Como pasa con la mayor parte de los autores amerindios de todo el continente americano, Moira Millán pone su escritura dentro de la lucha de su pueblo mapuche por la defensa de su cultura y de su tierra. Además de escritora, Millán es una luchadora mapuche: entre otras cosas, fue parte importante del Primer Parlamento de Mujeres Indígenas y de la Marcha de Mujeres Originarias por el Buen Vivir que llegó a Buenos Aires en 2015. Esos datos son útiles porque tienen que ver con el concepto de “literatura” que tienen estos autores. Para las culturas amerindias, el arte en general y la narración en particular son parte de la lucha diaria por la comunidad y, además, el lenguaje está íntimamente ligado al mundo que nombra (no hay abismo entre las palabras y las cosas como creen los autores europeos como Michel Foucault y Ferdinand de Sassure).
Y es por eso que El tren del olvido es, antes que nada, contramemoria: construye sistemática y cuidadosamente una memoria que rescata datos olvidados por la “historia oficial” y los cuenta desde el punto de vista de los vencidos. En este libro, aparecen muchos de los temas más comunes de la literatura de contramemoria --como la llama George Lipsitz, historiador estadounidense--, empezando por el uso constante de marcas de oralidad. La narración oral es esencial para las culturas de América. En El tren del olvido, hay una relación constante de la primera persona narradora con los lectores, que son presencias marcadas en el texto, y esa relación es evidente tanto en las palabras finales como en las explicaciones constantes de detalles culturales que sin ellas, serían incomprensibles para los lectores no mapuches. La escena que se evoca es un lugar común en estas literaturas: un círculo de personas que escuchan y aprenden lo que cuenta el narrador o narradora, que casi siempre, como en el libro, es una “abuela”. Aquí, esa narradora recupera las voces de todos los narradores anteriores: su sabiduría es la de la comunidad completa.
En el relato de Millán, no hay binarismo: esto no es una lucha simple entre un pueblo colonizador (los blancos) y uno colonizado (el mapuche). Lo que se describe es una serie de intersecciones culturales y sincretismos complejos entre por lo menos cuatro culturas: la inglesa, la irlandesa, la argentina, la mapuche. Se cuentan dos colonizaciones paralelas (los ingleses colonizan a los irlandeses; los europeos colonizan a los mapuches) y también varias superpuestas: la inglesa sobre la argentina y las dos sobre la mapuche. Esa disposición de la lucha es un ataque al par binario sarmientino, civilización versus barbarie, representada aquí sobre todo por el avance del tren (que es terrible pero también bello y admirable). La explotación de los mapuches recibe un nombre específico, “esclavitud” y la conclusión de la narradora y algunos otros personajes es una acusación directa contra el “progreso”: “las banderas que representaban el progreso destilaban sangre”.
El libro describe con claridad la cultura mapuche y la describe como profundamente distinta de la europea, con herramientas ficcionales, no ensayística. Algunos detalles: los sueños forman parte de la vida, son señales que deben tomarse en cuenta; la relación con la mapu, la tierra, y sus seres es una relación “de parentesco”, nunca de dominación, los animales, los árboles, las montañas son personas no humanas, no “recursos”; hay una aceptación de la multiplicidad del amor, tanto en relación con identidades no heterosexuales como con la idea de parejas múltiples. Por ejemplo, Pirenrayen (una de las protagonistas) cree que ella, Liam, su amado irlandés y la esposa de él deberían vivir juntos. Eso es imposible, inconcebible para los blancos, pero la narración deja bien en claro que esa convivencia podría haberlos hecho felices.
Imbricada en la “historia” familiar de la narradora, aparece siempre la Historia argentina, con un tema central: la colonización. Las culturas europeas (los wingkas, como los llaman los mapuches) tratan de borrar las culturas originarias con diferentes tácticas, desde los ataques asesinos del ejército hasta el intento de asimilación forzosa de la escuela pasando por el robo de las tierras, que es el objetivo final. Y sin embargo, cuando se termina el libro, es más que evidente que ninguna de esas técnicas da resultado: los mapuches son sobrevivientes. El tren del olvido es la prueba: contar es, siempre, una prueba de supervivencia. Eso es parte de la contramemoria.
La novela describe la expansión del alambrado, la creación de las grandes estancias inglesas del Sur patagónico, el rol del ejército nacional en la represión, el pacto Roca-Runciman, la resistencia de Lisandro de la Torre y de los anarquistas, las huelgas y represiones, todo esto, visto desde el lado mapuche o desde los ojos de los inmigrantes. Los choques de culturas son constantes. Es difícil entenderse entre pueblos que entienden el mundo de formas tan diferentes pero el mestizaje es inevitable y a pesar de las distancias culturales, hay puentes entre los pueblos, sobre todo los que se apoyan sobre las experiencias de la colonización. Esencialmente, los recuerdos del irlandés Liam sobre los abusos de los ingleses en su tierra tienen muchos puntos de contacto con la colonización argentina e inglesa en la Patagonia. Tanto unos como otros reprochan a Buenos Aires su amor por Europa en general y a Inglaterra en particular.
Los hechos que se cuentan en El tren del olvido son emocionantes. El discurso de la narradora de Millán es palabra emocionada y ella se preocupa por aclarar los puntos difíciles. Por lo tanto, el libro es fácil de leer y transmite con absoluta claridad su lucha por la contramemoria. Sin embargo, si se ha leído a otros autores amerindios del continente (desde Miguel Ángel Asturias en México a Linda Hogan o Leslie Silko en los Estados Unidos), podría decirse que tal vez esa facilidad de lectura sea su mayor problema. Quizás hubiera sido deseable que la defensa de la cultura mapuche incluyera cambios profundos en el tratamiento del tiempo, los géneros literarios y el lenguaje; y que así, al modificar las formas de la novela burguesa, esos cambios produjeran en los lectores “wingkas” la misma incomodidad que los hechos del argumento pero a nivel del lenguaje y sus múltiples posibilidades.