Hace 50 años, en medio de una redada a un bar de drag queens y maricas pobres de Nueva York, un policía le ajusta las esposas a una lesbiana visible, negra y drag king. Se las aprieta hiriéndole la carne. La lesbiana, Stormé DeLarverie, se queja y como respuesta recibe un bastonazo en la cabeza. Ese hecho desata la rebelión de las drag queens, que durante horas tienen en vilo a la policía con proyectiles callejeros y tachos de basura encendidos/revoleados, hartas de atropellos y detenciones. Stormé logró escapar de la detención. Fue el 28 de junio de 1969 en las calles aledañas al bar Stonewall Inn, los combates duraron de manera intermitente hasta la madrugada del 2 de julio. La policía debió convocar a la fuerza que reprimía las manifestaciones contra la guerra de Vietnam para sofocar la rebelión. En gran parte del mundo se conmemora hoy esta fecha como el aniversario del comienzo de la liberación de las comunidades lgbtiq. Saltamos de 1969 a 2019. Ciudad de Buenos Aires, sala de audiencias del Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional 26. La jueza Marta Aurora Yungano elige el aniversario de la revuelta de Stonewall para condenar a Mariana Gómez, una mujer detenida por lesbiana visible y por negarse a cumplir una orden injusta de un policía en Plaza Constitución, uno de los lugares más populares y transitados de la Argentina.
El veredicto de la jueza Yungano decide “condenar a Mariana Solange Gómez a un año de prisión en suspenso y al pago de las costas del proceso por el delito de resistencia a la autoridad en concurso con lesiones leves agravadas, por tratarse de miembros de las fuerzas de seguridad pública”. Lo que no dice–aunque se desprende de todo el proceso judicial- es que esta sentencia es un visto bueno a las fuerzas represivas para aplicar la mirada discriminadora históricamente arraigada en la institución policial, con la finalidad de disciplinar y criminalizar a las lesbianas, bajo el supuesto de que la lesbiana visible es violenta, maltratadora de mujeres y una mala influencia para ellas.
Todo comenzó el 2 de octubre de 2017, cuando Mariana Gómez acompañaba a su esposa, Rocío Girat, a su trabajo y se detuvieron a guarecerse de la lluvia y conversar bajo el domo vidriado de Plaza Constitución, desde donde se accede a la estación Constitución del subte C. Estuvieron allí más de una hora. Rocío lloraba porque se acercaba la fecha del juicio contra su progenitor –que la abusó sexualmente durante toda la adolescencia- y tenía que presentarse a declarar. Mariana la abrazaba, intentaba contenerla, le dio un beso. Mientras el tiempo transcurría, fumaron casi un atado de cigarrillos entre las dos. En aquel momento no había cartelería que indicara prohibición de fumar del lado de afuera de los molinetes. Existen videos y testimonios de en el área donde estaban Mariana y Rocío lxs pasajerxs fumaban sin que nadie les hiciera problema. En este contexto José María Pérez, empleado de Metrovías, le pide a Mariana que apague el cigarrillo, y como Mariana no acata la orden, llama a un policía para que imponga respeto.
El proceso pareció reducirse a la prohibición de fumar en el sector, a la reacción de Mariana Gómez frente a la orden de apagar el cigarrillo y al procedimiento en que la detienen. De allí deriva la pena que aplica la jueza Yungano, que parte la diferencia entre el pedido de absolución del defensor y los dos años de prisión que pidió la fiscal Diana Goral. Y mantiene la misma calificación que la fiscal. Parte la diferencia cortando al bebé al medio y criminalizando a la lesbiana visible, seleccionada por lesbiana y por ninguna otra razón principal, para ser detenida. La diferencia entre una mitad del bebé y la otra, es cualitativa. Una parte se llama “todo”, la otra parte de llama “nada”. No existe la criminalización a medias.
El debate se centró especialmente sobre el momento de la detención, la violencia aplicada por lxs policías y el intento infructuoso de Mariana de escapar de un acto violento y discriminatorio de la Policía de la Ciudad. Pero debajo del debate puede rastrearse el primer nudo de la cuestión, del que se habló menos en las audiencias ante la jueza Yungano: cómo es interpretada la presencia lesbiana en el espacio público.
Observadas durante horas
Cuando la fiscal Diana Goral le pregunta al empleado de Metrovías José María Pérez si recuerda qué pasó aquel día, Pérez –antes auxiliar, hoy guarda de subte- responde: “Yo estaba parado en mi puesto en una salida de emergencia junto a los molinetes. Veo a dos personas discutiendo. La más bajita estaba llorando. Miro, es mi función. Veo que la señora (por Mariana Gómez) estaba con un cigarrillo en la mano”. Pérez agrega: “No soy homofóbico. Tengo una amiga a la que mi hija le dice tía, que es igual a ellas. Me gustan porque hacen lo que sienten. Dicen que fue por un beso. No, no hubo un beso”.
Llega el turno del abogado defensor de Mariana Gómez, Lisandro Tezskiewicz, y le pregunta a Pérez: “Usted dice que nunca hubo un beso. ¿Usted las estaba observando?”. El empleado de Metrovías responde: “La forma en que hacía llorar a la otra chica, sí”. Pérez dice “la otra chica”, ya no son “dos personas”.
