí que volvíamos a hablar sin necesidad de palabras. FERNANDO NOY: B., Humberto y Alejandro eran guerrilleras del panfleto. Se columpiaban locas de alegría por la trasnoche de Corrientes. Pasan los putos, decían algunos, pero esta vez con simpatía, sin la indiferencia asesina y delatora a la que hubieran estado expuestos apenas diez años antes. Como los hippies del 60 o los punk del 80, se atrevían a entrar en el bar La Paz vestidas de mujer, protegidas por la impunidad que da el coraje. Una marcha de divas para atraer el público hacia Mediomundo Varieté. Cuando no actuaba, B. eligió llamarse Sandra. Después de cada función corría a su casa a atender los llamados. Había que ganar plata de algún modo. Ponía avisos en el rubro de acompañantes. Sandra era una vikinga del deseo, bárbara como un mongol, muerta de risa por el insólito destino que la había traído a Buenos Aires, esta ciudad con los hombres más deliciosos del mundo. Ser prostituta, para ella, era, según decía, unir lo útil con lo agradable. EDUARDO
CUTULI: Después
de que cerró el Parakultural nos encontramos haciendo noches
de varieté en Mediomundo. Cada noche venía mayor cantidad
de gente y nosotros cobrábamos menos. Sospechando que nos curraban
guita de las entradas, pensamos cómo hacer para descubrirlos
in fraganti. De pronto, eureka, se nos ocurrió comprar una botella
de sidra entra B., Klaudia con K y yo. Fuimos a realizar nuestro Banquete
Teatral, como si nada. De pronto avisamos a los dueños
del lugar que íbamos a hacer una rifa con la botella de sidra
y necesitábamos que además de la entrada le dieran al
público un numerito, tratando de que no se avivaran que ésa
sería una manera de controlar el acceso. B. enseguida salió
a la calle y regresó con grupos de personas que, al entrar, reclamaban
su número para el sorteo. DAMIÁN
DREIZIK Y FITO
PÁEZ:
Alejandro fue el primero que conocí, después vino Humberto
y enseguida B. Encarnaba la parodia, el teatro de lo inmediato, el arte
quese hace con lo que hay y por lo que hay. Transmitía la acrobacia
de una nueva y deliciosa sexualidad. Lo que más me atraía
en él era su forma de disponer y dominar las situaciones. En
un momento podía leer un poema de Alejandra Pizarnik y hacerte
bolsa, pero enseguida te recuperabas con su humor. Era una época
en la que todo se volvía dantesco. B. lograba lo contrario. Con
Alejandro y Humberto tenían pasta de auténticos improvisadores,
incomparables humoristas. A pesar de su enfermedad nunca sintió
miedo, ni siquiera al final cuando, sacudido de fiebre, salía
a actuar suave, relajado, como si nada. Sin pudores estéticos
ni límites preestablecidos. Era un fabuloso demistificador. CRISTINA MARTI: Cuando le pregunté cómo se le ocurrió ponerse tetas, encima estando tan enfermo, me volvió a hablar de la muerte. Ya que voy a morir quiero hacer todo lo que tenga ganas, pero la verdad es que estoy cansado. Es algo raro, siento que en las esquinas las tetas doblan antes que yo, y para colmo una me chorrea. MORIA CASÁN: Cuando empecé el programa A la cama con Moria enseguida pedí que lo buscaran. Al verlo recibí un shock de ternura y me conmovió, además de la originalidad absoluta de su arte, la falta de contaminación. La cama que hice con él fue inolvidable. Fue el único que invité tres veces. Yo quería que el público se fuera acostumbrando a ver cosas zafadas en mi programa, pero esto era too much. Tenía esa chispa, esa dosis de verdad y locura que lo diferenciaba de otros artistas. Disfrutaba al verlo llegar con una banana en el bolsillo. El suyo era un grito telépata de muchas sonrisas arrancadas a contrapelo. ALBERTO SEGADO: Me entusiasmó tanto María Julia La Carancha, una dama sin límites, con B., Humberto y Alejandro, que convencí a varios dinosaurios de la escena nacional para ir a verla. También a Alfredo Alcón, Elena Tasisto, Juanita Hidalgo y tantos otros amigos. Era un espectáculo que no tenía antecedentes. Estaban exponiendo un producto típico de la era menemista, no porque fueran seguidores de Menem, sino porque se servían de despojos. Los tres ahí arriba lograban crear a partir de retazos, cachos, cosas. A pesar de que ese presidente fue una catástrofe para nuestra cultura, yo veía que ellos, sobre las propias ruinas, igual seguían construyendo algo fundacional dentro del teatro. Unos construyen, pero casi todos destruyen. Y otros construyen sobre lo destruido. Como ellos. Se salvan porque no quieren salvarse. Ni más ni menos. ANA TORREJÓN: Lo conocí arriba de un escenario, con una corona de perchas sobre la cabeza repitiendo sin parar Yo soy B., Yo soy B. Después nos fuimos encontrando siempre, cuando podíamos. Hasta que una vez, volví a mi casa tardísimo, había estado filmando toda la noche, creo que ya amanecía. Igual escuché el contestador. Uno de los últimos mensajes era de Sergio Avello: Annet, estoy aquí en el hospital con B. Fijate si podés traerle un camisón de los tuyos. Al oír eso, me senté temblando en el piso. Después seguí escuchando los mensajes restantes y el último era otra vez Sergio Avello: Annet, no te preocupes, pero B. ya no está con nosotros. Yo mentalmente ya había elegido un lindo camisón. HUMBERTO TORTONESE: Batato forma parte de un cuento, una leyenda, por algo cuando hacen las notas ponen el mítico. Pero apenas lo pudieron conocer. Tenía 40 grados de fiebre y él continuaba, se lo veía transpirar y temblar a veces, pero igual seguía cada vez más y más brillante. Al mismo tiempono era una lucha de B. contra nadie en específico, su lucha era de él, por él y para él. Después de B. vino otra época. Ahora recuerdo ese apuro casi exagerado por meterse en todas partes. Era para que lo conozcan. Una noche estuvo en el programa de Badía y él lo presentó con el nombre equivocado, pero B. ni se inmutó, siguió hablando como diciendo Yo vine hasta aquí para contar esto y acá estoy diciéndolo, si me entendés o no, qué importa. Hablo de cualquier cosa y a ver quién puede callarme. Badía tal vez propuso a su equipo: Traigan algo nuevo... Aunque, definitivamente, hay gente que no puede meterse en ciertas cosas. Ahora también podrían decir, porque está muerto, Qué bárbaro. Chocolate por la noticia. ALEJANDRO
URDAPILLETA: Andábamos
los tres en el mismo travelling eterno. A veces empezaban las peleas
y teníamos duelos de horas por teléfono, pero siempre
en el escenario venía la renovación, nos reíamos
de todo lo pasado y así siempre B. renacía y yo renacía
y Humberto renacía. Y eso es lo que más extraño
ahora, el teatro de mostrar hasta los pliegues del culo. No la generalización,
esa frivolidad de decir B. era de tal o tal forma. No se
puede sólo decir la Diosa que era, simplemente, porque hay más. El próximo jueves 6 de diciembre, cuando se cumpla una década de la muerte de Batato, Fernando Noy presentará Te lo juro por Batato a las 20 hs. en el Centro Cultural Rojas (Corrientes 2038). |