Mariana intentaba contener a Rocío, que lloraba muy nerviosa. Como la imagen de Rocío se asimila a una mujer más débil (“la más bajita”) el empleado de Metrovías fantasea que la otra, la lesbiana visible, la está haciendo llorar, o sea, la está lastimando. Entonces decide acercarse y exigirle a “la mala” que apague el cigarrillo. Pero “la mala” desobedece la orden. Por eso el empleado decide llamar al policía con el que pasa horas conversando en el trabajo, para que aleccione a la malvada que acaricia y –mientras ambas fuman- “hace llorar” a la mujer bajita.
El policía Jonatan Rojo –muy parecido físicamente a los personajes de villano que componía Pablo Cedrón, novato en la fuerza- le hace la segunda al auxiliar de Metrovías. Tanto Mariana como Rocío y una testigo trabajadora de Fundación Huésped -que también fumaba en el lugar- declararon que el policía trató de “pibe” a Mariana. En su testimonio, en cambio, el oficial Rojo sostiene que “siempre me dirigí con respeto a la señorita. Le dije ‘por favor, deje de fumar’. La señora que la acompañaba (Rocío) dijo ‘Uy, se pone violenta’. Entonces pensé en el protocolo de violencia de género en la vía pública”.
“Al día siguiente me entero de que las señoras me acusaron de homofóbico en programas de televisión. Yo no soy homofóbico y tampoco sé lo que significa”, cerró su declaración el oficial Rojo.
Al igual que Stormé DeLarverie en la madrugada de Stonewall, Mariana Gómez se quejó de la violencia y del dolor físico que la policía le estaba provocando durante la detención. El oficial Rojo le comprimía el cuerpo con una rodilla, y no le permitía respirar. La respuesta de la policía a la queja de Mariana fue arrastrarla por el piso, semidesvanecida. Al igual que Stormé DeLarverie, Mariana Gómez no pertenece a una clase social privilegiada. Se gana la vida haciendo trabajos de albañilería y pintura. Y puede verse el oficio en sus manos.
El mechón de pelo
Otro tema del debate fue un mechón de pelo que Mariana Gómez le arrancó a la oficial Karen Villarreal mientras la policía intentaba detenerla y Mariana se defendía. La mujer policía llegó a la escena a pedido del oficial Rojo, para ayudarlo “a reducir” a la detenida. El policía declara que Mariana le arrancó los pelos a su compañera cuando la enfrentaba, resistiéndose al arresto. Mariana declara que se sostuvo de Villarreal para no caerse al piso arrastrada por el oficial Rojo, y se tomó del cabello de la oficial por reflejo. Karen Villarreal no respaldó el testimonio de su compañero en este punto: “No recuerdo cuándo fue lo del pelo. Fue durante la reducción”. A raíz de este mechón de pelo, Mariana estuvo procesada por más de un año por “lesiones graves”, cuando la ART apenas le dio licencia por seis días a la mujer policía. Y la pericia de médico legista mostró que la policía pudo recuperar el cabello perdido.
La fiscal Diana Goral –que se presenta en las redes sociales como “especializada en violencia de género”- hizo hincapié, al pedir que se condene a Mariana Gómez a dos años de prisión, en que “la lesión a Villarreal, por ser mujer, debe ser valorada más gravemente que en un hombre. Al ser mujeres sabemos lo que cuesta que nuestro cabello crezca y que la lesión sea en un lugar visible”. Nuevamente el señalamiento de la violencia lesbiana que ataca a las buenas mujeres que acatan los mandatos que les corresponden. Los hombres no tienen el mandato de cuidar el cabello. El cuidado del cabello es inherente a la “femineidad esencial”, estanca y binaria.
El alegato de la fiscal fue un recorte parcial de los testimonios que abonaban su línea de conceder legitimidad irrestricta a la palabra del hombre policía. Solamente respecto de la declaración del policía Jonatan Rojo dijo “su relato fue claro, contundente, preciso y sin ninguna fractura”. No hizo comentarios sobre la calidad de ningún otro testimonio, ni siquiera de la declaración de la oficial Villarreal, que no fue tan precisa ni detallada, ni tuvo inconveniente en decir “no sé” cuando no estaba segura de los momentos más confusos de la detención de Mariana Gómez. Esas imprecisiones hicieron su testimonio más creíble. Muy llamativamente cuando leyó el testimonio del empleado de Metrovías, la fiscal Goral olvidó mencionar la mirada discriminadora y sin fundamento de Pérez: (la lesbiana visible) “hacía llorar a la otra chica, la más bajita”.
Al cerrar la audiencia, la jueza Yungano salió por una puerta lateral, seguida por la fiscal Goral y sus dos custodios. Una vez más el Poder Judicial y la institución policial cumplieron con su papel tradicional de guardianes de la moralidad. Pero esta vez al punto de doblarles la apuesta a los antiguos edictos judiciales –vigentes hasta 1998-, con promesa de criminalización y antecedentes penales a las lesbianas que se rehúsen a ser violentadas y discriminadas por la policía. Algo que no ocurría cuando regía el artículo 2 inciso h, por el que la policía podía llevar detenidas a su antojo por contraventoras a las mujeres que tuvieran comportamientos lésbicos en la vía pública, pero que no implicaba una causa criminal.
Esta noche, las calles de Buenos Aires se llenan de banderas multicolores para recordar los 50 años de Stonewall, para decir “basta de travesticidios” y para protestar contra el veredicto de la jueza Marta Yungano. Entretanto, la defensa de Mariana Gómez declara que apelará el fallo, que considera “de una injusticia palmaria”.